Lo primero que ha de contemplarse en esta inusitada obra de casi ochocientas páginas en cuarto, titulada Athanasius (Ed. Didacbook, Úbeda, 2016), es que se trata de una obra literaria, un vasto e insólito poemario, y no una obra filosófica, teológica o de cualquiera otra índole, y como tal hay que conceptuarla, por más que, como obra colosal, participe de todas las disciplinas, tanto científicas como humanísticas. No en vano toma como referencia, y eje articulador, la vida y obra de Athanasius Kircher, una de las mentes más prodigiosas del siglo XVII, polígrafo al que pocos aspectos de la realidad pasaron desapercibidos, políglota, inventor, matemático, a quien con toda justicia se le llamó “el maestro de las cien artes”. Viene ello a colación porque su autor, Carlos Blanco (Madrid, 1986), también lo es, una de las mentes españolas más potentes de este nuestro tiempo: filósofo, teólogo, químico y orientalista, egiptólogo, y un largo etcétera, de manera que a uno, tras reponerse de la perplejidad, no le cabe sino dudar de que tan titánico esfuerzo sea algo casual o espiritualmente gratuito con respecto a su modelo vital, cuya alma parece haber suplantado. Kircher fue un sacerdote que, como otros muchos jesuitas de su época, se adelantaron a la eclosión de las Luces; detonante de ello tal vez fuera la semilla jansenista de Port-Royal, en donde la pugna entre Fe y Razón provocó una revisión extrema de todos los supuestos en que se había fundamentado el mundo; aquellos jansenistas, al proponer la predestinación, prendieron la mecha. Kircher aspiró a la summa enciclopédica de todos los saberes de su época, y fue devastado por tan gran ambición como la de todos los héroes que codician robar el fuego sagrado. Pocos en su tiempo le superaron en conocimientos, incluso peregrinos, que abarcaban desde la vulcanología al estudio de los fósiles, la mecánica de la luz o el descifrado de los jeroglíficos. Lo más semejante a su cerebro sería una de esas bibliotecas inimaginables que concibió Borges.
¿Cómo articular semejante corpus de toda una época en un poemario cuya única potestad, y justificación, es la belleza? Lo hace Blanco estructurando de arriba abajo y de ancho a lo profundo. De arriba abajo: 22 cantos (y el número no es casual: es, en cábala, el epítome universal), intercalados de acotaciones en prosa poética. Y de ancho a lo profundo: el coro de voces (Voz piadosa, Voz nostálgica, Voz celestial…) que interpelan o exaltan, sirviendo de contrapunto al teatro universal de presencias inmortales (los santos como Francisco de Asís, los poetas como Hölderlin, los filósofos como Hegel, los músicos como Mozart, los místicos como Eckhart, astrónomos como Copérnico y artistas como Miguel Ángel, los monarcas desde Asurbanipal), incluyendo arquetipos literarios, figuras mitológicas y divinidades fabulosas. ¿Va entendiendo el lector el calado y trascendencia de semejante obra? ¿Es, o no es, una obra insólita, única en el panorama literario actual? Como poema polifónico, se basa en la cultura occidental más el legado oriental, sin tiempo, sin medida. Y sus precedentes no son muchos. Giovanni Papini lo intentó con el Juicio Universal (1957) y mi maestro Vintila Horia, quien fuera su biógrafo, en su Viaje a los Centros de la Tierra (1971). Pero no son obras poéticas, salvo, en nuestra lengua, el Diablo mundo de Espronceda. La Eneida queda lejos y La divina comedia demasiado cerca, por más que relegadas ambas a referencias de especialista. Athanasius significa justamente eso: de la pasión por saber al delirio de soñar. Una humanidad bullente y transida, como en los frescos del Buonarotti o las tablas de Van der Weyden.
Es un racionalista, cierto. ¿Pero solo un racionalista? ¡No! Blanco es un sensitivo. Un humanista extenso e intenso. Si se me permite: alto, un tanto desgalichado, de los que al sonreír se les ilumina el rostro, como si estuviera inconscientemente pidiendo perdón por su precocidad de nacimiento y fertilidad mental, es persona cercana y de una aleccionadora modestia; lo digo porque nada más lejos de la hurañez del sabio. Y lo que nos importa: el propio texto, su configuración poética. ¿Es o no un poeta?, así de claro. Porque, por muy inteligente que se sea, la poesía es un territorio que excede lo mental. Y llama a la atención, en este sentido, su dominio del verso libre, antes que nada. Su musicalidad impecable, su movilidad de perspectivas, sus imágenes precisas: su innato sentido de la elegancia. Su ritmo incesante, nunca decayente, mientras fluyen sus versos, diáfanos, claros, graves, majestuosos. Sin duda estamos ante un aristotélico que, en esta ocasión, se nos presenta platónico (conforme aquella aseveración de Southey, uno de los tres poetas lakistas que presagiaron el Romanticismo: se nace platónico o bien aristotélico, esto es sintético o analítico). De ahí ese sobrevolar continuo la condición humana, pues, al fin, Athanasius es esto: un indagar en la naturaleza del ser humano en su búsqueda secular por la iluminación. Un alegato de esperanza, con todo. El poemario se consuma en su canto último: Una ciudad desconocida, una especie de magníficat, cuya plenitud en la belleza raya lo visionario y profético. Tal tutti orquestal es una cúpula, un punto alfa como inspirado en Teilhard de Chardin.
Así planteado el libro, pareciera que solo pueden acceder al mismo personas de alta cultura. Así va a ser, desde luego, habida cuenta del fomento actual de la incultura por parte de los poderes públicos que padecemos. Pero la poesía todo lo rebasa, y en nada queda, si no es en la consecución de la belleza: la belleza, que todo sobrepasa y en nada se detiene, es la búsqueda de lo inefable. ¿Se da aquí, se concita en este libro? Presumo, por mi parte, en lo que de lector me atañe, que no para otro objeto fue escrito. Lo inefable es inseparable de la fe. Fe en la condición humana, fe en el ser superior que interiormente nos habita. Desde esta perspectiva, Ahanasius, lejos de lo que parece, la exhibición vanidosa de unos saberes que rayan el portento, el sueño nostálgico que culmina el proceso interdisciplinar de nuestra época, a semejanza medieval y mucho después enciclopedista, es eso, y nada más ni menos que eso: el testimonio vivo de quien al ser humano lo considera inmortal, aun en su contingencia de arrojado, y aherrojado, a un mundo limitado y por esencia perverso.
Vídeo: Athanasius
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Autor: Carlos Blanco. Título: Athanasisus. Editorial: Didacbook. Venta: Amazon
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