Borja Cobeaga afronta un mes lleno de obligaciones. Estrena en Prime Video Su Majestad, una serie cómica en la que una caprichosa Anna Castillo hereda el trono de España, y dentro de poco saldrá en cine una comedia menos satírica y más sentimental, Los Aítas. Esa versatilidad, así como dividirse entre la escritura y la dirección, o la televisión y el cine, son solo registros que maneja quien a estas alturas es ya uno de los ases de la comedia patria. Y Cobeaga (San Sebastián, 1977), a la sazón uno de los creadores de Ocho apellidos vascos, afronta su profesión y sus incertidumbres con una honestidad y sentido crítico poco frecuentes.
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—Su majestad parece que existe en una realidad alternativa. Hay paralelismos con los últimos años de la Casa Real, pero a la vez está todo cambiado…
—Queríamos mezclar muchas monarquías; está este país pero también está Inglaterra, Mónaco… Estefanía de Mónaco, con sus discos y sus líos, es un referente. Pero España está muy presente. La monarquía, la judicatura, la prensa y la política… Intentamos mostrar algo muy real. La estrategia era hacer una rima auténtica y la siguiente no. Entrar y salir es una estrategia interesante, la ficción es el camino para contar la verdad, y puede ser más interesante para un retrato más fiel que un biopic.
—Su Majestad es de un humor más relajado que otras comedias tuyas, y desde luego no es una parodia.
—Habiendo hecho Diego [San José, cocreador y guionista] y yo una sátira de actualidad como Vaya semanita, teníamos claro que no podíamos estar al dictado de la actualidad y hacer una parodia muy pegada a ella. Y hubo un momento en que Froilán y Victoria Federica hacían tantas barbaridades que optamos por una visión menos pegada a la realidad, más general y con mucha empatía con la protagonista. Queríamos mostrar a alguien caprichoso y superficial pero con su corazoncito, y eso te lleva a una comedia más contenida, más satírica, más irónica que de chiste, y que fuera el espectador quien rellenase.
—Pilar, la protagonista, tiene algún arrebato siniestro.
—Creo que es por el privilegio. La serie versa mucho sobre cómo es una privilegiada. Hay un momento en el que le dicen que se hacen encuestas de popularidad incluso antes de nacer, pero tú no te comportas igual si desde que naces hasta que mueres tienes escolta. La serie apuesta por meterse en la cabeza de alguien que tiene ese privilegio y vive desconectado de cierta realidad. El mismo padre, el rey, dice también que le critican por haber hecho lo que se hacía toda la vida y no pasaba nada. La percepción de la realidad que tienen es diferente, y lo que dice la serie es que esta señora y señor no son el mal encarnado. ¿Qué ha cambiado? Esa es la pregunta que se hace la serie.
—Ella empieza a separar la persona institucional del personaje humano. ¿Es el arco?
—Anna Castillo dijo que nunca había interpretado a una celebridad, y cuando Pilar salía de un coche y la abucheaban le parecía raro. En una escena que quitamos del episodio piloto le preguntaban al personaje si se sabía el ultimo chiste sobre ella, y se lo contaban. Ella es un hazmerreír, y la serie va de su orgullo, de ella intentando reivindicarse. El antagonista de la serie es España, es esa visión de que el país está contra ella y no se la toman en serio, y más todavía su padre. Tiene mucho de trauma.
—De todos los temas, el que más te molesta es el de la censura.
—Teníamos desde el principio una imagen como la de En busca del arca perdida, la de ese almacén con todas las cosas censuradas. Hasta llamamos al de El Jueves para que hiciera una versión de su portada censurada. Y él mismo diseñó el ninot que luego arde en la serie. En el debate que hemos tenido estos años de los límites del humor yo siempre digo que son subjetivos mientras no te lleven a la Audiencia Nacional. El problema es cuando alguien hace humor y le lleva a la cárcel, y eso me ha removido siempre mucho. Que alguien tenga poder para callar a alguien y callar al cómico. No lo digo porque me haya pasado a mí, porque en Vaya semanita y esta serie, con material sensible, nunca me ha afectado. En un debate sobre los límites del humor no me importa lo moral, que depende de cada uno; me importa la ley. No se puede condenar ningún chiste.
—Llama la atención ese componente Juego de tronos que se consigue aprovechar.
—Es un culebrón minimalista. A Diego y a mí no nos gustan las series muy corales, y tanto en Vota Juan como en las series que ha hecho Diego, o No me gusta conducir, la mía, el protagonista aparece el noventa y cinco por ciento del tiempo. Y eso lleva a que el culebrón sea pequeño, porque hay pocos personajes. Es por el tipo de historia que nos gusta y esa cosa de la herencia, que en la monarquía tiene que estar muy presente. En el ultimo capitulo, donde Guillermo (Ernesto Alterio) visita a Isidro (Ramón Barea), yo no dejaba de pensar en Sidney Lumet.
—Ese que dices es un detalle de escritura de puro thriller. Y la Casa Real, tan expuesta pero tan oscura…
—Es verdad que había como mucha documentación, pero estaba la cosa de que yo quiero fabular. Ya me pasó en Negociador, donde no quise conocer a Eguiguren. Pero hay elementos, como el YouTube de la Casa Real, que son fascinantes. Ves su agenda, pero ves también el aburrimiento y el tedio, que son muy importantes. Del podcast XRey hemos cogido cosas literales, como cuando le dicen: “Tú no eres tú, eres mucha gente”, que casi suena al “somos Legión” de El exorcista. Pero tampoco quisimos hacer algo muy directo.
—Te reservas la dirección del capítulo romántico… Ocho apellidos se mezcla con Richard Linklater.
—Ese episodio, por cuestiones de número, iba a ser para Ginesta Guindal, pero ella me dijo que no quería ser la chica y hacer este capitulo romántico. Y le dije que me lo dejara, que me gusta el género. Hay cosas en él que no estaban escritas. Cuando van al faro de Moncloa y suena una banda sonora romántica, eso no estaba en el guion, porque quise imprimirle romanticismo. Pagafantas no dejaba de ser una comedia romántica, y No controles una más clásica. El género me gusta mucho como espectador. Notting Hill, Matrimonio de conveniencia, Cuando Harry encontró a Sally… Me apetecía tomármelo muy en serio y fue muy divertido escribirlo.
—Escribes y diriges. ¿Cómo separas ambas disciplinas?
—He tenido varias fases. Empecé dirigiendo cosas que no había escrito, me apetecía… pero ya no. Creo que soy mejor guionista que director, y escribir para otros directores me gusta mucho, pero cuando escribo para mí mismo no hago una distinción muy bestia. Solo pongo más acotaciones porque sé lo que voy a hacer yo. Suelo ser consciente de lo que voy a dirigir, pero ya no me planteo dirigir cosas ajenas. Mi carrera está avanzada y sé que voy a tener una serie finita de proyectos, y de igual manera que no quiero hacer remakes de la película francesa del año, quiero hacer proyectos propios. Hay algo muy gozoso en lo de partir de cero y que dos años o tres más tarde un equipo de gente lo ponga en escena. Esa es la razón por la que me dedico a esto, y cuando eso no existe me apetece menos.
—Tienes a punto Los Aítas, un cambio radical respecto a Su Majestad.
—La serie transcurre en palacios y tiene algo de culebrón de amor y lujo, pero Los Aítas es comedia obrera a lo Full Monty. El ambiente es opuesto, y además es una road movie con mucha influencia de Alexander Payne. Es una comedia tierna con un punto dramático, pero si Su Majestad es el drama de una hija que no tiene el respeto de su padre, esto son padre e hijas que se juntan y comienzan a entenderse.
—¿Dónde esta ese punto del éxito del fenómeno popular de Ocho apellidos vascos, cuál es la tecla que hay que tocar?
—Ojalá lo supiera, porque estaría pariéndolos todo el rato. Es llegar en el momento adecuado. Fe de etarras creo que llegó tarde, aunque me lo pasé muy bien haciéndola. Y hay películas que llegan en el momento justo. Con Ocho apellidos el público nos dio la lección de que lo era, y entró. Lo decía Fernando Castets, guionista de El hijo de la novia: pones lo mismo en un éxito que en un fracaso. Hay veces que calas tanto que buscas explicaciones, pero lo haces a posteriori.
Bah