Querido Javier:
Para mí eres, siempre lo has sido, el padre de un buen amigo, Javier, y por otro lado tú mismo, alguien a quien pronto sentí también como un amigo. Y eres escritor, pues aparte de los libros técnicos que escribiste sobre Derecho, de 2000 a 2004 escribiste libros más literarios, más para el gran público, que leí y me gustaron mucho: Pasos perdidos, Desde el banquillo, Juicios sumarísimos y La casa de los momos. Se trataba de unas memorias, un diario, unos pequeños ensayos sobre temas clave de la justicia, del Derecho, y una novela, La casa de los momos.
Eres un gran lector, un amante de la literatura, como vería en alguna solapa de tus libros. Lector de Cela, gran lector, pero también de muchos otros autores, muy destacadamente diría yo de Cervantes. Creo que es difícil que un muy buen lector escriba mal, y tú escribías, escribes maravillosamente. Tus temas son los de la justicia y el Derecho, pero tu pluma es literaria, muy literaria. Escribes de lo que sabes, de lo que más sabes, pero tu estilo, tu prosa, es ágil y literaria.
Aparte de los libros has escrito muchos artículos, cientos de artículos. De hecho me has contado recientemente que te gustaría reunir un libro de artículos, seleccionándolos por temas. Me dijiste que Francisco Tomás y Valiente había hecho un libro de este estilo y que a ti te gustaría hacer algo parecido. Ojalá que hagas ese libro. Otro que te gustaría hacer, y yo creo que lo vas a escribir algún día, es La justicia como la he vivido; creo que no me equivoco en el título.
Ahora dices que tienes poco tiempo para escribir, aunque viajas algo menos de lo que lo has hecho en esta última etapa tuya. Y es que, como me has contado, para escribir “hay que estar con bata y zapatillas de estar en casa”, y que tú pudiste escribir todo el día esos cuatro años que no pudiste trabajar como juez, como siempre lo hacías, y te dedicaste a escribir. Es más, te ganaste la vida como escritor, con tus libros y artículos. Recuerdo que escribías mucho en El Mundo, por ejemplo.
Fue en esa época que yo te conocí, y tengo muy buen recuerdo de ella. Siempre te portaste muy bien conmigo, y desde entonces te tengo por un hombre sabio, muy buena persona, un hombre por otro lado que se esforzaba por hacer bien —y hacer el bien— lo que hacía, y me da la impresión de que lo lograba.
En lo personal debo decir, ahora que han pasado 23 o 24 años, que cuando yo hice mi primer libro, el que sería mi primer libro publicado, Umbral: vida, obra y pecados. Conversaciones, tú tuviste la generosidad, la gran generosidad, de presentarlo a la editorial Akal, que luego lo sacaría en su sello Foca. Me acuerdo que yo decía entonces, y lo sigo diciendo ahora: “Lo que tiene que pasar para que yo publique mi primer libro: hacer un libro de conversaciones con Francisco Umbral, que lo presente a una editorial Javier Gómez de Liaño, y que Umbral gane el Premio Cervantes”.
Me parecía una conjunción de factores increíble, como si los planetas se alinearan de forma perfecta y muy desusada, algo que creo que no me ha vuelto a pasar nunca, salvo quizá una vez más.
Javier, nunca te agradeceré lo suficiente esto que hiciste por mí, aunque yo sé que me apreciabas, que era el amigo de tu hijo, que te gustaba el libro y que te gustaba Umbral. Pero todo esto me refuerza la idea de tu bondad y generosidad, por supuesto.
Luego hemos mantenido el contacto, nos hemos visto en presentaciones de libros, en algún premio, en algún que otro acto. También te he entrevistado dos o tres veces, por ejemplo para Expansión, para Época… Recuerdo que llegué a entrevistarte en otras dos ocasiones, antes de éstas, cuando no escribía en ningún medio, porque también te prestaste a que te entrevistara en la época en que hacía mi tesis doctoral, o poco después. De hecho, hay una entrevista que no sé dónde la tengo pero que te la debí de hacer después de tu libro Pasos perdidos, y otra sobre Desde el banquillo, que tuvo que esperar a ser publicada unos veinte años, y que apareció en mi libro de entrevistas Conversaciones del siglo XXI.
Tengo todos tus libros, los no técnicos, dedicados, con una letra muy clara, muy bonita, de muy buen estudiante. En la dedicatoria de tu primer libro me llamas “lector empedernido”, que lo soy, lo sigo siendo, y “joven promesa de las letras españolas”, que creo que lo soy, lo sigo siendo, aunque sinceramente me gustaría que la promesa ya se hubiera confirmado.
Junto a Umbral fuiste uno de mis primeros entrevistados, y debo reconocer que en este particular he tenido mucha suerte. Quizá también en otros. Alberto Vázquez-Figueroa fue otro de mis entrevistados de esta época, y lo sigo conservando, como amigo y como entrevistado. A Umbral, si viviera, también lo guardaría todavía como amigo y como tema periodístico. Para mí vosotros tres, ahora que lo pienso, y como diría mi tío Pancho, sois un trío de ases. Y ahora que lo pienso, en un orden de cosas parecido, Antonio Prieto, escritor, profesor y editor, también sería algo muy similar a vosotros, otro “as”, con lo que formaría junto a vosotros un póker de ases, en mi peculiar panoplia de cartas literarias.
Nunca olvidaré lo que hiciste por mí, pero lo cierto es que si no lo hubieras hecho, por todo lo demás, por si fuera poco, te tendría igual cariño. Guardo un recuerdo magnífico de tu hijo Javier, de mi misma edad aproximadamente, y ahora me viene a la memoria por ejemplo una conversación, en una fiesta, hace muchísimos años; al saber que me gustaban tanto los libros, tu hijo me dijo: “Mi padre va a publicar pronto un libro”. Por supuesto, yo no sabía todavía quién eras, cómo te llamabas, porque si no recuerdo mal tampoco conocía hasta entonces a tu hijo. Era muy buen amigo de un muy buen amigo mío, Luis Cabranes, compañero de colegio desde los cuatro años.
La cadena de amistad hizo su efecto, y yo me hice amigo de tu hijo, y después también amigo tuyo, aunque me sacaras tantos años. La verdad es que a mí siempre me ha gustado la gente mayor y siempre he estado a gusto con ella. Lo sigo estando.
Yo te pasaba cosas que escribía, como el primer librito que escribí, en 1998 —publicado en 2016—, Cartas de un joven escritor a Don Quijote de la Mancha, que al principio se llamaba Cartas a Alonso Quijano. Un día mi padre me contó que se había encontrado contigo en Madrid, en una cafetería, y que te había dicho: “Soy el padre de Eduardo”. Y que tú le habías respondido: “Que no deje de escribir”.
Y ya ves, Javier, te hice caso. Desde entonces sigo escribiendo. Han pasado, calculo, unos 25 años, quizá alguno menos, y sigo escribiendo. Sé que en la vida tengo que hacer muchas otras cosas para salir adelante, para seguir adelante, pero sigo escribiendo; entre todas esas cosas, meteré los libros que leo y los que escribo, también textos más cortos, artículos y cartas como ésta, porque pienso, modestamente, que la felicidad del escritor, y la grandeza de la literatura, también se agazapan en lo pequeño, y quizá en lo más pequeño con más razón.
Cada vez que te veo me llevo una gran alegría. También cada vez que te llamo por cualquier motivo, que procuro que sea justificado, porque sé que eres un hombre con mucho que hacer, y además mucho que leer y que escribir, lo que puedes y cuando puedes.
Una vez te llamé y me dijiste que estabas en una biblioteca y que leías a Ortega. Me dijiste que mientras pudiéramos pensar en la literatura o en el Derecho, como era nuestro caso, todo iba bien. Me acuerdo que me hablaste con tanto entusiasmo de Ortega que fui inmediatamente a mi biblioteca y cogí un tomo de Ortega para leerlo.
En otra ocasión te llamé para entrevistarte sobre Raúl del Pozo con motivo de la biografía que escribieran sobre él Julio Valdeón y Jesús Úbeda, No le des más whisky a la perrita. Mi artículo se llamaba “Pequeña miscelánea sobre Raúl del Pozo” y se publicó en Zenda. Era yo el agradecido, pero tú me diste las gracias, “por darme la oportunidad de participar en este homenaje que le haces a Raúl”. Ése era tu estilo, te salía de dentro, y ésa es tu persona, buen hombre, elegante, sabio, en mi opinión. Así te he visto y así lo escribo.
También debo reconocer que nuestra admiración por Cela nos ha unido mucho. Hubo una tarde en que yo estaba viendo una película en casa de unos amigos; era Un cadáver a los postres, nunca lo olvidaré. Tú querías invitarme esa tarde a conocer a Cela, y tú o tu hijo Javier llamasteis a mi casa para decírmelo, pero mi familia no sabía dónde estaba y no pudieron localizarme. Siempre lo lamentaré.
Pero yo te lo agradezco como si hubiera pasado unas horas aquel día con vosotros. Cómo te agradezco, hasta hoy, todo lo vivido y lo compartido.
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