Conocí el trabajo de Carlos gracias a mi compadre Jesús F. Úbeda, gran periodista de este territorio zendiano.
Considero el estilo personal una de las cualidades más importantes en las personas en general y, por supuesto, en su oficio tanto como en el mío.
Me abre las puestas de su casa, y disfrutamos de una charla acompañados de un par de cervezas, su pareja María y la dueña de la casa, Lluvia, una preciosa bodeguera adoptada que enseguida se convierte en la protagonista del reportaje por su coquetería y cariño.
Fue un placer retratar a Carlos y os invito a seguir y disfrutar de su trabajo, pues estamos ante uno de los periodistas más interesantes de su generación.
Para saber más sobre Carlos:
Nací en Madrid, en 1986, pero me gusta pensar que la cigüeña iba hacia el norte y yo me quedé por el camino. Escribo por oficio y por beneficio, y ya son 15 años los que llevo ejerciendo. Todo empezó cuando publiqué por primera vez una entrevista —fue en un fanzine llamado Orpheo y se trataba de Miguel Ríos—. Desde ese entonces, servidor no ha hecho otra cosa en la vida. De hecho, ya en el instituto tenía claro que quería ser periodista —en realidad, mi vocación frustrada es la de biólogo marino—.
El mundo interior que habito está formado por el surrealismo de Javier y Guillermo Fesser, el humor de Raúl Cimas, el carácter de Robert de Niro en Una historia del Bronx, el carisma de George Harrison y The Beatles y, sobre todo, por los silencios —los de Jesús Quintero—. Luego están las reflexiones de Pedro G. Cuartango, la épica del Pérez-Reverte reportero, los gags de Los Simpson y el género distópico. Vivo más de noche que de día, como dice la canción de La Fuga, y a la hora de ponerme a escribir me dejo llevar por la música que esté escuchando en ese momento, café… y lo que surja —los licores y las bebidas espirituosas son tinta cuando se teclea en el ordenador—.
Antes de todo, estuvo la música. Y aparte de The Beatles, a mis manos llegaban los vinilos de mis padres, que habían coleccionado álbumes de Genesis, Bruce Springsteen, Bee Gees, Camarón… Después me haría con las cintas de Triana y las de Michael Jackson y Héroes del Silencio que mi primo me grababa siempre por Navidad. Por eso mis comienzos en el periodismo tienen que ver con la música; fui redactor de Popular 1 durante diez años, de Mondo Sonoro y, a día de hoy, continúo escribiendo en Efe Eme, donde me estrené en 2009. Amén de haber colaborado en el documental sobre Enrique Bunbury Porque las cosas cambian, dirigido por Javier Alvero.
Como sentía que la música se me quedaba pequeña y veía que las entrevistas se me daban mejor que la crítica, quise dar un paso hacia el periodismo puro. Crecí y aprendí en Cambio 16, Esquire, Ctxt, Forbes… y hoy se me puede leer en GQ, Ethic o Icon. No obstante, espero que cuando estés leyendo esto ya tenga una nueva cabecera que añadir al currículum; nada me gusta más que una propuesta que signifique un nuevo reto. Es la razón por la que llevo siempre encima una libreta, un boli y la grabadora.
Soy guionista en la intimidad —formé parte del equipo del último Hoy por hoy de Macarena Berlín en la SER— y me siento de cuando en cuando en el Sofá Sonoro de Alfonso Cardenal, también en la Cadena SER. Como joven introvertido que se pasaba las tardes de los sábados jugando solo a las chapas o al Monkey Island —en el ordenador—, la radio —Carrusel Deportivo— se convirtió en una compañera de aventuras. Siempre estuvo presente, como una canción o un amor imposible.
Os podría dar la chapa con historias de abuelo cebolleta, como cuando entrevisté a Charlie Sheen en Londres o compré a Leopoldo María Panero con un par de sándwiches y unas Coca Colas. ¡Ah! Y las cinco horas y pico que pasé con Poli Díaz y la vez que tuve que empujar la silla de ruedas de Johnny Winter —con él sentado— desde su caravana hasta la puerta del hotel. Y si os cuento la tarde en casa de Quique San Francisco y Jerry González con litros de cerveza y unas chinas de hachís… Mejor para otro día.
Nos recomienda a los lectores de Zenda Héroes, de Ray Loriga, editado por Plaza & Janés:
Podría recomendar otro título y tirar menos del tópico del escritor maldito, pero Héroes fue de los primeros libros que llegaron a mí en la adolescencia, cuando empecé a descubrir a Bowie, The Doors o Lou Reed. Y Ray Loriga es rock and roll. Héroes lo es, y no solo porque se citen en él Bowie, Iggy Pop y todo el rollo de Berlín, sino por su estética y porque además funciona como un disco, donde cada capítulo es una canción con una letra que puede tener un sentido diferente cada vez. Por ejemplo: ¿quién es la chica rubia de vestido corto y sandalias blancas con la que sueña Ray Loriga en el libro? A mí me gusta creer que es Christina Rosenvinge. Por eso guardo dentro del libro —entre las páginas 142 y 143— una servilleta con un beso que le «robé» a Christina cuando la entrevisté por primera vez. Invito a abrir cada día una página de Héroes y elegir la primera frase que encontremos al azar —igual que haríamos con las Estrategias Oblicuas de Brian Eno y Peter Schmidt— para interpretarla y aplicárnosla. No sé por qué, pero todavía tengo una marca en la página 84: «¿Qué se puede hacer con una mujer que no se conoce?». Esta edición de Héroes —la sexta—, por cierto, pertenecía a un buen amigo de Jerez de la Frontera —Juanma Saelices—, que tuvo a bien enviarme la obra de Ray Loriga una vez se la terminó. Fue un regalo, y eso, creo, le da todavía más valor sentimental. Sin olvidar que está dedicado por el autor —«Para Charly: entre héroes, con todo mi cariño. Ray Loriga»—.
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