Desde que en 2021, tras la obtención del Premio Planeta con La bestia se diera a conocer la verdadera identidad del trío de escritores ocultos tras el seudónimo de Carmen Mola, suele creerse que Jorge Díaz es quien escribe los fragmentos más próximos a la Historia, en tanto que Agustín Martínez se encarga del gore, que nunca falta en sus asuntos, y Antonio Mercero se ocupa de los aspectos más románticos. Pero esto no es siempre, necesariamente, así.
“Yo me encargo de la alta literatura”, bromeó Diaz al tomar la palabra en el encuentro que este equipo de novelistas mantuvo con sus lectores madrileños. Pero lo cierto es que para ellos sí que vale aquello de que el orden de factores no altera el producto. Guionistas de dilatada y acreditada experiencia, están acostumbrados a escribir en colaboración y la máquina les funciona como un reloj.
“Las primeras novelas de Elena Blanco se asemejan más a los thrillers americanos de los años 90, El silencio de los corderos, Seven…”, explicó Díaz. “Aquellas historias en las que los asesinos eran muy imaginativos y salvajes. Pero, cuando en La Bestia nos pasamos al thriller histórico, donde se denunciaban cosas, nos metimos en algo mucho más social. Tras La Bestia llegaron Las madres, sobre los vientres de alquiler. Pero siempre partimos de una imagen, de algo que nos llama poderosamente la atención. En el caso de Las madres, aquel cadáver de un hombre que aparecía con un feto dentro; en La Bestia, el perro que jugaba con una cabeza, en El infierno, todas aquellas barbaridades de la esclavitud. En el caso de El Clan, nuestra idea era que Elena se enfrentase al sistema, pero claro, esto es algo muy genérico y había que personalizarlo”.
La imagen que les vino entonces fue la de ciertos pequeños, soldados de la primera guerra civil liberiana (1989-1996), uno de los conflictos más atroces de cuantos sacudieron el mundo en los años 90. “Los más mayores, los que vivieran en aquella época, aún recordarán aquellos planos de unos niños con ametralladoras que estaban en una fiesta en la que lucían pelucas y alas de mariposa. Aquella era una imagen que teníamos los tres en la cabeza y nos llevó a pensar en quién había puesto las armas en las manos de aquellos niños que habían arrasado un poblado y cometido todo tipo de barbaridades”.
Y aquel horror antiguo fue traspasado por Carmen Mola a nuestros días, en los que esas cosas no parecen haber cambiado mucho, para traernos ese asunto de tráfico de seres humanos —y otras atrocidades— que se cuenta en El Clan. Llegada a las librerías el mes pasado, ya se encuentra entre las ficciones más leídas de este otoño. “Ya sé que aquí en Getafe se habla mucho de lo que es y no es novela negra. A mí me parece una especie de saco en lo que cabe casi todo. La actualidad, desde luego”, afirmó Díaz. Sorprendía observar cómo se escuchan los unos a los otros: hablan por turnos, como solamente son capaces de hacerlo los bien avenidos.
Cuando escribieron La novia gitana (2018), primera entrega de la serie de Elena Blanco, la inspectora adscrita a la Brigada de Análisis de Casos (BAC), nunca imaginaron que acabaría siendo esa pentalogía que es por el momento. “Al principio, cuando terminamos La novia gitana, nos pareció un milagro acabarla sin habernos matado. La gente piensa que somos expertos en márquetin, que hemos ido diseñando paso a paso nuestra carrera y no es verdad” recuerda Martínez. “Todo ha sido fruto de la improvisación. Lo único que pensamos con antelación, fue escribir La bestia para presentarla al Planeta”.
Sí reconocieron que, al final de Las madres (2022), la cuarta entrega, querían acabar con Elena Blanco. La serie hubiera sido entonces una tetralogía. “No pretendíamos hacer una saga con 19 novelas en la que de pronto, apareciera una en la que Elena se enfrentaba a los zombis y estas cosas que a veces pasan”, afirmó Díaz. No querían, en definitiva, cansar al lector, darle la posibilidad de estimar que hubiera sido mejor no escribir la última entrega. Pero el éxito de la obra de Carmen Mola, tanto en el thriller histórico como en el atento a la actualidad, ha sido rotundo. Además de las ventas millonarias en varios idiomas han suscitado un debate internacional sobre los seudónimos femeninos —siempre se les compara con la italiana Elena Ferrante, otro nombre de pluma— y la escritura colectiva. Así las cosas, El Clan acaba de llegar a las librerías.
Una de las claves de su éxito, explica Mercero, radica en que los lectores “empatizan con el asesino. Es esencial. Tienen que entender su motivación. No puede matar por la cara. Si es un psicópata, tienes que intentar entender esa psicopatía. Llegado el caso, se puede definir hasta la falta de empatía. Pero tanto el lector como el escritor tienen que empatizar con el asesino. En caso contrario, resulta un personaje de cartón piedra, uno de esos villanos como de las películas de serie B. Y los asesinos no están matando gente todo el día, ni arrancándoles las patas a las moscas. A veces, incluso pueden enamorarse de una muchacha”.
Siendo el Clan aludido en el título, un conjunto de miserables procedentes del mundo de la política, la judicatura y la empresa, que se enriquecen con el drama de las guerras en las que se baten los niños soldados, en esta nueva entrega de Elena Blanco, es difícil simpatizar con nadie. “Porque el sistema, este sistema, es el mayor psicópata que hemos construido”, continúa Mercero. “Es difícil simpatizar con esa desigualdad social que estamos fustigando. No con la indiferencia ante ella —que también—, es difícil empatizar con el hecho, miserable, de sacar partido económico del tráfico de personas. Que haya guerras es terrorífico. Pero es que, además, hay quien se da cuenta de que, en las guerras, hay una oportunidad de negocio. Eso es el sistema, eso es El Clan”.
Y la BAC, la unidad imaginaria encargada de limpiar estas cloacas, a decir de Mercero, “era un grupo de elite que resolvía casos que se enquistaban. Puede que España esté más insegura desde que solo existe en la memoria de los lectores” comenta Mercero respecto a la desaparición de la brigada a la que estuvo adscrita Elena Blanco. “Pero también es cierto que, con su desaparición, se da paso a policías más íntegros que los que nosotros hemos descrito en la BAC. Nuestros agentes traspasaban muchas líneas rojas, tenían una moral ambigua, nunca hemos querido hacer el policía que encarna la virtud. Nunca hemos querido hacer eso. En Las madres, había una unidad, en Villaverde, el barrio madrileño, de polis corruptos. En aquella novela, a menudo, era muy difícil saber quiénes eran los buenos, si los de la BAC o los de Villaverde. Los de la BAC, desde luego, también tienen lo suyo. Puede que con la desaparición de la BAC la policía respire mejor. Pero los muchos crímenes que resolvían, igual se quedan sin resolver”.
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