Querido Miguel:
Pero no importa los años que han pasado, Miguel; siempre es un gran placer escribirte, a ti o a tu personaje Don Quijote, al que sí que le escribí muchas cartas, tantas que constituyeron un libro entero, Cartas de un joven escritor a Don Quijote de la Mancha, que yo llamo novela porque no deja de ser una ficción, una creación sobre mi vida y sobre mi relación con Don Quijote, que, como alguien dijo de Dios, si no existiera alguien tendría que inventarlo, y fuiste tú el que lo inventó, querido Miguel, querido amigo, querido maestro del vivir y del escribir.
La verdad es que todos estos años en los que no te he escrito te he leído bastante; nunca te he olvidado: tus libros han sido siempre mis fieles compañeros. Ahora, por ejemplo, en esta casa en la que veraneo, en Galicia, tengo la edición de tu Quijote que preparó Arturo Pérez-Reverte para la Real Academia, una edición juvenil, digamos, pero que conserva todo tu espíritu, todo tu significado, a la vez que facilita su comprensión y afición —diversión—, para lectores menos avezados de lo que tu obra maestra necesita en el día de hoy.
Por todo ello iba a escribir ya que te echo de menos, porque a menudo me siento solo en esta España nuestra, por ende en este mundo nuestro, a veces tan ajeno. Pero lo cierto es que siempre te he tenido al lado, desde muy pronto, desde que era muy niño y veía tu estampa elegante, bajo la luz de una vela, imaginando, forjando, tu obra maestra. Ya entonces me llamabas más la atención tú que tus personajes, y ya es decir; ya entonces, intuyo, yo quería ser escritor, como tú, que eres el gran referente de todos los escritores que en el mundo han sido, o los que te conocemos, al menos, en todo el mundo, que somos muchos.
Sin embargo, no dejo de sentir pena por lo dura que fue para ti la vida, cuando la inmortalidad te ha dado tanto después, todo, como si hubieras tenido que comprarla a fuerza de adversidades, de palos, como diría Sancho, o de magos encantadores, que tal vez diría Don Quijote. Magos encantadores porque parece que fueron muchos los que te hicieron la existencia imposible, complicada a más no poder, con persecuciones, batallas, cautiverios, duelos, hambres, prisiones… una auténtica novela de aventuras.
Pero acaso por todo ello, ayudado por todo ello —aunque parezca mentira—, pariste el Quijote. Una vez le pregunté a mi profesor Manuel Fernández Nieto por la clave de la genialidad de tu obra… y me dijo que en su opinión la clave estaba en tu vida. Yo siempre he pensado, sin embargo, qué importante fue en ti el lector que fuiste. Lo leíste todo y muy bien leído. La crítica y los profesores siempre señalan cómo el Quijote es una muestra y una síntesis de la literatura de su tiempo, y de la literatura anterior a su tiempo. Esto me parece esplendoroso. No sabes cuántas gracias te doy por todo lo que nos has dejado, por tu legado, en un principio envuelto en miseria, aunque ahora es el planeta entero el que se rinde a tus pies.
Y todo lo que se aprende leyendo tus libros, sobre el arte de escribir, que se te pega casi sin darte cuenta al recorrer tus páginas, y la observación que derrochas al dibujarnos la España de tu tiempo, los seres humanos que poblaban aquella España. Puede que literaturices todo eso, querido Miguel, pero también lo dotas de una gran verdad.
Siempre buscaste el éxito literario con tus libros. Ahora éstos, salvo el Quijote, pueden parecer ensayos antes de lograr tu obra maestra, de “acertar”, como decimos los escritores. Tal vez no “acertamos” con nuestro mejor libro, o con el que consideramos nuestro mejor libro, sino con el que toca… Tú desdeñabas un poco el Quijote como obra de entretenimiento, y en cambio ponderabas mucho el Persiles, por ejemplo, que hoy es lectura más bien de especialistas.
No siempre lo que más valoramos nosotros es lo que más valoran los demás, los lectores, el público. Pero no escribimos para nosotros, o no sólo. Lo que uno siente escribiendo, incluso después de haberlo hecho —gran sensación—, es patrimonio del que lo hace, únicamente. También las satisfacciones que le producen la existencia y trayectoria de lo que ha dado a luz. Pero una vez que esas obras echan a andar por el mundo, a éste pertenece en buena parte. El escritor, pues, escribe también para los demás, en generoso, también interesado, servicio. Tú fuiste maestro en este arte de darse y dar, de darse a uno mismo y de darse a los demás.
Tú sabes que acompañas toda mi vida desde antes de saber leer, desde que mi madre, mi joven madre entonces, le compró a un vendedor ambulante en la puerta de mi casa un Quijote de viñetas, de cómic, precioso, que aún conservo. Yo creo que me enseñaste a escribir cuando todavía no sabía leer, ni siquiera vivir. Hasta en eso has sido mi maestro, mi querido Miguel, un poco o un mucho mi padre, literario y de la vida, con permiso de mi querido padre, que hoy me falta.
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¡Qué buen encuentro con el gran Maestro!, y hermosa la anécdota de las viñetas, que debería compartir una muestra. Saludos
Muchas gracias. En este artículo aparece la portada de mi “Quijote” de viñetas:
https://www.zendalibros.com/los-libros-de-la-vida/
Es una muestra, como me pedías.
Estimado Eduardo:
Gracias por haberme sido fiel durante toda tu vida, a mi y a mi obra y por tus atentas cartas.
Tiempos de tribulación fueron aquellos en los que escribí y tiempos de tribulación son los actuales. Quizás nada cambia siendo todo cambiante. Por ello, no sientas tu mundo tan ajeno ya que, si ahora no encuentras quijotes, quizás nunca los haya habido, sino en mi imaginación y en la tuya.
Y no ha cambiado, tanto o nada ya que mis historias se repiten como las narradas por los perros Berganza y Cipión, actuales como la propia vida. Y, dime Eduardo, ¿cuantos rinconetes y cortadillos puedes encontrar ahora mismo? Y, ¿cuantos licenciados vidriera? Los vicios, las debilidades humanas, el rencor, la crueldad, nada ha cambiado. Pero tampoco el amor y la amistad.
Como Persiles y Segismunda, leyendo mis libros has seguido la senda de un viaje iniciático durante tu vida.
Espero haberte servido de guía, aunque haya sido un guía un guía caústico, simbólico e irónico pero siempre veraz.
Miguel.
Muchas gracias por tu carta. Uno lanza botellas al mar, y esas botellas suelen encontrar destinatario, aunque no lo parezca. Muchas gracias.
Me encantó! Suelto y cotidiano como fue para mi Miguel, Sancho, Dulcinea y Aldonso! Desde pequeños con nosotros!
¡Muchas gracias, muy amable!