Queridos Astérix y Obélix:
Antes de desenroscar la pluma —en este caso un moderno bolígrafo de tres colores— he releído algunos de vuestras historias. He releído algunas de ellas pensando que me resultarían suficientes para refrescar mis recuerdos, mis conocimientos sobre vosotros, pero luego, al margen del asunto que hoy me ocupa, esta carta, me he enganchado y me he puesto a leer muchos más de vuestros álbumes, porque son verdaderamente maravillosos: alegran la tristeza, expanden la alegría, nos hacen muy felices mientras los leemos, y aún después.
Hace no mucho, creo que algo más de un año, hace dos veranos, escribí un artículo en Zenda sobre vuestras aventuras. Repasé entonces vuestros libros, todos o casi todos, pero no me dio tiempo a leer los libros completos. Ahora, en cambio, los que he leído sí que los he leído completos. Me he quedado en estos momentos en el principio de La gran zanja, ya escrito y dibujado por Uderzo en solitario. La impresión que tengo a día de hoy es que todos tiene un nivel parecido, o eso es lo que creo yo, así se me aparece ahora. Todas son historias divertidas, movidas, muy bien dibujadas, con detalles que arrancan sonrisas, y algunos, verdaderas risas.
Me gusta leer cómics a la edad que tengo —pronto, si Dios quiere, cumpliré 48—. Creo que no es nada raro, por lo que me dice Manuel, el librero de El Desván del Libro, mi librería de viejo en Madrid, que las personas de mediana edad leemos bastantes cómics. De hecho, según me cuenta Manuel, los niños y chicos de hoy casi no los leen, sino que ven películas y series con estos mismos personajes (y juegan al ordenador y a la consola, añado yo). Sin embargo es verdad que conozco bastantes adultos, como Luis Alberto de Cuenca, o mis amigos Gonzalo Grandes y Antonio Gómez Gallardo, ambos abogados, que gustan de leer cómics.
Es una gozada hacerlo. Por lo que tiene de vuelta a la infancia, al menos en mi caso, y porque cuando eres mayor te fijas en elementos a los que antes no les dabas tanta importancia, o no te llamaban tanto la atención. Por ejemplo, en vuestro caso, queridos Astérix y Obélix, los dibujos con los que os plasmó Uderzo. El trazo entrañable del dibujo de Obélix, la imagen, los rasgos inteligentes de Astérix. Nadie diría, Astérix —creo yo—, que eres guapo (tampoco feo, me parece), pero sí que Uderzo te dibuja siempre, o casi siempre, con líneas que denotan tu inteligencia. Nadie dría que no eres listo; desde luego que yo no lo diría. Y nadie diría que Obélix no es buenísimo, una gran persona, aunque a veces se enfade sonoramente.
Y además uno tiene la sensación de aprender con vuestros álbumes. Una vez oí y leí que estaban muy documentados, sobre todo por la parte histórica, y es francamente divertido cómo vuestros autores mezclan los datos históricos con los elementos risibles, por ejemplo con los nombres, a menudo muy humorísticos. Estoy pensando ahora en Tocadiscx, que es como se llama uno de los jefes en litigio en La gran zanja.
También se aprende, y aprendo, mucho con Tintín y con otros cómics. Hay quien dice que siempre se aprende algo en la vida, en cada momento, se haga lo que se haga, y yo estoy de acuerdo. Pero también creo que unas veces se aprende más que otras, que con unas cosas, o con unas personas, se aprende más que con otras. Aunque se aprende con todas, si te paras a pensarlo, o a experimentarlo.
Desde luego con Tintín se aprende mucho, y con vosotros también. Quizá uno de los secretos de vuestro éxito, el de Tintín y el vuestro, es el mimo que pusieron en la documentación Hergé, Uderzo y Goscinny, así como otras personas que colaboraron o pudieron colaborar con ellos.
Esto me parece que ya lo he escrito en alguna parte, pero considero que merece la pena que lo ponga aquí. Hace muchos años, cuando era niño, me invitaron a la casa de un amigo a celebrar su cumpleaños y todos se fueron a jugar al fútbol excepto yo, que me quedé leyendo una de tus aventuras. Y ahora hago memoria, un poco sin querer, y creo que era Astérix gladiador, porque me parece ver la portada entre mis recuerdos de infancia, que tengo la fortuna de que sean felices y muy abundantes.
Vosotros también me hicisteis muy feliz de niño, y volvéis a hacerlo ahora. Es cierto que actualmente mezclo vuestra lectura con otro tipo de libros, como el Quijote, que por otra parte también me acompaña desde muy niño, o el último libro de Rafael Narbona, que une a su muy buena prosa unos profundos conocimientos filosóficos y su gran humanidad.
Tal vez lo que más disfrute ahora de los cómics de la infancia, los mismos o similares, es lo bien dibujados que están, o suelen estar, estos libros. También leo ahora Spiderman, en cuyos dibujos me recreo. Me gustó mucho Spiderman porque lo veo realista, mucho más que Superman, quizá también que Batman, dos personajes que también me gustan mucho. A Spiderman le muerde una araña, creo recordar que mutante, con lo que le transmite unos poderes, unas características, y al final un destino. Peter Parker, que es la verdadera identidad de Spiderman, es un fotógrafo muy joven con problemas económicos, que trata de llamar la atención de Mary Jane, su vecina, que a su vez está enamorada de Spiderman.
Vosotros sois personas “normales”. Así, bebéis la poción mágica de Panorámix, el druida, cuando necesitáis pelear, y Obélix, de niño, se cayó en la marmita de la poción mágica, con lo que sus efectos son permanentes en él. Me acuerdo que en la carrera de Filología Hispánica mi compañero Álvaro Octavio de Toledo, que tenía ya unos grandes y profundos conocimientos, me decía que Astérix venía de “asterisco” y Obélix de “obelisco”. Al menos del origen de tu nombre, Astérix, sí estoy seguro, sí que me lo dijo Álvaro y puede parecer evidente, pero a menudo las cosas evidentes nos las tiene que decir alguien, o las tenemos que descubrir nosotros en un momento feliz. Es entonces cuando “se nos enciende la bombilla”, feliz expresión, no tan feliz sin embargo como el hecho de que, efectivamente, a veces se enciende de verdad la bombilla. Con que sea pequeña, muy pequeña, es suficiente. Como se te enciende a ti, querido Astérix, tantas veces, haciendo honor a ese semblante tan avispado que te hizo Uderzo.
Pasan los años, queridos amigos. Ya estoy próximo a los cincuenta años. Pasa el tiempo, pero vuestra presencia, vuestra amistad, permanece. Hay una vida, que es la de la imaginación, como me dijo en una entrevista el filólogo de Clásicas Carlos García Gual, y vosotros alimentáis fuertemente nuestra imaginación. Por supuesto ya no vivís sólo en vuestros libros, que para mí tienen un valor, un cariño, sagrados —creo que esto no deja de ser normal—, sino que vivir en nuestra memoria, en nuestra imaginación, en todas esas risas y sonrisas que nos habéis suscitado, porque vuestras aventuras son entre otras cosas, un derroche de talento.
Puede que lo que cuente sea el contenido, la esencia, no el soporte, pero me da la impresión de que también el soporte condiciona, moldea el contenido. Puede que los niños de hoy ya no lean cómics —pese a todo lo lamento—, puede que estén entregados a los videojuegos —yo lo estuve durante años—… sí, me da cierta pena, pero también creo que vosotros, Astérix y Obélix, al igual que mis queridos y admirados Tintín, Superman, Batman, Spiderman… vivís en el cine, en las series, en los juegos, en el lenguaje de cada época y de cada momento. Vivís en nuestro interior, en nuestro ser, y por eso tenéis un carácter sagrado para nosotros, quizá el carácter sagrado de la infancia, y yo creo que antes de conoceros ya existíais, como arquetipos, digamos —“arquetipo” viene de “fuente”, “origen”—, en nuestra mente, en nuestra creatividad, en todo nuestro ser.
No es que nosotros quisiéramos ser Superman, Batman, Tintín, Spiderman… no, es que ya lo éramos, había una esencia, una predisposición dentro de nosotros que anhelaba serlo, que en el fondo ya lo era.
Todo se va adaptando a los tiempos, pero hay mucho, quizá lo más importante, que permanece igual, inalterable. Vosotros, por ejemplo, o la llama, tal vez, dentro de nosotros, que fuimos niños y hoy ya peinamos canas, algunas o muchas. Eso ya no cambiará, como tantas cosas.
Cuando leáis esta carta ya se habrá cumplido el año 2023 entero. Ya estaremos en 2024. El tiempo pasa veloz. ¿Quién leerá mis viejos cómics, mis viejos libros de papel, amados, que tan feliz me hacen, que tanto respeto me imponen, que tanto me enseñan y guían? Tal vez nadie. Pero yo sé que hay un trasvase de todo ese caudal, ese mundo, en todos los géneros literarios, en todos sus temas, a nuevas modalidades. El mundo no se acaba, ni siquiera se detiene, simplemente va cambiando sus ropas, y no tantas. Y después de todo, lo antiguo, o lo viejo, o muy viejo, no muere del todo; siempre vuelve, en una moda, en una película en una historia, en sentido muy amplio. O en un movimiento. Si ha tenido éxito, sobre todo, y vosotros tuvisteis muchísimo éxito, y sospecho que lo seguís teniendo.
He leído estos días algunas de vuestras aventuras, La vuelta a la Galia, Obélix y compañía, La gran travesía, Astérix y Cleopatra… y lo he pasado en grande. Me quedo con ganas para seguir adelante, para continuar el viaje, en un artículo, en un libro, o simplemente por el placer de leer, de convivir con vosotros en un mundo tan rico, tan divertido y tan bien hecho. Siempre seré vuestro amigo. Cuantos más años cumpla, más amigo, en realidad más allá de la muerte, siempre.
Aquí, desde la aldea gala, último reducto infranqueable ante la voracidad del Imperio y disfrutando de un magnífico jabalí en compañía de Obelix, te saludo y te doy las gracias por tus palabras. Salutatix.
¡Están locos estos romanos!