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Carta abierta a Rodrigo Cortés

Carta abierta a Rodrigo Cortés

luego de haber leído su novela antes de entrar en máquinas

Querido amigo, como editor que sabes feliz de tus primeras obras, vamos sin dilación a lo que nos ocupa: eres de los pocos que huele a kilómetros las posiciones dominantes y los discursos imperantes, ésos a los que todos quieren sumarse, esa ola que todos quieren surfear, y tienes tiempo para idear la fórmula de cómo pasarte todo por donde te pasas la esponja.

Asumes el riesgo de una lectura que no admitirá actitudes perezosas, pues digamos que la normalidad, la actualidad, este presente irritantemente continuo, se ha ido haciendo cargo de destruir la mirada crítica, es decir, la mirada que puede encontrar huecos y brechas, que observa, que no anhela estar continuamente sorprendida, que sale fuera en lugar de que todo le llegue. Esa incomodidad con la que estás dispuesto a desafiar al lector es algo que no se compra, e incluso algo de lo que todos los «mediadores de contenidos» abominan. Aunque el mundo, sospecho, siempre ha sido así y ha seguido girando, y a nadie le ha importado nada.

"Los años extraordinarios da por estudiadas las leyes de la termodinámica para descojonarse de ellas"

Sin ir mucho más lejos, por ejemplo, exiges al lector una educación en la retina y en el tiempo fílmico. Tiene ventaja si sabe utilizar el fade literario, diseccionar el texto y agruparlo bajo leyes distintas a las cronológicas, incluso a las gravitacionales, si desoye cualquier cosa que suene a lineal. Les ofreces secuenciar, montar sus propios planos, mientras despliegas un verdadero arsenal de material para ello: desde frases antológicas, universos contraídos hasta lo imposible que esperan ser liberados por quien los lee, metáforas de metáforas, lugares comunes que se incendian en la subordinada; y, sobre todo, un humor que lo llena todo, que empieza en lo más alto y para el que no hay escalones: o haces cumbre o no ves el primer peldaño. No es como Ignatius, que el día que no te ríes, lo salva porque es Ignatius. Aquí no hay lugar para la devoción ni para la fe. Los años extraordinarios da por estudiadas las leyes de la termodinámica para descojonarse de ellas. No busca esperar a los lectores más apáticos. Su disfrute se beneficia de un bagaje que lleva más tiempo adquirir que la propia lectura de la novela.

Yo de termodinámica sé poco, pero a lo largo de nuestros paseos por esta Salamanca de nuestras entretelas me has enseñado, quizá sin querer, a llegar a ese nivel de humor, así que se me desencaja la mandíbula cada tres frases. Mi experiencia, por otro lado, cuenta como cuenta una gota en un océano. Me encantaría saber cómo recibirá un balón con este efecto quien no se haya pasado veinticinco años saliendo a jugar al patio, aunque muchos conocen tu humor y los puzles se empiezan por las esquinas. Nunca es tarde.

"Haces cruzar desiertos, callar, tocar fondo, navegar, hablar otros idiomas, tomar responsabilidades, encontrarte con hombres notables…"

Es, en fin, una lectura que casi ciega, que abraza los desafíos y los obstáculos. Nada condescendiente. Y noto tus constricciones en cada capítulo. Y las aplaudo, porque es una manera de hacerte mejor y de hacer avanzar el texto por lugares pocas veces recorridos antes. Y algunas me dan hasta pena, como por ejemplo el que te hayas privado casi de dialogar (sabes que me parece que es uno de tus grandes dones en la escritura: dialogas como Houdini abría candados).

Uno, cualquier lector, tal día como hoy, coge siempre una novela como arma para su propia lucha, para que le enseñe a manejar la espada o para dirimir problemas existenciales. En realidad, todos hacemos lo que hacemos para sentirnos acompañados, para estar dentro del grupo, para cumplir la geometría del rebaño. Pero tú, amigo, tú juegas a confundir, a desalentar, incluso a frustrar, a rebatir y a matar. Siempre lo has hecho. Sin embargo, donde cualquiera adivinaría humillación y oprobio, lo único cierto es que hay enseñanza. Haces cruzar desiertos, callar, tocar fondo, navegar, hablar otros idiomas, tomar responsabilidades, encontrarte con hombres notables… Puedes desistir de sus lecciones e incluso puedes envenenar a Pai Mei, pero también puedes volver a bajar y subir los trescientos escalones con los odres de agua a la espalda. Y sólo eso, sólo esa solución, te hará más fuerte. Las demás, más listo o más avispado, o todavía más hijo de puta. Pero sólo ésa más fuerte. Y eso es lo que enseñas sin querer, cuando escribes este libro y en todos los momentos del día. No hace falta que te lo diga yo.

Se haría necesario un opúsculo para desentrañar el libro al completo. Son referentes evidentes Buñuel, Jardiel y Mihura, y a veces Berlanga y desde luego el amanecismo al completo. Y luego empiezan los niveles, con los cuñadismos de Azcona como píldoras de una España desvencijada y sin prejuicios, y con La ciudad de los prodigios y todos los personajes de Mendoza que hablan en ese pasado histórico que remedas en muchos principios de capítulo; ese españolismo de Mingote que se ríe de la obscenidad clasista con la alegría de un niño; y sigues profundizando, y siempre que el personaje está con una mujer es como cuando Siddhartha explora su lado hedonista (salvo la bruja, que es la Circe de la Odisea); o el capítulo del desierto, que es puro Castaneda cruzando Sonora (incluidas las alteraciones de la percepción por ingesta de peyote). Y claro, Salamanca, nuestra Salamanca, de Lazarillo y Vidriera y Buscón, con un lenguaje que suena viejo y nuevo a la vez, propio de la maestría de los escritores del XVI y XVII, pero al que se le añade la elegancia que demostraba siempre Valle para el esperpento; y a veces es Rothfuss, con esa anagnórisis de un personaje que ha de domar los elementos para terminar conociéndose a sí mismo. Tiene miles de constructos poéticos sólidos y firmes, bellos, muy personales, con ecos orientales de Tagore, y ese tipo de poesía inteligente e intelectual, audaz y afilada tan de Woolf. Ecos místicos que riman a la perfección, y resonancias hermetistas a dolor.

"Me ha parecido una gran novela, un gran texto, adelantado en revoluciones a lo prosaico de estos tiempos"

En fin, referencias que no importan una mierda a la hora de leer la novela, pero que permiten exprimirle el jugo. Y es una novela llena de jugo. Tanto, que no admitirá una lectura superficial. El lector que sólo ausculte las líneas de la mano y se quede en la epidermis, no pasará de la página cincuenta, o lo hará sin saber lo que se pierde. Ése es el glorioso riesgo, y sé que lo asumes. En cualquier caso, daría igual, porque acertar hoy en día es equivocarse tarde o temprano, y al revés. Todo son icebergs dándose la vuelta.

No te aburro más con disquisiciones, que compartirás o no, y que finalmente no trastocan para nada lo que has escrito ni en nada lo alteran, salvo en la posibilidad de hacernos un chuletón de morucha hablando insistentemente sobre ello. Lo que no haya sabido explicar, me lo preguntas entonces, si no te lo resuelve Google antes. Aunque sí quiero que te quede claro que todo lo dicho es alabancioso, por si quedaba alguna duda. Sé que a veces conviene repetirte el halago, no por inmodestia, sino porque lo necesitas tan poco que muchas veces ni lo oyes. Me ha parecido una gran novela, un gran texto, adelantado en revoluciones a lo prosaico de estos tiempos. Lo habría publicado con los ojos cerrados, me habría encantado hacerlo, pero entiendo que es demasiado redondo para mis libros cuadrados. Estoy muy contento por lo que he leído, amigo, y tendré que volver a leer. Mis parabienes. Te agradezco mucho la confianza de dejarlo en mis manos antes de dárselo al mundo. Como siempre, me quito el cráneo.

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Autor: Rodrigo Cortés. Título: Los años extraordinarios. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon

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