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Brassens o la libertad, de Clémentine Deroudille

Brassens o la libertad, de Clémentine Deroudille

«En ese momento, me di cuenta de que no tenía talento. Es duro, pero me dije: «No vale la pena insistir, nunca vas a ser un gran poeta, nunca serás un Rimbaud, un Mallarmé, un Villon. Entonces, cambia de idea. ¿Por qué no pruebas musicalizar tus poemas? Poemas que no van a ser geniales, pero pueden convertirse en canciones potables, no del todo mal escritas». Y me puse a escribir «La mauvaise réputation», «Le fossoyeur», «Le parapluie», «La chasse aux papillons». ¿Querías saber cuándo nació el Brassens cantautor? ¡Aquí lo tienes! Cuando se encontraron mi música y mis poemas.»

En este libro, Clémentine Deroudille recorre la vida de Georges Brassens (1921-1981), el modesto «hacedor de canciones», artista libre, generoso e irrepetible.

***

Capítulo 1

El aprendizaje de la libertad

Infancia en Sète

Georges Brassens nació en Sète el 21 de octubre de 1921. Su madre, Elvira Dagrosa, italiana, tiene una niña, Simone, nacida en 1912, cuyo padre murió víctima de un obús en la Primera Guerra Mundial. Después de la muerte de su marido, Elvira regresa a vivir con los padres y conoce al hijo de unos vecinos, Jean-Louis Brassens, albañil, quien ya pasados los 30 años aún no se decide a casarse. Procede de una familia de Castelnaudary, que vino a Sète a construir cabañas de pescadores. Entre él y la joven lavandera, la amistad se transforma enseguida en historia de amor.

Un año después del casamiento, nace el pequeño Georges. Entre la ferviente católica y el ateo convencido, reina un entendimiento apacible. La primera infancia de Georges transcurre alegre, mecida por las canciones de la época. “¡Todo el mundo cantaba! Mi madre cantaba unas canciones italianas, era napolitana y también cantaba las canciones que estaban de moda en esa época, las canciones que habían estado de moda cuando su madre tenía 20 años, cantábamos de todo y memorizábamos las canciones y nos las volvíamos a cantar”.

Ya desde muy pequeño, Georges tararea decenas, luego centenares de canciones que sabe de memoria. Dentro de su repertorio, Jean Tranchant y Mireille, Paul Misraki, Pills y Tabet, Ray Ventura o el joven Charles Trenet.

Niño rebelde, enamorado de la libertad, Georges Brassens pasa una buena parte de su niñez recorriendo en bicicleta los caminos que bordean el Mediterráneo junto a su padre o la playa de Sète con su barra de amigos.

Único punto oscuro en medio de esta infancia alegre: el instituto católico Saint-Vincent, donde lo inscribió su madre cuando tenía 2 años y al que concurre junto con la hermana. El joven Brassens y el colegio religioso no hacen buenas migas. Se aburre con ganas en la escuela hasta que se produce un encuentro determinante: Alphonse Bonnafé. Este joven profesor de literatura francesa, apasionado de la poesía, les hace leer a sus alumnos a Paul Verlaine, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y muchos otros autores que despiertan en Brassens el gusto por la poesía. Ya percibe en el joven estudiante el despuntar de cierto talento como autor, al que no va a dejar de alentar.

“Éramos unos brutos a los 14 o 15 años y, en ese entonces, empezamos a adorar a los poetas. ¿Te das cuenta del vuelco?”, le dirá en una entrevista a su amigo André Sève.

Las pasiones adolescentes: music-hall y cine

El adolescente interpreta para sus amigos el papel de Cyrano, escribe cartas de amor para Émile Miramont, uno de sus mejores amigos (más adelante, caricaturizado en su canción “Corne d’Aurochs”). Garabatea esquelas para deslumbrar a las chicas y escribe sus primeras canciones.

A los 14 años, Brassens sueña con una carrera a lo Charles Trenet, ese joven artista que enardece a los music-halls y trae consigo un aire nuevo a la canción francesa. Con Émile Miramont, montan un número de duetistas, Bobby y Freddy, inspirado en uno de sus ídolos, Ray Ventura y sus Colegiales, y luego un grupo, con él en la batería, su compañero Germain Metge en el acordeón y Émile Miramont en el banjo. Se presentan en unos cafetuchos de mala muerte cerca de la playa, pero el poco entusiasmo que despierta su actuación mitiga las ambiciones de los jóvenes. Georges continúa componiendo y, siempre que puede, corre de una sala de conciertos a otra para descubrir a los artistas del momento. Por desgracia, Elvira, su madre, no quiere inscribirlo en el conservatorio, preocupada por las escasas perspectivas de futuro de los músicos. Sueña con que su hijo sea escribano o médico.

Otra pasión devora al joven Brassens: el cine. Ese gusto por la gran pantalla va a tener una influencia enorme en el atuendo del adolescente. Usa trajes a lo Cary Grant, su ídolo, y sueña con los wésterns. Se pasa las noches viendo películas de Gary Cooper, James Cagney y Marlene Dietrich gracias al proyector Pathé Baby de su hermana Simone. Siempre con su barra de inseparables amigos, arma una supuesta sociedad productora de películas, la Asociación Cinematográfica de Sète (acs). Intentan producir su primera película, un wéstern, que nunca saldrá a la luz. Esa pasión por el cine no lo abandonará nunca, y se valdrá de ella también para la composición de sus canciones: “Debo agradecerte por nombrar a Chaplin en tu comparación y también por haber notado la influencia que ejerció sobre mí el ritmo entrecortado y poético del cine mudo”, escribirá a su amigo Roger Toussenot.

“La banda de los malvados granujas”

¿Es por ver tantos wésterns y policiales que empieza a descarriarse? Junto a sus compañeros Loulou Bestiou, Robert Bayle y Germain Metge, comienza a frecuentar una banda de hampones que siembran el terror en la ciudad de Sète. Se suceden algunos robos de joyas, y pronto Brassens participa en esos delitos, llegando a robarle un anillo y una pulsera a su hermana. Las joyas y otros botines robados por los jóvenes son receptados por dos solteronas beatas, las hermanas Bouillon, quienes tienen una joyería en el centro de la ciudad y los revenden en la trastienda de su negocio.

Cuando una de las hermanas demora en darles el dinero, Loulou Bestiou decide chantajearla. La mujer va a la comisaría. En pocas horas, los culpables son detenidos. La dirección del colegio llama a Brassens, y este debe abandonar la clase. No volverá más.

Termina en la comisaría, y su padre viene a buscarlo. Con su metro ochenta de estatura, observa al hijo culpable. Todos piensan que le va a propinar una severa reprimenda. Pero se acerca a Georges y simplemente le dice: “¿Quieres comer algo?”.

“Creo que mi padre, con su actitud, en ese momento me dio una lección que me ayudó a autopercibirme: intenté conquistar mi propia estima. No sé quién escribió algo así como que cualquier superioridad es irritante en una época en la que cada quien se eleva disminuyendo a los demás. Yo intenté con mis escasos medios emular a mi padre. Digo bien, intenté”.

Luego de su arresto, Brassens es condenado a quince días de libertad condicional. Pasa el verano recluido en su casa y se deja crecer el bigote. Elvira se doblega bajo el peso de la vergüenza, pero Jean-Louis se mantiene firme, con su silencio y su orgullo.

Alimentando desde mucho tiempo atrás el sueño de instalarse en París, Brassens aprovecha el oprobio del que fue objeto para convencer a sus padres de que lo dejen partir. Acaba de declararse la guerra. No va a ser albañil como su padre.

(…)

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Autora: Clémentine Deroudille. Título: Brassens o la libertad. Traducción: Lil Sclavo. Editorial: Libros del Zorzal. Venta: Todos tus libros.

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