En una de sus últimas obras, El mejor libro del mundo, tan excelente como mal interpretada, Manuel Vilas dedicaba, a lo largo de esas páginas, encendidos elogios al escritor nacido en Praga. Aseguraba que lleva “cargando” con él toda la vida, al tiempo que lo compara con nuestro Jorge Manrique, que tanto adoraba a su padre, en tanto que el autor de América lo detestaba; si bien pudieron coincidir en la consiguiente inmortalización de ambos progenitores. Y páginas más adelante, Vilas, sin cortarse un pelo, afirmaba —sigo hablando del libro de 2024— que Kafka es, sin la más mínima duda, el mejor escritor de la historia, el Elvis Presley de la Literatura. Para concluir con el hecho de que, frente al resto de autores, Franz Kafka es el único que no envejece, y la razón no es otra que ser un enviado de Dios, equiparándolo con el mismísimo Jesucristo.
Llama “ñoño” al “típico escritor, español o de cualquier nacionalidad, que desprecia la obra de Kafka porque intentó leerla y como no se parecía en nada a lo que él o ella estaba escribiendo decidió que eso no valía una boñiga”. Y luego se dirige, con el látigo en la mano, a esa cuadrilla de escritores que odia sistemáticamente a Kafka por la sencilla razón de que en él no hay ni una sola frase estúpida, sólo mensaje. Y eso, cuando es una virtud ajena, resulta intolerable.
Diríamos que, en apariencia, se trata de un libro muy personal, marca de la casa, en donde Vilas da rienda suelta a lo que le bulle por dentro en materia literaria. Y no erraríamos demasiado en nuestro criterio. Pero nos quedaríamos muy cortos si nos conformáramos sólo con eso. Porque Manuel Vilas, que es zorro viejo, que viene del mundo de la filología y que fue cocinero antes que fraile, no deja de lado todo el aparato bibliográfico existente sobre la vida y la obra de tan soberbio escritor. A saber: el inevitable Max Brod, al que tanto le han zurrado, injustamente, la badana, Borges, Canetti, Gustav Janouch o Wagenbach; en definitiva, los biógrafos clásicos, los de cabecera, los más conocidos, los imprescindibles, que sirven no tanto para enredar, en un ensayo que resulta, además de conmovedor, de una limpieza increíble y de una prosa modélica, sino para dejar constancia de que el autor de estas páginas ha sabido explorar entre quienes, cada uno en su momento, intentaron aclarar el misterio y la magia de su existencia, su razón de amor.
Después de la introducción, Vilas inicia su “Diccionario Kafka”, que es, por fortuna, de todo menos un diccionario, aunque se respete el orden alfabético de los nombres o de los asuntos tratados. En esas “palabras previas para un diccionario sobre el mejor escritor del mundo”, Vilas insiste en que no es sólo un simple lector de Kafka, como lo podríamos ser todos nosotros, sino un enamorado del autor, hasta el punto de que “yo no me habría convertido en escritor si no hubiera leído a Franz Kafka”. Y tras ese arranque demoledor se nos proporcionan algunos datos que están entre lo puramente objetivo, por lo que no se admite contestación alguna —como el hecho de que Kafka midiera ciento ochenta y dos centímetros, y pesara sesenta y un kilogramos, lo que habla de una figura ciertamente estilizada y en muy buena forma—, y lo personal y, por lo tanto, cuestionable. En este último caso, se insiste en el hecho de que El castillo es su obra más rutilante, más luminosa, a pesar de moverse entre las tinieblas. A Vilas —al menos, eso dice— le deprimen aquellos lectores que sólo conocen La metamorfosis, aunque sea el modelo de una autoficción perfecta. Su recomendación, por lo tanto, sería atacar las tres narraciones largas de Kafka: América, El proceso y El castillo, “por ese orden”.
En el “Diccionario Kafka” Vilas habla de esa pequeña congregación de escritores fascinados por Kafka; y, para asombro del lector, lo que en verdad desearía es guardar en su despacho, encima de su propia mesa, la calavera de Kafka, y cogerla con la mano derecha todos los días “y mirarla una y otra vez”. Como en El mejor libro del mundo, Vilas se pone serio y lamenta el que ciertos autores, como el propio Kafka, estén ausentes en las clases de literatura de los centros universitarios, que son, se supone, las catedrales del saber. Que no te expliquen a Kafka en una carrera universitaria resulta kafkiano.
En su intento de poner en claro quién fue y qué representa la figura de Kafka, Vilas no pasa por alto la presencia de ciertas mujeres en su vida: Milena, principalmente —el ser humano, apostilla, que mejor entendió a nuestro escritor—, y la joven polaca Dora Diamant, cuyas cartas fueron incautadas, no se sabe si destruidas, por la Gestapo y que podrían aparecer cualquier día.
No pasan inadvertidos ciertos pasajes de la obra, en donde asoma el humor, como aquel en el que confiesa su enamoramiento de Kafka, por ser, además de excelente escritor, muy bien parecido, frente a otros novelistas como Flaubert, que era feo y gordo, o Tolstoi, con esas barbas ridículas y esa cara de cura chiflado. Manuel Vilas pone frente a frente a autores como García Lorca —cuya fama, asegura, irá decreciendo— y el propio Kafka; o a Elvis Presley y el genial checo, a los que unía un poco el tupé y también el baile: el uno bailaba con la vida en un escenario, el otro con la vida en un libro.
El Vilas más Vilas de esta pequeña joya dedicada a Kafka aparece en todo su esplendor cuando escribe sobre “El tío de Madrid”, el tío Alfred, que andaba por la capital de España ejerciendo su profesión; y se pregunta sobre qué pensaría el buen hombre de la Puerta de Alcalá o de la Puerta del Sol o de la Plaza de Cibeles; e insiste en saber en dónde pudo vivir, en qué piso; y qué se hizo, finalmente, con la ropa que dejó a su muerte el tío de Madrid.
Pero con lo que sueña Vilas, y así lo expresa a corazón abierto, sin poder contener la emoción que le embarga, cuando la obra ya toca a su fin, es que un día cualquiera suene el teléfono de su casa y al descolgar alguien diga al otro lado: “Buenas tardes, soy Franz, Franz Kafka, cómo estás, Manuel”. Y queden para charlar un rato. Al menos, un par de tardes.
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Autor: Manuel Vilas. Título: Dos tardes con Kafka. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros.
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