En el verano de 1998 leí Caballos desbocados (1969), de Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970), tomado en préstamo de la biblioteca de Móstoles y publicado por la editorial Caralt. En ese momento no fui consciente de que esta novela formaba parte de una tetralogía, y lo cierto es que la leí sin tener la sensación de que me faltaba información o que la historia no se cerraba de un modo satisfactorio. Recuerdo que fue una novela que me impresionó mucho, la sentí muy ajena al mundo referencial de libros que solía leer por entonces, lo que me hizo pensar que era una historia «muy japonesa»; ahora mismo creo que debería apuntar que, en realidad, era una historia «muy Mishima».
La acción de Nieve de primavera se situaba entre 1912 y 1914, y Caballos desbocados nos lleva al Japón de 1932. Honda, uno de los protagonistas de la primera novela, al que conocimos allí con dieciocho años, tiene ahora treinta y ocho. Como su padre, se ha convertido en juez, y ahora vive en Osaka. Está casado, pero no tiene hijos. Es un profesional prestigioso, que vive bajo el principio de la razón. También es alguien que piensa que la juventud se quedó ya muy atrás para él; de hecho, considera que su juventud murió con la muerte trágica de Kiyoaki —su amigo y protagonista de Nieve de primavera—, suceso con el que terminó la primera novela de la tetralogía.
La acción de Caballos desbocados va a comenzar cuando Honda recibe el inesperado encargo de acudir (en representación de su jefe) a un torneo de kendo (arte marcial japonés donde se combate con palos de bambú) fuera de su ciudad, en Nara. Antes de iniciar el pequeño viaje, Honda decide entrar en la torre de la justicia de Osaka, un alto edificio que no parece tener ninguna función especial. «Era un lugar que solo servía para acumular el polvo de los años» (pág. 35), y la torre solo alberga una escalera que da vueltas sobre sí misma. Honda la sube. Esta es una escena extraña y, teniendo en cuenta los acontecimientos posteriores, significativa. La subida de la escalera por el interior la torre vacía parece simbolizar el transito de Honda desde un mundo racional a otro más dominado por fuerzas inexplicables. Es esta una escena eminentemente kafkiana.
En Nara, Honda se va a reencontrar con Iinuma, que fue el preceptor de su amigo Kiyoaki, y uno de los personajes secundarios de Nieve de primavera. Cuando escribí la reseña de este libro no hablé directamente de él, pero pensaba en él cuando apuntaba que Kiyoaki era un personaje con aristas, alguien que desea vivir para los «sentimientos», pero que puede comportarse de un modo cruel con las personas que le rodean, como ocurría con el caso de Iinuma. Éste fue la única persona que trató de destapar el posible escándalo de la familia Matsugae (la familia de Kiyoaki), publicando un artículo en un periódico de extrema derecha. Iinuma regente un centro de entrenamiento de Kendo, vinculado a la extrema derecha, y que ha prosperado mucho desde que el pasado 15 de mayo de 1932 unos oficiales de la Armada intentaran dar un golpe de Estado y mataran a tiros al primer ministro (este es el trasfondo histórico y social de la novela). El alumno más destacado de Iinuma es Isao, su hijo de dieciocho años. Cuando Honda conoce a Isao su vida dará un vuelco: dejará atrás su mundo racional para empezar a pensar que Isao es la reencarnación de Kiyoaki. Al final de Nieve de primavera, un moribundo Kiyoaki le dice a Honda que volverá a verlo «bajo la cascada», algo que ocurre en Nara, donde Honda ve bañarse a Isao. Honda conserva también, de su pasada amistad, el cuaderno en el que Kiyoaki anotaba sus sueños. Honda acabará creyendo que, al menos uno de ellos, se corresponde con una escena que va a vivir con Isao.
Si bien Kiyoaki decidió vivir para los «sentimientos», Isao ha decidido que el sentido de su vida será «la pureza». Ya comenté que algunos elementos compositivos de Nieve de primavera podían hacerle pensar a un lector occidental en el conflicto presentado en la novela Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, porque Nieve de primavera, al fin y al cabo, es una novela de amor desgraciado. Caballos desbocados puede hacernos pensar, por su parte, en Los demonios, de Fiódor Dostoievski, porque Isao se va a convertir en el líder de un grupo de jóvenes, con una media de edad de dieciocho años, que pretenden atentar contra algunos de las personas más relevantes del mundo de los negocios o de la política, que para ellos simbolizan la decadencia y la corrupción del Japón en el que viven. Después, morirán ejerciendo sobre sí mismos el ritual del seppuku. Hemos de fijarnos en el hecho de que el Japón de 1932 también sufre las consecuencias del crack de 1929 y muchos japoneses, sobre todo del campo, se han empobrecido mucho. Por otro lado, podríamos considerar también que Caballos desbocados es una novela quijotesca, puesto que Isao y sus amigos parecen actuar en la realidad movidos por la fuerza impulsora que les ha dado un libro, que, para sus designios, en gran medida es una lectura tan ideal como un libro de caballerías. Isao da a leer a los personajes con los que se encuentra (entre ellos a Honda), un pequeño libro titulado La liga del Viento Divino, de Tsunanori Yamao, que sitúa su acción en 1873, y habla de una rebelión —también por la pureza de Japón y en contra de su modernización— al principio de la era Meiji. Los rebeldes, que asaltarán un cuartel, fracasarán y se darán muerte mediante el ritual del seppuku. Esta narración es el capítulo 9 de la novela y ocupa 74 páginas.
Caballos desbocados me ha resultado una novela mucho más «japonesa» que Nieve de primavera. O, visto de otro modo, podría decir que Caballos desbocados es una novela en la que Mishima ha puesto mucho más de sí mismo que en Nieve de primavera. En uno de los capítulos de Caballos desbocados, Mishima nos lleva a una fiesta en la que hace comparecer a algunos a algunas de las personas más ricas de Japón, entre las que se encuentran personajes que aparecían en Nieve de primavera, como el duque Matsugae (padre de Kiyoaki), y otros que serán los objetivos de la organización de Isao. Mishima retrata a estos poderosos como personajes superficiales e indiferentes a los sufrimientos de los pobres de Japón, y siempre muestra más simpatía y comprensión cuando habla de Isao y su grupo. Por si alguien lo desconoce, el propio Mishima, a la edad de cuarenta y cinco años trató de dar un golpe de Estado, junto con un grupo de fieles, y al fracasar se suicidó con el ritual del seppuku. Así que, en gran medida, Caballos desbocados, puede leerse como el testamento ideológico de Mishima.
Como ya conté, leí Caballos desbocados hace más de veinticinco años y no sentí que hubiera una narración anterior que necesitase para comprenderla, pero ahora, en esta segunda lectura, sí observo que existen muchas conexiones entre Nieve de primavera y Caballos desbocados. Lo contado en la primera novela se vuelve a contar, en forma de resumen, en la segunda, por eso imagino que no hacía falta leer la otra novela para entender esta. También muchos personajes de una novela aparecen en la otra. Así que, en realidad, leer las dos novelas seguidas tiene más sentido que por separado. Igual que al principio de Caballos desbocados se evocada el título de la anterior novela, en un párrafo de la página 296 de Nieve de primavera se hablaba ya del título de la siguiente novela. Es este: «El rompimiento de la ola provocó un crujido, que se convirtió en grito y el grito en susurro. La carga de enormes garañones blancos cedía el paso a otra de garañones más pequeños, hasta que todos los caballos furiosos desaparecían gradualmente, no dejando en la arena de la playa más que las últimas marcas de sus cascos poderosos.»
Ya conté en la reseña de Nieve de primavera, que la traducción de este libro —a cargo de Domingo Manfredi— estaba hecha directamente del japonés, y que la de Caballos desbocados —de Pablo Mañé Garzón— del inglés. Sin embargo, creo que me ha sonado mejor la prosa de la segunda novela que la de la primera. Aunque, sin demasiado deseo de ser puntillo, sí que podría señalar dos errores: se usan en el texto, de forma continua, expresiones como «detrás suyo», en vez de «detrás de él» y, sin ninguna nota aclaratoria, se describe el espacio de las habitaciones contando el número de «alfombras» que tiene, algo que en español queda bastante raro. En otros libros japoneses que he leído, se habla de los «tatamis» que caben en una habitación, lo que resulta una unidad de medida en la cultura japonesa.
Por ahora me ha gustado bastante más Caballos desbocados que Nieve de primavera. Ya he empezado la tercera parte de la tetralogía, El templo del Alba.
Buenas noches. Me siento empujado a comentar. He leído ambas novelas y estoy de acuerdo con el autor del artículo, Caballos Desbocados es más interesante que Nieve de Primavera, si bien es cierto que no se alcanza la compresión completa de la segunda parte sin la primera. Quizá me equivoque, pero yo creo que Isao es hijo de Saoko y Kiyoaki. Lo que sucede es que nunca se llega a decir y ningún personaje lo revela. Es una maravilla.
Perdón, acabo de coger el libro de mi estantería y por supuesto, quise decir Satoko, no Saoko. Honda tiene el convencimiento de que Isao es la reencarnación de Kiyoaki. La cascada, el parecido físico y mental, así como los tres lunares. El último tercio de Nieve es muy rápido e intenso, se vive con ansiedad, las paginas caen una tras otra precipitándonos al trágico desenlace. Satoko no aborta y se encierra en el convento, negándose a recibir a Kiyoaki. Nada se cuenta explícitamente, es un juego de sombras donde los huecos, lo que no se cuenta, dice más que la formas tangibles. Es increíble, Mishima fue un genio.