Foto de portada: Jeosm
Carlos Augusto Casas tiene poco que demostrar. Tras su impresionante debut con Ya no quedan junglas adonde regresar (en breve se estrenará la adaptación cinematográfica con Ron Perlman), pasando por El ministerio de la verdad o La ley del padre (con la que se ha alzado con el Premio Cartagena Negra 2024 a la mejor novela del año), nos llega ahora su última y descarnada obra: Leones en invierno (Cuadernos del Laberinto, 2024). Violencia, vidas rotas y mucha acción para una obra coral donde nadie muestra su verdadero rostro.
Por sus páginas aparecen personajes muy bien dibujados, marca de la casa del autor, como periodistas que se cuestionan si lo siguen siendo, policías que se preguntan si su objetivo es resolver un crimen o el ascenso, o monstruos con aspecto humano con Tizón o El Yeti. Partiendo de este juego de engaños y verdades, Casas construye una obra con múltiples protagonistas y tramas que se van entrecruzando. Muertes, traiciones, planes infalibles que pinchan al primer paso, acción, violencia, adrenalina y un regusto amargo de fondo por la desesperanza que exudan todos estos personajes que toman un camino de una sola dirección. Y divertida, mucho. Pocas novelas leerán este año con tanta avidez, se lo garantizo.
Desde Zenda no podemos dejar de recomendar una obra de este calibre, que seguro le dará muchas alegrías al autor, con quien hemos podido charlar y hacerle unas preguntas sobre estos Leones en invierno.
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—Una novela coral, con muchos personajes y tramas. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
—Todas mis novelas nacen de una idea que se me clava como si fuese una espina. Algunas consigo arrancármelas pero otras se me quedan dentro. Aunque piquen, escuezan y duelan, por mucho que lo intente no logro deshacerme de ellas. Esas son las buenas. El único antídoto que conozco es escribir sobre ellas. A veces son fruto de mi imaginación, o una frase que escucho por la calle, o un rostro con el que me cruzo y me transmite una historia, o un recuerdo que vuelve a mí sin saber muy bien por qué. En el caso de Leones en invierno, el comienzo de la novela con la escena del toxicómano que guarda dos dedos amputados en su bolsillo es algo de lo que fui testigo cuando tenía seis años. Un momento que se me quedó grabado y que sabía que, en algún momento, incluiría en uno de mis libros. En cuanto al proceso de escritura, lo primero que hago es crear la novela en mi cabeza: personajes, tramas, diálogos y sobre todo el final. Necesito saber hacia dónde voy. Hacía dónde me conduce la historia. No escribo una palabra hasta que tengo todo el libro en mi mente. Es un proceso que suele durar bastantes meses, incluso años, y que me hace parecer más alelado de lo normal, porque a todas horas pienso en la novela, como si me hubiera poseído. Para mí sentarme a escribir es un exorcismo. Arrancarme, por fin, esa espina. Sin embargo, inevitablemente partes de ella quedarán siempre en mi interior. No tengo un horario fijo a la hora de ponerme delante del ordenador, mis obligaciones familiares y profesionales no me lo permiten. Así que escribo cuando puedo, en cualquier parte y a cualquier hora, como un amante furtivo.
—Muchos personajes oscilan entre el bien y el mal con una facilidad pasmosa. ¿Qué tienen los antihéroes que nos atraen tanto?
—En realidad, creo que todos poseemos una cara oculta. Nadie es totalmente bueno o malo. El problema es que tenemos un alto concepto de nosotros mismos y no reconocemos nuestras pequeñas mezquindades, nuestros pequeños actos de crueldad. Ese compañero al que no aguantas y puteas a la menor oportunidad, el vecino insoportable al que metes la publicidad que te dejan en su buzón, ese odio químicamente puro hacia el conductor que te pita por no arrancar en el instante en el que el semáforo se pone en verde. Es un sentimiento pasajero, ínfimo, solo dura unos segundos, pero sientes ganas de matarlo. Luego todo esto se olvida, o se justifica en tu cabeza: “Es un gilipollas, se lo merecía”. Esencialmente, todos nos percibimos como buenas personas en nuestro interior. Incluso los asesinos. Aunque si hiciésemos una encuesta a nuestro alrededor descubriríamos que algunos no estarían de acuerdo con dicha afirmación. Yo quiero que mis personajes sean así, reales, con sus miserias y sus virtudes, llevándolos a situaciones extremas que atraigan al lector. Todos somos el héroe de alguien y también el enemigo. Además, el mal en todas sus formas es el tema central de la novela negra. En cuanto a lo de la figura del antihéroe, nos gustan los perdedores porque nos identificamos con ellos. La vida es como un casino: siempre acaba haciéndote perder de una forma o de otra. Además, los ganadores tienen algo desagradable. No hay que olvidar que para que alguien gane, otro tiene que perder. Eso les hace ser antipáticos.
—Un guardia civil corrupto, un antiguo ultra, un policía infiltrado, mafiosos de todas las raleas, un yonki capaz de vender a sus amigos y robar a su madre… ¿Queda espacio para la virtud entre las páginas de esta novela?
—Estoy convencido de que si les preguntaras a ellos, todos encontrarían el modo de justificar sus actos. Intentar encontrar al asesino de tu hija, ayudar a un amigo, corregir una injusticia del sistema, cambiar una vida de servicio mal pagada y con poco reconocimiento por otra llena de los lujos que crees merecer, hacer lo que sea por un ascenso… Las excusas son como los bares de noche: si buscas bien siempre encuentras alguno abierto. Y, en cierta forma, tienen razón. Son contradictorios, como cualquier ser humano. Yo no juzgo a mis personajes. No tengo ningún prejuicio contra ellos. Los quiero tal como son. No busco en ellos ni virtud ni pecado, solo realidad.
—Como suele ser habitual en tus obras, aquí también le metes un buen par de puñetazos a los medios de comunicación. Más que criticar algunas prácticas, muestras un sistema podrido sin lugar para el idealismo.
—Prometo que trato de evitarlo, pero siempre aparece. En mis más de veinticinco años ejerciendo el periodismo he sido testigo de cómo ha ido degenerando la profesión hasta niveles que nunca podría haber imaginado. Ahora la principal función de los medios es entretener o generar propaganda. La información ya no interesa, la verdad ya no importa. El gran problema es que a los lectores, oyentes o espectadores, tampoco les importa ni les interesa. La gente ya no reclama información sino militancia: “Me creo solo las noticias con las que estoy de acuerdo. Lo que va en contra de mi ideología es mentira”. Y es muy triste la falta de sentido crítico de la ciudadanía, esa infantilización de la sociedad en la que nos cuentan un cuento de buenos y malos y nos lo creemos porque es más sencillo, porque es más cómodo. Tenemos siempre a quién echar la culpa. Sin embargo, el mundo es mucho más complejo. Y los medios se dedican a simplificarlo en beneficio de sus intereses económicos y políticos. Los medios ya no son un contrapoder, son parte del poder. Van de la mano de las grandes compañías y de los partidos políticos, lo que hace que su principal misión (informar a la ciudadanía de una forma independiente e imparcial) ya no exista. Vamos, que estamos muy jodidos. Que siempre aparezca una crítica sobre el periodismo en mis novelas es fruto de mi indignación por el camino que ha tomado desde hace años, pero sobre todo por el amor que siento (o sentí) por esta profesión. Claro que si en una relación una de las partes engaña y maltrata a la otra continuamente, lo mejor es romper.
—Estamos ante una novela negra que se sale del thriller. No hay misterio que resolver. Casi todos los personajes podrían ser villanos de su propia película. ¿Cómo ves el panorama actual del género negro?
—Si hablamos de thriller, el panorama va muy bien. Hay muchos autores superventas en nuestro país y cada vez aparecen más. Si hablamos de novela negra, la cosa cambia. Es normal, y no solo ocurre en España. Resolver un misterio siempre deja un poso tranquilizador en el lector. Las cosas vuelven a su sitio, la normalidad se restablece, la justicia triunfa y el mundo es un lugar donde las buenas acciones obtienen su premio y las malas su castigo. Que suene la fanfarria. En cambio, la novela negra está más pegada a la realidad. Es un espejo de la sociedad, de nosotros mismos, y no siempre nos gusta el reflejo que devuelve. Muestra la vida tal y como es. Sin finales felices ni moralinas. Los hijos de puta triunfan, y honradez es sinónimo de ser idiota. La justicia se levanta la venda que tapa sus ojos cuando a quien se juzga es un tipo importante, con recursos, con contactos. La codicia es el motor del mundo y la violencia se justifica por un fin mayor. Y evidentemente, eso a muchos lectores que lo que buscan es evadirse de su realidad, pues no les gusta. Como escritor, a mí es el estilo que me interesa, el que me llena y el que me pide el cuerpo. Y pienso seguir escribiendo novela negra.
—Cuadernos del Laberinto se está posicionando como una grandísima editorial de novela negra con algunos títulos de los más interesantes. Las ediciones son magníficas, por cierto. Se notan que han mimado el libro.
—Estoy muy contento de poder haber publicado mi última novela con Cuadernos del Laberinto, la editorial de mi mujer. Con mi primer libro, Ya no quedan junglas adonde regresar, no lo hice porque me pareció una inelegancia, además de que se podría interpretar como un acto de favoritismo. Creo que después de tres novelas ya era hora de hacerlo. Alicia, la editora, siempre cuida mucho los libros que publica, como objetos hermosos en sí mismos. Y eso es algo que agradecen todos los autores: que su tiempo y su talento se concentren en algo hermoso. En Cuadernos del Laberinto apuestan por la novela negra casi de forma exclusiva, y eso es una heroicidad en estos tiempos. Contar con autores como el gran Julián Ibáñez es un orgullo. Pero esto no significa que abandone Ediciones B, con los que trabajo de maravilla. El 12 de septiembre se pondrá a la venta una nueva edición de Ya no quedan junglas adonde regresar editada por este sello, y en 2025 publicaré con ellos mi siguiente novela, Amoniaco.
—Con Ya no quedan junglas adonde regresar ganaste todos los premios imaginables, y ahora han rodado una película que se estrenará en cines y después en la plataforma Amazon, nada menos que con Ron Perlman. ¡Vaya viaje!, ¿no?
—La verdad es que encontrarme con Álvaro Ariza, propietario y CEO de la productora Esto También Pasará, ha sido uno de esos regalos que te da la vida. Porque desde la primera vez que nos vimos, me di cuenta de que estaba perdidamente enamorado de mi novela y la había comprendido exactamente como yo. Y eso, como autor, te tranquiliza, ya que sabes que el libro está en buenas manos. Habrá cosas que cambien con respecto a la novela, es algo normal, porque se trata de narrar una historia con un lenguaje distinto, como es el audiovisual. Cuento con ello, pero ya te digo que no me preocupa. Luego también hablé con Gabriel Beristáin, el director, que estaba aún más loco por la novela que Álvaro. Así que imagínate… El trato que han tenido conmigo y con mi familia, tanto Álvaro Ariza como todo su equipo, es algo que nunca olvidaré. Han contado conmigo durante todo el proceso: guion, casting, producción… incluso me invitaron al rodaje en San Sebastián, donde pude conocer a Ron Perlman, que será el Gentlemen, a Megan Montaner, a Hovik Keuchkerian, a Marco de la O, a Diego Anido… Fue muy divertido y algo desconcertante dar la mano y conversar con tus personajes. Conocer en persona a Iborra, a Puertas, a Herodes… Es curioso, porque evidentemente yo no me los había imaginado con esas caras, pero ahora me resulta imposible ponerles otras. Estoy deseando poder ver el premontaje y saber cuándo es el estreno. Seguiremos informando.
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