La cita es en casa de la escritora, donde siempre soy recibida con una sonrisa y un agradecimiento e interés que no abundan en estos tiempos de prisas. Hablamos un rato sobre la vida, sus nietos, su próximo viaje a Nueva York, y pasamos a la sesión de fotos, para la que posa con paciencia. Confieso que no he dejado de leer ningún libro de Carmen Posadas y que me gustan porque sabe combinar un humor muy sutil e inteligente con una prosa entretenida y cuidada, y cada una de sus historias me ha ido sorprendiendo, pero me atrevo a decir que con cada novela va superándose, y que esta puede que sea la mejor de todas. Estoy en su salón, claro está, por su último libro, La maestra de títeres (Espasa) en el que invita a sus lectores a conocer los secretos de la jet set y la alta burguesía madrileña desde el final de los años 50 hasta nuestros días. La historia está contada en tres tiempos: la posguerra, la Transición y el presente mediante tres mujeres (Ina, Gadea y Beatriz Calanda) que representan esos periodos.
—¿Se ha inspirado en alguien real para dar forma a Beatriz Calanda, la mujer sobre la que gira buena parte del libro?
—Me he inspirado en muchas personas, porque yo lo que quería era hacer un homenaje a William Thackeray, el autor de La feria de las vanidades, en la que hay dos protagonistas: una es una mujer enamoradiza, romántica, idealista, que es un poco la Ina de mi novela, y la otra es una mujer que no tiene prácticamente formación, es de origen muy humilde, ni siquiera es muy guapa, pero que sabe moverse y se convierte en un personaje en la corte del rey de Inglaterra de principios del siglo XIX. Al pensar en quién sería el equivalente en España de Becky Sharp me dije: «Bueno, tiene que ser alguien de las revistas del corazón, porque sigue sorprendiéndome que sin formación, y algunas ni siquiera belleza, consiguen convertirse en personajes, venden sus vidas y la gente lo sigue como si fuera unas novela por entregas. Me he inspirado en diferentes personas que he conocido a lo largo de los años, y de una tomé sus muchos maridos, de otra su aspecto físico, de otra su forma de hablar, hice un mix y salió Beatriz Calanda.
—¿Cómo ha sido la documentación?
—Ha sido la parte más laboriosa. Es mucho más fácil escribir sobre el siglo XVIII o el imperio romano; si uno mete la pata nadie se entera. Es verdad que hay muchos libros políticos sobre la época, pero hay muy pocas novelas y yo necesitaba eso para la ambientación. Dónde comía la gente, cómo se vestía, cómo hablaban. He preguntado y consultado mucho.
—¿Es cierto que ha vivido en un edificio muy parecido al que narra en la novela?
—Sí, es verdad. Era un edificio muy parecido. En cada piso también vivía alguien muy conocido. En mi casa, que estaba cerca del Bernabéu, vivía Camilo Alonso Vega, que era Ministro de la Gobernación de Franco, al que llamaban “Don Camulo” porque era muy bestia. En el tercero vivía Vallejo-Nájera, en el cuarto nosotros y en el quinto, los dueños de Campofrío ,y arriba del todo vivía Lorenzo Caprile y su familia. Era como la 13, rue del Percebe.
—Usted llegó a una España muy diferente de su Uruguay natal.
—Sí, llegué a España en el año 65 y aquel país se parecía mucho al de finales de los 50. Lo que más me interesaba en esta novela contada en tres tiempos —los 50, la Transición y el presente— era reflejar el cambio tan grande que sufrió España. Aquella frase de Alfonso Guerra de «a este país no lo va a reconocer ni la madre que la parió» fue absolutamente profética. Los 60 y la Transición fueron para este país casi un Big Bang: de una España pacata pasamos a una explosión de modernidad. Llega el destape, el sexo y todos nos embarcamos en esa aventura que es la modernidad.
—Uno de los grandes personajes de su novela es España.
—Efectivamente, y yo quería contar cómo ha ido cambiando poco a poco. En cada una de las tres épocas que cuento hay “cameos” de personajes conocidos. En los años 50 hay una señora que se dedica a dar fiestas infatigablemente, y en esas fiestas —yo he estado en algunas— estaba la gente más mezclada que te puedes imaginar: desde el cardenal primado de Toledo hasta Luis Miguel Dominguín, pasando por la duquesa de Alba y un brujo que leía las cartas, un gran duque ruso arruinado, Lola Flores, Pilar Primo de Rivera y la Chunga… Todo mezclado. Yo quería que cada época retratada en la novela reflejara los valores o la ausencia de ellos. Pero ese retrato lo hago con humor, un elemento que siempre manejo. Es importantísimo, porque me permite tratar cosas que de otra manera no sería posible.
—Habla de los secretos, de vidas desconocidas. ¿Ahora se sabe todo de todos o realmente no sabemos nada de nadie?
—Ahora, con la hiperinformación que tenemos, al final la mentira pasa más desapercibida. Me interesaba ese tipo de personajes de los que se sabe todo de ellos: qué desayunan, si toman leche de soja, cómo se llaman sus cuatro hijas, pero sin embargo no sabemos nada de ellos porque se lo han inventado todo. A partir de ahí voy tirando del hilo. Casi todos contamos nuestras verdades a medias e inventamos una realidad propia, porque la realidad suele ser mucho más aburrida.
—¿Cómo organiza sus novelas? El final de esta es muy sorprendente. ¿Conoce lo que va a ocurrir?
—Nunca tengo claro lo que va a pasar en mis novelas. Empiezo con una idea vaga, y en este caso era la de hacer una especie de La feria de las vanidades. Lo siguiente que se me ocurre es una madre que lleva a su hija a un psicólogo. Ya tenía entonces tres mujeres: la abuela, la madre y la hija.
—Habla de armas de mujer en un momento social delicado, en el que hay muchas susceptibilidades.
—¿Para qué vas a renunciar a ellas, si son utilísimas? Funcionan fenomenal. Ellos tienen las suyas y nosotros hemos tenido que desarrollar las nuestras a lo largo de los siglos, y es verdad que son un poco más sinuosas pero eficaces. ¡Yo no pienso renunciar a las armas de mujer!
—Volvemos a sus personajes. Está Ina, la madre de Beatriz.
—Sí, y es la antítesis de su hija. Es una mujer a la que no le gusta la vida social, es tímida, es muy romántica, se enamora de quien menos se espera de ella… y es el personaje de los años 50. A mí eso me sirve para narrar cómo era la España de esa época porque, a pesar de ser un país en blanco y negro donde todavía hay mucha penuria e incluso mucha hambre, es un país alegre y con una moral un poco curiosa porque parecía que no pasaba nada pero existían unos líos de cama con los que me he divertido mucho retratándolos. Ina llega a Madrid de Bolivia con sus padres adoptivos y lo primero que conoce es a un señor, que es Yáñez Hinojosa, que les explica todo lo que tienen que hacer para entrar en sociedad, y a mí ese personaje me divierte mucho, porque es un vividor pero un tipo muy inteligente y a la vez va marcando qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, y me sirve para contar cómo era la sociedad de ese tiempo. A Perlita, la madre de Ina, cuando esta le cuenta que se quiere comprar una casa grande, hasta con una palmera, algo muy rimbombante, Yáñez de Hinojosa le dice: «No hagas eso, los españoles son muy austeros, vas a quedar como una nueva rica, tienes que comprarte un piso y vestir así y asá». Es como un Pigmalión.
—La sociedad, en algunos aspectos, era muy permisiva, ¿no le parece?
—Tú podías hacer absolutamente de todo, incluso había matrimonios en los que cada uno tenía sus amantes y ambos lo sabían pero si tenías un tropezón o cometías un escándalo, como quedarte embarazada, ahí podías caer en el ostracismo social.
—Y convivían dos Españas.
—Sí, convivía la sociedad de la que te hablado, todos perfectos, que se divertían, y después, la parte casi soterrada y desconocida de la oposición a Franco, y había personas que eran como un puente entre esos dos mundos, como pudo ser Jorge Semprún, un niño de familia bien que se hace el más rojo de todos, y era Federico Sánchez, el hombre más buscado de España, que se podía permitir el lujo —y se cuenta en la novela— de irse a tomar el aperitivo con sus amigos a la cafetería más pública de Madrid, a tomar el nada proletario Negroni con un jersey rojo, y siendo el hombre más buscado de España nadie le molestaba, y sin embargo colegas suyos del Partido Comunista, que pertenecían a otra clase social, si los cogían tenían que pasar por la Dirección General de Seguridad, y ahí decían, y cuento en el libro y es verdad: «Reloj de Gobernación, por fuera das la hora y por dentro la extremaunción».
—¿Cree que alguien que viene de fuera puede retratar mejor un país?
—Yo creo que sí: un extranjero tiene una distancia y una perspectiva necesarias.
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