Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigida al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir.
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Marzo de 1950
«Ilustre y muy querido Bruno: Perdóname que no haya podido contestar antes a esa preciosa carta tuya —como todas ellas— modelo de bien decir, modelo de bien pensar y modelo de bien obrar, que lleva fecha de 18 de enero último y que la recibí —17 días después de la fecha— el 4-2-50.
Lo han impedido una porción de causas que se han juntado, produciendo una congestión parecida a la que se produce en el tráfico de una calle transitada de población importante.
Y ha habido que regularla, dejando paso, en primer lugar, a las más urgentes, y entre estas la principal era la de restablecer mi alterada salud por un fuerte catarro que exigía frecuentes inhalaciones de hojas y hierbas hervidas, gárgaras y otras cosas. He tenido que atender a mi clientela escolar […], desde las 8 de la mañana hasta las 11 y más de la noche… He tenido que hacer muchos viajes a Murcia para orillar los obstáculos que se oponían en las oficinas del Ayuntamiento y del Ministerio de Madrid, a la tramitación del oficio para el Sr. Cura de Cervera. He tenido que cumplir —también en Murcia— encargos urgentes de mi hermano y celebrar conferencias con unos señores que deben a la casa donde mi hermano trabaja, más de 40 mil duros y no dan garantía de pago.
He tenido que hacer varias copias de tu insuperable carta de 27-12-49 para enviarlas al Sr. Cura de Cervera, a mi hermano, hermana, sobrino y sobrina y Dª Nati, que están en Madrid, está última en el Ministerio de Educación Nacional, también con un interés loco por mi reingreso. Ha tenido que hacer varios viajes a Beniel, pueblo que dista de aquí unos 30 Km., a ver a mi hermana Maestra de párvulos que ha venido enferma de Madrid. Así pues, con tanto impedimento, no te extrañe —repito, querido Bruno— que la contestación a tu hermosa carta del 28 de enero, la haya dejado para cuando tuviera más sosiego.
Y vamos a ver si eso ocurre hoy.
He leído tu carta muchísimas veces, mejor dicho, he saboreado infinitas veces, sus bellezas de fondo y forma, y he celebrado coincidir en todo con tus apreciaciones de las personas y de las cosas. Te agradezco mucho las confidencias que me haces, así como lamento los ataques e insidias de que te han hecho objeto esas gentes de alma pobre. Son almas de escasa mentalidad incapaces de comprender… No alcanzan más… La Religión, como otras muchas cosas, tiene verdades y sentimientos… Hay que evolucionar mucho… Porque no tienen aptitudes morales e intelectuales para comprender esas cosas, como pudieran no tenerlas para comprender elevados principios de Matemáticas o Ciencias… Para esas gentes, el prójimo tiene poco valor. Eso son cosas sublimes. Lo sublime está más allá de su comprensión. No las entienden ni las practican… Dios, dijo Castelar, es Grande en el Sinaí; pero es más grande en el Calvario, cuando perdona a sus enemigos. Voy a contarte otro caso de Sublimidad que conozco…».
Asuntos complejos que debía transitar Abel en aquella España de los años cincuenta, con más miedo y rencores que lógica, y con todas las tinieblas y sombras a las que pudieron recurrir para enturbiar lo que seguía allí, esperando un resquicio, sin más interés que retomar su oficio. Así como Bruno Morey resultó ser una especie de embajador intermediario, como también lo fueron para Europa varios diplomáticos españoles intentando ayudar a sefardíes, salvando de un final espantoso a quienes se pudo auxiliar. No era un lugar neutral, era una zona áspera.
«…En un pueblito de la huerta de Murcia que llaman Llano de Brujas, Fulgencio Sánchez Barba tenía un hermano Sacerdote. En la guerra de España, unos individuos de aquel pueblo se los llevaron, les dispararon y los dejaron por muertos. El sacerdote quedó muerto, pero Fulgencio quedó mal herido. Un alma piadosa que pasó después por allí, lo cogió y lo llevó al hospital. Cuando se acabó la guerra de España, lo primero que hizo Fulgencio fue llamar a uno de los culpables del crimen, que era jornalero de su casa, y cobijarlo y darle trabajo, para que no le ocurriera nada y no se muriera de hambre. Y así sigue, sin que le haya ocurrido nada. A sus compañeros los llevaron a la cárcel. A unos los fusilaron. A otros los condenaron a muerte y los indultaron después. Los he conocido a todos. Al Fulgencio, a los que fusilaron y a los que indultaron. Los fusilados e indultados entraron en la cárcel la misma noche que yo y se acostaban a mi lado. Se disculpaban y decían que no habían sido ellos; pero no les hicieron caso y los fusilaron. Me dijeron que les escribiera una instancia pidiendo indulto, y se la escribí y la presentaron. Todo fue inútil…».
La ternura justa que Abel muestra hacia los lastimados y hacia los mediadores, aunque no fuera lo habitual, sí que existió. Mientras, se debe conocer que, a partir de los datos que asoman aquí y allá, una calle de Alcantarilla lleva el nombre de su padre, de Amós Bravo, al ser maestro de la localidad; en 1940, cuando se dirigía a visitar a su hijo en la cárcel de Totana, acaso cargado de incertidumbre, quién sabe si con algo de comida, ropa o medicamentos, cruzó una calle, resultó atropellado y murió en el acto. Sobre este «victimario» paralelo no hay datos apenas, y ni una palabra o frase nace de Abel a este respecto, ni que dejó viuda a Constanza del Rincón Molina, como indica la pensión de Clases Pasivas concedida en ese mismo año. El pensamiento de Abel sigue recluido en parte, se concentra en inventar una rutina intachable, la misma que utilizan otros presos libertos cuando dan parte de su comportamiento durante la libertad condicional; Estoy con mi mujer y mi hijo arrecojido disfrutando de una libertad hermosa… Y sin más que decirle, se despide de usted. Francisco; Ando trabajando en todo lo que sale para hir soportando la vida; Estoy trabajando y estoy agusto con mi mujer y mis hijos… Hasta en las erratas de ortografía de otras cartas, manuscritas por otras personas, está la misma ternura inconmensurable. Abel entonces, en este 1950, vuelve o regresa a su propia familia dislocada en dos «bandos», o rememora sus estudios en la Normal (en aquellos años veinte), su paso por el Norte de España y la inolvidable época como maestro en Valldemossa.
«Y ahora te contaré dos anécdotas… Un día llegó Don Juan Sureda a la Escuela. Quería hablar conmigo. Os dejé solos y pasamos a mis habitaciones. Estuvimos de 20 a 30 minutos. Regresamos sin previo aviso, y en lugar de encontraros haciendo tonterías, como hacen otros en circunstancias parecidas, os encontramos trabajando y con un orden perfecto. Don Juan quedó asombrado y satisfecho. Al despedirlo, en la escalera, me apretó la mano y me felicitó por tener unos niños tan Sesudos y Formales con los cuales se hacía Patria… Otra vez hicimos una excursión a la Granja de Esporles. Nos enseñaron todo lo que allí había y nos explicaron todo. Y al terminar, el dueño nos acompaño hasta la puerta de salida. Vosotros salisteis a la plazoleta que había delante. El dueño y yo nos quedamos charlando. Yo le escuchaba y él, al mismo tiempo, que hablaba se fijaba en vosotros. Y no me di cuenta de su preocupación hasta que, una de las veces, interrumpió su relato para Felicitarme también —como Juan Sureda— por vuestra formalidad impropia de niños. Se lo agradecí y le pedí permiso para comer dentro del jardín que tenía la casa, y me lo concedió, gozoso, porque quedó prendado de vuestra conducta… Muchas cosas de estas podrían referirse…».
El maestro le habla de lo Sublime, de certezas y sentimientos, de lo que debe evolucionar, de quienes no entienden, o no saben o no pueden: muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera / que aunque no hubiera cielo, yo te amaré / y aunque no hubiera infierno, te temiera. Abel aborda y subraya este soneto (atribuido a varios autores, pero muy probablemente de Miguel de Guevara), y por lo mismo toma el ejemplo de Fulgencio para analizar lo sublime. «Eso son cosas sublimes. Lo sublime está más allá de su comprensión. No las entienden, ni practican. Eso se queda para las personas selectas, escogidas; no para el vulgo. Y como tú, querido Bruno, te has portado con esas pobres gentes como rezan los cánones de lo sublime. Tus cartas llegaron con mucha oportunidad, con respecto a tu asunto cuando se deliberaba si soy o no soy la Fiera que pintan. Y como me autorizabas para escribir al Sr. Cura Párroco de Cervera, se la envié… El día 24 pasado te envié un telegrama que decía: Informe Favorable = Finalidad Conseguida = Escribiré cuando pueda = Saludos. Y por la noche salió en el correo una copia de la carta de Dª Nati, dándome cuenta de la propuesta de Reingreso, que se envió a la firma del Ministro y cuyo despacho tardará unos 15 días. Me nombran, primero, provisionalmente, para una escuela de esta provincia y luego me sancionarán con 5 años fuera de la provincia. Esta es otra cosa que no me cabe en la cabeza. Si lo que en principio dijeron de mi hubiera sido verdad, bien decidida estaba mi expulsión del Magisterio; pero si no es verdad, como se ha demostrado, ¿por qué me sancionan? ¿Es que es poca sanción tenerme 11 años fuera de mi cargo, sin cobrar, además de cárcel?… ¿Qué peligro puede haber para nadie si yo sirvo en Escuelas de esta provincia? En fin, para que se me vaya el mal gusto de boca que me ha dejado lo de la sanción, voy a hablarte de cuando erais niños en Valldemosa… A los pocos meses —5 o 6— de llegar, tuve necesidad de trasladarme a Palma a examinarme de algunas asignaturas en el Instituto. Estuve ausente lo menos un mes. En ese tiempo, la Escuela funcionó normalmente, sin dejar sustituto de ninguna clase. ¿Cómo pudo hacerse eso? Sencillamente, eso puede ocurrir porque había más niños excepcionales, lo mismo los dirigentes que los dirigidos. La Escuela la dividí en 3 grupos. En cada grupo dejé un niño de los mayores con instrucciones concretas acerca de lo que debía hacer ¿Hay alguna Escuela en el mundo donde pasen cosas parecidas? ¿Por qué pudo hacerse eso? Porque todos erais Grandes, dirigentes y dirigidos… Tu recordarás que la batalla de multiplicar la estudiabais también con los huesos y que para hacerlo más a vuestras anchas, os metíais en la cocinilla. Cerrabais la puerta y quedabais sin inspección ni vigilancia… Cuando yo pienso en cómo eráis y cómo son otros que he tenido, y tengo, resalta más la diferencia. Seguiré informándote de los acontecimientos de mi reingreso. Te saluda y distingue siempre con mucho cariño, tu amigo…»
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(De Llano de Brujas era Francisco Martínez Zamora, el jornalero condenado a treinta años que tomó parte en el asalto a la casa del sacerdote Fulgencio, párroco de la iglesia de San Bartolomé; el suceso ocurrió en la carretera de La Atalaya, a seis kilómetros de Llano de Brujas. Quedó definido como «Elemento peligroso para la nueva España». Tenía 27 años, y antes, a los quince, en 1924, fue acogido por la Casa de Misericordia de Murcia. Las hermanas de Abel, Sagrario y Lourdes, se dedicaron también al magisterio. Juan Sureda le abrió las puertas de La Cartuja de Valldemossa, y alrededores, a Rubén Darío. Del escritor Sureda decía José Francés que él sabe el arte de unir las palabras para formar euritmias sonoras. Él consulta los viejos libros llenos de apaciguados temas ó los libros modernos de inquietudes desveladas.)
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