Son muchos los que creen que es más fácil escribir un relato que una novela, lo ven como un género menor al que casi cualquiera puede asomarse. A mí me resulta mucho más difícil. Por eso, cuando me proponen participar en antologías me lo pienso mucho. No es fácil encontrar una idea original. No es fácil comprimir una buena historia en un número de palabras tasado y que, además, no se prevea lo que va a suceder en pocas líneas. No es fácil sorprender o emocionar con tan pocos mimbres, hay que tejerlos muy bien.
Un relato, entendido como un cuento, que es como yo lo entiendo, no es un artículo, ni una digresión ni un acta notarial de la vida cotidiana. Tampoco es una exhibición de verborrea ocurrente. Es una historia completa, con su planteamiento, su nudo y su desenlace, pero con muchas menos palabras para hacerlo. En la novela puedes ocultar mejor tus armas, tienes comodines ―subtramas, variedad de personajes, ambientación― que ayudan a mantener el interés; hay espacio para oxigenar el texto y dibujar los personajes hasta hacerlos visibles al lector, para crear atmósfera. En el relato estás a la intemperie, hay que ir al grano, anticipar pistas con maestría para que solo al final se dispare la famosa pistola de Chéjov y el lector descubra ―y acepte― el desenlace, con una sonrisa de satisfacción ante la última pieza que encaja y forma el dibujo completo. No es fácil hacer empatizar al lector con un personaje al que apenas puedes dibujar y que le va a durar un suspiro entre las manos. Y todo eso hay que hacerlo.
La siguiente vuelta de tuerca, el más difícil todavía, es el microrrelato. Para escribirlos ―bien― hay que ser un especialista y, para editarlos, un insensato. Pero los hay ―especialistas e insensatos― y cuando se juntan aparecen ediciones exquisitas como la recopilación de microrrelatos de la revista Quimera, Los pescadores de perlas, editado por Ginés S. Cutillas.
El relato ―y su tercera derivada, el microrrelato― ha sido un género casi invisible en el último medio siglo, con poca salida editorial y para público entendido, minoritario, a pesar de que autores de fama mundial se han aplicado con maestría a este género. Por citar solo algunos nombres: Edgar Allan Poe, Hemingway, Bradbury, Chéjov, Borges, Kafka, Katherine Mansfield… Pero de unos años a esta parte, no sé si es impresión mía, tal vez por la concesión del premio Nobel en 2013 a Alice Munro, autora cuya carrera se cimenta en gran medida sobre libros de cuentos, ha cobrado mayor visibilidad y respeto. Incluso se ha convertido en una herramienta social, y surgen antologías de relatos como hace unos años lo hacían calendarios de desnudos de este o aquel colectivo, para obtener fondos para algún fin, visibilizar una minoría o una enfermedad rara, o denunciar una situación concreta.
Para otros, como mi amiga y escritora Marina Lomar, son una cancha de entrenamiento literario, una forma de mantener el tono creativo y ejercitar la mano narrativa. Lomar ha promovido algunas antologías destacables ―y no lo digo por mi pequeña aportación―, como Relatos de amor y guerra (Ediciones Babylon) ―con el denominador común de colocar a la mujer como centro y protagonista de la historia y la guerra como fondo― o Niebla y sangre (Evohé), casi siempre con fines benéficos ―no es el dinero ni la repercusión lo que la mueven―, para las que ha «liado» a escritores de estilos y géneros muy diferentes. Cual entrenador en la pista, nos ha jaleado, animado y empujado a escribir, escribir y escribir: el mejor remedio que conoce para evitar la decadencia creadora y quitar telarañas. Es un ejercicio que funciona, porque en los tiempos difíciles la novela se ve como un camino tortuoso y largo que cuesta abordar y, aún más, mantener. A mí, además, me permite incursionar en géneros que no me atrevo a abordar con la extensión y profundidad que exige la novela. He escrito relatos de humor, terror, eróticos, de denuncia social, fantásticos, contemporáneos… Dos de ellos han supuesto el embrión de sendas novelas, una ya terminada y otra en proceso.
También desde este reducto cultural que es Zenda han surgido varias antologías, como Bajo dos banderas o más recientemente Hombres (y algunas mujeres). Y autores actuales multipremiados como Vicente Marco lo aborda con la misma asiduidad ―y éxito― que la novela o el teatro (El desorden de los números cardinales, Los que llegan por la noche).
No sé si esta proliferación implica un incremento de los lectores de este género o simplemente es una muestra de solidaridad con las causas que están detrás, pero me gustaría pensar que es algo más que una moda pasajera o que su difusión y alcance no es más que un barómetro de la cantidad de amigos que tienen los autores participantes. Algunos colectivos han adoptado la dinámica de editar antologías multitudinarias cada dos o tres meses, cuya subsistencia se garantiza por el círculo cercano a los participantes.
Como en todo, esta explosión genera distorsiones y hay antologías mejores y peores. También las hay irregulares. Pero rara es la que no reúne tres o cuatro joyas que justifican la edición y su lectura. Es lo bueno de tener un menú variado: siempre habrá algún plato de tu gusto. Son muchas las ventajas.
Los lunes paso la tarde en el hospital Clínico, y recuerdo cómo un paciente a quien le gustaba mucho leer me comentaba que, desde que estaba enfermo, era frustrante hacerlo. No tenía la misma capacidad de atención, se cansaba pronto y en las tramas complejas perdía el hilo. Le entristecía no poder leer como antes, y había abandonado cualquier intento. Le sugerí que probara con libros de relatos y microrrelatos. Lo hizo y funcionó.
Hoy en día, que se lee tanto en el móvil, que la gente se impacienta, que lo quiere todo ya, este género literario puede seducir a nuevos lectores para el futuro. Tal vez por todo ello, y porque últimamente he leído varias antologías, me he animado a publicar los relatos que tenía escritos desde hacía tiempo, e incluso he tenido el atrevimiento de incluir algún microrrelato. En mi web se han podido leer la mayoría hasta hace muy poco, y algunos forman parte de antologías colectivas editadas, aunque ya difíciles de encontrar, como explico en la sinopsis ―por si algún lector asiduo a mis escritos piensa que son todos nuevos y luego se encuentra con que ya los ha leído―, pero creo que ha quedado un libro entretenido y variado. También me ha animado el que muchos lectores se quejaban de no poder leerlos en papel, solo en la web y a saltos. Así ha surgido Breverías: Relatos para lectores impacientes, que está a la venta en Amazon ―en papel y en digital― y del que al menos un ejemplar irá a parar a esa biblioteca del hospital.
Sinopsis de Breverías: Relatos para lectores impacientes
Una carta del tarot, fantasmas, videntes, fugitivos de una guerra, responsables de recursos humanos, brujas de cuento, estudiantes de medicina frustrados, canallas de distinto pelaje, mundos futuros, fondos marinos, actores y bambalinas… Todo esto y mucho más cobra vida en estos doce relatos y cinco microrrelatos que Marta Querol ha reunido en esta variada antología. En ella se aúnan géneros tan dispares como el humor, el thriller, el erótico, el terror, la denuncia social o la narrativa contemporánea, con el denominador común del factor sorpresa. Una lectura rápida y directa para lectores impacientes. Alguno de los relatos ha sido publicado previamente en otras antologías colectivas, como El intruso (Relatos de amor y guerra), El ermitaño (Del Loco al mundo), Amores de teatro (Entre Bambalinas) y la mayoría han estado disponibles en la página web de la autora.
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Autor: Marta Querol. Título: Breverías: Relatos para lectores impacientes. Venta: Amazon
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