“La inseguridad de las ideas te estimula a pensar que nada es inflexible, inamovible, y eso evita la certeza excesiva, el dogmatismo”.
Reflexión de Ángel S. Harguindey en Memorias de sobremesa. “Conversaciones con Rafael Azcona y Manuel Vicent”. El País Aguilar, 1998).
Querido Jordi, tan solo esta frase que precede la carta que te estoy escribiendo con el mayor de los respetos podría resumir a la perfección todo lo que pretendo contarte a continuación. Pero sé que es inútil, que no es posible que una sola frase, aunque sea tan contundente como esta, sirva de nada ante el torrente de “certezas” acumuladas durante tantos años en que los líderes del nacionalismo catalán se han encargado de inocular en el pensamiento de miles y miles de ciudadanos. Recordarás, espero, que antes de la irrupción salvaje de la política en nuestras vidas, aún éramos capaces de verbalizar cualquier cuestión por ardua que fuera sin necesidad de echar mano del “Duelo a garrotazos” que Goya pintara como reflejo de nuestra idiosincrasia en los primeros años del siglo XIX.
Tú y yo hemos vivido y contribuido a los cambios políticos de España, esa transformación que algunos parlamentarios recién llegados a la libertad llaman “El régimen del 78”, con la alevosía que les da la ignorancia de no querer saber que hubo miles de personas que sufrimos aquel referéndum teledirigido en el que se aprobó la actual Constitución con la figura de un Rey incluido entre su articulado, que ahora, y por eso de tratar de “evitar la certeza excesiva y el dogmatismo”, deberíamos tener la capacidad de volver a consensuar (¿recuerdas esta palabra?).
Todos tenemos ahora un enorme problema, no te dejes llevar por los cantos de sirena de quien te promete un paraíso en la tierra, que a mi modo de ver es más bien un paraíso fiscal que otra cosa. Pero si quieres que te comprenda, claro que sí, te comprendo perfectamente, aunque tú no lo creas cuando me dices que no puedo entender el problema si no lo vivo ahí, en Cataluña. Comprendo tus sentimientos nacionales, nacionalistas, separatistas, de construir por fin los Països Catalans, ese territorio ambiguo al que muchos os sentís unidos sentimentalmente por el vínculo del idioma que, en vuestro caso, está sirviendo más como desunión que lo contrario. Desunión que no existía hace quince años, y menos aún hace veinte, treinta e, incluso cuarenta años, cuando yo te acompañé, el 11 de septiembre de 1976, en Sant Boi de Llobregat, a la primera Diada en libertad. Y al año siguiente, ya en Barcelona, cuando caminamos juntos con aquella multitud en la calle que logró que se reinstaurara la Generalitat. Conozco el significado que tiene ese día para los que piden una identidad catalana como nación. Y si quieres lo comparto, o mejor dicho lo compartí hasta que los políticos decidieron que había que hurgar en esa herida que los más hábiles se encargaron de que nunca se cerrara del todo. Empezaron con la lengua y continuaron con la Historia. Y aquellos miles de catalanes que sentían crecer en su interior la vena nacionalista se fueron convirtiendo en todos los que ahora habéis salido a la calle “a ejercer democráticamente el voto que un gobierno fascista os niega”, de un Estado que durante cuarenta años impulsó tu Autonomía para ejercer el derecho al voto y transfirió cuantas competencias eran necesarias para un autogobierno amplio. Te recuerdo que tú, entonces, abominabas de todo lo que oliera a cerrazón, a lengua excluyente y que si alguien hablaba en catalán delante de mí -castellano parlante en minoría-, salías en mi defensa para que no me sintiera fuera del círculo. Querías Cataluña dentro de España. Ahora ya veo que no es así y eso me preocupa menos que el empeño de querer conseguirlo contra todo y contra todos. De nuevo los movimientos sociales están ayudando a sus dirigentes a conseguir que sus planes se cumplan. Y si no, pregúntale a Artur Mas, ese político recién parido separatista que cuando dirigía CiU era más conservador que Franco. Pregúntale a Jordi Pujol y a la madre superiora que se estarán frotando las manos al ver que sus maniobras están dando los resultados esperados.
No quiero que volvamos a sentir eso de «ellos y nosotros». Te ruego que no sigas incluyéndome entre tus “enemigos” enviándome mensajes como si yo me hubiera posicionado frente a ti y los que piensan como tú. Yo no quiero jugar más a nosotros y vosotros, y tus mensajes -los mensajes de los que os creéis en posesión de la verdad absoluta- invaden mi intimidad y también mis sentimientos que no son otros que los de una defensa a ultranza de un diálogo abierto entre los que pensamos diferente para intentar, ya no te digo que España no se rompa y frases tan manidas que ayudan bien poco a construir el futuro, para intentar, al menos, no repetir errores del pasado que solo nos pueden llevar al desastre.
Siento una pena horrorosa, querido Jordi, de que el gobierno de España y el Govern de Catalunya hablen idiomas diferentes que los separan cada vez más. Piensa que muchos catalanes y muchos españoles no queremos lo mismo y que la fuerza, no la de las porras de la policía, sino la de la cerrazón de ideas, nos va a llevar por caminos equivocados. A ti y a mí, de momento, ya nos está haciendo mucho daño.
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