El pasado 12 de agosto, los aficionados al béisbol estuvimos muy pendientes del partido entre las Medias Blancas de Chicago y los Yanquis de Nueva York, que se realizó en la localidad norteamericana de Dyersville, en el rural estado de Iowa. El encuentro se realizó en un estadio anexo a un campo de cultivo de maíz, a fin de recrear la película Campo de sueños (Field of Dreams). Su protagonista —Kevin Costner— estuvo a cargo de la ceremonia preliminar.
La Major League Baseball siempre está a la búsqueda de nuevos conceptos para mercadear un deporte que en ocasiones puede parecer aburrido. Y esta vez la jugada salió bien, pues el partido en Dyersville fue un éxito de transmisión televisiva. En un deporte cuya imagen se ha visto vapuleada por escándalos de esteroides y pleitos por salarios exorbitantes, la evocación de un regreso a la época dorada del béisbol rural —en la cual supuestamente se jugaba por puro amor al deporte— seguramente levantó el ánimo de muchos espectadores.
Pero como suele suceder con las evocaciones de épocas doradas, esto es en buena medida un mito. En la propia película Campo de sueños, los beisbolistas que acuden a jugar en el estadio son miembros del equipo de las Medias Blancas de Chicago que, en 1919, se dejaron sobornar por unos mafiosos y deliberadamente perdieron la Serie Mundial. Ayer como hoy, en el deporte ha habido trampas y escándalos, y quien crea que el pasado fue más puro cae cautivo de esa tonta idea romántica, según la cual en la sencillez del campo todos éramos más felices.
Campo de sueños no es solamente ñoña por sus añoranzas rurales y prístinas. En la película hay también otro aspecto que filosóficamente es muy decepcionante. El tropo literario de una voz misteriosa que de repente habla y ordena hacer una locura es de vieja data. En el Génesis, esa misma voz le ordena a Abraham sacrificar a su hijo, Isaac. En Temor y temblor, el filósofo danés Soren Kierkegaard comprendió muy bien que obedecer a esa voz era una locura. Pero, en vez de reprochar a Abraham por estar dispuesto a asesinar a su hijo simplemente porque escuchó una voz en el interior de su cabeza, Kierkegaard elogió a Abraham como un “caballero de la fe”. Kierkegaard desaprovechó una oportunidad para transmitir un mensaje que la humanidad siempre ha necesitado: las decisiones deben deliberarse racionalmente, y la fe ciega es muy peligrosa.
En Campo de sueños, el granjero también oye una voz que le ordena hacer una locura: sacrificar sus campos de cultivo y someterse a la bancarrota con tal de construir un estadio al cual, supuestamente, vendrán unos espíritus a jugar al béisbol. Cuando yo vi esa película hace ya algunos años, al principio me pareció una buena exploración de la psicología de las alucinaciones, y pensé que sería una buena advertencia sobre los peligros de suspender el uso de la razón. Pero, cuando en la segunda mitad de la película se revela que la voz no es ninguna alucinación, y que en efecto los espíritus vienen a jugar al estadio, quedé muy decepcionado.
En una época en la cual los talibanes abusan de mujeres amparándose en su fe religiosa, y en la cual los negacionistas obstinadamente rechazan vacunas porque tienen una corazonada —o escuchan alguna voz en su cabeza— que les dice que si se vacunan se convertirán en mutantes, yo prefiero mantener un racionalismo que sí, es más aburrido, pero al final es lo que realmente ofrece progreso a la humanidad.
No negaré que me emocioné al ver en la tele a los Yanquis y las Medias Blancas jugar como si fuera una escena de Campo de sueños. Pero, insisto, en una época en la cual muchas supersticiones peligrosas persisten, la masa no está para bollos. En vez de recrear películas místicas que refuerzan mentalidades mágicas, yo apreciaría mucho más si la Major League Baseball recreara películas que tratan temas con mayor sobriedad. Desde esta tribuna, humildemente elevo mi sugerencia: un partido entre los Yanquis y cualquier otro equipo que use el uniforme de los Osos, representando la que, en mi opinión, es la mejor película beisbolística de Hollywood: Los osos revoltosos (Bad News Bears). En esa película no se retratan las ñoñerías místicas de Campo de sueños, sino más bien, con mucho humor, se abordan temas de gran actualidad: la hipocresía de los políticos, los riesgos de la excesiva competitividad en niños, la posibilidad de redención de los alcohólicos.
Es complicado juzgar una película que tiene casi 30 anos desde este momento y sin ser americano. Hay veces que las películas hay que disfrutarlas sin escarbar tanto, ejercer la «voluntaria suspension del descreimiento».