Foto: Asis Ayerbe
Un viaje literario por los escenarios de un crimen
—Oye, Rosa, ¿no te parece que es ir un poco lejos? Además, ¿no querías cenar en Bilbao?
Estábamos montados en el coche y Rosa acababa de pedirle a nuestro GPS que nos llevara hasta ese punto señalado por Alejo en el mapa. Una fábrica abandonada donde, un año atrás, habían ocurrido unos hechos más bien tétricos. Y yo pensaba: ¿es esta la idea de un fin de semana romántico que tiene mi novia? Al día siguiente volvíamos a Madrid y nos íbamos a pasar las últimas horas del viaje visitando los escenarios de un crimen.
—Hay muchas teorías alrededor de esa muerte. Dicen que la policía tenía muchos sospechosos, y en el club de lectura somos tan fans… Anda, por fa, solo será un selfie y nos vamos.
“¿Y dónde nos vamos? ¿A ese acantilado? ¿Al hotel? Que sea al hotel, por favor”.
El GPS nos llevó por una serie de estrechas carreterillas de montaña, rodeados de bosques muy densos, oscuros. Aquello comenzaba a tomar tintes de un thriller, y Rosa estaba que no cabía en sí. “Es lo más emocionante que he hecho en años”, dijo. (“¿Y nuestro fin de semana en Port-Aventura?”, pensé yo). Finalmente llegamos hasta una pequeña desviación, un caminito de piedra cerrado con una cadena y dos carteles bien grandes diciéndonos que no debíamos pasar. Yo aparqué a un lado y quité el contacto. Rosa se bajó y yo me quedé mirando el móvil.
—Vamos. ¿No pensarás quedarte aquí?
—¿Qué parte de PROHIBIDO PASAR y PELIGRO DE MUERTE no has entendido, Rosa?
—Eso lo ponen en todos sitios, Juan, ¡venga ya!
Yo miré al fondo: entre los árboles asomaba la fachada blanco-hueso de esa fábrica abandonada. Había empezado a llover. Oscurecía. No me apetecía una santísima mierda bajarme del coche, la verdad.
Pero lo hice. El amor es ciego… y tremendamente tonto.
******
Vale. Esta era la situación. Estábamos en ese lugar, perdidos de la mano de Dios, frente a esa fábrica abandonada entre árboles. Llovía. Yo tenía la cara más larga que un día sin pan. Rosa iba con su móvil, haciendo un vídeo en directo de Instagram y diciendo algo así como “Juan y yo retransmitiendo en directo desde el escenario del crimen…”, y entonces alguien nos pegó un grito que nos hizo saltar sobre nuestros zapatos.
—¡Eh! ¡Vosotros!
“Bueno, aquí es donde comienza la verdadera aventura”, pensé según veía aparecer a aquel tipo con su perro. Rosa se colocó a mis espaldas mientras el dogo ladraba desde la distancia. Era un perro grande, tal vez un mastín. Traté de analizar la situación, pese a que mi cerebro había comenzado a enviar sangre a mis piernas en una clara invitación a que saliese cagando leches de allí.
El hombre iba cubierto con uno de esos impermeables de pescador. Se acercó sujetando a su bestia, que tiraba furiosa de su correa. Yo levanté las manos en son de paz y le dije “tranquilo”, pero no me oyó. Ese mastín ladraba a un volumen atroz que te hacía imaginar la poderosa fuerza de sus colmillos.
—¡Esto es una propiedad privada! —gritó el hombre.
—Nos hemos perdido —respondí—. Pero nos vamos ya, no se preocupe.
Entonces Rosa hizo algo que pasaría a engrosar su Top 10 de locuras de todos los tiempos…
******
Rosa se adelantó un paso y el perro saltó hacia ella. Diez centímetros más y le hubiera merendado la mano.
—¡Cuidado! —gritó el hombre.
—¿Pero estás loca? —exclamé yo.
—Oiga… —dijo Rosa como si nada—. ¿Usted trabajaba aquí el año pasado, cuando encontraron aquel cadáver?
El tipo nos miró de arriba a abajo durante unos eternos segundos.
—Lo mejor será que se larguen de una vez —dijo finalmente—. O llamaré a la policía.
Cogí la mano de mi chica y tiré de ella dibujando un círculo muy grande alrededor del hombre y su perro, que siguieron nuestros pasos mientras nos alejábamos de allí. Rosa se reía por la emoción. Yo solo me concentraba en llegar al coche y ponernos a cubierto. Me encanta que mi pareja sea tan echada para delante, pero alguien tiene que velar por nuestra integridad física, ¿no?
—¿No te parece extraño? —dijo cuando por fin llegamos al coche—. ¿Quién era ese tío? Ni siquiera llevaba un uniforme. ¿Por qué están protegiendo este lugar? ¿Qué esconden?
—Rosa, por favor…
Miré la hora. Si queríamos llegar a cenar a Bilbao tendríamos que salir ya. Se lo dije a Rosa, pero ella estaba compartiendo un par de fotos en Instagram y recibiendo los primeros likes, corazones y caritas de sorpresa de sus amigas del club de lectura.
—No podemos irnos sin sacarle una foto a la casa del acantilado —dijo—. Anda, sé bueno y acompáñame…
—Pero Rosa…
—¡Y te invito a cenar!
Dije que sí, otra vez. Aunque tenía un mal pálpito sobre todo aquello. Y suelo acertar con mis malos pálpitos.
(Continuará…)
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