Aunque sean apenas un suspiro en la historia de México, diez años sin su gran cronista Carlos Monsiváis (1938-2010) parecen una eternidad. Porque cuánta falta hacen hoy su ironía, su ojo avizor, sus dardos certeros, las frases casi susurradas como en un suspiro que, no obstante, tenían la fuerza de un huracán que derrumbaba egos, apariencias, mentiras y engaños. La palabra de Monsi, escrita y hablada, fue una de las principales referencias a la hora de entender los fenómenos sociales de la tan accidentada modernidad mexicana, el palabrerío politiquero, la demagogia del poder, la ignorancia pero también la sabiduría de la calle, la celebridad de los mitos populares y la cultura allí donde se produjera. Y es que Monsi tenía una singularísima capacidad de manejar ingentes cantidades de información que procesaba de forma magistral con un sentido siempre crítico y preciso para comprender y percibir los acontecimientos clave del devenir mexicano. Sus crónicas, columnas y artículos periodísticos, sus intervenciones en mil y un espacios en los medios de comunicación, sus libros —de Días de guardar y Amor perdido a Los rituales del caos, Del rancho al Internet o Apocalipstick, entre más de medio centenar de obras publicadas—, no son solo el testimonio de su inteligencia y capacidad creativa, sino que definen a un autor que, convertido en un género literario en sí mismo, es imposible de explicar sin el sello mexicano que lo caracteriza, como es ya inexplicable cualquiera de los fenómenos y acontecimientos que abordó sin tenerlo en cuenta. Digamos que existe una simbiosis entre sus relatos, interpretaciones, análisis y críticas y aquello que observa, analiza, cuenta y expone, como si de pronto su voz, su pensamiento, sus ideas y descripciones, sus textos, completaran o terminaran de dar entidad a aquello a lo que se refiere. Así, no se explican María Félix, Cantinflas, Jorge Negrete, Pedro Infante, el Indio Fernández, Toña la Negra, Pérez Prado, José Alfredo Jiménez o Juan Gabriel sin Monsi, como no se explica el cine mexicano y la música popular sin sus ensayos, crónicas y artículos; no se explica la Ciudad de México, su lenguaje popular, sus ceremonias paganas y religiosas, sus filias y fobias, su arte y su cultura sin leer a Monsi. Dadme a Monsi y comprenderé a México. Pero hay un aspecto más: su crítica al poder, a la devoción por los héroes y las ceremonias patrias convertidas en secretaría de Estado, en libro de texto y responso, la disección minuciosa de los discursos políticos hasta dejarlos en la materia prima mentirosa, falsa, tramposa, absurda e incongruente que gran cantidad de ellos son, hicieron de Monsi un intelectual de referencia al que se acudía como a un oráculo para conocer las posibilidades que el destino deparaba a los mexicanos ante toda clase de gobiernos y políticos. Por esa razón, su ausencia es tan notoria ahora que México navega a la deriva de un gobierno que no ha sabido dirigir la política nacional contra la pandemia; un gobierno soterradamente neoliberal que se niega a aplicar política económica alguna para compensar a grandes sectores de la sociedad cuando de cara a la galería maldice el neoliberalismo; un gobierno que presta oídos sordos a los desesperados reclamos de personal médico, familiares de víctimas de desaparición forzada, desempleados, afectados por megaproyectos y gente al borde de la hambruna; un gobierno cuyo presidente pontifica como un predicador y en el colmo del absurdo se da el lujo de ofrecer a sus conciudadanos un “Decálogo para salir del covid-19” el cual, en manos de Monsi, con toda seguridad habría ingresado en sus célebres columnas «Para documentar nuestro optimismo» o «Por mi madre, bohemios». Porque parece que a este mismo gobierno, a cuyo presidente Monsi tanto apoyó y aconsejó, le vendría bien recordar aquello que decía nuestro añorado cronista: “Si perdemos la capacidad de indignación, perdemos todo vestigio humano”, y también le advertiría que, de seguir por el rumbo que va, al fin se hará realidad aquel epitafio para México que el propio Monsi entresacó de una frase de la película Nosotros los pobres: “Ahora sí ya tengo una tumba en donde llorar”. Por todo eso y más hoy, una década después de su fallecimiento, le echamos tanto de menos.
LAS LIBRERÍAS MEXICANAS EN LA POSTPANDEMIA
Me cuentan que las ventas en librerías de México se han derrumbado un 70 por ciento en estos meses de confinamiento y pandemia. Con esa sangría, las librerías reabrieron la semana pasada buscando corregir su mala racha, que para colmo enfrenta la ceguera del Estado, quien por activa y por pasiva ha dicho que las empresas, del ramo que sean, tendrán que buscarse la vida por su cuenta, sin apoyos ni ayudas. En ese contexto, tanto la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caneim) como la Asociación de Librerías de México, rezan para que los diputados aprueben la ampliación del precio único en todo el país para las novedades editoriales, de 18 a 36 meses, y la tasa cero para las librerías, que permita a estos recintos recuperar el IVA que pagan. Los libreros más fuertes han comenzado la nueva aventura de abrir sus espacios con la covid-19 pisándole las narices a toda la población, pero tratando de paliar la situación cumpliendo las medidas sanitarias impuestas: menos de cinco empleados por local para poder abrir al público; tapetes sanitizantes para limpiarse los pies; marcas en el suelo indicando la circulación; acrílicos en los mostradores; cuidar la distancia de seguridad; gel para las manos; cubrebocas, y un máximo de clientes, dependiendo de las dimensiones del lugar. En esa tesitura están en lo inmediato, pero hay otra preocupación que arrastran desde hace más de un año: la formación de un consejo para el fomento del libro y la lectura, que no se ha reunido desde que arrancó el actual gobierno. La Secretaría de Cultura es la responsable de convocar a sus miembros, entre los que figuran la Caneim, el Fondo de Cultura Económica y la Dirección General de Bibliotecas, entre otros. Su principal pendiente al respecto es saber cuál será la política pública hacia el libro, para las Bibliotecas de Aula y Escolares, y que los incluyan en la estrategia nacional de lectura para impulsar la industria editorial y la manida bibliodiversidad. Pero las relaciones están en punto muerto. Como casi todo en México.
LA FIL DE GUADALAJARA, UN ÉXITO MÁS ALLÁ DE LA INDUSTRIA EDITORIAL
El reconocimiento que representa el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tiene que ver no solo con el hecho de que la industria editorial en lengua española haya encontrado en este evento el mejor foro para promocionar, gestionar y debatir el mundo de los autores, editores y toda clase de profesionales relacionados con este sector, sino porque ha logrado, más que ningún otro encuentro similar en todo el mundo, relacionar al público y a todos esos profesionales de una manera tan lúdica, amable y, si se me permite el extremo, feliz. En ese sentido, me atrevo a decir que su éxito la convierte en la mejor feria del libro del mundo, pues es más vital que, por ejemplo, la fría y millonaria de Francfort, y más tumultuosa y bullanguera que cualquier otra cita librera que se organiza en el planeta. Y conste que los mariachis, Tlaquepaque y el tequila van aparte.
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