Se pregunta uno de los personajes de Love Song (Salamandra, 2022), la última novela de Carlos Zanón (Barcelona, 1966) si son siempre verdad los versos en un libro, si mienten los poetas como sí hacen los músicos: “En las canciones casi siempre es la lujuria quien canta. Quien canta quiere follarte. (…) ¿Por qué miente un poema? ¿Para lo mismo? ¿En serio?”. El autor catalán cuenta a Zenda que empezó a escribir para gustar y señala que, efectivamente, la lujuria es una “buena compañera” a la hora de parir literatura.
Love Song habla sobre el refugio de la creación y sobre la idea de que la amistad puede ser tan destructiva como el amor. Hay en la novela algo de Jules et Jim, de Edipo Rey y de western. Los protagonistas son tres amigos músicos, con una carrera reconocida, a la vez que carcomida, que deciden hacer una gira por cámpings cantando canciones de 1985. Sus motivos tienen. La cosa arranca chachi pero, ay, Señor, cómo acaba torciéndose.
Con la percha de la publicación de Love Song, conversamos con Zanón en el archisobado Hotel de las Letras de la Gran Vía madrileña.
—Señor Zanón, permítame comenzar con una pregunta que hace uno de los personajes de Love Song: ¿mienten los poetas como sí hacen los músicos?
—Creo que sí. Parece que un material tan volátil como una canción se presta más a la mentira. Los libros tienen como más peso, pero creo que las motivaciones son las mismas.
—La lujuria o, si lo prefiere, el deseo físico no es mal aliciente para la creación, ¿verdad?
—Verdad. El deseo y la vocación están muy bien. ¿Por qué decides empezar a escribir? Casi siempre tiene que ver con el deseo, con gustar a alguien, con que te quieran. La lujuria es una buena compañera, claro. Uno empieza a escribir para gustar. Por eso, la mayor parte de la gente que es escritor lo es para encajar de alguna manera. Tiene que ver con la seducción, con querer gustar, con querer que te quieran.
—Usted es poeta y letrista. ¿Los códigos son distintos? ¿Nota el cambio de registro que va del poema a la canción?
—Básicamente, en la canción tienes que plantear un tema y resolverlo. La letra está supeditada a la música, a la musicalidad. Tienes que encontrar unas palabras que encajen bien con la melodía, tienes que plantear una cuestión y resolverla en el estribillo… Después, depende del artista. Por ejemplo, si escribes para Loquillo, Loquillo tiene un perfil muy determinado. Sabes que hay cosas que puede cantar y cosas que no. Eso también te condiciona. Pero, sobre todo está supeditado al ritmo, a la música, a cómo encajan las palabras. La canción puede ser muy evocativa. Hay canciones que las escuchas durante un momento de tu vida, luego las escuchas 20 años después y dices: “Ah, decían esto”. En el fondo, eres tú el que ha cambiado, pero vas colocando diferentes significados dependiendo de la edad en la que estés.
—¿Eso no pasa con los poemas?
—La poesía está más cerrada. Es decir, no recuerdo yo haber leído una poesía y, después, haber llegado a diferentes conclusiones. Con la canción sí me ha pasado. Quizás porque con la poesía estás más concentrado, intentando saber qué verdad te desvela; con una canción, estás más relajado, con la guardia más baja, y quizás no le das tanta importancia a la letra.
—¿Hay, por cierto, más poesía en Love Song que en el resto de sus novelas?
—No. En las primeras no había tanto. Quizás porque tenía la mano encogida, en ese sentido. Venía de la poesía y no quería publicar las típicas novelas de un poeta que se pasa a la narrativa. A partir de Yo fui Johnny Thunders, no he controlado eso. No creo que haya más poesía en esta novela que en las anteriores.
—Músicos como Mario Cobo y Dani Nel·lo le han nutrido de anécdotas y de leyendas urbanas. ¿Cómo aparecen reflejadas en la novela?
—De muchas maneras. No quería hacer un documental o un libro muy naturalista sobre lo que significa estar en una banda. Sí quería incluir los pequeños detalles. Por ejemplo, las bromas de furgoneta, estos juegos que se hacen entre ellos, o qué es lo peor que te puede pasar en un escenario. Detalles como que un músico siempre quiere tener limpio el escenario porque es el sitio en el que trabaja. Cosas que tú nunca has pensado, ¿no? Me interesaban más esas pequeñas cosas de lo cotidiano. O cómo después de una gira, de la adrenalina, en la que cada día es distinto, consiguen conciliar eso con la vida civil, con el día a día, cuando no hay giras y tienen que quedarse en sus casas con sus familias.
—¿Al rock&roll se le está poniendo cara de western? No creo que el nombre de “Cowboy” sea casual…
—No, en absoluto es casual. Creo que el rocanrol es un estilo de música residual, un estilo de música más y, sí, se le está quedando cara de western crepuscular.
—El padre de Cowboy, por cierto, es Centauro. ¿Es una tragedia griega el trío que forman con Tatiana?
—En el fondo, la historia de Cowboy y de Centauro es la de Edipo. Incluso, en el mito griego, el padre de Edipo le pisa con el carromato y por eso le mata; aquí, hay una silla de ruedas. Eso tiene mucho que ver con el western también. El western no hace otra cosa que reciclar determinados mitos. Borges dijo que el western era el último refugio de la épica. Probablemente sea verdad. El western nos ha influenciado mucho. Por ejemplo, hay muchas novelas negras que, en el fondo, son western.
—La trinidad nuclear de la novela la forman Cowboy, Eileen y Jim. Y, de nuevo, le pregunto si el nombre de “Jim” es casual o no. Inevitablemente, me he acordado de la película de Truffaut.
—Quería explicar un triángulo de amistad. No me interesaba tanto el típico triángulo de una mujer y dos hombres, y que luego hay una especie de traición entre ellos. Aquí hay tres amigos que pueden vivir, más o menos, plenamente su amistad. Me interesaba eso, que el triángulo no explosionara por una cuestión de celos ni nada por el estilo. Todo empezó cuando leí un artículo sobre Townes Van Zandt, Guy y Susanna Clark, que formaban un triángulo de superamigos entre ellos. Me sorprendió mucho que Townes Van Zandt, que no era la pareja de Susanna, todos los días de su vida, desde que se conocieron, le llamaba por teléfono. Y cuando Townes Van Zandt murió, Susanna se recluyó en su dormitorio y no volvió a salir. Esto no entorpeció su matrimonio. Esta historia me pareció muy interesante y me apetecía escribir sobre esto. Porque era una manera de hablar de los amigos de la adolescencia, cuando te pasas todo el día en el instituto con ellos y, cuando sales, vuelves a estar con ellos, y el sábado vuelves a estar con ellos… no te cansas nunca de estar juntos. Era una manera de hablar de esto.
—Es cierto: sus rockeros tienen un punto adolescente. La más adulta es Eileen.
—Sí. La novela habla también de la necesidad de cortar los lazos para convertirte en adulto. Ellos viven en una eterna adolescencia, en cierta manera. Se mueven en un no-espacio y en un no-lugar. La música no deja de ser eso y ellos viven así. Eileen es la persona que se ha convertido en un adulto. Quizás, por otros motivos que no aparecen en la novela, pero también por lo que le está sucediendo.
—Por la enfermedad.
—Claro. Sus problemas no son de ego o de creatividad: su problema es que la muerte le va a llegar de una manera muy cruel y le va a quitar la libertad, que es lo que más quiere. Sí, es un personaje adulto, y está rodeada de niños. De niños con una cierta edad.
—Antes de que se me olvide, ¿por qué los protagonistas hacen versiones de canciones que vieron la luz en 1985?
—El año es completamente aleatorio. Podría haber sido cualquier otro. En principio, estuve pensando en 1982 por la canción de “Come On, Eileen”, pero luego cambié. Puse el 85 porque uno de los discos que más me gustan es de ese año, el Steve McQueen de Prefab Sprout. Hay una parte más de trama: ellos son músicos muy talentosos, pero tocan para un público que no está para tonterías, que lo que quiere es tralla. No quiere un blues del delta, sino una canción que pueda reconocer. Ellos mismos dicen: “Vamos a jugar a su juego, vamos a darles lo que quieren y, para eso, vamos a los grandes éxitos del 85”. Por otro lado, hay una parte en la que ellos deciden vivir como en el año 85. En el sentido de cuando la música tenía una implicación emocional, cuando la tecnología no era tan bestia ni tan rápida ni tan violenta. Antes, tú te comprabas un disco y elegías ese disco, no te podías comprar todos. Y te lo empollabas. Aunque no te gustara, te forzabas a que te gustara. Ahora, la tecnología ha hecho que si tú me dices: “Oye, mira, me gusta mucho este músico”. Yo me lo escucho en Spotify y me paso el día escuchando la discografía entera. Es imposible que pueda entrar igual. Entonces, ellos, en cierta manera, saben que son los últimos vestigios de una forma de entender la música, y por eso juegan a instalarse en el año en que a ellos les da la gana.
—Para finalizar, ¿se imagina a Loquillo haciendo una gira por cámpings?
—Risas) Serían conciertos multitudinarios, pero puede ser.
La lujuria es una buena compañera… Ya. Y la envidia, y la soberbia, y la ira. Mamma mía. ‘Cowboy’ es la traducción de la palabra española ‘vaquero’ hecha por los colonos anglo que llegaban a Tejas y adoptaron la cultura del rancho. Ser de lengua española y usar una palabra traducida de tu propio idioma… ¿Qué se puede pedir? Estamos en la España del siglo XXI.
gran articulo