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Boyton y el abismal salto del gitano

Boyton y el abismal salto del gitano

A continuación reproducimos la cuarta, y última, entrega de la serie dedicada a Paul Boyton, aventurero y gran amante de los deportes acuáticos, escrita por Ramón J. Soria.

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EL ABISMAL SALTO DEL GITANO

Los barqueros también son gente que vive al margen. Su oficio ha sido siempre fundamental para comunicar dos orillas cuando no hay puentes. Hoy puede parecer que hay muchos, que hubo muchos, que siempre hubo puentes por todas partes allí donde un camino más o menos transitado llegaba hasta el agua, pero no. Los puentes son caros de construir y mantener. Durante el imperio romano se hicieron centenares, aunque sólo 41 tienen pedigrí arqueológico. En la Edad Media también se hicieron varios o se restauraron los que existían, pero ya cobrando un peaje según quién lo atravesaba o cuántas mulas o qué mercancías pasaban por encima. Una mordida siempre abusiva y desproporcionada en comparación con lo que se ganaba entonces. Se llamaban impuestos de “pontazgo” y “barcaje” y los cobraban la Corona, los nobles, la iglesia o algunos municipios, más si el río iba alto y menos si iba más bajo. Estas tasas no se suprimieron hasta 1881. Para que luego digan lo caros que son los peajes de nuestras autovías. Usar una barca tampoco era barato y el negocio es más fácil de instalar y de mantener, aunque fabricar una barca estable, grande, plana y manejable tiene su truco y arte. También hay que saber darle al remo o tirar de la maroma que cruza de orilla a orilla. Ser barquero es un oficio peligroso cuando los ríos bajan crecidos o cuando la estiba no está equilibrada o se pone nervioso el pasaje, sea burra de carga, rebaño o mancebo gordo que no sabe nadar. El barquero también ha dado su renta literaria. Tenemos a Caronte que se conforma con una monedilla, la sexta parte de un dracma, debajo de la lengua de los que van a pasar al otro lado del río Aqueronte o el Estigia. A Vasudeva, humilde y callado, que es un barquero sabio por “escuchar al río” y, por eso, sabe las respuestas a todas las preguntas y ayudará a Siddhartha en su camino de iluminación. También al bandolero Curro Jiménez, inventado por el escritor Antonio Larreta, que antes de darse a la delincuencia organizada por culpa de una injusticia, era barquero en el río Guadalquivir a su paso por Cantillana.

Curro Jimenez, de barquero de Cantillana a bandolero famoso.

 “El río comenzó a estrecharse y enterrarse en los cañones y durante el día el sol apenas brillaba sobre el agua.” Suerte que lleva reservas de tocino de jabalí que le ha regalado el barquero, porque pasará tres días con sus tres noches sin ver a un alma, dando duro al remo en un tramo de aguas tranquilas. Se echa a dormir en alguna roca de la orilla por el día y navega al ocaso: “por la noche no me atrevo a dormir porque escucho el aullido de los lobos que son feroces y abundantes a lo largo de esta parte del Tajo y sus gritos tristes me advirtieron que me quedara en el río.” Algo de miedo tiene nuestro americano, “al tercer día en los cañones estaba rígido, dolorido y hambriento, sin haber comido otra cosa que aceitunas silvestres muy amargas.” No escucha ningún sonido humano, ni la campana de ninguna iglesia, ni el ladrido de ningún perro. Rema durante horas sin encontrar un lugar por el que subir a la orilla para otear el horizonte y descubrir donde está la civilización.

"Se seca al sol, devora el guiso y bebe a placer de la bota. Los que han visto al monstruo no regresan"

De pronto, le llega un olor a humo con la brisa. Entiende que cerca debe de haber fuego, civilización, abrigo, humanidad. Adivina una estrecha y empinada senda, que se enrosca por la ladera de la montaña y sube por allí a duras penas. Escucha voces detrás de un promontorio y se acerca. Ve a dos personas, tal vez pastores. Uno está liando un cigarrillo con una hoja de maíz, el otro remueve algo al fuego en una gran sartén. No quiere asustarlos sólo preguntar, orientarse, comer algo caliente. Boyton sólo dice, chapurreando en español: “Buenos días hermanos”. Los hombres se ponen en pie de un salto, gritan espantados y se alejan “como dos ciervos asustados sin mirar atrás, sin parar de correr ni un instante” hasta desaparecer por una barranca cercana. Al menos tiene allí la comida y “un pellejo lleno de vino español”. Se seca al sol, devora el guiso y bebe a placer de la bota. Los que han visto al monstruo no regresan, así que les deja encima de la sartén “un dólar español”. Reconfortado y descansado regresa al agua por donde ha venido. Al poco ve en la orilla a un hombre a caballo con corneta. La hace sonar. Hay más gente, una multitud en un vado en el que hay otra barcaza. Es el Gobernador de Cáceres y su séquito, tropa, sirvientes, cocineros, alcaldes, funcionarios, que, al recibir las noticias de Alfonso XII, ha decidido acercarse y preparar una fiesta y un festín de lujo “para el amigo de nuestro rey”. Pero nuestro hombre se ha puesto las botas con las gachas o las migas de los pastores y no tiene mucha hambre. Al partir de nuevo, ya por la tarde, el “ingeniero del gobernador” le advierte de unos rápidos o cascadas o precipicios famosos y mortales de necesidad, un poco más abajo, conocidos por “el Salto del Gitano”.

"He rebuscado fotos, algún dibujo o grabado del famosísimo Salto del Gitano, pero no he encontrado nada"

Hoy, el famoso salto no existe. Sólo quedan dos promontorios que se han convertido en un mirador de aves dentro del área del Parque de Monfragüe, con vistas a un río embalsado y marrón verdoso. Siempre hay turistas de todo el mundo observando el elegante vuelo de los buitres a poca altura, una carretera ondula en lo alto paralela al río y junto a ella hay una pasarela de madera para poder contemplar y fotografiar con potentes teleobjetivos a las aves sin peligro. He rebuscado fotos, algún dibujo o grabado del famosísimo Salto del Gitano, pero no he encontrado nada. Las vistas aéreas del vuelo de 1956 permiten adivinar una zona blanca y alargada de aguas muy batidas, pero es imposible deducir dónde estaba aquel salto o cascada. Sólo puedo imaginarlo leyendo las palabras del Boyton. “Pronto llegaría a los terribles rápidos conocidos como el Salto del Gitano. Me alejé de la gente por una corriente que casi me hacía volar. Durante mucho tiempo escuché un rugido río debajo que me advirtió que me estaba acercando a un punto peligroso. Me preparé para afrontar lo que fuera. El río se cerró entre dos paredes naturales, tan estrechas como un canal. Iba a toda velocidad. El agua caía sobre las rocas que obstruían su paso, todo era espuma y agua pulverizada. A medida que el rugido se hizo más terrible, perdí algo de valor y me esforcé por controlar mi descenso (…). La corriente iba a unos treinta kilómetros por hora y las rocas eran altas y verticales en las dos orillas. La corriente doblaba con violencia cada cien yardas y se rompía en mil rápidos. Fui arrojado repetidamente de un lado del río al otro por una fuerza invisible y me golpeé contra las rocas muchas veces. Atravesé dos o tres rápidos y luego llegué a una cascada final que casi me ensordece con su rugido. Vi el agua frente a mí corriendo en grandes olas y luego saltando, dejando nada más que espuma blanca.

Lugar del río Tajo en el que estaba la gran cascada llamada Salto del Gitano. Hoy invisible, sumergida en la cola de un embalse.

Tenemos la certeza de que Boyton pudo morir allí. Los pasos de aguas rápidas en las que hoy se hace rafting se califican como clase II los más fáciles y clase VI los más complicados. Por los ríos de esta última categoría solo bajan los kayakistas muy expertos. En realidad, hasta hace poco tiempo se consideraban infranqueables, porque sus rápidos son muy peligrosos. Solo se descienden en determinadas épocas del año y  tras estudiar la zona y las medidas de seguridad a conciencia. Al pasar por ellos hay que ser muy consciente de que se arriesga la vida en cada metro, el mínimo error se convierte en un accidente mortal. Los expertos piragüistas que han leído la descripción del Boyton piensan que los rápidos del Salto del Gitano eran de esa última y mortal clase VI.

"Boyton ha sido el primero en hacer ese descenso y hasta más de 50 años después no se hará el segundo. Y último"

Poco más abajo, a la luz de la luna, el aventurero descubre por fin el puente romano de Alcántara. Sabe que lo peor de su viaje ya ha pasado. A partir de ahí el río baja manso. Cruza a Portugal y es acogido fiesta tras fiesta hasta llegar al gran estuario de Lisboa donde es recibido por gobernadores, embajadores y ministros. La noticia de su descenso dará la vuelta al mundo en toda la prensa de la época. Ha tardado 18 días en bajar, en pleno invierno, desde Toledo hasta la capital portuguesa sano y salvo. “Antes de partir de Madrid para comenzar mi viaje la colonia extranjera me advirtió no sólo sobre los peligros del Tajo, sino también contra las personas a lo largo del río, salvajes e ignorantes. Por el contrario, siempre encontré a personas amables, hospitalarias y generosas, tanto en España como en Portugal.”

Boyton ha sido el primero en hacer ese descenso y hasta más de 50 años después no se hará el segundo. Y último.

Planos del estuario del Tajo en Lisboa.

LA SEGUNDA Y ÚLTIMA BAJA POR EL TAJO EN 1932: JAFET E ISABELO

¿Último? En el diario regional El Castellano del 23 de septiembre de 1932 se da cuenta de la proeza de los dos piragüistas que logran bajar el Tajo desde Toledo hasta Lisboa, emulando al viejo Boyton, aunque de otra forma, en embarcación. No he encontrado antes una noticia que dé cuenta de similar locura en esos 50 años entre una y otra bajada. Es una pena que los protagonistas cuenten tan poco, apenas una página a cuatro columnas, pero párrafo tras párrafo la música que suena tiene un título claro, la excursión que pensaban que sería más o menos fácil fue en realidad una penosa y peligrosa odisea.  Hay que rescatar sus nombres, porque fueron muy inconscientes pero también muy valientes. Se llamaban los jóvenes deportistas Jafet Arevalillo e Isabelo Moreno. Pertenecían al Club Náutico de Toledo, un lugar con trampolín donde se batieron récords. Contemplo a sus socios, fornidos, sonrientes, elegantes, perfectos sportmen que podían estar posando en esas fotos que ahora rescato, con esos bañadores pegados, enterizos y con tirantes en cualquier fina revista de deportes inglesa o norteamericana. Sin embargo, es la conservadora e imperial Toledo.  A lo mejor por entonces no era tan rancia. El club se ha fundado en 1932 y bulle de moderneces y actividades deportivas, campeonatos, exhibiciones y noticias en todos los periódicos de la época. No necesitan hacer ninguna piscina natural, el Tajo ya lo era, una piscina olímpica grande y estupenda, sin tocar nada.

Antes que nuestros amigos Jafet e Isabelo se atrevan a emprender la aventura, dirán que han bajado por el río desde Aranjuez unos advenedizos irlandeses patrocinados por el Club Canoe de Madrid, que se vanaglorian en Portugal de la hazaña y son agasajados como héroes, pero es falso. El club Náutico de Toledo se escandaliza y tiene que desmentir la noticia: “¡Aviso a los portugeses! Esos pretendidos estudiantes de Escocia que decían que iban por el Tajo hasta Lisboa…” Eso pone en la nota de prensa. Los listillos llegaron hasta Toledo, que es la parte más fácil del río, pero se acobardaron al ver los primeros rápidos, luego desmontaron la canoa y la subieron al tren hasta Abrante, allí se bajaron, volvieron a montar la canoa y entraron en Lisboa encima de la barquita en loor de multitud. Tramposos. Avergonzáis el vicio aventurero de vuestro Imperio.

Noticia de la trampa de los estudiantes escoceses.

Jafet e Isabelo construyen ellos mismos una almadía, dos flotadores de madera unidos por tres travesaños y aparejados con dos pares de remos. El día ocho de agosto son despedidos entre gritos de ánimo y aplausos por sus amigos del club. Al poco la embarcación zozobra, se deshace, se hunde y tienen que volver a la orilla. Al día siguiente vuelven a intentarlo esta vez encima de una piragua prestada, esponsorizada por un comercial toledano. Navegan bien hasta el mediodía, luego naufragan en los primeros rápidos y los rescata un pescador profesional que les da de comer y les presta su manta para pasar la noche. Seguirán río abajo durante días, volcarán innumerables veces acabando agotados, mojados, hambrientos, helados a pesar de ser pleno verano. Tienen que parar muchas veces para encender fuego y calentarse. Sobre el día vigésimo llegarán al peligroso Salto del Gitano y deciden intentar superarlo.

"El río Tajo ya no se podrá descender nunca más. Sabemos que hoy se ha convertido en una sucesión de grandes presas y kilómetros de aguas paradas"

Hay apuestas entre las gentes de los pueblos, que han venido a presenciar el suicidio. La mayoría apuesta a que no lograrán atravesar esas cascadas. La expectación es máxima. Pasan los rápidos uno tras otro y vuelcan en la última caída. Se libran por un pelo de morir ahogados o aplastados por la corriente. Siguen río abajo, naufragando de cuando en cuando y  llegan por fin a Alcántara. Entran en tierras portuguesas. Las recepciones allí son apoteósicas, similares a las que tuvo Boyton: comilonas, besuqueos, música, vino y bailoteos con mozas casaderas. Al llegar a Lisboa hay prensa, fotógrafos, el embajador de España. Todo el mundo. Jafet e Isabelo, dignos amigos del pirado de Boyton, pero también de Stanley subiendo el Congo, London bajando el Yukón, Abbey el Colorado, mi amigo Carlos Villafañe el Mackenzie, Leguineche el Volga, Diego de Ordás el Orinoco, Twain el Mississippi… O mis hijos intentando bajar encima de unos palos atados con lianas los 50 metros que tiene la tranquila poza de la Vena. O cualquiera que ante un río libre tenga el impulso, el instinto irreprimible de montarse en algo, lo que sea, tronco o barco de vapor bautizado como la Reina de África y bajar la corriente a ver hasta dónde llega o a dónde nos lleva.

El río Tajo ya no se podrá descender nunca más. Sabemos que hoy se ha convertido en una sucesión de grandes presas y kilómetros de aguas paradas. Se ha perdido lo más valioso de un río, lo que hace que un río siga vivo. Los limnólogos lo llaman “conectividad ecológica”.

Algún lector estará diciendo “¡déjate de políticos!” y se estará preguntando: ¿Qué fue del capital Paul Boyton después de su bajada por el río Tajo? Tras esta aventura su vida seguirá sin ser aburrida. En 1881 es contratado como hombre torpedo para poner explosivos, sin éxito, en los barcos de guerra chilenos en el puerto de El Callao. Al salir a la playa con las bombas es detenido, juzgado, condenado a muerte. Se fuga del campamento militar donde está prisionero y vuelve a su tierra. Montará en 1895 un exitoso parque de atracciones en Chicago con un descenso en barca por una cascada artificial a imitación de las salvajes que tanto ha superado. Y luego otro parque, el Sea Lion Park en Coney Island, con leones marinos amaestrados y otra cascada artificial mejor y mayor, pero no tienen mucho éxito. Sus años de gloria ya han pasado. Escribe sus memorias y en ellas recuerda con especial agrado y espanto su aventura por el Tajo. Vende el parque en 1902 y se retira. Paul Boyton morirá en Brooklyn con 75 años, en la ruina. ¿Pobre? No, pocos hombres de su tiempo ha tenido una vida tan rica en experiencias y aventuras. En eso murió multimillonario.

El libro de sus aventuras por todos los ríos del mundo se sigue vendiendo en los Estados Unidos incluso en formato para ebook. De entre todos los ríos que bajó nuestro amigo nos sigue asombrando que Boyton dijera que el más peligroso de todos fue nuestro hoy contaminado, encerrado, sangrado y manso río Tajo.

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Entregas anteriores:

Las aventuras del intrépido capitán Boyton y su descenso por el salvaje río Tajo.

Boyton comienza su aventura española

Boyton descubre la legendaria hospitalidad española

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