Tal y como vimos en la entrega anterior, la clave del desarrollo en cualquier aspecto de la vida reside en la acción. Conviene señalar que, en ocasiones, la quietud y la espera también son formas de la acción que deberemos aprender a cultivar. La idea clave es tener muy claro que si queremos llegar a alguna parte, primero tendremos que saber dónde queremos llegar (os sorprendería saber la cantidad de gente que, a poco que rasques, adviertes que no lo tiene muy claro), y después tendremos que movernos, que modificar aquello que nos impide avanzar, ejercitando la humildad y una actitud flexible ante el devenir de los acontecimientos. Esto reafirma la popular frase, en grado meme, de Albert Einstein: «No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos». Sólo podemos resolverlos pensando de manera diferente… o actuando de otro modo.
En la entrada de hoy profundizaremos en el concepto de la «acción», base de todo cambio; examinaremos el modo de calibrarla y ponerla al servicio de nuestros intereses y al servicio de los demás; profundizaremos en los conceptos de timing y pondremos de manifiesto algunas aplicaciones prácticas del concepto taoísta de wu wei (o la «no acción», de acuerdo con los textos de los máximos exponentes de dicha filosofía —todo lo «contrario» del bushido— como son Lao-Tse, Zhuangzi y Lie Zi). Y, a modo de bonus track, sabremos un poco más de la trayectoria de nuestro escritor o escritora con grandes aspiraciones que, por fin, ha conseguido ver su novela publicada y necesita que la noticia llegue a oídos del mayor número de lectores y lectoras posible.
Pero antes de eso, regresemos al dojo. Está a punto de comenzar la práctica de aikido. Dos oponentes se saludan. Tori (el que aplica la técnica) se dispone a atacar y uke (el que la recibe) debe responder al ataque. Este escenario nos permitirá introducir un concepto clave en el dentro y fuera del «cuadrilátero». Se trata del concepto de timing. Cuatro son las situaciones posibles: o que tori se precipite demasiado o que se quede corto; o que uke se anticipe en la defensa o que lo haga demasiado tarde. Por supuesto, también cabe la posibilidad de que ambos se adelanten o retrasen a la vez, pero estaríamos en otra situación distinta a la que quiero dibujar ahora. En los dos primeros casos, el resultado será el mismo: la pérdida de la oportunidad de golpear al contrincante. Uke, por su parte, si se adelanta demasiado, permitirá que su oponente varíe la estrategia, y si actúa muy tarde correrá el riesgo de no poder impedir ser golpeado. Ajustar por tanto el timing significa actuar en el instante preciso: ni antes ni después.
Este principio se puede aplicar a todo.
Apliquémoslo a un ejemplo literario. Para ello, nada mejor que recurrir a nuestro escritor o escritora novel. Parece que ya ha encontrado editorial. No sabemos si se ha hecho rico o rica, pero sí que ahora se ve en la tesitura de dar a conocer su trabajo. Para eso, tiene que lanzarse a gritar a los cuatro vientos las virtudes de su libro. Y puede hacerlo aplicando el concepto de timing o desaprovechándolo. Lo habitual suele ser que nuestro sujeto empiece a inundar las redes sociales (o los emails y whatsapp de sus amigos y conocidos, horreur!) con mensajes que pongan de manifiesto la grandeza de su novela (¿recuerdas, esa que «no te dejará indiferente»?), enlaces de venta, comentarios positivos, etcétera. No está nada mal. Después de todo, ¿quién no se ha visto en esa situación? Ahora bien, el abuso de esta técnica hará que pierda fuerza o que lo confine al terreno de la legión de aspirantes.
Imaginemos que la novela se lanza en octubre, y que estamos en julio. Si comienza a disparar mensajes a discreción, sólo conseguirá agotar a su audiencia, convirtiéndose en una especie de spammer que únicamente generará o bien rechazo o bien un molesto «ruido blanco» que se perderá en la marea de entradas de Facebook, Instagram o Twitter. Por otra parte, si se duerme en los laureles, aunque suele ser la opción menos frecuente, o no juega bien sus cartas, perderá el impacto del lanzamiento.
Parece evidente que tendrá que tomar una decisión, con calma pero sin eternizarse. A esto apunta el Hagakure cuando afirma aquello de «Decídete en el lapso de siete soplos […] Si un hombre duda mucho en tomar una decisión, se quedará dormido». En pocas palabras: salvo en contadas ocasiones, el timing perfecto tiene lugar entre la inmediatez y la dilación. Es aquí donde entra en juego el segundo concepto: el de wu wei. Lejos de suponer una llamada a la inacción o la pasividad, hace referencia al hecho de que no siempre nuestra actuación será beneficiosa. Por mucho que nos duela (si es que lo hace), tenemos que asumir que, en ocasiones, lo mejor que podemos hacer es fluir, dejar que los acontecimientos sigan su curso; no intervenir.
Deseo poner un ejemplo tomado de mi propia biografía, no porque tenga la menor intención de publicitarme, sino porque sí considero que supone un gesto de buen gusto predicar con el ejemplo. A fin de cuentas, si alguien pretende enseñaros a «conseguir vuestro Ferrari», haréis bien en pedirle que os muestre el suyo. Para evitar cualquier rastro de sospecha, ni siquiera mencionaré el nombre de la novela en cuestión. Sí diré que fue originalmente publicada el 21 de diciembre de 2012, día que coincidía con el supuesto fin del mundo según el calendario maya. Sin duda, podría haber puesto los cañones en marcha mucho antes, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de la secuela de una novela que se había convertido en un pequeño éxito de ventas. En lugar de eso, decidí detenerme, ejercitar el wu wei. ¿Diciembre? ¿Campaña de navidad? ¿Todos los y las grandes de gala? ¿Para qué diluirme en un océano que se había tragado a hombres y mujeres mejores que yo?
Dediqué los meses previos al lanzamiento a promocionar el trabajo de otros compañeros y compañeras, a establecer un diálogo amable, sincero y desinteresado con mi audiencia. En definitiva, a vivir y disfrutar de la vida. A enfriar la maquinaria. A olvidarme de mí y de mi «importantísimo» trabajo.
Hice lo posible por actuar como un gato perezoso.
Finalmente, llegó diciembre. Yo tenía bastante claro que el fin del mundo no iba a tener lugar, de modo que planteé un simpático reto a mi pequeño pero fiel ejército de lectores y lectoras (a quien mando un abrazo desde lo más profundo de mi corazón. Nunca se les agradece lo suficiente su apoyo)): ¿por qué no pulverizamos el algoritmo de Amazon? ¿Por qué no dejamos claro que el mundo no va a desaparecer hoy? ¿Por qué, aquellos que estén interesados, no se hacen con la novela a las 12:00 de ese día? La broma cayó en gracia y la novela se situó en el número uno de ventas en menos de veinticuatro horas (repito que este detalle no es lo importante de la historia).
¿Por qué salió bien la jugada? Porque implicaba a los demás. Y lo hacía de un modo lúdico, que acariciaba el deseo de toda persona de sentirse valorada e importante. La cosa no iba de comprar un libro (había otros mucho mejores, ¡y había otros momentos para hacerse con él!). La cosa iba de algo mucho más interesante: de jugar a «David contra Goliat», ¡y ganar!, de colaborar con un escritor, de salir de la rutina, de sonreír…
Convendría recordar las palabras de Dale Carnegie, el maestro en habilidades sociales, cuando planteaba que es absurdo tratar de convencer a los demás de que vean las cosas a nuestra manera y de acuerdo a nuestros intereses, porque al resto le pasa exactamente igual que a nosotros: que quieren o les interesa… lo que quieren o les interesa a ellos. Es natural.
Por otra parte, tampoco creo que la broma hubiera tenido mucho éxito si me pasase la vida pidiendo cosas (algo que evito a toda costa). Pero ésta es otra cuestión.
La acción sólo tendrá un impacto óptimo si viene respaldada por una actitud sincera. Es por ello que la semana que viene os invitaré a profundizar en dos temas frecuentes en los textos dedicados al bushido, como son palabra y honor.
Mientras tanto, deseo cerrar esta entrada recordando que la acción es algo que debe entrenarse poco a poco. Debemos pulir nuestro sable con perseverancia y dedicación. No nos conviene acomodarnos en la improvisación. Como sugiere Miyamoto Musashi en El libro de los cinco anillos, «para los carpinteros, un hábito esencial es tener afiladas sus herramientas y mantenerlas a punto».
Mucho más explícita es la postura de Jocho Yamamoto, con cuya transcripción y una pequeña bomba de humo os digo «hasta luego»:
Un samurái que espera a enfrentarse a situaciones difíciles para aprender a salir de ellas no está iluminado. Un samurái que se preocupa por anticipado de todas las situaciones y de sus posibles soluciones es sabio. Gracias a ello le será fácil enfrentarse brillantemente a la situación cuando ésta se presente. Se trate de lo que se trate, un samurái iluminado es aquel que se preocupa anticipadamente de los detalles de la acción. Un samurái poco previsor da, por el contrario, la impresión lamentable de chapotear en el embrollo, y su resolución no tendrá más que una desgraciada oportunidad. Sólo el samurái negligente relega todas las eventualidades antes de que llegue la acción.
***
Por lo general no suelo criticar el comportamiento de los demás, pero dado que estudiamos la vía del samurái, debo añadir esto: si no se enfrenta uno cuidadosamente y de forma anticipada a todas las eventualidades, cuando surja la ocasión, uno no se encontrará capacitado para responder a ella de forma correcta y quedará deshonrado.
Domo arigato gozaimashita!!!
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