Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) obtuvo su licencia para cantar nadando a contracorriente, siendo consecuente con uno de sus clásicos, o sea, siguiendo siempre la dirección difícil. Ha visto, ha oído y ha creado muchas cosas en su vida. Manipula con éxito dosis explosivas de clasicismo y vanguardia: sólo en su historial más reciente, encontramos un disco de cámara, vertebrado por un piano, como Romaphonic Sessions, y otro tan distinto, libertario y caleidoscópico, como Volumen 11. En la primera quincena de noviembre —tal y como cuentan a Zenda fuentes muy próximas al argentino—, verá la luz su nuevo trabajo, Cargar la suerte, “un título que —reza la nota de prensa— evoca los aromas de lo auténtico”, formado por una docena de “nuevas canciones de rock” con “alardes de ingredientes de lujo de la alta cocina californiana”.
El pasado viernes, el autor de joyas como “Te quiero igual”, “Carnaval de Brasil” o “Rehenes” ofreció un adelanto de su próximo álbum. No sé si “Verdades afiladas” suena, como exigen los fundamentalistas, al Calamaro de siempre —en realidad, si atendemos de un modo exhaustivo a su discografía, ¿qué quiere decir eso?—, aunque sí evoca a las atmósferas, a los ecosistemas más (im)puramente rockeros de discos como Alta suciedad, Honestidad brutal o La lengua popular.
“Verdades afiladas” es un rock, sí, pero tiene vísceras de ranchera. En mi opinión, versos como “Voy a olvidarte cuanto pueda” o “Y que vuelvas para serle infiel conmigo” son parientes no tan lejanos de aquel “Que te den lo que no pude darte / aunque yo te haya dado de todo”, de José Alfredo Jiménez. La canción discurre pegadiza, mercúrea. El artista envuelve una letra doliente, en la que se invoca a un olvido anestesiante, con un estribillo que es una disyuntiva amarga —“Que se apague el fuego / que quema dentro del pecho, / o que vuelvas para serle infiel conmigo”—, en una melodía agridulce, con aires stonianos y, qué narices, bailable.
Consideraciones subjetivas al margen, quién mejor que el propio Calamaro para hablar sobre su single más reciente. Aprovechando el lanzamiento de “Verdades afiladas”, Zenda le ha planteado un pequeño cuestionario que orbita, exclusivamente, en torno a esta canción y a su videoclip, obra de Diego Salpurido que saluda al cine de Scorsese. Responde el cantante:
—Quiero centrar mi cuestionario en “Verdades afiladas” y no en Cargar la suerte, mas permítame una pregunta más genérica: ¿se puede deducir algo de su próximo disco a través de esta canción?
—Algo… Hay alguna otra canción con esta cadencia rítmica y algunos versos en estos registros. Como consistencia instrumental, el disco es así pero son doce canciones, y algunas las grabamos hasta once músicos. Este es un round de un combate de doce asaltos, hay que demostrar más… y acordarse de respirar.
—Qué buen hombro para llorar ofrecen canciones como “Verdades afiladas”.
—Caramba, los que no sabemos llorar escribimos estas canciones. Mientras estos hombros aguanten, puedo sostenerle el llanto a usted.
—Esto es una mera sensación, pero “Verdades afiladas” me deja un ligero sabor a México, a ranchera. Creo que versos como “Voy a olvidarte cuanto pueda” o “Y que vuelvas para serle infiel conmigo” comparten alma con José Alfredo Jiménez. ¿Lo suscribe?
—Afirmativo. Se podría cantar como ranchera y la escribí con “estructura” (de ranchera) en la métrica. Las sílabas. Normalmente los géneros respetan una forma de escribir los versos. Tampoco puedo jurar que sea una letra ortodoxa del querido género que cultivó el genial José Alfredo Jiménez. Inevitablemente, mis rancheras son argentinas. Un buen amigo, Guille Galván, de Vetusta Morla, me propuso que no la cante con música ranchera (argentina entonces). Le hicimos caso y suena a California Roll. Crema californiana.
—“Hemos visto muchas cosas en la vida, / lo prohibido se permite mucho juego”. ¿Cuánto se ha permitido jugar?
—En términos cuantitativos, ni tanto ni tan poco. Tenencia de sustancias, episodios en aeropuertos, indecencia, problemas severos con los vecinos, aquel juicio por preconizar el consumo de sustancias de tenencia ilegal… ¡Divorcios! Con eso y con todo, me considero un hombre de suerte que no cree que la suerte exista realmente.
—¿A qué se debe el “saludo” a Scorsese del videoclip? ¿Taxi Driver es una película especial para usted?
—Afirmativo. Taxi Driver es una formidable película de posguerra… poética. Y mucho más, es un poema de Scorsese… La metamorfosis Travis-De Niro, ese Dr. Jeckyll y Mr. Hyde discreto, es monumental, un registro de comedia dramática que me conmueve recordar.
Vídeo:
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Las fotos que ilustran este artículo son de Grabaciones Encontradas
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