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Carlos Ruiz Zafón: «Siempre me ha preocupado la destrucción de la memoria»

“Que se prendan las luces del Cementerio de los Libros Olvidados por última vez, que suene la música, se oscurezca el patio de butacas y que empiece la función”. Con esas palabras se dirigía hace apenas unos días Zafón a sus lectores. “Ha valido la pena”, aseguraba. Era el preludio de un momento —el lanzamiento del cuarto y último libro de la saga del Cementerio de los Libros Olvidados que unos 25 millones de lectores de 50 países llevaban tiempo esperando. Cifras superlativas en el sector literario actual, que han convertido a estos títulos en uno de los suculentos buques insignia de la editorial Planeta, que no ha escatimado en gastos para un lanzamiento a medio camino entre una puesta de largo y un acto casi místico. Con una tirada de 700.000 ejemplares y más de 40 traducciones, esta última pieza del cuarteto aspira a copar las listas de ventas de los próximos meses. El autor, mientras, se limita a agradecer a sus lectores “su paciencia”.

Foto: Victoria R. Ramos

Foto: Victoria R. Ramos

El viaje comenzó hace casi 18 años, con la imagen de un gran laberinto de libros dibujándose en la mente de un antiguo publicista barcelonés —ganador del premio Edebé con El príncipe de la niebla, que ya cuenta con muchos elementos fantásticos, de aventura y ese toque gótico tan característico— reconvertido en guionista en Los Ángeles. Nacía así La sombra del vientoTerenci Moix, el primero en apostar por una novela que perdió el premio Fernando Lara en 2001 y que no paró de insistir a la editorial hasta que ésta lo publicó, estaría satisfecho de un éxito que fue el primero en augurar. Con una promoción discreta y un despegue más bien lento, el fenómeno boca a boca fue ganando fuerza y le lanzó al cielo editorial, cosechando cifras récord de ventas y sentando las bases de un entramado de historias que, 15 años después, se cierra con El laberinto de los espíritus.

Si este último libro arranca con un sueño —el del retorno al Cementerio de los Libros Olvidados— y una alusión a Rebecca, su presentación oficial lo hizo con un viaje al cielo de Barcelona –ése al que le han encumbrado sus lectores–. Partiendo del teleférico y el Tibidabo, una cohorte con lo más granado de la prensa y los libreros españoles aterrizaba en la explanada del Temple Expiatori del Sagrat Cor. El cava se mezclaba con esos sugus que tanto gustan a Fermín Romero de Torres, y una Barcelona soleada brillaba bajo sus pies. Escenario principal y protagonista al tiempo de sus novelas, que se desarrollan en una Barcelona brumosa y gótica, no podía ser otra la ciudad que viese nacer, oficialmente, el último libro de la saga.

Repican las campanas. Se abren las puertas de un templo cuyo interior, en penumbra, se tiñe del color de las luces azuladas. A modo de altar, dos butacas de cuero y cerros de libros apilados componen un escenario que evoca al Cementerio de los Libros Olvidados. En una gran pantalla, se emite el booktrailer de esta obra de más de 900 páginas. No hay huecos libres en los bancos de la basílica. Así, señores, es la puesta de largo de una saga bestseller.

El escritor introvertido que se confiesa aficionado a tocar “todo lo que se pueda teclear y haga ruido”, hace acto de presencia vestido de negro, con corbata roja y sus archiconocidas gafas de pasta negra. Posa con la timidez de alguien poco amigo de los focos para la nube de fotógrafos que le envuelve, antes de comenzar su charla con el periodista Carles Francino. Durante ella, se hablará del proceso de escritura, del diablo como personaje, de posverdad, de redes sociales, de ficción, de pasiones humanas, de piratería… incluso de Donald Trump y, por supuesto, de los personajes que han enamorado a los lectores. Zafón se despide del Cementerio, pero sus lectores comienzan ahora a recorrer el laberinto de su último libro. Desde aquí, queremos invitarles a ser partícipes de esa charla. Pasen pues, y lean.

Fotos: Victoria R. Ramos.

Fotos: Victoria R. Ramos

Carles Francino: ¿Hay que guardar silencio durante las fotografías? ¿Pero tú no estás acostumbrado ya a esto, a los fotógrafos, a moverte…?

Carlos Ruiz Zafón: El problema es que los escritores no saben posar. Nos quedamos como pasmarotes, y los fotógrafos amablemente dicen “mira aquí”, y uno se queda ahí, pensando «pobre de mí», como ese ciervo deslumbrado por los faros en la carretera.  Luego ellos hacen su trabajo y hasta logran que uno tenga buen aspecto y quede bien. Y si no, un poquito de photoshop, por favor [risas] y ya está.

Cuando te sientan al lado de alguien de quien se dice que es el escritor más leído en lengua española después de Cervantes, primero te entra un ataque de pánico y después te pones a reflexionar. Hoy tenemos ya terminado este cuarteto, que entre otras cosas es un monumento a la promoción, la defensa y la protección de la lectura, y cuando tienes el monumento acabado y es tan imponente y tan importante, uno tiene la tentación de mirar un poquito hacia el lado y rascar en el autor. Luego ya veremos si hay más senderos soleados en la vida, si hay más Fermines o Valls, o Vargas, o Hendayas… Que vaya hijo de la gran puta Hendaya.

No tiene otro nombre.

Lo primero que me gustaría preguntarte es, tú, ahora, ¿cómo estás? ¿Estás ilusionado, aliviado, inquieto, pensando ya en lo que va a venir…?

Estoy muy tranquilo. He estado trabajando en este proyecto durante más de 15 años, me ha llevado más tiempo del que yo pensaba. Tampoco sabía si llegaría a completar ese cuarteto de libros. Este último, como es la piedra de encaje en todas las piedras del rompecabezas del laberinto, ha sido el más difícil, el más laborioso, y el que más me ha hecho tener que esforzarme y trabajar. En el momento en que queda completado, cerrado, lo que tengo es esa sensación que tiene cualquier persona en su profesión del trabajo hecho, de aquello que te habías propuesto y es finalmente lo que tú siempre habías querido que fuera, que no te has tenido que quedar en el camino, no has tenido que renunciar a nada, sino que has hecho exactamente aquello que habías soñado muchos años antes y que, fruto del esfuerzo y del trabajo, finalmente ha sucedido. Estoy muy tranquilo e ilusionado, porque creo que al poder completar este ciclo –un proyecto que sólo se hace una vez en la vida, no creo que nunca más me embarque en una serie de libros que me lleven 15 años y que tengan este diseño complejo de tantas puertas de entrada–, realmente me siento más ilusionado que nunca. Y si cabe, aunque puede sonar un poco sentimentaloide, más enamorado que nunca de mi profesión. Quizás también porque me voy haciendo mayor y empiezo a disfrutar más del trabajo. Cuando uno es más joven está intentando hacer cosas, conseguir cosas, es una lucha contra las propias limitaciones, y llega un momento —sea lo que sea lo que uno haga en la vida— en que uno empieza a disfrutar de ello.

Carlos Ruiz Zafón

¿Es verdad que uno escribe para uno y reescribe para los demás? Este proceso de 15 años, ¿qué ha supuesto para ti? Hoy te consideras una persona… ¿más sabia, con más dudas, con más incertidumbres, con más certezas? ¿Qué te ha aportado?

Estos son unos libros sobre mi propio mundo interior, sobre la literatura, sobre el ejercicio de la escritura, sobre la lectura… Una de las cosas que yo siempre había querido hacer con este ciclo era explorar el propio proceso creativo de lo que es narrar, de por qué contamos historias, de cómo se construye una historia, por qué tiene una determinada arquitectura, por qué trabajamos el lenguaje… El hecho de haber estado en este mundo un poco conmigo mismo –por la propia naturaleza de estos libros–, te permite entender muchas cosas de ti mismo, porque estás haciendo continuamente un viaje a tu interior. Quizás, si estuvieras haciendo otra cosa, no tendrías ni el tiempo, ni la perspectiva. En ese sentido no sé si más sabio o más viejo –bueno, eso sí– pero lo que sí que me siento es mucho más en paz conmigo mismo.

La pregunta sería un poco esa reflexión que Virgilio le plantea a Alicia. En un momento dado, todo el que toca un libro de los del Cementerio acaba mal. ¿Tú has salido indemne?

Creo que sí. La literatura es un arte maravilloso, pero es una amante cruel. Normalmente los escritores se enamoran de la literatura, pero la literatura no se enamora de ti, y aquellos que entregan su vida a esta profesión con toda su ilusión y todo su esfuerzo, pues muchas veces lo que reciben a cambio no es… Yo en ese sentido me considero afortunado: a mí me ha dado mucho, no sólo en el sentido de que los libros sean populares, sino en la propia práctica, el propio ejercicio de la profesión. Es una cosa que con los años he ido viendo. Cuando era mucho más joven y empecé a publicar libros –tenía veintitantos años– no era tan consciente de eso, tenía la sensación de que necesitaba hacer más. Finalmente me he dado cuenta de todo lo que me ha aportado y que a veces no he sabido valorar.

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No sé si Planeta ha pensado en un libro con las reflexiones y aforismos del mundo zafoniano. Yo creo que está pidiendo paso ya, con muchísima fuerza. Hay millones de citas en Twitter cada mes.

Bueno, eso es lo que cuelgan los lectores en Internet, que construyen en redes sociales con diferentes páginas, y hacen como mosaicos de todas estas citas, esos aforismos que forman parte de la fibra de los libros.

“La verdad es un acuerdo que permite a los inocentes no convivir con la realidad”. Eso, que requiere un tiempo para digerirlo, ¿dónde coloca la ficción? ¿Qué es la ficción entonces?

La ficción es una historia pactada. Cuando entramos en la ficción sabemos perfectamente que no se nos va a contar aquello que es la verdad, pero se nos va a contar aquello que de otro modo no podría contarse. La ficción es esa historia, esa narrativa, que nos permite llegar a la verdad. La verdad no llega por sí misma, porque es ambigua. La ficción es aquello que nos permite entender cosas: la literatura, el relativismo, nos permite jugar con metáforas… ¿La ficción es una mentira? Todo aquel que recibe una ficción sabe lo que es, por lo tanto no es una mentira.

¿Sabes cuál es la palabra del año según el Diccionario Oxford? «Posverdad». Su definición nos dice: “Denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Cuando se acuñan estos términos es porque llevan tiempo funcionando. Yo creo que, en el tiempo en que vivimos, la posverdad tiene ya carrera larga y peina canas. De algún modo vivimos en la época de la ilusión, la escenificación, la teatralización, y es un poco el mundo que hemos construido entre todos, y de ahí que ya tengamos que empezar a buscarle sitio en el diccionario. Realmente vivimos en un mundo de posverdad, y en nuestra mano está el no sucumbir totalmente a ella.

"Vivimos en la época de la ilusión, la escenificación, la teatralización, en un mundo de posverdad, y en nuestra mano está el no sucumbir totalmente a ella"

¿Te has enamorado de algún personaje? Alicia es un personaje fundamental en El laberinto de los espíritus, decisivo en la resolución de toda esta trama del cuarteto. Es un personaje para enamorarse. Yo me he enamorado de ella. ¿Tendría yo alguna oportunidad con ella?

Alicia es mi personaje favorito de todos cuantos he creado. Es un personaje que me rondaba la cabeza desde hace ya tiempo, y que he guardado para el final porque ese era su lugar. La tentación hubiera sido sacarla antes a escena. Había que darle la entrada ahora, porque era preciso para la arquitectura en el diseño de la historia. Es un personaje muy próximo a mí, un personaje que forma parte de mí mismo, aunque todos los personajes que crea un escritor son parte de sí mismo. Entregas algo tuyo en todos los personajes para que evolucionen. A veces hay algunos que son muy literalmente partes de ti, algo que sale de ti, que está en tu cabeza. En esta secuencia de libros hay tres personajes que son una parte de mí mismo. Uno de ellos es Julián Carax, el otro es Fermín Romero de Torres y el tercero es Alicia, un pequeño ángel de las tinieblas cuyo aspecto no tiene nada que ver con el mío. Es una parte de mí, de mi modo de ver las cosas, es un personaje que forma parte de mí mismo, y claro, uno no se enamora de sí mismo.

Pero es inaccesible, yo no tendría ninguna oportunidad con ella.

No, lo que pasa es que es un personaje peligroso. Alicia tiene sus inclinaciones, sus aficiones, sus particularidades. Yo creo que sí que podrías tener posibilidades, pero tendrías que andarte con ojo, no es un caramelito ni una flor del bosque. Alicia es quien es, y ese es su atractivo.

"En esta secuencia de libros hay tres personajes que son una parte de mí mismo. Uno de ellos es Julián Carax, el otro es Fermín Romero de Torres y el tercero es Alicia, un pequeño ángel de las tinieblas"

Otro personaje: Vargas. Ese policía que irrumpe en la trama de este desenlace. Vargas ¿podría ser un policía de Los Ángeles, donde vives tú? ¿Un personaje de LA Confidential?

Perfectamente. Es un hombre que ha hecho su carrera en el cuerpo policial, que ha vivido un determinado contexto social histórico, que tiene que trabajar en la policía política de los años de la posguerra, los años 40 y 50. Es un hombre curtido, con una serie de experiencias, y que en un momento determinado de su vida intenta también redimirse a sí mismo. Es un hombre que pese a sus circunstancias, pese al mundo y al rol que le ha tocado, intenta ser algo mejor. Alicia le proporciona esta oportunidad por un accidente del destino. Luego tenemos personajes como Mauricio Valls, que es un ladrón de vidas, un ladrón de almas, alguien que se apropia de la vida de los demás, que por codicia, por vanidad, por crueldad, destruye las vidas de todas las personas que se cruzan a su paso para satisfacer sus objetivos, su codicia, sus anhelos turbios internos, y porque sus propios méritos como persona nunca le granjearían todos esos resultados, entonces debe conseguirlos escalando y apuñalando por la espalda a todo el que se le presenta. Es un tipo de personaje, es un modelo que vemos en la vida, en la pública y en la no tan pública. Todos los personajes que aparecen en esa serie de novelas intentan representar un poco la gran comedia de la vida, todo aquello que nos encontramos y que forma parte de la fibra de la vida.

Cuando empiezas a tramar toda la estructura de este cuarteto, del Cementerio de los Libros Olvidados, ¿qué peso pensaste darle a la novela negra?

Una de las cosas que yo quería hacer era intentar crear un híbrido que fuera una combinación de todos los géneros posibles, de los géneros tradicionales de la novela, que a la vez fuera una tragedia, una novela policial, de intriga, de aventuras, una historia de amor, que fuera de misterio, novela de costumbres, que fuera muchas cosas. Intentar combinar todos estos registros a un tiempo, crear algo que se moviera en esta dirección. En la primera novela hay mucho más peso de la novela de aprendizaje, en El juego del ángel hay más peso de la novela gótica, en el caso de El prisionero del cielo hay más de la novela de aventuras, pero combinados con todos los otros. En el caso de El laberinto de los espíritus sí que hay más peso de la novela de intriga, de la novela de misterio, porque el propio esqueleto interno sobre el cual se articulan todas las tramas y las subtramas exigía que fuera una novela de misterio e intriga, una historia policial.

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Entonces, ¿el zafonés es un género, un idioma o un universo?

No sé ni si existe.

Existe. El taxista que me ha traído hasta aquí, cuando le he dicho a lo que venía —un taxista enormemente ilustrado—, y le he contado que además Zafón compone música, dibuja muy bien —yo conservo un retrato de un dragón y mío que hizo durante una entrevista— me ha dicho: “Es que cuadra todo, porque si no, ¿cómo iba a reflejar eso en sus personajes?”. Eso es el zafonés.

Bueno, los escritores proponemos, y los lectores son los que toman aquello que nosotros ofrecemos, nuestro trabajo, y pueden teorizar y clasificar. Yo creo que un escritor nunca debe discutir, nunca debe decir “no, no”. Ese derecho a la riqueza de interpretación pertenece a los lectores. Me resulta sumamente interesante cuando los lectores teorizan. Lo que nunca hago es discutir las conclusiones que tengan, esté de acuerdo con ellas o no. Uno aprende mucho de lo que dicen los lectores: hay cosas que igual uno no ha visto, o que no están bien logradas… Yo creo que está bien que los escritores escribamos e intentemos hablar lo menos posible, a excepción de días como hoy, que tenemos que hablar para presentar nuestro trabajo.

Vives a caballo entre Barcelona y Los Ángeles, dos ciudades, dos países, en los que están ocurriendo ahora cosas muy interesantes y complejas. ¿Qué te interesa, qué te apasiona o te aburre más: estar hablando todo el día de lo que va a provocar el fenómeno Trump en Los Ángeles, en Estados Unidos, o hablar del «procés» en Barcelona y en Cataluña?

No suelo polemizar sobre temas políticos, no porque no tenga opiniones, sino porque ya hay un exceso de personas que se dedican profesionalmente a ello. Suelo ser una persona muy escéptica, que tiene una visión muy seca sobre cualquier tema político o sobre ideologías. Me cuesta mucho participar o calentarme con estos debates, porque tiendo a ver en ellos la teatralidad, el juego de intereses, el sainete que hay en todo juego político. A escala global, me preocupa bastante más lo que está sucediendo en este momento en Estados Unidos que lo que pueda estar ocurriendo en el «procés», que es una cuestión de ponerse de acuerdo y dialogar para encontrar una solución política a un conflicto político. Me preocupa más en este momento el alcance de lo que pueda suceder en Estados Unidos, porque va a afectar globalmente a muchas personas, y creo que puede tener un alcance que va más allá de nuestra presidencia o de algo transitorio, pero bueno, todavía es pronto para saberlo.

Ayer el programa La ventana de la SER abrió con la historia de un actor muy conocido de cine y televisión, Carlos Olalla, que actualmente sobrevive recitando poesías con su madre en el metro. Su madre es escritora, tiene 83 años, y lleva cuatro o cinco días por el metro pidiendo dinero porque no tiene para llegar a fin de mes. Este actor hace un año y medio anunció que se bajaba de los escenarios y que no volvería hasta que se rebajara el IVA cultural. Es una noticia que ha generado una conmoción enorme en el mundo de la cultura. Como integrante de ese mundo te quiero preguntar: ¿a ti qué te sugiere?

Bueno, ese es un debate que lleva ya dando vueltas tiempo y que cuesta justificar. El gravamen económico al que se ha sometido a la industria de la cultura durante todos estos años, que parece que sea casi un ejercicio casi de castigo con respecto al sector cultural, empieza ya a levantar alarmas, a presentar casos como estos, porque se trata de gente que ve comprometido su propio modo de vida. Parece ser que estamos instalados en eso, en este afán recaudatorio y punitivo, y no sé muy bien qué se pretende conseguir con ello. No creo que se deba al mero interés como fuente de ingresos, ya que lo que hace es estrangular un sector que quizás económicamente no es tan rentable como otros, y que tiene que ver con la propia fibra de lo que es la naturaleza de la sociedad.

Foto: Victoria R. Ramos

Foto: Victoria R. Ramos

En estos 15 años en los que ha crecido el cuarteto del Cementerio de los Libros Olvidados, ha nacido y se ha desarrollado el mundo digital. Otra vida, otra cosa absolutamente distinta a lo que conocíamos. No sé si te imaginas a alguno de los personajes de tu cuarteto ahí, a un Romero de Torres.

Si Fermín Romero de Torres hubiera vivido hoy día quién sabe lo que estaría haciendo, pero todos los personajes de esta saga son criaturas del siglo XX que lidian con los problemas del siglo XX. Afortunadamente, porque me preocuparía un poco. Le tendría que controlar como a los niños, que hay que controlarles el acceso a las redes sociales. Si viviera Fermín le tendría que tener controladísimo, porque si no me metería en líos y empezaría a decir cosas impropias por ahí. Pero yo creo que él y el resto de personajes se sienten a gusto en el siglo XX, en un mundo sin redes sociales, sin dispositivos electrónicos que te fuerzan a estar conectado a todo, a algo que no sabemos qué es. Ese tiempo de reflexión que les proporciona su mundo les favorece. Con una máquina del tiempo saldrían quizás del tiempo que les ha tocado y saltarían sólo unos cuantos años, a las últimas décadas del siglo XX.

¿Te va a interesar en algún momento escribir historias que discurran en este mundo, en este universo digital? Los libros tienen alma, ese es un concepto que se nos repite durante el cuarteto. ¿Un tuit tiene alma?

No, un tuit es un modo de comunicación, sencillamente. Hemos creado una mística por la novedad, por la inmediatez y por todos estos medios, y creemos que son algo muy nuevo, algo revolucionario. Es un modo de comunicación, como cuando apareció el teléfono. La mística de todo esto con el tiempo se diluye. Las historias que uno escribe en el fondo siempre reflejan dilemas y aspectos de su tiempo. Todos escribimos para los lectores de nuestro tiempo, vivimos en nuestro tiempo y todo lo que nos influye es nuestro tiempo. Del mismo modo que la ciencia ficción tradicionalmente lo que ha hecho es reflexionar sobre los problemas de su momento escenificándolos en otros mundos, en otro momento, porque eso permite quitar el ruido de fondo diario que parece que sea lo inmediato, que sea lo real, pero en el fondo es mucho más banal de lo que pensamos e ir al centro de la cuestión. En estos últimos años las historias que he escrito están situadas en el mundo del siglo XX, y muchos de los temas que se abordan están referidos al momento y al mundo en que estamos viviendo, aunque los personajes no anden mirando todo el rato su teléfono y tengan conversaciones normales y queden en un bar. Todos son modos mediante los que la gente se comunica, y quizá ahora pensamos que esto es el futuro, pero es el presente. En diez o quince años probablemente todas estas redes sociales que ahora nos parecen tan sofisticadas queden sustituidas por nuevas tecnologías que tendrán otras formas y otras aplicaciones, y nos estaremos comunicando de otro modo. Y también nos parecerá que ese es el futuro. Todos vivimos un poco prisioneros del síndrome aquel del fin de la Historia, y creemos que el momento que nosotros vivimos es el finitorio. Estamos pasando por un largo túnel y cualquier cosa que hagamos nos parece tan importante y tan trascendente…

"Vivimos un poco prisioneros del síndrome del fin de la Historia, y creemos que el momento que nosotros vivimos es el finitorio"

Me gustaría detenerme en un sentimiento que recorre como un chorro de potencia muy fuerte El laberinto de los espíritus, que es el odio. El odio como motor. “Nada retiene mejor la memoria que el resentimiento”. “Uno no sabe quién es de verdad hasta que aprende a odiar”. ¿Tú crees que el odio es combustible vital, que sirve como gasolina?

Cuando abordo estos temas lo que quiero es abrir un diálogo y ver qué piensa el lector. [Suenan las campanas] Cuando planteo estos aforismos, estas frases, son más bien preguntas. No intento convencer al lector de nada, no intento sermonear. Siempre digo que yo soy un novelista, no un cura ni un político. No tengo un púlpito desde el cual quiera imponer una verdad determinada. Lo que me interesa es formular preguntas y ver qué es lo que piensa el lector. Y para eso la historia va articulando conflictos, va presentando situaciones, y a veces provocando al lector diciendo cosas así para ver qué es lo que aporta al lector, qué es lo que despierta en el lector este pensamiento. En este caso el odio… Una de las cosas que estuvimos intentando hacer es recuperar los temas clásicos de la literatura: las pasiones humanas, el amor, el odio, los celos, la violencia, cosas que forman parte de la vida de cada día, de la vida de los seres humanos. Atendiendo a lo que es el conflicto ya extremo en cuanto a los personajes, a Daniel Sempere, que tiene grandes sospechas sobre el asesinato de su madre, una madre que le ha sido robada, unos personajes que están atrapados en un laberinto, ¿no? De intrigas, de misterios, de crímenes… Llega un momento en que esas pasiones, ese lado oscuro que todas las personas llevan dentro, ese odio, sale a la superficie, y esto es lo que intenta explorar la historia. Cómo diferentes personajes reaccionan a estas complicaciones, cómo hay personas que cruzan a ese lado, que se consumen por el odio, y se transforman en verdaderos monstruos, y cómo hay personas que intentan, pese a esas circunstancias, mantenerse fieles a sí mismas, ser la mejor versión posible de sí mismos. Eso es algo que creo que es interesante, estos temas morales, y la novela intenta involucrar al lector en estas situaciones extremas.

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Yo creo que es uno de los sentimientos que más modela nuestra biografía. No sé si tú has tenido mucho o poco contacto, por activa o por pasiva, con el odio y si sabes lo que es eso en la vida real.

Lo he conocido. Hay casos curiosos. A veces descubres que hay personas que tú no sabes que existían, no sabes quiénes son, y un día descubres que te odian profundamente, y dices «¿cómo es posible?». ¿Cómo es posible que personas con las que tú no te habías cruzado, que a lo mejor se han formado una idea de ti o que han proyectado…? Una cosa que he experimentado y que me parece muy interesante es cómo la gente proyecta en ti cosas de sí mismo, cosas que a veces no les gustan, cosas que no aceptan, cosas que no quieren cargar. Creo que a menudo el odio parte del temor tanto como del resentimiento a partir de cosas que nos han hecho. Es algo muy difícil, ¿no? Una persona a la cual se le ha robado la vida, se le ha destrozado, contra la que se han cometido determinadas cosas, es muy difícil que no tenga esa reacción humana, irracional, oscura, de odio, de necesidad de vengarse. Es un aspecto muy interesante, el de todas aquellas emociones que nos sacan de esa supuesta normalidad en la cual creemos vivir. Nos gusta pensar en nosotros mismos como criaturas racionales, templadas, ecuánimes… Nadie se ve a sí mismo como un villano. Nadie cree ser una mala persona. Las malas personas sólo existen en los seriales estos en los que aparece un villano que se complace de serlo y se ríe «jajaja, qué malo que soy». En la vida real los grandes villanos se tienen por personas virtuosas, por personas que siempre tienen la razón y miran a los demás por encima del hombro. Es un tema interesante que esta novela trata de explorar, llegar un poco al fondo del por qué las personas somos así.

¿Para cuándo un cementerio de los libros pirateados?

Probablemente ya existe hace tiempo, ¿no? Toda la propiedad intelectual pirateada y robada y saqueada ya existe, y seguirá creciendo en la medida en que el mundo que comete estos actos los racionaliza e incluso los glorifica y se pone la medallita por ellos. Yo suelo usar la metáfora de la deforestación cultural. Del mismo modo en que nos estamos cargando los recursos del planeta, que es de lo que vivimos y en el que vivimos —mientras duran no nos enteramos mucho, llega un punto en que lo empezamos a notar— creamos una deforestación cultural, de propiedad intelectual, de cosas que la gente ha estado trabajando para crear y ofrecer a los demás. Y nos las cargamos porque es fácil, porque nos creemos muy listos al hacerlo, porque encima queremos tener razón. No es que tiremos la piedra y escondamos la mano, sino es que, encima, como a uno se le ocurra decir «oiga, lo que está robando es mi trabajo», te va a caer un insulto y un chorreo de «cómo te atreves tú a decir eso». Es el mundo en el que vivimos, ¿no? Todos los estándares éticos y morales que nosotros mismos ejercitamos son los que dictamina el mundo en el que vivimos. A menudo nos quejamos del mundo, decimos que vivimos en un mundo corrupto en el cual no hay decencia, no hay verdad, pero quizás lo que no hacemos es cambiarnos nuestra propia pauta, y ver en qué medida nosotros tenemos un código ético. Probablemente nosotros nos comportamos de esa manera que parece que criticamos en los demás. Raramente encontramos a alguien que reconoce que se equivoca, que ha hecho algo mal. Normalmente señalamos con el dedo, y todos tenemos mucha prisa en decir «este es un corrupto, un sinvergüenza», «este señor es un ladrón», pero aparentemente todos somos santos y virtuosos. ¿Entonces cómo se explica el mundo en el que vivimos, si todos somos tan maravillosos y tan buenos? Está en nuestra mano. Podemos echar la culpa a los demás del mundo que tenemos, que no nos gusta, pero el mundo que tenemos no es más que nosotros mismos.

Está la teoría de la baldosa, que consiste en barrer y mantener siempre limpia tu baldosa. Si las baldosas de alrededor también se van manteniendo limpias, un día tendrás una habitación entera limpia, con varias habitaciones una casa, y con muchas casas una ciudad. Pero si desde la baldosa dices «joder, la ciudad, qué lejos me queda», y no barres…

Todos tenemos una serie de personas, un ámbito en el que nos movemos cada día, la gente a la que más afecta nuestro campo de influencia y las cosas que hacemos. Podemos decir «vale, esto no va a cambiar el mundo». Bueno, si cada cual cuida de su baldosa y su jardín, si cada cual pone orden en su casa, y se comporta como espera que los demás se comporten, realmente tendríamos un mundo infinitamente diferente. En la medida en que no lo hacemos, tendremos el mundo que tenemos, y si seguimos echándole la culpa a los demás –somos libres de hacerlo–, tendremos el mundo que tenemos.

"Si tuviera que resumir en una cosa lo que intento transmitir al lector, el mensaje es que se cuestione la realidad"

“Una leyenda —se dice en El laberinto de los espíritus— es una mentira pergeñada para explicar una verdad universal”. ¿Cuál es la verdad universal del Cementerio de los Libros Olvidados?

Yo soy poco amigo de las verdades universales. A mí lo que me gusta es hacer preguntas y plantear la posibilidad de que aquello que pensamos, aquello que damos por cierto, tal vez lo podamos ver de un modo diferente. No me gusta mucho la idea. Establecer así el mensaje me parece muy simple. A principios del siglo XX sería como enviar un telegrama, hoy día sería un tuit o un e-mail. Creo que la novela tiene muchos mensajes y quiere comunicar muchas cosas. Esencialmente, si tuviera que resumir en una cosa lo que intento transmitir al lector, el mensaje es que se cuestione la realidad, que se cuestione todo aquello que se le quiere decir, todo aquello que viene de personas que nos dicen cómo tenemos que pensar, cómo nos tenemos que comportar, lo que está bien, lo que está mal… Todos tenemos un cerebro entre oreja y oreja, es un don maravilloso que nos ha dado la naturaleza, y lo tenemos que usar. Tenemos que tener el espíritu de cuestionar nuestras propias percepciones y todo aquello que el mundo y las personas nos ofrecen, y llegar a nuestras propias conclusiones. Si hay que cometer errores, cometamos nuestros propios errores, y no los de los demás. Vivamos nuestra vida, y no la de los demás. Si yo pudiera transmitir una milésima parte de esto a los lectores e invitarles a que tuvieran ese espíritu crítico, analítico, con todo, y que se cuestionaran por qué alguien nos dice que esto es así, por qué tengo que pensar esto y por qué me tengo que comportar así, me daría por más que satisfecho.

"Me apetece más que nunca contar historias, quizás para mí mismo"

¿Y ahora qué? ¿Qué te ronda por la cabeza?

Me apetece más que nunca contar historias, quizás para mí mismo, para contármelas a mí mismo, sin pensar si van a interesar más o menos. Cualquier escritor evidentemente aspira a que su trabajo llegue a los lectores y lo disfruten, pero ese ejercicio de contarme historias a mí mismo y de explorar ideas me apetece más que nunca. Tengo varias ideas, varios proyectos, pero como me conozco un poco, más allá de este nivel personal están las logísticas de la realidad –cuando se publica un libro, durante aproximadamente un año y medio uno acaba viajando por todo el mundo y pasa mucho tiempo presentando el libro, hablando de él– que a mí me permiten enfriarme un poco, reflexionar y dejar salir lo que siempre acaba siendo. Uno tiene varias ideas, tiene muchos proyectos, todos suenan muy interesantes, y acaba siendo una de esas ideas –normalmente la que parece menos interesante– la que te elige. Por algún motivo, que a menudo no alcanzas a comprender hasta que estás trabajando en ella, es la que te elige.

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Ronda de preguntas del público

Me gustaría que nos hablases un poco del Cementerio de los Libros Olvidados como espacio mágico. ¿Qué tipo de metáfora es, en qué se ha convertido? Ahora nos enseñas sus entretelas, y no sé si es una declaración de amor, una reivindicación del libro, la palabra, la literatura, en un momento en que tiene rivales muy poderosos, como las series de televisión, los videojuegos, las redes sociales, etcétera…

Para mí las historias normalmente arrancan con una imagen. Hay una imagen que me intriga, que me pasa por la cabeza durante un tiempo. Suele ser una metáfora visual, algo que ha cristalizado porque me preocupa o me intriga. En el caso del Cementerio de los Libros Olvidados era la imagen de este gran laberinto de libros, prácticamente una ciudad o catedral gótica hecha de libros, con túneles, con arcos, en el cual se ocultaban esos libros perdidos, olvidados. Y pensando en esto comprendí que no se trataba sólo de libros perdidos, sino que era una metáfora sobre la memoria, la identidad, las ideas, la palabra, el lenguaje, sobre un ejercicio que define quiénes somos, cómo somos, cómo pensamos… y una metáfora sobre la destrucción de la memoria, que era algo que en su momento a mí me preocupaba mucho y me sigue preocupando. Un mecanismo aparentemente invisible que va borrando todo aquello que nos define como personas, que lo va sustituyendo por esta posverdad. Era algo que ya hace unos 17 años, cuando empecé a escribir estas series, me intrigaba. De ahí evolucionó esta imagen, este lugar y los personajes, y un poco la idea de explorar todo ello a través de un homenaje a la palabra escrita, la literatura, el pensamiento, el mundo de la imaginación. Ese fue el origen de la serie.

¿Qué pasó cuando pusiste la palabra «fin»?

Yo no pongo la palabra «fin», porque de la manera en que suelo trabajar no lo hago de forma lineal. El final está escrito mucho antes que otras partes, y luego está reescrito todo hasta la saciedad. Uno nunca sabe muy bien cuándo llega el fin, no es un proceso en el cual vayas avanzando y en un momento digas «ya está, ya se ha acabado», sino que todo se va refinando, rehaciendo, reescribiendo. Es un fin abstracto. La sensación que tuve cuando dije «esto está cerrado, está terminado» fue de satisfacción y de paz. No lo esperaba, no sabía cuál iba a ser la reacción después de todos estos años. Después de hacer un largo esfuerzo y de haber intentado hacer una cosa que me ha costado mucho trabajo a lo largo de los años, fue un «esto está bien, es exactamente lo que yo siempre había soñado que tenía que ser». En ese sentido la sensación fue de paz, de tranquilidad y de cierta ilusión por compartirlo finalmente con los lectores, porque llevaba años explicando la idea del laberinto de historias, que mientras está incompleto resulta extraño, es como una gran construcción que hasta que no está terminada no se aprecia su forma.

Viviendo en Los Ángeles, pegadito a la fábrica de sueños, los cantos de sirena deben de ser intensos diciendo «aquí hay una película, aquí hay una serie, aquí hay un videojuego». ¿Cómo te resistes a esos cantos de sirena?

Pues me resisto razonablemente bien. Creo que ya he explicado muchas veces que para mí los libros, el Cementerio de los Libros Olvidados, son un homenaje a la palabra escrita, y la idea de transformarlos en otra cosa, adaptarlos al cine, a televisión o a cualquier otro medio, me parecería una traición a su naturaleza y a lo que yo quería hacer con ellos. Y además me parece innecesario. La única razón sería hacerlos más populares, hacerlos más famosos, monetizarlos, lo cual está muy bien, no hay nada de malo en todo eso –además la televisión y el cine son medios muy interesantes–, pero creo que lo interesante es crear obra original, crear algo nuevo. Para mí no tiene ningún interés dedicar parte de un tiempo limitado a adaptar algo que ya he hecho. Para mí la versión definitiva de la obra ya está, está en los libros. Soy muy consciente de que tenemos un tiempo limitado, y yo quiero dedicar el mío a crear obras nuevas y a hacer cosas que me interesan a mí personalmente. Para mí eso no tiene ningún interés. Hay películas como El padrino maravillosas, y grandes series de televisión hoy en día, pero para mí estos libros son ya lo que tienen que ser, lo que yo quería que fueran, y no hay necesidad de transformarlos en otra cosa ni hacer merchandising de Fermín. No es obligatorio adaptar todo. A veces está bien que un libro se quede como un libro. Creo que no hay nada que cuente una historia con la profundidad, la riqueza y la intensidad de una novela si está bien hecha. Quizás soy un ingenuo, pero sigo siendo fiel a mi palabra. Lo he dicho muchas veces y lo sigo diciendo: nunca va a haber una película o una serie del Cementerio de los Libros Olvidados, porque no hace absolutamente ninguna falta.

"No hay nada que cuente una historia con la profundidad, la riqueza y la intensidad de una novela bien hecha"

En alguna ocasión has hecho referencia a la figura mitológica del diablo. ¿Qué le ves como escritor al diablo como personaje? El juego del ángel quizá sea la novela con más elemento sobrenatural. ¿Veremos algo de esto en El laberinto de los espíritus?

El diablo, ya cuando yo era niño y empezaba a escribir historias, me parecía el mejor personaje literario jamás creado. Creo que es un personaje que hemos creado entre todos para proyectar en él todo aquello que no aceptamos en nosotros mismos, y esto lo convierte en un personaje fantástico. Lo definimos como el príncipe de las mentiras, y vivimos en el mundo de las mentiras, así que es un poco el casero del mundo que hemos construido entre todos. Un personaje interesante, porque nos facilita ese espejo, esta metáfora sobre nosotros mismos, y yo lo he utilizado en muchas ocasiones. Incluso cuando escribía novela juvenil, tenía un personaje, que era Andrea Corelli, que aparece por primera vez en Las luces de septiembre, y que luego reencontramos en El juego del ángel, y que sigue dando coletazos por ahí. Volveremos a tener noticias del señor Corelli en El laberinto de los espíritus, aunque no sea una historia que pueda tener la interpretación sobrenatural que tenía El juego del ángel. Pero sí, el dilema del mal, de por qué hacemos las cosas que hacemos, por qué nos justificamos, por qué nos mentimos a nosotros mismos, es fascinante para cualquier escritor, y sin duda lo voy a seguir explorando. En El laberinto de los espíritus hay muchos elementos que no son sobrenaturales, con esa carga gótica terrorífica que a veces se ha insinuado en algunas de las otras novelas, pero el elemento está presente.

"El diablo es un personaje que hemos creado entre todos para proyectar en él todo aquello que no aceptamos en nosotros mismos, y esto lo convierte en un personaje fantástico. Lo definimos como el príncipe de las mentiras, y vivimos en el mundo de las mentiras, es un poco el casero del mundo"

¿Cómo ha vivido a lo largo del tiempo, y qué ha sido lo mejor y lo peor del éxito que ha tenido?

Lo mejor del éxito es que te ofrece libertad. Te da seguridad, te permite más ser tú mismo y no andar tan condicionado por las presiones, por lo que otras personas quisieran que tú hicieras, sino que puedes hacer lo que quieres –en la medida en que aquello que haces tiene éxito y te compra ese tiempo y esa libertad–. Lo peor del éxito es que despierta recelo y rechazo en personas a las que, por lo que sea, no les parece bien o no les gusta. Muchas veces son personas que tú ni conoces y que les cuesta aceptar la noción de que ese éxito te ha tocado a ti como podía haberle tocado a otra persona. Todo eso te transforma en un objeto no por ti mismo, sino por lo que representas para alguien, que puede ser el centro de determinadas cosas no muy agradables, a las cuales uno se acostumbra rápidamente. El contrapeso de la libertad y la seguridad que concede y ese tiempo, comparado con el que a alguien no le guste, pues qué pena, qué le vamos a hacer. Uno no viene al mundo con ganas de ofender ni de molestar a nadie, pero llega un momento en que ni lo notas. A menos que te llegue demasiado pronto, demasiado rápido. En mi caso ha sido gradual, ha sido un proceso de años, y eso es algo que te permite absorberlo, no perder la perspectiva. Eres quien eres y no te cambia, salvo por esa libertad de elegir. Yo creo que el éxito básicamente es eso.

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