¿Podemos reírnos de todo? ¿Qué relación hay entre la censura, el humor y el poder? En un mundo donde la la ironía y el sarcasmo siguen siendo una importante herramienta para revelar verdades incómodas, el nuevo libro de Iñaki Domínguez muestra cómo, desde tiempos inmemoriales, los bufones han usado el humor no solo para entretener, sino para cuestionar el orden establecido y desafiar las normas.
A continuación ofrecemos un fragmento de Bufones (Ariel), de Iñaki Domínguez.
Nietzsche fue capaz de reconocer una situación muy actual ya a finales del siglo XIX, aunque hoy tal inclinación hacia el nihilismo extremo se ha exacerbado de modo radical. Vivimos en una cultura descreída a la máxima potencia, un hecho que tiene mucho que ver con la pretensión de asesinar la verdad por vía de la censura y destrucción del humor. Digamos que la verdad no es tolerada en ninguna de sus formas, ya que interfiere con la ideología y los intereses del poder.
«¿Qué es esencialmente la moral?», dice de nuevo Nietzsche. «El instinto de “decadence”, los agotados y los desheredados, que, de esta manera, vengándose, se sienten señores». Ya Nietzsche supo ver parte del problema hace bastante más de un siglo: «Hoy todo es completamente falso, todo son “palabras”», nos dice. Hoy viviríamos una época particularmente «civilizada», análoga a «épocas de intolerancia para las naturalezas más espirituales y más osadas. La civilización quiere algo diferente a lo que quiere la cultura: quizás algo contrario…»
Toda ética muta con el tiempo y se vuelve «una historia de la mentira y del arte de la calumnia al servicio de la voluntad de poderío (de la voluntad de rebaño, que se rebela contra los hombres más fuertes)». Es decir, que el rebaño se escuda en la moral del momento para ejercer su poder. Los grandes predicadores de la moral han sido siempre aquellos que se han escudado en esta con la intención de acumular poder. Este mecanismo, sin embargo, es hoy ejercido principalmente por vía de procesos colectivos, por medio de internet, etc. La cancelación o castigo de una persona o individuo destacado o famoso es una forma de compensar una falta real de poder que tiene el acusador en el mundo de los hechos, de la vida cotidiana.
Digámoslo abiertamente, los nuevos puritanos son fariseos, nada más. Pero definamos primero a estos últimos. Eran los fariseos «un grupo religioso judío de la época de Jesús que se caracterizaba por observar escrupulosamente y con cierta afectación los preceptos de la Ley mosaica; en general, se interesaba más por la manifestación externa de esos preceptos que por seguir el espíritu de la Ley». De ahí que el término fariseo haya venido a significar con el tiempo la persona «hipócrita [que] finge una moral, unos sentimientos o unas creencias religiosas que no [atesora, realmente]».
Concretamente hoy, en una época de particular exposición mediática y digital, muchos tratan de aparentar decentes, y lo hacen a través del ataque a las cabezas visibles, o supuestos pecadores reconocidos. Pero lo evidente es que dichos pecadores, en la mayoría de los casos, no han incurrido en faltas mayores que las cometidas por sus mismos perseguidores, sino que tienen en su contra la fama, fundamentalmente.
Por poner un ejemplo, ¿quién habría de chivarse cobardemente de las “maldades” de una ex pareja si a esta no la conoce nadie? ¿Quién habría de hacer caso a alguien si dijese que una ex novia anónima le dio una patada en la entrepierna o le arañó la cara en un arrebato de ira? Si la persona acusada no es famosa, sencillamente no hay boicot posible, no hay nada que cancelar. La cosa cambia, claro está, cuando los infractores son conocidos por muchos, o incluso por todos.
Por otro lado, las personas sin poder son casi siempre «buenas», puesto que carecen de tentaciones. ¿Quién entre ellos habrá de caer en la tentación si su impotencia le impide necesariamente ser malos? Como dice Nietzsche en su Zaratustra: «Pero ésta es la verdad: los buenos tienen que ser fariseos, – ¡no tienen opción!» Han de ser buenos puesto que solo el poder es objeto de grandes tentaciones. La gente famosa, de quien se dice a menudo que son viciosos, unos «monstruos», y cosas por el estilo, no son tan diferentes al resto de mortales. Lo que ocurre es que se ven sometidos a mil y una incitaciones por parte de aquellos que quieren llamar su atención. De gentes que, a su vez, se ven seducidas irremediable e irresistiblemente por el poder de fama y celebridad. La gente de cierto renombre ocupa una posición sensible en el mundo, algo que acontece tanto hoy como antaño.
De los puritanos de la actualidad diría Nietzsche, como dijo en su Zaratustra: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos muertos y de podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes».
La palabra hipócrita viene mucho al caso, pues sirve para definir muy adecuadamente a las masas enfervorecidas de justicieros de la moral (hoy dominantes en internet y en otros foros). Originalmente significaba actor. Este término proviene del latín tardío hypocrisis y del griego ὑπόκρισις (hypokrisis), que significan «actuar», «fingir». También se puede «entender como viniendo del griego hypo que refiere a la «máscara» y crytes que significa «respuesta», por lo que la palabra significaría literalmente «responder con máscaras».
Gran parte de la sociedad es hipócrita, finge indignación moral cuando no llega ni de lejos a alcanzar los estándares éticos que exige para otros. Pero, claro, ¿qué más da? La persona de a pie comete sus faltas morales en privado, y a nadie le interesan estas, naturalmente. Es, pues, desde el anonimato que se trata de condenar y destruir, principalmente, a cómicos y profesionales del arte, los dos camposantos en los que la verdad tradicionalmente ha podido ser expresada sin interferencia de la burda y farsante moral populachera.
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Autor: Iñaki Domínguez. Título: Bufones. Editorial: Ariel.
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