Carlos Catena Cózar (Jaén, 1995) estudia Máster en Interpretación de Conferencias en la Universidad de Granada y es graduado en Traducción e Interpretación por las universidades de Granada, Münster y Ottawa. Resultó ganador del III Premio UCOpoética, el Premio Málaga Crea 2017 y, recientemente, el XXXIV Premio Hiperión. Aparece en antologías como Donde veas (La Bella Varsovia, 2015) o Algo se ha movido (Esdrújula ediciones, 2017) y ha publicado en blogs como Tenían veinte años y estaban locos (selección de Luna Miguel), Digo palabra.txt (selección de Oriette D’Angelo) y revistas como Oculta Lit y Playground. Coordinó y tradujo la antología de poesía joven alemana Las bestias del corazón, publicada por La Tribu en 2015. Los días hábiles (Hiperión, 2019), su primer poemario, vera la luz en mayo.
—Lo primero que quiero es felicitarte por este premio. Sabemos el prestigio que tiene entre los autores jóvenes el Premio Hiperión. ¿Qué sentiste al recibir la llamada?
—¡Muchísimas gracias! Me sentí agradecidísimo. Estaba en un momento de desencanto general con mi escritura, una de esas fases en las que te preguntas por qué escribir, así que el premio fue un baño de aprobación que me reconforta mucho. Además, estrenarme de esta manera, con un premio así y en tan buena casa, es algo que no habría imaginado nunca hace años, cuando leía con admiración los Hiperiones de Carlos Pardo, Andrés Neuman, Ben Clark o David Leo García. Todo un honor también compartirlo con Maribel Andrés Llamero.
—¿Cuál ha sido el proceso creativo de este libro? ¿Y por qué te decantaste por este título?
—Fue casi azaroso. Nunca he tenido prisa por publicar, y de hecho varias veces he descartado libros casi acabados porque no llegaba a donde quería. Después de estos fracasos —por llamarlos de alguna manera— me había dado un poco por vencido con lo de responder a un plan de libro pensado de antemano, así que iba escribiendo sin orden ni concierto en un mismo archivo de Word. Un día, releyendo ese archivo, vi una línea clara y común, imprimí y empecé a corregir exhaustiva y obsesivamente. Supongo que también hubo algo de intuición en pensar que era ahora cuando tenía que volver a perseguir un poemario. El resultado es Los días hábiles. El título me trajo de cabeza durante semanas. Releía y releía en su busca y no se me ocurría nada que me convenciera. En uno de los poemas del libro aparecían los días laborables, pero rompían el tono del poema y cambié laborales por hábiles. Fue así que ocurrió la epifanía. El libro en sí está escrito en los días hábiles, desde la jornada de ocho horas y el mundo real que acecha tras la universidad, días que yo, por otro lado, vivía como inhábiles por no servir para nada. Titularlo de esta manera me concede la pequeña victoria de pensar que sobrevivir al trabajo es toda una habilidad, un poco el espíritu del libro en realidad.
—Fuiste el ganador de UCOpoética en la edición de 2017. ¿Cómo crees que ha influido tu paso por UCOpoética en el proceso creativo de este libro y en ti como autor? ¿Qué aportaron el taller y su director, Javier Fernández, a tu forma de escribir?
—Siempre digo que Javier Fernández me enseñó el oficio, lo que no se ve y la gente no piensa cuando piensa en escribir poesía. Básicamente aprendí a hacer lo que hice cuando tenía el archivo de Word con los poemas de este libro: tachar, cambiar, unificar, descartar, descartar muchísimo. Lo que hasta UCOpoética era solo intuición se convirtió después en raciocinio, en ideas claras, en una serie de decisiones deliberadas, conscientes y fundadas. Aprendí a preguntarme el porqué, a saber qué quería, a intentar conseguirlo y a no autocomplacerme con el primer resultado. Lo más importante que aprendí fue a leer un texto mío y decirme: «Esto es pura bazofia». Discernir entre un buen poema y un mal poema cuando ambos los has escrito tú es una tarea de frialdad enorme, sobre todo cuando se escribe desde la resistencia. Así que no sé si, sin UCOpoética, habría sido capaz de aprender a ser inmisericorde conmigo mismo. Probablemente hoy seguiría escribiendo, pero mis poemas serían impracticables. Y algo parecido pasaría en la poesía joven andaluza: del grupo tan decente que somos hoy quedarían cuatro o cinco poetas —aislados entre sí— dando palos de ciego al aire. La deuda con UCOpoética y con Javier Fernández es enorme. La mía, personalmente, aún mayor.
—Los días hábiles es un libro crudo y casi un manifiesto generacional. ¿Crees que el futuro, la precariedad y el desengaño son temas comunes presentes en el discurso de los autores y las autoras de nuestra edad?
—Bueno, yo creo que no es tanto algo generacional sino algo más bien humano. La poesía nace de lo que nos desborda, de aquello que hace que nos miremos las manos inútilmente, ya sea esto el fascismo, el desamor o un trabajo precario. Podríamos decir que sí, que los jóvenes escribimos desde el desengaño y la angustia por el futuro, pero, ¿acaso no han escrito así todos los poetas? Escribimos desde la precariedad y hay ciertamente un espíritu de claudicación indignada, de Emosido engañado, que sobrevuela nuestras cabezas. No en vano somos escribas del retroceso inaudito de la clase media. Sin embargo no creo que estemos, aún, dando respuesta a nuestra época. Estoy seguro, eso sí, de que esa respuesta llegará pronto. En mis colegas jóvenes veo mucho inconformismo, mucha revisión, mucha vocación de futuro. Si pienso en lo que, por ejemplo, Los días hábiles tienen en común con Las niñas siempre dicen la verdad de Rosa Berbel o los Actos Impuros de Ángelo Néstore veo un deseo de no quedarnos aquí, de seguir exigiendo y avanzando, muy poca pasividad y complacencia. Aparte de eso, todos estamos condicionados por el exhibicionismo, la inmediatez y el individualismo, eso es innegable.
—Has participado en varias antologías de jóvenes autores. ¿Crees que hay un grupo de autores jóvenes con los que compartes una forma de entender la poesía o cierta afinidad poética? ¿Crees que existe una especie de tejido que une hoy en día de manera más fácil a los autores de nuestra generación? ¿Estamos hiperconectados?
—Esta pregunta es difícil. Lo cierto es que hay poetas con los que tengo afinidades, planteamientos de base similares, un mismo concepto del acto poético, pero no veo que nuestros resultados vayan en la misma dirección. Quizá sí que hayamos descartado, casi por unanimidad, ciertos temas que eran recurrentes en la poesía hasta ahora. No veo, por ejemplo, a compañeros de generación escribiendo de ese amor urbano que tanto nos ha costado quitarnos de encima. Afortunadamente, los jóvenes hombres tampoco escriben ya de la mujer como objeto y se escribe desde el yo sabiendo que hay muchos otros yos ahí fuera. Pero esto es todo intuición, no soy yo crítico ni tengo la perspectiva necesaria. Lo que sí está claro es que hay una red de cuartos propios conectados (como dice Remedios Zafra) desde los que escriben poetas jóvenes precarios. Nos enseñamos poemas, nos damos like y nos alentamos a resistir. A veces, hablando con gente lega sobre poetas jóvenes, me han preguntado que de qué los conozco. La respuesta es casi siempre la misma: de Internet. Esto es fantástico, porque la periferia ya no es tal, ya no pasa todo por Madrid, por los bares míticos del siglo XX. Las redes sociales han creado una nueva tertulia literaria en la que ver y ser visto, en la que nos saludamos cada día y desde la que escribimos.
—La familia es uno de los actores protagonistas del libro. ¿Cómo te sientes ante la idea de ser leído por todos los que forman la tuya?
—Mal. El problema no es tanto la familia sino la educación lectora que hemos recibido. En el colegio se nos enseña que detrás del poema hay siempre oculto un significado real y tangible: Machado está triste por Leonor y Goytisolo le escribe a su hija. Esto lleva a que un padre que no es lector habitual de poesía se sienta interpelado por cada poema de su hijo en el que aparece la palabra padre. Y si no lo hace él, lo hará el entorno cuando le diga que su hijo ha escrito un poema sobre él. Publiqué un poema sobre el suicidio de mi hermano y mi hermano real me preguntó: “¿Qué explicación voy a dar yo ahora, si yo nunca me he suicidado ni he querido hacerlo?”. Mi madre, cada vez que me oye/lee en una entrevista me dice: “¡Vaya, cualquiera diría que somos una familia de intransigentes!”. De nada sirve que yo diga una y otra vez que la familia es un símbolo. Tendría mayor libertad creativa si nos hubieran enseñado que la poesía no tiene por qué ser cierta.
—En un poema dices repitamos hoy el procedimiento: / formar comités salir a la calle clamar / que la tristeza y este dolor en el pecho / cada domingo por la tarde / no son la vida que queremos. ¿Crees que la poesía puede servir como una herramienta a través de la cual realizar un ejercicio reivindicativo y de denuncia?
—Habida cuenta de la clase política tan deficiente que padecemos, es bastante fácil que cualquier poema que intente ir un paso más allá acabe pareciendo una reivindicación política. Si tuviéramos que ir a remolque de la política estaríamos todavía escribiendo sobre Cuba. No obstante, el objetivo de mis poemas no es político, ni tampoco lo es el de este libro, aunque pueda tener una lectura activista. Hay política en mi poesía como la hay en todo lo que hago, pero no es ni el fin ni el medio. Creo en la poesía como una mesa camilla en la que reunirse con gente que te abraza y te hace sentir mejor. Si mi poema es reivindicativo es porque quiero que el lector no se sienta solo en la reivindicación: tenemos en común la emoción, el hartazgo, y una forma de expresarla es quizás ese llamamiento a la lucha. La poesía es para mí el horóscopo, el tarot, es ese amigo que sabe lo que estás pensando y te hace más ameno el valle de lágrimas en el que se está convirtiendo el siglo XXI. Es a eso a lo que aspiro.
—¿Cuáles dirías que son tus referentes y qué poetas actuales te han influido más?
—Me gusta pensar que escribo poesía de la manera en que lo hago hoy porque, siendo adolescente, leí el Romancero gitano y Poetry is not dead de Luna Miguel en una misma semana. A partir de esa casilla de salida, de esa mezcla explosiva de códigos, he ido creciendo lectura tras lectura. Me veo aquí por influjo de Mercedes Cebrián, Erika Martínez, Pablo García Casado, Chantall Maillard, Elena Medel o Javier Fernández. Recurro sistemáticamente a Lorca, a Machado y a Miguel Hernández, que son mi genealogía. En tiempos de sequía vuelvo siempre a clásicos como Louis Aragon, Tranströmer, Kavafis, Idea Vilariño y, sobre todo, Francisca Aguirre.
—¿Hacia donde avanza la poesía joven en España?
—Como digo, veo en mi generación planteamientos similares de base, pero ejecuciones y resultados muy distintos. Lo bello es sin embargo que coexistamos, que exista diálogo entre nosotros y estas poéticas se retroalimenten. Creo que nos dirigimos a una poesía en la que caben todas las narrativas, todos los yo. Me gustaría ver una poesía que lo revise y reconstruya todo. La poesía joven española del futuro debe ser destructiva y de fuego.
—Para cerrar, elige dos poemas de Los días hábiles
intento construir una casa donde quepa mi abuela
mantengo el orden según sus enseñanzas
lo cocino todo con aceite de oliva
y desconfío de los que tienen dinero
la imagino sentada a esta mesa
en la que nadie nos comprende
lamenta al mirar por la ventana
la lluvia fatal para una cosecha que no existe
he colocado una estampa de su virgen en mi escritorio
he pedido a una gran empresa tecnológica
permiso para rezar el Ángelus cada mañana
desde este tiempo sin memoria
imagino una sesión de espiritismo con ella:
tras de sí las tierras que sembró para nosotros
frente a mí la ciudad que no construyó nadie
sentada en su sillón mi abuela observa
cómo el vaso estalla entre mis manos
mi padre me dice:
tardé cuarenta años en cobrar lo que tú cobras
yo pienso en 2008 las noticias y los titulares
mi primo Alberto exhausto de poner azulejos
trabajaba a destajo alicataba cien pisos al día
mi padre decía: no puede ser
tardé cuarenta años en cobrar lo que él cobra
nunca esperó nada de sus hijos (mi padre)
nos dio la impaciencia las letras una casa amplia
en el colegio los niños nos llamaban vagos
por no mancharnos nunca las manos con cemento
miro hoy mis manos aún limpias de camino al trabajo
mi padre repite: no puede ser
tardé cuarenta años en cobrar lo que tú cobras
con el mal augurio abro el ordenador accedo al sistema
lamento las ocho horas que me quedan y pienso
que el estallido de la burbuja inmobiliaria fue un alivio
para los que ponían azulejos a destajo
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