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Bushido para la vida cotidiana (VI): Perdón y justicia: enmendar el error

Bushido para la vida cotidiana (VI): Perdón y justicia: enmendar el error

Hablar de perdón y de justicia en tiempo de sentencias conflictivas, linchamientos públicos y privados y una cierta desconfianza en los poderes destinados a nuestra defensa tal vez resulte una misión de alto riesgo. No obstante, puede contribuir a aclarar algunas cuestiones y a calmar los ánimos. Y un buen modo es hacerlo desde el bushido. Si, como comentamos en la entrega anterior, palabra y honor constituían dos elementos clave en la formación de un guerrero, justicia y perdón no se quedan atrás. De hecho, suponen la deriva natural de tales actitudes.

Desde mi punto de vista, compartido por uno de los hombres más pacíficos del planeta, Thích Nhất Hạnh, la justicia es necesaria y las faltas deben ser compensadas. De aquí no se sigue que la pena deba aplicarse con saña o crueldad. No debemos olvidar que la finalidad del castigo o condena (dos palabras horribles) es convertirse en un medio para reinstaurar el equilibrio y disuadir al infractor o delincuente de reincidir, así como un modo de establecer qué no resulta tolerado en una determinada sociedad y de invitar al quien ha cometido un delito o error a que reflexione sobre lo perjudicial de su acto.

"La justicia no debe desvincularse del concepto de compasión"

En última instancia, la justicia debe ser una muestra de los valores imperantes en las diversas culturas. Luego hay otros que, al menos potencialmente, tendrían que estar presentes en todas ellas.

La justicia no puede ir separada del perdón, esto es, del reconocimiento de que la «deuda» está saldada. El perdón, por su parte, se dirige en dos direcciones: hacia nosotros y hacia los demás.

Masamune, el hacedor de katanas, nos ofrece un aforismo que bien puede hacer las veces de jugada de apertura: «La rectitud llevada al exceso se endurece y se convierte en rigidez; la benevolencia practicada sin medida cae en la debilidad». No está de más señalar que la última afirmación choca con los planteamientos más budistas dentro del bushido, si bien resulta ampliamente aceptada por la mayor parte de los miembros del entorno samurái (y me temo que por un amplio sector de la ciudadanía en general). No obstante, tal y como yo planteo, la justicia no debe desvincularse del concepto de compasión que ya vimos.

"Lo que intento defender es que la crueldad debe ser excluida de cualquier forma de justicia. Se puede, y se debe, restablecer el equilibrio sin ensañarse"

En el Hagakure, en su estilo alejado de lo políticamente correcto (desde el punto de vista contemporáneo), se afirma: «Es importante que reprendamos y corrijamos a los demás por sus errores. Este acto, esencialmente caritativo, constituye la primera obligación del samurái». También recoge las palabras de Nabeshima Tadanao, pronunciadas cuando contaba con tan sólo quince años: «He leído que cuando el delito no es evidente, el castigo debe ser ligero».

Lo que intento defender es que la crueldad debe ser excluida de cualquier forma de justicia. Se puede, y se debe, restablecer el equilibrio sin ensañarse. Mencio llama a la benevolencia el espíritu del hombre, y a la rectitud, su camino (¿recordáis el término giri, que ya ha aparecido en esta sección? Por cierto, no sé si debido al verano o a este calor sureño, escribí «guiri» por error. Sonrío al pensar en ese significativo, estival y amable lapsus linguae). ¿Por qué no nos quedamos con el matiz «esencialmente caritativo» y lo aplicamos a todas las circunstancias?

A fin de fortalecer el sentido de la justicia, conviene cultivar el perdón. Como ya he señalado, el perdón es un acto de reconciliación con nosotros mismos y con los demás. Hay que saber perdonar y también pedir perdón. Soy consciente de que corren tiempos difíciles en la Red; parece que se ha convertido en un campo de batalla donde no cabe la disculpa ni el error.

Al hilo de pedir disculpas, el Hagakure nos ofrece un bello pasaje que me gustaría compartir con vosotros y con vosotras:

Se dice que no hay que dudar en corregirse cuando se ha cometido un error. La falta desaparecerá rápidamente si se la corrige sin demora.

Cuando se insiste en un error cometido, se produce desajuste y dolor. Cuando se ha dicho algo que no debiera haberse dicho, si uno lo corrige rápida y plenamente, el error se olvida al momento y no hay necesidad de preocuparse.

"La única batalla que se gana es aquella que no se libra"

No obstante, si alguien nos censurara, es necesario saber responder: «Te he ofrecido disculpas por mis desconsideradas palabras, nada más puedo hacer si tú no quieres aceptarlas. Dado que lo he dicho sin querer, nadie debería demostrar que las ha escuchado. No es fácil sustraerse a la censura».

De este modo habrían de quedar zanjados todos los conflictos y malentendidos. Por desgracia, no suele ser la tónica general.

Supongamos ahora una situación bastante habitual; pensemos en una disputa en redes sociales o en nuestra vida cotidiana. Dependiendo del «adversario», resultará imposible, por lógicos y convincentes que puedan parecer nuestros argumentos, hacer que dé su brazo a torcer (intentad que alguien cambie de orientación política o de equipo de fútbol). Es más, ni siquiera «ganando» habremos ganado, dado que el adversario se sentirá herido y resentido, y llevar la razón no siempre es un trofeo lo suficientemente valioso. Por supuesto, no voy a desarrollar aquí una teoría de gestión de las crisis en redes sociales —para eso os invito a echar un vistazo al trabajo del camarada Juan Soto Ivars, que de estas cosas sabe mucho más que yo—. Tan sólo quiero proponer alguna estrategia sencilla (en apariencia ingenua) y sobria para, al menos, minimizar el impacto de la tormenta. En última instancia, la idea que quiero compartir con vosotros y con vosotras es que, en realidad, en un combate no hay vencedor. La única batalla que se gana es aquella que no se libra. Será el tema de la última entrega de esta sección.

Por ahora, baste señalar que, a veces, en un debate o una disputa es necesario saber «perder» rápidamente para hacerlo con elegancia. Cuando la victoria o no es posible o ni siquiera es relevante, merece la pena abandonar el combate. No es un signo de cobardía, sino de desapego en un sentido positivo. Si el enemigo insiste, se le recuerdan las palabras del Hagakure anteriormente citadas, se le envía un abrazo y se olvida el asunto. Lo que suceda a partir de ahí es cosa de la otra persona.

"No se puede confiar en quien no ha cometido un error"

Si, por el contrario, somos nosotros los ofendidos, debe imponerse una rápida restauración del equilibrio. Para ello, nada mejor que olvidar la ofensa o el agravio, asumiendo la idea de que todos cometemos errores.

Yamamoto Tsunemoto relata la anécdota del samurái que iba a recibir un ascenso, cuando alguien se opuso alegando que, en el pasado, ese hombre había tenido problemas con el alcohol. Uno de los asistentes intervino señalando que no alentar a un hombre que había cometido un error implicaba impedirle mejorar. Si un hombre que se había equivocado corregía su conducta, lamentaba el error y «saldaba su deuda», resultaba de gran utilidad para el señor feudal (y el conjunto de la sociedad). Preguntado por otro miembro del comité si asumía él la responsabilidad de la decisión, el defensor del candidato afirmó rotundamente que sí, añadiendo de paso un argumento de peso: no se puede confiar en quien no ha cometido un error.

Así el samurái obtuvo su ascenso y así me despido de vosotros y vosotras hasta la próxima y última entrega, en la que trataremos el tema del arte de la paz.

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