Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigidas al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir.
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Los encadenados epistolares van siendo cada vez más escasos, o bien están perdidos y luego reaparecen, o quedan copias y fotocopias (como es este el caso), pero regalan tanta información que es difícil sustraerse a la idea de que permanezcan en silencio. Esta es una primera intención de dar a conocer las cartas del maestro de la república, Abel Bravo del Rincón, en respuesta a uno de sus alumnos, cuando ya es adulto, en correspondencia manuscrita dejada sobre un cuaderno de escuela de líneas sencillas. Es un universo de mediaciones, de narraciones sin resquemor, o reproche, sin rastro alguno de vencedores ni vencidos. Enviadas desde la población de Alcantarilla (Murcia, calle de Roma, nº6), la primera pertenece al 2 de octubre de 1944, dirigida a Bruno Morey Fiol, a Valldemossa (Mallorca), de la que tan solo queda la «cuartilla» final. Son el borrador de las respuestas de un maestro a su alumno, por entonces notario eclesiástico, quien le agradece, le pregunta y pide consejo, cuando ya había pasado por Roma (bajo la protección de Pío XII). Morey Fiol (que fallece en 2016), envió al maestro una primera carta en 1943 por circunstancias que cabe aquí ir reinterpretando. Ya estaba instalado en Mallorca, en Ca l’Abat , una bella construcción bucólica y repleta de historia, e historias, que al parecer construyó la orden del císter en Deià.
Por razones «desagradables», el maestro no contestará hasta un año después a causa de «un exceso de ácido úrico que impurifica mi sangre», más dos ántrax en las muñecas que le obligan a recurrir a una alimentación exclusivamente vegetariana… «El reuma se ha venido a vivir a mi brazo derecho y no se quiere ir». Así justificó, muy por encima, la tardanza en responder, y pasó a transmitir lo sucedido en aquella guerra civil, y lo que llama «las consecuencias de esta expulsión…», cuando fue apartado de sus funciones de maestro, relegado a trabajar en una fábrica de conservas en la pedanía de Javalí Nuevo, a una distancia de dos kilómetros de Alcantarilla, y situada junto a la vía férrea, en un paisaje sereno de huertas, colinas y cañadas. «…Como la retribución que me dan en la fábrica es de 400 pesetas mensuales, que dista mucho de ser suficiente para vivir, tengo que apelar a otros medios para aumentar un poco los ingresos. Uno de ellos es la Enseñanza que doy por las noches, después de llegar de la fábrica, hasta las 11 de la noche», obteniendo un promedio mensual de 298 pesetas en 1944, que le permitirán paliar su maltrecha contabilidad, que también da a conocer.
A lo largo de las misivas, Abel retoma el vínculo con este adulto ya crecido, y Brunito le narrará cuándo toma los hábitos o llega hasta el Vaticano. Hay un laicismo constante en las respuestas del maestro, existe una especie de «autoprotección», hay una valoración apenas esbozada del mundo sacerdotal elegido, y ahí comienzan a cruzarse los recuerdos; reconoce la calidad humana del maestro, hay una curiosidad por su capacidad a la hora de transmitir conocimiento, cuyos secretos le pide que pormenorice, o le dé a conocer, incluso qué plegarias considera adecuadas y con seguridad otras consideraciones que seguro forman parte de un diario personal que Bruno inició en 1932, y que acaso servirán, probablemente, para afrontar El darrer canonge (libro de entrevistas a Morey Fiol, de Miquel Segura, en 1991, con prólogo de Camilo José Cela), como viene siendo trabajo habitual en lo que denominan la intrahistoria. Según algunos expertos, aquel diario sincero fue convenientemente silenciado.
El equilibrio entre estos dos mundos, tan distantes en apariencia, es una obra de arte, una generosidad producto de lo sucedido y un saber mediar con sabiduría pedagógica entre ‘ambos bandos’ en una soberbia lección de vida. Pero también lanza sus avisos e inquietudes… «¿…Con que te has metido ya con el idioma ruso y haces progresos en él? Si no vistieses el traje que vistes, te diría que fueras con mucho cuidado, porque por haberlo estudiado he visto presos [a muchos]… Eso le sucedió a Francisco Jiménez, profesor de matemáticas…, que lo estudió a los setenta años y lo encarcelaron tras terminar nuestra Guerra».
Las cartas llegan hasta la número 29. A veces son apuntes, otras son borradores completos de la respuesta que hará llegar, y donde escribirá «enviada»; contienen el tono de la ternura serena y del pulso histórico consciente, y también aporta notas bibliográficas que estima conveniente que estudie Brunito, tras alguna petición. La correspondencia finaliza el día nueve de diciembre de 1962. La primera misiva va dirigida al Señor Don Bruno Morey, pero seis años después, hacia el 28 de septiembre de 1950, van encabezadas por Muy Ilustre Señor Don Bruno Morey Fiol, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Palma de Mallorca, como si necesitara ser del todo correcto con la institución, y cuando ya es canónigo doctoral y archivero de la Seu de Mallorca, aunque tendrá una manera muy particular y díscola en su forma de actuar.
En la carta 9ª, en 1957, el maestro acota… Que las cartas se abren camino por donde quiera que hay vidas que las oyen, no cabe duda, porque eso ya lo veíamos en Valldemosa —cuando regresábamos de nuestras excursiones y paseos cantando—… No sería extraño que de ahí brotara, muchas décadas después, y en 1999, la cantata ‘L’enamorada’, junto al compositor Tomeu Poquet desde el poema homónimo de Bruno, escrito a los 16 años, y estrenada en el año 2000 en el Teatre Municipal de Palma. Y sin fecha alguna en ocasiones, el maestro avanza y se aventura… «No sé cuál será el final de tu carrera… No me disgustaría leer las cosas que vayas publicando… De mi vida, no puedo contarte muchas cosas buenas… Dejé de ser maestro oficial… Se me acusa de inculcar el marxismo en mis alumnos…» Aborda a continuación casi un pliego de descargos a este respecto, negando cualquier responsabilidad moral vinculada a los desmanes y atropellos que cometieron «las turbas en el pueblo de Baños y Mendigo». Sin confrontación alguna entre ambos, sin jugar a los dados azules o rojos o intermedios, queda constancia del paso de Abel por la prisión de Totana, entre 1939 y 1944, en el expediente personal del denominado Recluso Adriano Abel Bravo del Rincón (sig.41798/26).
A medida que su edad avanza, el maestro pasa a escribir desde Baños de Archena (en Murcia, en 1959), su declive ya es evidente, pero su caligrafía sigue siendo firme y escrupulosa. «…Hoy me he bañado a 38º durante 15 minutos. He sudado lo indecible…» Se considera un Maestro Trabajador, y volverá una y otra vez a narrar su etapa docente durante la II República, hecho que el canónigo debe considerar loable y fuera de lo común. A esto contestará con otras preguntas: Ese admirable y fructífero resultado ¿era consecuencia de mis condiciones de educador?, ¿era consecuencia de los procedimientos pedagógicos que se empleaban para hacer más eficaz la adquisición de conocimiento?, ¿o era consecuencia de vuestro carácter bondadoso y especial? Así lo comenta en la carta nº 15 para enumerar qué es en verdad lo que considera que funcionó y las razones que él atisba, en una España gris y apagada, escapando al dolor de aquella guerra. Por entonces Brunito, o Brun, conforma una organización para jóvenes de ambos sexos, La Reja. Muy probablemente todo lo «revisado» con Abel permitirá al canónigo, ya en los años 70, escribir Por la Pedagogía a Dios. Es posible. Quizá.
También sabemos por el maestro, narrado desde la entraña de lo vivido, que considera que aquellos éxitos provienen de sus estudios y de su preparación como maestro, que relata en la carta 23: «…El hallarme yo siempre propicio a realizar excursiones, fue una consecuencia de las que hacíamos en la Escuela Normal. Los profesores nos llevaban a ver minas de hierro en ‘La Unión’, de azufre, de plomo, de plata y de industrias variadas. Nos llevaban a visitar las mejores Escuelas Graduadas que había en España y que estaban en Cartagena dirigidas por dos eminentes pedagogos, D. Félix Martí Alpera (que nació en el bellísimo El Cabañal, en Valencia, en la actualidad muy arrasado) y D. Enrique Martínez Muñoz (junto al anterior, codirector de aquellas Escuelas Graduadas) que habían viajado por Europa y visitado las mejores escuelas de Suiza, Alemania, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca…»
Es probable que varias páginas del cuaderno en líneas, que atañen a notas y borradores, no fueran enviadas, es factible que sean reflexiones, inquietudes, o consideraciones sobre lo que el canónigo le iba consultando, ya recuerdos o pareceres, vinculados a su propia aventura pedagógica, siempre desde lo más aséptico, o manifestando el respeto y admiración hacia el maestro y en agradecimiento a su ascenso hasta canónigo, por considerarlo a él ‘responsable’ de su destino. Hay otras anotaciones tan solo abocetadas, que acaso tampoco hizo llegar o las anexó parcialmente a las respuestas enviadas. En la que titula ‘Siguen más notas’, sin fecha, y manteniendo aquí sus mayúsculas, entrecomillados y subrayados, deja escrito: «…Si Valldemosa —como me dices— se decidiera algún día a hacer el catálogo de los ‘hombres beneméritos’ y me incluyeran porque sí —aunque no lo merezca— y los de la “última latitud” en que fui Maestro, se decidieran también [a hacer] su catálogo de “hombres perversos” y me incluyeran por otro acto de su libérrima voluntad, sería curioso el contraste: para unos soy BUENO. Para otros, PERVERSO.»
Es cierto que las cartas se van espaciando, ya por recaídas de urgente atención, apuros económicos, viajes agotadores, o por el fallecimiento de seres queridos, compañeros de profesión o familiares cercanos. Entre ambas misivas, la que pregunta y la que responde, está la narración de un todo, de un hecho educativo avanzado, higienista, resumido en más paseos y paisajes, y menos ventanas, sillas y escritorios, pues acaso, respirar las hojas de los árboles sea el secreto que lleva a respirar las hojas de los libros. Podría ser. «… Sí. Pero si yo tuve éxito en lo de las bibliotecas, a vosotros fue debido. La idea la proporcionasteis vosotros. Yo no hice más que abrir el cauce por donde debían caminar las aguas de vuestras aficiones a la lectura. ¿Recuerdas cómo fue? Una tarde…»
(Sirva también, el primer avance de esta reunión epistolar, como homenaje al historiador, pionero medievalista y arqueólogo mallorquín Guillermo Rosselló Bordoy, gran persona, investigador incansable, amigo sincero, e hijo y alumno de maestros de la República, también.)
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