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Carta a Alberto Vázquez-Figueroa

Querido Alberto:

He demorado bastante el iniciar esta carta. Y no ha sido pereza, ni falta de ganas, ni poco que tenga que decir. Más bien es al contrario, todo lo contrario. Exceso de ganas, exceso de contenido, muchísima energía concentrada en la pluma y en el corazón.

Estos días he estado leyendo, releyendo, páginas de tus obras, páginas de varios libros tuyos. También he estado recordando desde que te conozco, desde el año 2001 nada menos.

Son tantas historias, tú que eres un experto en historias, tantas anécdotas, tanto que hemos vivido juntos, tanto que me has enseñado, directa o indirectamente, que resulta francamente difícil, imposible, meterlo en una carta. Tampoco es necesario.

Me acuerdo que la primera vez que fui a tu casa estaba a punto de publicar mi primer libro, mis primeras conversaciones con Umbral, Umbral: vida, obra y pecados, libro del que luego te llevaría un ejemplar. Me acuerdo que en esa primera visita, inolvidable, tú acababas de terminar tu novela El señor de las tinieblas, sobre la lucha contra el cáncer, de la que estabas muy contento: “Me han dicho que es mi mejor novela”. Aunque eso es difícil de decir cuando se han escrito tantas, y algunas tan maravillosas como Tuareg, Cienfuegos u Océano, por poner sólo algunos ejemplos.

"Tú querías ser escritor y precisamente ver el mundo, porque considerabas que eso era lo que tenía que hacer un escritor, para luego contarlo a sus lectores, contarlo o recrearlo"

Eras un hombre abierto y cordial, afable. No te gustaba ir de escritor y mucho menos de intelectual. Siempre me dijiste que no te relacionabas con intelectuales, con los que aparentemente tenías poco que ver. Te gustaba, o lo hacías conmigo, contar de qué estabas escribiendo, por encima, sin dar muchas pistas, pero a mí me gustaba mucho escucharlo.

Leías el periódico todos los días y me decías que cada periódico traía varias novelas para escribir. Hablabas muy bien del periodismo y del mundo del periodismo: “Yo al periodismo se lo debo todo”, decías, o tal vez lo leí en alguna entrevista que te hicieron.

Era verdad. Creo que se lo debes todo, pero también a tu vida en general, una vida como hecha ex profeso para escribir novelas, y para escribir una novela, o hacer una película, sobre esa vida. Tú querías ser escritor y precisamente ver el mundo, porque considerabas que eso era lo que tenía que hacer un escritor, para luego contarlo a sus lectores, contarlo o recrearlo.

De hecho el primer capítulo, capítulo biográfico, de mi libro Alberto Vázquez-Figueroa o la aventura —una antología—, se titula “Un personaje de novela”.  Le tengo un cariño especial a ese libro, por ser uno de los primeros que escribí y por el tema. Pero siempre me quedé con ganas de hacer algo más sobre ti, Alberto; por eso he escrito muchos artículos, entrevistas, reseñas… textos muy variados sobre tus libros o tu persona. Pero lo que yo más aprecio de nuestra relación, aparte de nuestra amistad (cada vez te veo más como un amigo, un gran amigo, y menos como un maestro), es lo que me has enseñado, lo que yo he aprendido de ti y de tus libros.

"En mi opinión eres un escritor entretenidísimo de leer. Y creo que tienes el don de la diversión, de divertir, aunque también trabajas mucho las novelas"

He leído buena parte de tu obra, con mucho placer. La última etapa la conozco menos, sin embargo hasta el año 2001, que fue cuando te conocí, o hasta 2003, que fue cuando hice mi libro, lo leí prácticamente todo. Después leí algunos nuevos para hacer reseñas o entrevistas, como por ejemplo sobre El rey leproso, que me gustó mucho, o Por mil millones de dólares, que luego fue continuada en Coltán y Kalashnikov.

En mi opinión eres un escritor entretenidísimo de leer. Y creo que tienes el don de la diversión, de divertir, aunque también trabajas mucho las novelas. Le metes muchas horas, porque eres un escritor, desde hace muchos años, totalmente profesional, dedicado a escribir. Durante años, supongo, te debiste de dedicar menos tiempo a la escritura, porque estuviste luchando por sacar adelante tu proyecto de desalinización por ósmosis inversa, cuya aventura vital fue otra novela, novela que tal vez escribas, en todo o en parte, aunque ya avanzaste bastante en El agua prometida. En este libro autobiográfico explicas tu relación con el agua, y es un libro que a mí me gusta mucho, muy ameno y dinámico, escrito como sin pretensiones, que es como suelen ser tus libros, quizá una de las razones por las que nos gustan tanto.

Dices que no escribes más autobiografía porque te aburre y lo comprendo, porque tus novelas son trepidantes, si bien Anaconda, tus memorias, también lo son. Uno de tus libros que más me atraen, por cierto, y al que suelo volver de vez en cuando. Sorprendo que estas memorias abarquen apenas 40 años de tu vida, cuando tanto te quedaba todavía por vivir.

"Después de todo, me decía, si he escrito a Cervantes, a Julio Verne o a Umberto Eco, cómo no voy a escribir a mi querido Alberto Vázquez-Figueroa"

Creo que te voy a ver pronto, porque he quedado en ir a tu casa para entregarte un ejemplar de mi libro de relatos A quien se atreva a leerme, recién aparecido. Pero me apetecía escribirte esta carta. Después de todo, me decía, si he escrito a Cervantes, a Julio Verne o a Umberto Eco, cómo no voy a escribir a mi querido Alberto Vázquez-Figueroa. Además, después de todo, escribir una carta no es como hablar por teléfono: es mucho mejor, es una comunicación mucho más rica, aunque nuestras conversaciones por teléfono enriquecen mucho esta carta u otras que te pueda escribir en el futuro. Pero escribir una carta es como tener al lado a la otra persona, o mucho más que eso, como estar dentro de esa persona.

Una vez, hace unos años, me dijiste que siempre escribirías novelas, que no lo dejarías, porque habías notado que eso te hacía mucho bien: “Estás como distraído”, me dijiste. Como si el mundo que vas creando en la novela te entretuviera, y te sirviera de alguna manera de evasión de la dureza de la vida, dureza que todos conocemos tan bien, porque todos la compartimos.

Tienes ahora 86 años, quizá 87, y hace poco me dijiste que pensabas dejar de escribir, que ya estabas muy mayor para seguir haciéndolo. Permite que desconfíe de que lo vayas a dejar, siempre que tengas salud, por supuesto: es tanto el bien que te hace, bien que yo conozco porque también soy escritor, aunque no tan importante como tú.

"Yo no me aburro nunca pero porque sé lo que tengo que hacer para no aburrirme cuando surge esa amenaza, temible. Dos cosas que hago mucho son leer y escribir"

Otro amigo escritor, José Luis Olaizola, es unos años mayor que tú. Creo que tiene 96 años y también dice siempre que va a dejar de escribir, pero siempre sigue haciéndolo. “Es que me aburro, ¿comprendes?”, me dijo la última vez que hablé con él. Cómo no lo voy a comprender. Qué harían los escritores, qué haría este escritor que soy yo, sin el aburrimiento, un estímulo maravilloso para escribir. Yo no me aburro nunca pero porque sé lo que tengo que hacer para no aburrirme cuando surge esa amenaza, temible. Dos cosas que hago mucho son leer y escribir.

En fin, Alberto, que voy a ir terminando la carta. Te deseo lo mejor para ti y para tu familia, también para tus libros, los escritos y los por escribir. Te doy las gracias, por último, en nombre de tus muy numerosos lectores en el mundo, por todo lo que nos has hecho disfrutar. Por último, más en lo personal, te doy las gracias por nuestra amistad, por todos estos años de amistad, de incalculable valor para mí. Muchas gracias por todo.

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Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Disfrutar de la lectura es lo importante. Y con Alberto se disfrura, con sus relatos, con sus aventuras. Ha sido criticado, denostado y tachado de ligero, banal y masivo. Pero quizás por todo ello es inigualable. Sin pretensiones intelectuales y sin complejos y laberínticos personajes indigeribles, sus novelas entretienen y acompañan nuestro devenir aligerando nuestras cuitas sin tener que elucubrar inmersos en complejísimas tramas y en indescifrables dilemas morales de imposible repercusión real.

Cada escritor y cada libro tienen su momento y su lugar. En los míos, siempre ha habido un sitio para él.

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