Portada: La editora Mercedes Güiraldes, el ministro de Cultura Tristán Bauer, Sonsoles Espinosa y su marido, Rodríguez Zapatero. Foto: J.M. Plaza.
No se necesita una excusa para celebrar a Borges, porque Borges, que es un ser literario, se ha convertido en el último clásico universal y siempre está de actualidad. Sin embargo, en este 2023 se conmemora el centenario de la publicación de su primer libro: Fervor de Buenos Aires, el poemario que escribió al regresar a la Argentina, tras varios años en Europa, y sentir el fogonazo, la llamada y la inesperada familiaridad de su ciudad, el descubrimiento de un Buenos Aires que ya siempre iba a estar en su obra y en su vida, por más que lo llevaran a morir a Ginebra.
Pero no es del Fervor de Buenos Aires de quien queremos hablar en esta crónica, sino de otro fervor, del fervor absoluto que ha dado pie a un pequeño libro: No voy a traicionar a Borges, publicado ahora en una editorial Argentina. Su autor viajó a Buenos Aires para hablar de su libro en su grandiosa Feria del Libro, y de paso, presentar la biografía definitiva de Borges, de Alejandro Vaccaro, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores. Nos referimos a Rodríguez Zapatero, que se llama José Luis, y que quiso estar durante unos días sumergido en Borges, que no se llamaba Jorge Luis, por cierto, pero eso lo veremos más adelante.
El librito, del que ya se ha hablado en España, es la obra de un superfan del maestro y de un político, como demostró el expresidente de gobierno en sus dos intervenciones públicas en Buenos Aires. También, de un excelente publicista. Ningún lector podría no interesarse por el autor de Ficciones después de escuchar las dos intervenciones de Zapatero, para quien Borges es, no sólo el mejor autor de la literatura universal de todos los tiempos, sino también, su dios personal. «Si fuese un hombre religioso, Borges sería mi dios», recalcó, y señaló que el escritor argentino es quien mejor ha comprendido el universo. Al margen de estos superlativos, y ya a título muy personal, Zapatero confesó que, cuando era presidente de Gobierno, le gustaba incluir las palabras de Borges en sus discursos políticos, aunque nadie se enteraba, y aún menos —Zapatatero sonríe— Aznar. «No nos une el amor sino el espanto», por ejemplo. Y es que esta pasión que se le despertó en su León natal a los quince años ha marcado toda su vida, aunque no nos hayamos enterado hasta hace unos meses.
No nos extraña que Rodríguez Zapatero se mostrase encantado de vivir tres días en el mundo borgeano, rodeado de expertos y gente que lo conoció; entre ellos Alejandro Vaccaro, que ha dedicado 40 años a investigar y divulgar la vida del escritor, quien sería algo así como Santiago para el cristianismo, y Roberto Alifano, el amanuense de Borges durante los últimos diez años, quien mejor conoció al escritor en su cotidianidad, y al que asignaríamos el papel de San Pedro, con permiso de Bioy Casares, al que vemos como el apóstol San Juan en esta trinidad pagana que nos acabamos de inventar.
De los tres días de Rodríguez Zapatero en Buenos Aires y en su Feria del Libro, una noche cenó con Alejandro Vaccaro y familia, cuyo amplio departamento en la Recoleta es como un museo borgiano, y otra —contradiciendo el título de su libro— la pasó en compañía de Cristina Fernández Kirchner, algo que no hubiera visto con buenos ojos Jorge Luis Borges, un declarado antiperonista, quien fue humillado y vigilado por los hombres de Perón.
Muy agradecido, Zapatero reconoció que esos días habían sido como estar en el Paraíso, rodeado de tantos borgeanos, y de haber compartido tantos momentos de felicidad, como la que le proporciona la lectura del maestro. «No sabes, querido Alifano, cómo te envidio por haber estado tanto tiempo al lado de Borges. ¡Qué hubiera dado yo por conocerle! Permíteme que te abrace para expresar mi fe y devoción por el mejor escritor de todos los tiempos. Me parece tan excepcional el talento de Borges que a veces he dudado de que fuese alguien real».
En su primera intervención, Zapatero fue uno de los presentadores del libro de Alejandro Vaccaro, Borges, vida y literatura, y contó con un invitado tan fuera de lugar -— nuestro parecer— que posiblemente ningún lector adivinaría. No sabemos si Fernando Grande-Marlaska, el ministro del Interior, estaba en la sala por Borges o por Zapatero, o simplemente pasaba por allí. No pudo asistir, sin embargo, a la presentanción del librito —el diminutivo se refiere a la extensión— No voy a traicionar a Borges, en donde su autor fue el gran protagonista de un encuentro que desbordó la amplia sala, y supo elevar la moral de los argentinos —»¡Bien que lo necesitamos!», musitaban— al recalcar que debían sentirse muy orgullosos de que en «su país» naciera el mayor genio de la literatura. Esta presentación contó con la compañía de Tristán Bauer, ministro de Cultura de la nación, guionista y director de Los libros y la noche, acaso el mejor documental sobre Borges.
Zapatero quiso terminar el acto con la lectura de su poema favorito: Las causas. Es decir, todas esas cosas que se precisaron «para que nuestras manos se encontraran». Antes se había extendido en sus comentarios sobre El Aleph, su cuento más querido, al tiempo que recordaba a Beatriz Viterbo, su protagonista. ¿En qué mujer se inspiró el escritor? ¿Estela Canto?… Quizás. ¿Emma Risso?… ¿Elvira de Alvear?… nos preguntamos. Y se habló tanto de amor y de Borges, que este cronista no pudo evitar obsequiar a Zapatero y a su mujer, Sonsoles, el poemario Balada para Clara. Todo lo propiciaba. Al fin y al cabo es un diario del amor, en el que, casualmente, Borges se asoma tímidamente en tres poemas, y «solo el amor puede imponerse al universo» (y a los expresidentes de gobierno). Pero estábamos hablando del Fervor de Buenos Aires, y de los cien años de su publicación…
P.S. Por cierto —casi lo habíamos olvidado—, en el Registro Civil del 14 de agosto de 1899, el niño que luego sería el gran escritor que todos admiramos, fue inscrito como Jorge Francisco Isidoro, nombres del padre y de sus dos abuelos. El Luis —procedente de un pariente uruguayo— se quedó perdido. Borges lo recuperó legalmente tras la muerte de su padre, en 1939, aunque siempre había firmado como Jorge Luis.
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