Muy querido Luke Skywalker:
Yo, que me considero admirador tuyo, y en cierto modo “hermano”, a menudo también sufro, lejos de ser, por supuesto, tan puro y bondadoso como tú. Auténtico sí que me considero, aunque alguna vez fallaré, qué remedio. Soy humano, mientras que tú no queda muy claro en La guerra de las galaxias qué eres. Tu historia se desarrolla “en una galaxia muy lejana”, “hace mucho tiempo…”. Tienes todo nuestro aspecto, el de los seres humanos, pero sin duda constituyes algo diferente ya de por sí; además eres hijo de Anakin Skywalker y eres, o serás, un caballero jedi. Yo te comparo en mi libro La guerra de las galaxias: El mito renovado con los sacerdotes, si no recuerdo mal, en El retorno del jedi, por tu vestimenta, ropas oscuras y una capa con capucha de tela basta.
Me acuerdo, cuando era pequeño, que jugaba con un hermano a La guerra de las galaxias y siempre elegía ser tú, Luke Skywalker. Eras el personaje que más me llamaba la atención. El que tuvo más fortuna, aparte de Darth Vader, en otro orden de cosas, era Han Solo, por su atractivo y simpatía. Pero tú eras bueno, extremadamente bueno, y “el elegido”, digamos, el futuro caballero jedi, el último jedi, aunque luego conoceremos que también se podía decir esto de Leia, tu hermana melliza, incluso de Rey, en los episodios VII, VIII y IX.
Yo tenía una espada de luz imaginaria. Un tío mío, Antonio, muy querido, me regaló una sección de material de riego que mi fantasía convertía en espada de luz. Y sigo conservando ese trozo de tubo, del tamaño de un palmo aproximadamente, de color verde. ¡Qué buenos ratos pasaba con mi hermano! Él era Han Solo y yo Luke Skywalker y nuestras camas el Halcón Milenario. También jugué mucho con él a Indiana Jones, otro de mis personajes más queridos y admirados.
De todos vosotros, de la historia galáctica y de las películas de Indiana Jones, he escrito. Y seguiré escribiendo muy probablemente, porque pertenecen a mi infancia y a toda mi vida. Como me dijo una vez Luis Alberto de Cuenca de la escritura de la poesía: “¡Hay que sentir, hay que sentir!”. Y me parece que esto puede ser válido para cualquier género literario, o para casi todos. “Hay que sentir”, qué sabio consejo de Luis Alberto, como todos los que da, o todos los que me ha dado.
La verdad es que el cine, cuando nos gusta, penetra con mucha fuerza en nuestro interior, y qué decir cuando esas películas las hemos visto durante nuestra infancia, o en un momento peculiar, especial, de nuestras vidas. Ese momento queda fijado, gracias a ellas, con más intensidad.
Lucas se quedó un poco cansado de La guerra de las galaxias; una vez leí en una entrevista que decía que no había esperado dedicarle tanto tiempo. Pero esta saga le ha acompañado toda la vida. También a mí. Soy de 1976 y la primera película de tu historia, Luke, es de 1977, quiero decir la primera que se hizo, el Episodio IV, Una nueva esperanza (como la bautizaron más tarde). Luego han venido nuevas versiones, reposiciones, nuevas películas, incluso series, en las que prefiero no entrar, quizá porque las conozco menos.
Para mí tus películas, al igual que las de Indiana Jones, son sinónimo de felicidad. Le doy todo el mérito a George Lucas y a Steven Spielberg (también pienso en directores como Richard Marquand o Irvin Kershner, o el guionista Lawrence Kasdan), que realmente son magos, y no sólo del cine, magos de la imaginación, del arte, magos en general. Quizá yo, en tanto y en cuanto escritor, también lo sea. Me acuerdo que hace poco le decía a Pedro Ruiz que yo no tenía una varita mágica, pero luego lo pensé y llegué a la conclusión de que acaso sí que la tenga.
Mi varita es una pluma, un bolígrafo, incluso un lápiz o un portaminas, algo que sirve para escribir. Se podría decir también algo que sirva para hablar, pues también me gusta hablar en público, pero no es lo mismo. He observado en escritores que me gustan mucho, que me gustan mucho menos hablando que escribiendo, aunque también hablen bien, o muy bien. El escritor es un mago escribiendo: hablando se defiende, creo yo, en comparación con su escritura. En cierto modo una y otra cosa consiste en comunicar, pero me parecen dos artes diferentes.
Tú también eres un mago, y muy grande, como caballero jedi, “guardián de la galaxia y de la paz”, como creo que dice en algún momento el maestro Mace Windu.
Qué bien nos vendríais en el mundo real (y perdona que haga esta distinción, puramente práctica), vosotros los caballeros jedi, para que el mundo funcionara mucho mejor, y para que la justicia brillara mucho más. La justicia a veces se me antoja una abstracción, una hermosa idea, pero con vosotros sería algo mucho más real y palpable. Desde luego contigo, uno de los personajes más bellos que conozco, por sus cualidades humanas, sí, humanas, en el más excelso sentido. Eres puro, muy puro, también en un sentido excelso, naturalmente, y eres bueno y entregado. El mejor de los amigos, la persona más desinteresada. En ocasiones me recuerdas a los sacerdotes, sí, a los misioneros, que lo dan todo sin esperar ningún reconocimiento, porque su entrega a los demás, el ayudar a los demás, ya es el mayor premio para ellos, premio que no repercute en ellos, sino precisamente en los demás. Así eres tú también, Luke.
Se lo dije hace poco al rey Arturo, y te lo digo a ti ahora. Creo que no me parezco mucho a ti, pero me gustaría mucho parecerme, porque te admiro. Han Solo, que me cae fenomenal, puede que tenga más éxito con las chicas, y su simpatía nos conquiste a todos (por no hablar de la actuación, brillante, de Harrison Ford), pero tú eres el ideal de la bondad y de la inocencia. El poder del bien. En las películas nuevas que hicieron (estoy pensando en el episodio VII y VIII) ya has cambiado, ya eras casi un anciano, un “maestro jedi”, “el maestro Luke”, pero ya entonces habías dado toda una lección de entrega, un recital del bien, a todos nosotros, en la galaxia y fuera de ella. En tu mundo y en el nuestro, que quizá sean el mismo, sutilmente conectado, aunque no lo parezca.
«Me acuerdo que hace poco le decía a Pedro Ruiz que yo no tenía una varita mágica, pero luego lo pensé y llegué a la conclusión de que acaso sí que la tenga»: modesto, el columnista. (¿A Pedro Ruiz?)