En un momento en el que la sociedad mexicana está dividida por la política, la dramaturga Camila Villegas pone aceite en la lámpara de la empatía con Lo demás es silencio, una novela sobre los afectos en una comunidad indígena.
En la sierra tarahumara, en el estado de Chihuahua, una Iglesia arde, un cura cuelga los hábitos para formar una familia y el narcotráfico amenaza con morder, mientras la gente acierta, se equivoca, hace el amor, duda y se levanta sobre las cenizas. Basada en sus vivencias de dos años en los que residió en la sierra, Villegas recrea de manera poética el lenguaje de los nativos, sus historias mínimas, sus conflictos y muestra un mundo más allá de la polarización estimulada por el presidente de México, para quien un crítico es el enemigo a aniquilar.
Seres alejados de la perfección burlan la pobreza y celebran las pequeñas bendiciones, como que una bebé recupere la salud. El amor resurge de la desdicha cuando la humilde Matiana se rinde ante la fuerza de unos besos y vive el milagro de la maternidad. Matiana imagina que el sol recién nacido entra a los granos como en gotitas de luz que luego pasan por la boca de la tolva estañada, por sus muelas de metal, para hacerse polvo de brillo que aterriza en su cesto de pino y se le figura que amasa la luz del día.
Camila Villegas escribe ese párrafo y con un poco de concentración el lector puede imaginar la escena como si estuviera en una sala de teatro. Es un recurso repetido en su libro. «Tenía las imágenes en mi cabeza. Veía cómo se subían a la camioneta, cómo buscaban las llaves o amasaban para hacer las tortillas. Para mí era importante compartir la sensación de esas imágenes».
Es Lo demás es silencio una novela musical. Su prosa suena como arpegios de guitarra, instrumento que toca Montejo, uno de los protagonistas. Villegas acepta que el español de los rarámuris posee una musicalidad, un deje poético, y lo quiso reflejar. «Ellos tienen una forma peculiar de relatar; por eso mi fascinación con ese mundo hasta cierto punto literario por sí mismo. Cuando escribí sentí como si siguiera un compás, como si bailara. Había una cadencia, un ritmo, como si siguiera una partitura», confiesa.
Camila Villegas ha corrido cinco maratones, aunque ahora disfruta más los trails de 50 kilómetros o caminar varias horas. Cree que su deporte se parece al acto de escribir una novela, porque en ambos reina la soledad. «Escribir también es un acto de resistencia. Hay algo mental, la idea de cómo voy a llegar. En el maratón y en la novela siempre hay un momento donde aparece el pensamiento de abandonar; en la novela dices: «Esto no lo voy a poder cerrar nunca». Como en un maratón, al escribir también existe la pared, ese momento de crisis de los corredores».
La obra publicada por Tusquets lanza flores a Augusto Monterroso, quien escribió una novela llamada Lo demás es silencio y fue un maestro del cuento corto, como están planteados los capítulos de la novela de Camila. El libro también se inclina ante Shakespeare, cuyo personaje Hamlet dice antes de morir: «El resto es silencio».
Pero la novela también es un bálsamo para combatir la falta de empatía de quienes desde el poder dividen a los mexicanos en «chairos» (simpatizantes del Gobierno) y «fifís» (críticos), un desvarío que se repite en otros lugares en el mundo de hoy. «Yo prefiero lo callado, lo lento, lo cotidiano, que al final tiene más peso que las grandes decisiones. Es el juego planteado en esta novela, donde la sierra es uno de mis personajes».
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