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Búscame casita, niño

La aparición de las cartas que, hasta hace unos días, se creyeron perdidas, dirigidas por Galdós a su amiga y amante la condesa de Pardo Bazán, unido al centenario de la muerte de doña Emilia, que se cumple en este 2021, ha reactivado el recuerdo de una de las mejores escritoras europeas de todos los tiempos. Su nombre, sin embargo, por inverosímil que pudiera parecer, ha sido silenciado en los círculos del feminismo, acaso por haber sido mujer rica, aristócrata, de derechas, monárquica y católica. Bagaje harto suficiente para dejarla de lado y ensalzar a otras heroínas con menos méritos.

Por si alguien alberga aún la menor duda, en 1866, con apenas once años de edad, esta niña prodigio y con las ideas muy claras, escribe un poema en endecasílabos cuyos primeros versos rezan así:

¡Y este sexo tan bello, que Dios mismo
al hombre concedió por compañero,
lo quieren condenar con vandalismo
a cuidar de un prosaico puchero.

La poesía, está claro, no era lo suyo, pero aquí lo que importa es el fondo.

"A don Benito no le gustaba visitarla el día en que ella recibía en casa. Por si las moscas"

En una monografía publicada en 2007 por Eva Costa, esta estudiosa de la escritora gallega trazaba así, sin maquillaje alguno, su perfil: gruesa, corta de vista, amante del aseo, la moda, el lujo, el champán, el café, el chocolate, los viajes, los toros, el teatro y la música religiosa. Por el contrario, odiaba con toda su alma, el calor, las aglomeraciones y, sobre todo, la estupidez y la falta de delicadeza.

Estuvo a punto de ser la primera académica española de la historia, arrebatándole ese honor a la cartagenera Carmen Conde, que lo conseguiría nada menos que un siglo después. Su admirado Galdós, con la jocosidad propia del canario, tuvo que frenar sus ímpetus y le recomendó tener paciencia y esperar algún año más, puesto que “hay lo menos docena y media de vejestorios que están al caer, maduros como peritas”. Pero doña Emilia, que era una mujer brillante y de inteligencia preclara, amén de excelente escritora, contaba con muchos y poderosos enemigos dentro de la, por entonces, sacrosanta institución. Uno de ellos fue el novelista Juan Valera, quien, con escasa gracia y pésimo gusto, escribe a su amigo el dramaturgo Tamayo y Baus mofándose de las inquietudes de la Pardo Bazán, y recomienda que alguien, a propósito de los sillones de la Academia, le diga con toda claridad: “Usted no puede sentarse en ellos cómodamente; su circunferencia es mayor que la nuestra”.

Doña Emilia y Pérez Galdós mantuvieron una larga relación erótico-sentimental que ahora, tras el hallazgo de estas nuevas cartas, parece mucho más intensa y “térmica” de lo que habíamos imaginado. A don Benito no le gustaba visitarla el día en que ella recibía en casa. Por si las moscas. Amén de ser en extremo pudoroso. Pardo Bazán aún era, oficialmente, mujer casada y con hijos, aunque ya no convivía con su esposo. Y Galdós un soltero ilustre que, aunque gozaba de cierta independencia, compartía hogar con sus hermanas y sus sobrinos. Se impone, pues, el secreto más riguroso para sus furtivos encuentros. Se suceden, como en una película de misterio, las citas clave, los encuentros ocultos y las cartas cifradas a las que sólo les faltaba autodestruirse después de su lectura.

"Doña Emilia sabe que Galdós no podía pertenecerle por completo, ni podía exigirle fidelidad"

Y qué decir si sus amigos progresistas, los de Galdós, hubieran sabido que sostenía una relación prohibida con una conservadora de tomo y lomo. Y las amigas de ella, con un tipo republicano y ateo. Ambos compartían no sólo la pasión de la carne, sino también el buen gusto por la literatura, el sentido del humor, la afición a la pintura y el amor por los animales.

El autor de Fortunata y Jacinta hacía, además, las funciones de consejero. Cuando la Pardo Bazán decide vivir en un piso más amplio y cómodo, esta le manda el siguiente recado: “Búscame casita, niño”, convirtiendo así a todo un Pérez Galdós, una gloria nacional, en un improvisado agente inmobiliario. Doña Emilia sabe que Galdós no podía pertenecerle por completo, ni podía exigirle fidelidad. De ahí que asuma que don Benito se vea de vez en cuando con otras, y apostilla: “No tengo derecho a disputarte a nadie”. Pero, más adelante, en esa misma misiva también le deja claro otra peliaguda cuestión, aunque vista desde la otra orilla: “Queréis que nosotras seamos unas estatuas de piedra berroqueña, insensibles a las influencias del medio ambiente, la noche y la ocasión”.

La condesa de Pardo Bazán murió un año después que Galdós. Un 12 de mayo de 1921. Esa misma noche todo el personal de los periódicos trabajó sin descanso. Dos días después, con ese sol que tanto odiaba doña Emilia en todo lo alto, se celebró un entierro multitudinario al que no asistió ni una sola mujer.

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