Querido y respetado Don Miguel:
En aquel tiempo leí algunos libros tuyos, como San Manuel, Bueno, mártir, delicioso, que nos mandaron leer precisamente en el colegio, en COU. También leí Niebla, que me gustó mucho. Recuerdo que compré, sin embargo, Vida de Don Quijote y Sancho, y se me atragantó bastante, se me sigue atragantando, aunque aprecio la calidad de la prosa.
Ahora tengo más libros tuyos en casa, muchos más, si bien no los tengo todos. Con el tiempo, ya en la carrera, me gustó mucho Abel Sánchez, que nos mandó leer el profesor J. Ignacio Díez en su asignatura de Literatura Española del siglo XX.
Tú decías que había que escribir con todo el cuerpo, y yo creo que verdaderamente escribías con todo el cuerpo. Se nota. No todo lo tuyo me gusta, o me agrada, habría que decir mejor, pero es que la literatura no tiene por qué gustar; puede tener una misión más alta, una dimensión más honda. Me parece que tú perseguías esa misión, esa dimensión.
“Este donquijotesco / don Miguel de Unamuno…”, escribió Antonio Machado, y es verdad que eras donquijotesco, tanto que más de uno podría pensar que tus problemas de conciencia, tu idiosincrasia vital, podría deberse a una enfermedad mental. No lo sé. Desde luego tu obra está marcada por esa idiosincrasia, y yo tendría que haberlo leído todo, y recientemente, para hablar con mayor seguridad.
Me acuerdo que un profesor mío, me parece que el Dr. de Andrés, en primero de carrera, en su clase de Lengua Española, nos contó una vez en clase que llegabas a cualquier sitio y decías: “¿De qué se habla que me opongo?” Debías ser pura energía, y eso también se ve en tus libros. En tu obra se transmite tu fuerza.
He oído también que escribiste muchísimas cartas, que eras un grafómano. Yo no me considero tal cosa, porque aunque bastantes dicen de mí que soy un escritor prolífico, no escribo tanto; me documento mucho, y cuando creo que estoy medianamente documentado (siempre pienso que podría estarlo mucho más, pero el proceso sería interminable), me lanzo a escribir, últimamente siempre o casi siempre a mano, y luego corrijo el original a medida que lo paso al ordenador. También después.
La verdad es que tu literatura, Don Miguel, sabe a literatura de siempre. Tiene estilo, profundidad, y ya digo, sabor. Debiste de leer mucho a lo largo de tu vida, para alimentar esa escritura. Sé por ejemplo que leíste mucho la Biblia, como se trasluce en tus obras. Estoy pensando en San Manuel Bueno, mártir o en el Cristo de Velázquez. También en el Diario íntimo que registró tu crisis de conciencia. Pero habrá muchos otros libros que lleven la huella de la lectura de la Biblia, si no todos, quizá, de una manera u otra.
Yo siempre he pensado, recordando mis lecturas de COU, y aquel cuento que escribí para el premio, “Alma libro”, yo siempre he pensado que tú querías creer, que tu corazón decía sí, pero tu cabeza decía no. Pero tengo miedo de equivocarme, después de tanto tiempo, y ante una obra tan extensa como la tuya. Yo diría que cultivaste todos los géneros, y que todos ellos quedaron impregnados tremendamente con tu personalidad. Lo que más se lee son las novelas, supongo, siendo las tuyas tan especiales, pero en tu caso muchos textos merecen leerse, como los viajes de Por tierras de Portugal y España o los artículos de Paisajes del alma. Merece la pena acercarse a ti durante una temporada, como yo lo he hecho estos días, aunque me ha quedado la sensación de que debería haber llegado mucho más lejos.
Lo cierto, y hablo en lo estrictamente personal, es que sobre todo perteneces a otra época de mi vida, y que lo mejor que puedo hacer es actuar como un arqueólogo y desenterrar lo que sentí, por ejemplo, ante San Manuel Bueno, mártir, que fue un libro que me encantó, una obra maestra. Fíjate que acaso sea tu obra más importante y que las autoridades académicas nos la mandaron leer a los alumnos de COU, acaso el mejor Unamuno. Desde luego no hay otro libro tuyo que me llegue tanto como ése, aunque otros también me gustan mucho, como Abel Sánchez.
Recuerdo que en ese curso de COU uno de los libros que teníamos que leer era la Antología de la Poesía Española del siglo XX, de Miguel Díez y María Paz Díez Taboada. Recuerdo que el profesor Víctor Ruiz nos pidió que seleccionáramos nuestro poema favorito del libro. Yo seleccioné el siguiente, tuyo, que me atrevo a recordártelo aquí.
Me destierro a la memoria,
Voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
En el yermo de la historia.
Que es enfermedad la vida
Y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
Donde la muerte me olvida.
Y os llevo conmigo, hermanos,
Para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
Retemblaré en vuestras manos.
Aquí os dejo mi alma-libro,
Hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero,
Soy yo, lector, que en ti vibro.
Cancionero. Diario poético (1928-1936)
En su momento, en aquel tiempo, escribí al pie del poema, con lápiz, “Maravilloso: verdad de las verdades”. Ahora me identifico mucho con ese “Alma-libro”, porque yo también tengo “Alma-libro”, y mis escritos pueden llevar esa alma, esa Alma, al lector. Pero entonces, en aquel momento, yo creo que me impresionó todo el poema, la fuerza, la certidumbre que tenías de que tus palabras no habían sido escritas en vano, que llegarían al lector, y que él sabría hacerlas suyas.
Mi cuento, que se titularía “Alma-libro”, precisamente, empezaría con el poema y estaría compuesto por varios fragmentos o partes, un escrito de un muchacho de 18 años que hace un trabajo para clase, una narración sobre Miguel de Unamuno y, por fin, un pequeño drama, es decir, presentado como una obra de teatro, en que se especifica tu muerte y cómo tras ella alcanzaste lo que siempre habías buscado, anhelado.
Gracias a ti alcancé mi querido premio de mi colegio; en cambio, si se puede decir esto, yo te di la soñada inmortalidad, que bien te la merecías, que bien ganada te la tenías.
¿Y qué más te puedo contar, admirado Don Miguel? Pues creo que te puedo decir que cuando presenté mi novela Relámpagos, que es uno de mis libros más valorados, el profesor J. Ignacio Díez, que fue uno de los presentadores, dijo que le recordaba a ti, que le parecía una novela unamuniana. Y después de pensar en ello creo que puede tener razón. Después de todo, si nos influyen algunos escritores, y yo estoy convencido de que así es, ¿cómo no nos van a influir los que más nos han impresionado, o los que hemos alcanzado con ellos, como es el caso, una mayor comunión? Y considero que esta palabra te gustaría: “comunión”.
Puede que otra novela mía, Cuerpos y letras, también sea unamuniana. Aquí no estoy seguro. Es posible que la literatura sea un gran río en el que todos escribimos, y en este río nos fusionamos y a veces confundimos. Pero también puedo decir que, con todo ello, aprendemos muchísimo y nos divertimos no poco, aunque también experimentamos sensaciones no tan agradables.
Voy cerrando ya mi carta, Don Miguel. No la quiero demasiado larga y quiero que tenga contenido, que no se pierda en vaciedades, en vaguedades. Aunque acaso esto último sea imposible de evitar, porque un tema nos lleva a otro tema, y así hasta el infinito. Experimentar esto cuando se escribe es muy grato, si bien es un proceso que no tiene fin —se advierte que tú escribías hacia el infinito, hasta el infinito—, o tal vez por eso, porque no tiene fin. El escritor que eras debió de tomar conciencia pronto que nunca acabarías de hacerlo; por eso dicen de ti que eras un grafómano, y te daba igual en qué género escribías: lo importante era expresarte, comunicarte, plasmar tu ser, tu duda, tu lucha, tu todo, en el papel, en la escritura.
Eres un escritor para volver a él una y otra vez. Como escribiste tanto, nunca te podré leer entero. Por eso puedo regresar a ti y coger aquel libro que me gustaba y que aún no he leído… Siempre te encontraremos en tu obra, pletórico, lleno de energía, fuerte, haciendo un nuevo estilo con tu personalidad. Y lo que a lo mejor no nos gustó en su momento, una novela, un ensayo, unos artículos… puede que con el tiempo nos atrape. O releer algo tuyo, como yo acabo de releer San Manuel Bueno, mártir en un viaje a Oviedo: un libro mágico, de un escritor mágico, en una ciudad mágica.
Estimado don Eduardo, gracias por sus palabras. Nací y viví durante los años más convulsos del siglo XX y los viví con intensidad y compromiso. Compromiso únicamente con mis ideas, no con las ideologías, tan perversas e inhumanas.
Me consideré español por los cuatro costados, venal y furibundo, con mis excesos verbales y con mis iras, pero no me arrepiento de nada. Nada tengo que reprocharme ni nadie tiene por qué hacerlo. Tuve muchos defectos pero, a pesar de mi airada y excéntrica españolidad, nadie puede decir que yo fuera un seguidor del «sostenella y no enmendalla». No. Y, sin embargo, veo que ahora, en sus tiempos, don Eduardo, tan convulsos como los de entonces, con esa inercia histórica que tenemos a repetir una y otra vez nuestros enfrentamientos seculares, esa máxima la han hecho regla de vida los políticos actuales.
Por cierto, soy quijotesco lo mismo que soy español y mi tara mental es eso mismo. Porque, en aquel tiempo, era de tarados enfrentarse al tuerto y al enano, enfrentarse con el arma màs poderosa de todas, la palabra. Porque hoy, muchos, demasiados, se enfrentan al enano una vez muerto, en una árida y absurda dialéctica a toro pasado.
Bueno, me toca observar, desde otras dimensiones espirituales, desde otras salamancas, bilbaos y fuerteventuras.
Un abrazo.
Miguel.
Gracias Miguel. Usted! Sí! Usted!, que nos hizo pensar y pensarlo a usted, Y en Tula, Abel y Manuel. Voy comprendiéndole conforme vivo, avivando mis razones en busca de la razón. Me alegra verle, Catedrático de Griego, como Ulises buscando su Itaca yendo y viendo, olvidando las dogmáticas líneas rectas de los mapas mentales.
Siga pues, pensando.
Y.
Que piensen ellos!!!