La novela de campus es un género moderno y, sobre todo, actual. Es un género ascendente. Empezó como género de costumbres universitarias. En el ámbito español sus comienzos han sido estudiados por Fermín Ezpeleta Aguilar —La novela española de costumbres universitarias—. Pero en las últimas décadas la crisis de la alta educación ha aflorado la novela de campus, primero en el mundo anglosajón, y después en entornos como el nuestro. La novela de campus es un género satírico. En su versión más elemental sirve para el ajuste de cuentas, tanto del autor con su entorno como del público lector con la institución y sus leyes. Las más leídas dan buena cuenta no solo del entorno del autor sino de un segmento del mundo académico. Así ocurre con las de David Lodge, que desnudó las mezquindades de la teoría literaria y de sus efímeras modas.
La novela de J. A. Sánchez va un paso más allá de lo que viene siendo la tónica habitual de este género. No aborda un dominio académico sino el conjunto del universo académico, aunque se centre en la crisis de las humanidades. En una primera lectura se puede apreciar su simbolismo. Aunque se trata de un campus español no se concreta ni el tiempo ni el lugar. Como dice recodando a Cervantes, es un lugar del que no merece la pena acordarse. Y, aunque se retratan episodios recientes como la implantación del espacio universitario europeo —el plan Bolonia—, su objeto son las relaciones de poder —más allá de las costumbres— que son propias de una sociedad cerrada, la casta académica. A las sociedades cerradas se accede por co-optación, porque la clausura protege y establece la casta y la casta co-opta. Hasta el público —el estudiantado— se co-opta por las pruebas de acceso —las PAU—. La singularidad de esta novela quizá radique en que el personaje no es un profesor que satiriza a otros profesores —frecuentemente desde una posición de superioridad literaria o académica— sino que es un conserje. La mirada desde abajo se rebela un método eficacísimo para comprender la dinámica de poder que es intrínseca a toda casta y que funciona universalmente, desde las más elitistas instituciones a las provincianas de nuevo cuño y de maneras más burdas. A este punto de vista añade Sánchez el arte magistral de las caracterizaciones. No es casual su entusiasmo por el libro de Teofrasto, Los caracteres. Las caracterizaciones de la fauna académica son críticas, humorísticas, pero no les falta un toque de conmiseración y sensibilidad.
Un elemento manifiestamente mejorable de esta novela es el título. Quizá debería haberse titulado “Caracteres académicos”, precisamente por esa devoción al que fue sucesor y heredero de Aristóteles en el Liceo. Pero el autor se ha decantado por reflejar en el título —por su simbolismo— las dos narraciones que trenzan la novela: las crónicas analíticas y costumbristas del conserje y el tiempo de destrucción que contempla un profesor desplazado de su entorno, Miguel, cuya docencia se ha trasladado desde la Facultad de Letras a la de Magisterio.
Las crónicas del conserje, Marcial, son de naturaleza hilarante. La rígida jerarquización y su retórica vacua, vistas desde abajo, resultan escandalosamente divertidas. En esto hay un fundamento picaresco. Pero si en la picaresca —la novela de vagabundeo— el personaje es un punto que se mueve en el espacio para destapar la hipocresía y la falsedad, el personaje de Marcial se mueve entre los diversos mundos que conviven en el escenario cerrado de la facultad. Es un observador, un observador de la descomposición del mundo académico que ve con sentido crítico el desvarío que lo rodea. Su perspicacia y su amplia cultura —esto es, su amor a las humanidades— le permiten destapar el gran fraude en que se están convirtiendo las humanidades actuales y sus instituciones.
De ahí que esta sea una novela profundamente simbolista. Es un simbolismo especial, el de la sátira menipea. Luciano de Samósata —el patriarca del género— retrató el hundimiento del Imperio romano. No se fijó en la política sino en los valores: la degradación de la filosofía, la falsedad de la religión, el ascenso imparable de la retórica…, esto es, la desaparición de los valores que habían construido la cultura de la Antigüedad. Hoy la crisis de las humanidades no es solo la crisis de un sector de la alta educación. Es el exponente de la profunda crisis de valores que vive la cultura occidental. Por eso la recuperación de la menipea es hoy una tarea de actualidad. Y esta novela es un ejemplo especialmente valioso de esa actualidad. Como hizo Luciano, combina la más libre imaginación —El planeta de los simios— con la penetración crítica de las relaciones sociales, lo que Dostoievski llamó “la más profunda realidad”. Debería ser esta una lectura obligatoria en las facultades de humanidades.
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Autor: José Ángel Sánchez. Título: Crónicas universitarias de “El planeta de los simios”. Editorial: Altabán. Venta: Todos tus libros.
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Una buenísima reseña que nos orienta perfectamente acerca de esta novela, y una valoración de la misma que nos despierta el interés por leerla.