Foto de portada: Pascal Ito © Flammarion
En noviembre de 2022, Brigitte Giraud (Sidi-Bel-Abbès, Argelia, 1960) se alzó con el premio Goncourt de novela con Vivir deprisa, donde analiza todos los condicionantes que podrían haber evitado el accidente mortal de su marido, acaecido en 1999. Esta obra ha sido publicada en España, con traducción de María Teresa Gallego Urrutia, por la editorial Contraseña. En este mismo sello pueden encontrarse las otras dos obras de Brigitte Giraud disponibles en español: Tener un cuerpo y Ahora (donde la autora narra los momentos posteriores al mismo accidente de Vivir deprisa).
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—Vivir deprisa se abre con una cita de Patrick Autréaux que dice: «Escribir es verse conducido a ese sitio que se querría evitar». En 2001, usted publicó Ahora, donde relataba los días que se sucedieron a la muerte de su marido. Veinte años después ha publicado Vivir deprisa, donde detalla todas las circunstancias que podrían haber evitado el accidente de su marido. ¿Por qué decidió volver sobre esa historia veinte años más tarde?
—Ahora es un libro escrito dos años después del accidente, y es por tanto un libro que habla de la conmoción, de la deflagración y del duelo, de cuando se está en el ojo del huracán, en pleno caos. Vivir deprisa, por el contrario, es un libro que habla de la vida, la nuestra y la de los demás. Es también un libro de amor y el retrato de un hombre. He guardado silencio durante veinte años porque este libro me aterraba. Tenía miedo de malograrlo, así que lo iba posponiendo y escribía otros libros. Este libro es una investigación, una búsqueda de la verdad, y la verdad es a veces aterradora. Además, tenía miedo de no estar a la altura: de ese hombre, de la historia de amor y del acontecimiento. Necesitaba una distancia adecuada para escribir con la mayor libertad posible y con toda mi energía.
—En algunos casos, la escritura puede ser terapéutica. Para usted, ¿escribir sirve para curar las heridas o para abrirlas de nuevo?
—Escribir no está hecho para curarse. Vivir deprisa es una construcción literaria y no una tentativa de terapia. Hay que estar bien para escribir. Escribir no te cura de nada. Es una declaración de impotencia. No cambia la realidad. Su única virtud es la de cambiar la relación que mantenemos con la realidad. Este libro es un intento de comprender lo incomprensible y de dotar de sentido a lo que no lo tiene. De ahí la necesidad de escribir.
—¿Siente un conflicto como escritora al hacer literatura con una experiencia tan dolorosa?
—No, porque no es más difícil escribir un libro muy personal que una novela. La fuente es la misma. Es necesaria una gran precisión en la escritura y en el tono, y estar a la distancia adecuada, para nunca caer en la complacencia y suscitar emociones fáciles. Por eso tuve que esperar veinte años. Pero lo íntimo tan solo me interesa porque está ligado a lo colectivo. No se trata tanto de hablar de mí, sino de mirar cómo estamos todos conectados. Eso es lo que me ha enseñado la escritura de este libro. Es un libro que está totalmente enfocado en los demás, es una galería de retratos: Paco Rabanne, el naturalista Émile Guimet, el ingeniero Tadao Baba, la reina Astrid, Stephen King y un montón de músicos de rock. Es un libro sociológico y político que muestra la crueldad del liberalismo y la forma concreta en que nos afecta.
—¿Ha escrito este libro con el corazón o con el cerebro?
—Este libro está, por supuesto, ligado a la emoción, pero la escritura permite ponerla a distancia, organizarla y colocar en primer lugar la construcción literaria. La emoción nunca debe tomar al lector como rehén. Eso es algo que me horroriza y he intentado que la escritura sea contenida y estimulante.
—¿Considera Vivir deprisa una novela?
—Sí, es una novela. Es un libro que reorganiza la realidad, que la pone en perspectiva, es una multitud de puntos de vista. Es una novela autobiográfica y también una declaración de amor. Pero a la vez es un libro que trata de reflexionar sobre la cuestión de la pesadumbre y que sigue buscando una salida. Este libro, tal como está construido, trata una vez más de encontrarle a esta historia un final diferente. Es como una última tentativa, aun sabiendo que la escritura es impotente. Si una sola de las 23 piezas del puzle (los 23 capítulos) no se ensambla, el accidente no puede producirse.
—La escritura de Vivir deprisa, y también la de Ahora, es muy límpida, muy directa, sin florituras. En Ahora, cuenta que, cuando tuvo que darle a su hijo la noticia de la muerte de su padre, consultó a su pediatra y este le aconsejó que le dijera la verdad usando palabras sencillas. ¿Decidió usted seguir ese mismo consejo al adoptar el estilo literario de estos dos libros?
—El estilo literario viene de la precisión, de la búsqueda de la exactitud. Hay que evitar a toda costa la complacencia, la facilidad emocional. Este libro es una investigación que he tenido que llevar a cabo para descubrir todo aquello de nuestra vida que había podido conducir al accidente, cómo cada una de nuestras decisiones (las mudanzas, las citas, los viajes profesionales, tener un hijo, vivir en tal o cual barrio, telefonear a tu madre, comprar una casa, hacer un favor a tu hermano…) había podido provocar una concatenación que propiciara el accidente. Es como un árbol genealógico de la catástrofe. He tenido que escribir este libro porque el accidente no tiene una causa aparente y, por tanto, no tiene sentido. Y un cerebro humano no soporta lo que no tiene sentido. Escribir Vivir deprisa ha sido una forma de darle sentido a lo que no lo tiene, de comprender lo incomprensible, de hacer soportable lo insoportable. Además, los días, las semanas y los meses anteriores al accidente hubo señales extrañas —que no quise ver—, coincidencias raras, casualidades inquietantes… Había que poner orden en todo eso por medio de la escritura.
—En su libro, relata todas las circunstancias que podrían haber evitado la muerte de su marido: «Si no hubiese querido vender el apartamento, si no hubiésemos tenido las llaves de la casa de antemano, si hubiese aceptado que mi hijo se fuese de vacaciones con mi hermano, si hubiese llovido…». ¿Cree usted en el destino?
—Elegí ese ángulo porque nada sucedió como estaba previsto en los días y en las semanas previos al accidente. Quise mirar de cerca esas diferentes formas de actuar que provocaron un engranaje fatal. Es casi un thriller existencial. La primera disfunción es la casa que me empeñé en comprar y que no estaba a la venta. Después está esa moto que estaba prohibida en Japón, donde se había fabricado, porque se consideraba muy peligrosa, y que se había reservado a la exportación en Europa. Y también aquella llamada telefónica que yo tenía que hacer… Vivir deprisa examina el destino, esa palabra que en árabe es maktub y que quiere decir: «Estaba escrito». Trato de ver si el accidente estaba escrito o si, por el contrario, fue fruto del azar (otra palabra que viene del árabe y que significa «juego de dados»). Es un libro que examina también el azar y, sobre todo, el determinismo: el determinismo social, político, histórico… ¿De qué son el resultado nuestras vidas? ¿Y cuáles son las consecuencias de cada una de nuestras decisiones? No tengo una respuesta, pero quería poner en funcionamiento lo que se denomina el efecto dominó, observar de cerca el curso de las cosas, la relación causa-efecto.
—Cada una de esas circunstancias que podrían haber evitado la muerte de su marido está desarrollada en un capítulo diferente. Sin embargo, hay una circunstancia muy trágica que no está prácticamente desarrollada: el suicidio de su abuelo, gracias a cuya herencia pudo usted comprarse una casa. En el capítulo dedicado a este asunto, se trata solo de pasada. ¿Por qué no desarrolló más este tema?
—Creo que doy algunos elementos importantes sobre el suicidio de mi abuelo, pero, por una cuestión de decoro y por respeto a otras personas de la familia, no estaba dispuesta a hablar de este tema. No quería añadir drama al drama. Pero habría mucho que contar.
—En otro capítulo, como ha señalado anteriormente, denuncia que la moto japonesa que conducía su marido, la Honda 900 CBR Fireblade, estaba prohibida en Japón por ser demasiado peligrosa, pero podía venderse en Europa sin problemas. En este sentido, ¿trata de hacer también con Vivir deprisa un ajuste de cuentas?
—No, la escritura no debe ser jamás un ajuste de cuentas, pero no creo haber renunciado a nada ni haber desistido de nada. Al contrario, lucho con más fuerza contra la mediocridad, contra la mentira, contra el liberalismo, contra una sociedad que alienta la vulgaridad, la traición y la violencia en todas sus formas. A menudo estoy en cólera, y la cólera es un buen carburante. Por el momento, la compañía Honda no ha reaccionado. El libro saldrá pronto en Japón. Pero no es Honda la principal responsable, sino la Unión Europea, que permitió que esa moto se importase. Digamos que los dos comparten responsabilidad.
—A lo largo de todo el libro le recuerda constantemente al lector que, en la época del accidente, no había casi internet, que la gente no usaba móviles, que las formas de comunicarse eran muy diferentes. ¿Siente usted nostalgia de ese mundo?
—Tal vez nostalgia no sea la palabra, pero sí un cierto pesar. El mundo era menos violento, socialmente hablando. Las cosas no eran tan comunes y las cuidábamos más. Podíamos esperar semanas a que un disco llegara de Estados Unidos. La espera y nuestra relación con el tiempo daba valor a las cosas y a las personas. Habría tanto que decir sobre este asunto… El liberalismo lo devora todo y lo convierte en mercancía, incluyendo la relación entre los seres humanos. Es aterrador.
—Vivir deprisa obtuvo el premio Goncourt tras 14 votaciones, y fue necesario el voto de calidad del presidente del jurado para deshacer el empate con la novela del otro candidato. ¿Cuál fue su reacción cuando supo que había ganado tras una votación tan ajustada?
—En las votaciones casi siempre se dan estas situaciones, solo que generalmente no se sabe, ya que se supone que las deliberaciones deben permanecer secretas. Simplemente recibí el premio con una gran alegría, pero también me pregunté si se podía ver en él alguna señal, puesto que el número 22 tiene un significado especial en el libro. Y recibir el premio en 2022 es un guiño adicional.
—¿Qué importancia le da al premio Goncourt en una carrera literaria?
—El premio Goncourt no cambia la naturaleza de las cosas. Permite poner el foco sobre mis novelas anteriores, que son muy importantes para mí, y en especial Un loup pour l’homme [inédita en español], que habla de la guerra de Argelia y de lo que allí vivió mi padre. Las traducciones a numerosos países me dan mucha alegría. Desde que he publicado este libro, me siento más tranquila. El premio me ha aportado serenidad y me da una gran energía para seguir escribiendo. Pero no va ser ahora mismo.
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Autora: Brigitte Giraud. Título: Vivir deprisa. Traductora: María Teresa Gallego Urrutia. Editorial: Contraseña. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Está señora sabe muy bien lo que dice y lo que vende. Critica el liberalismo (o sea, la democracia) en nombre del comunismo, pero sin nombrar el comunismo, porque le da verguenza declararse comunista, que es la ideología más cruel y genocida de la historia, por encima del nacionalsocialismo. Sus argumentos son delirantes y cínicos, porque habla contra el mercantilismo pero ella no regala sus libros ni sus derechos de autor. Así es la hipocresía de la extrema izquierda. Sorprende que Zenda le dé cancha a una autora tan extremista que si tuviera poder cancelaría Zenda.