Caballero Luna no supone, a estas alturas, un giro de timón de la factoría Marvel. La propia lógica de la realidad del Universo Cinemático pilotado por el megaproductor Kevin Feige impide grandes salidas de tono conceptuales, en tanto se dirige a un objetivo que presuponemos siempre preestablecido, impermeable por tanto de aportaciones excesivamente sui generis. Pero junto a Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, de estreno en cines esta semana, es una serie que sí certifica una cierta voluntad de la marca más valiosa del entretenimiento actual en aportar todo aquello de lo que sus últimas producciones carecían: un cierto estilo visual, un determinado sentido de la enajenación y un artificio que, como una máscara de superhéroe destinada a camuflar su verdadera identidad, oculta su identidad corporativa “disfrazando” la obra de un género determinado u otro (terror en el caso de Strange, aventuras clásicas en el caso de este Moon Knight).
En el caso de Caballero Luna (y les adelantamos que en la secuela del Doctor Extraño también, al menos en opinión de quien esto escribe) la jugada resulta un éxito. La puesta en escena del egipcio Mohamed Diab y la pareja artística formada por Justin Benson y Aaron Moorhead, que se han repartido los seis episodios de la ficción, es tan histriónica como creativa, sosteniendo el relato incluso cuando se desliza hacia senderos convencionales. El megalómano tinglado de mitología egipcia y heroísmo pulp resulta desvergonzado, pero se preocupa por reservarse determinadas cartas argumentales, y sobre todo goza de imágenes memorables, que superan en creatividad y fantasía la ya habitual poética de la destrucción del cine basado en cómics Marvel, delatando el pasado fantastique de sus creadores. La música de Hesham Nazih, no menos histriónica, también funciona muy bien.
La adopción de motivos del thriller psicológico, en virtud del trastorno disociativo del protagonista, y las aventuras clásicas a la antigua usanza (la referencia a la fenomenal The Mummy, de Stephen Sommers, es fundamental aquí) maridan bien en una historia que necesita más bien poco de algunos de los clichés del género de superhéroes, unos tropos que por otra parte ya han demostrado resultar extremadamente dúctiles según quién se haga con los mandos, pero que gozan de escasa personalidad en tiempos de producción industrial y en cadena de estos universos compartidos y transmediáticos.
Y aquí entra Oscar Isaac, actor a priori descolocado en un producto como Caballero Luna, el que consigue elevar el resultado por encima de sus partes y pegar las piezas de un conjunto de lo más entretenido. Ya sea como el mercenario Marc Spector o el tímido Steven Grant, Isaac representa perfectamente cada una de las personalidades de un héroe roto en pedazos, vulnerable, histérico o agresivo según el caso, aportando un sano sentido de la diversión que aleja el producto de la falsa trascendencia y sumando un plus de dignidad y calidad. La presencia de Ethan Hawke, otro extraño en estas lides, también contribuye a esa imagen de pequeña rareza dentro de la ya extensa mitología del estudio.
Y es que, salvo con el estreno de Wandavisión y la finalmente rutinaria Ojo de Halcón, las series Marvel han luchado de manera frustrante contra su propia condición de producto bisagra entre películas, de relleno creativo en esta nueva concepción del producto de ficción en la era del streaming que se ha venido a llamar no ya serie o película, sino como indefinido y genérico “contenido”. Un contenido que echarse a los ojos y consumir más que asimilar e incluso disfrutar, y contra la que Caballero Luna al menos trata de dar un do de pecho en cuanto a una planificación visual más creativa y menos envarada.
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