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Casa de Calderón de la Barca

El centro de Madrid huele hoy a incienso por encima de la podredumbre que de vez en cuando trae el aire por aquí, fuera de estos empedrados que sólo llevan las principales calles, aunque se van poco a poco sumando nuevos tramos a la ciudad cada vez más poblada, y que ahora esta atestada de gente, caballos y carruajes. Pero el aire, este día de junio, arrastra también el hedor de la periferia (donde las moscas zumban entre los gases de los muladares, de los tejares y de los hornos de cal) mezclado con el olor a fritanga, a entresijos y a buñuelos de los “bodegones de puntapié” y de los “torreznillos” que, al mediodía, la autoridad hace como que no ve por ser festivo, aunque en las esquinas estén los trébedes con pucheros, cuece que te cuece, a pesar del calor ya de junio.

"La algarabía recorre las calles adornadas porque hoy es el gran día del Corpus Christi en la villa y corte de Madrid"

Hoy también el pregón amenaza de multa con 600 maravedís y recuerda que se abstengan los vecinos de tirar las “aguas”, y no sin mesura desde las ventanas, salvo en las horas acordadas y con el aviso de “agua va”. Que no esparzan los restos y basuras, y que los depositen junto al albañal correspondiente, como manda la ordenanza.

Las mujeres barren con disciplina, paran y se empeñan de nuevo hasta que la piedra quede al descubierto si la hubiera o tengan la suerte de que llegue hasta su umbral; mientras, ya la algarabía recorre las calles adornadas, porque hoy es el gran día del Corpus Christi en la villa y corte de Madrid.

La Calle de Calderón de la Barca desemboca en la Calle Mayor, muy cerca del número 61 donde se encuentra la casa donde vivió el escritor.

Cuando la habitó Calderón, en 1633, tenía sólo dos plantas; en 1859 se construyen dos más, después de que Mesonero Romanos consiguiera parar su demolición.

Un grupo de niños del hospicio de Ave María puestos en fila esperan para marchar en procesión. Tienen la mirada perdida entre los gigantones vestidos de oro, los bailarines y la música, hasta que empieza a ocupar su sito la tarasca y son atemorizados por la cabeza del dragón, que provoca entre ellos, irremediablemente, casi una estampida. Un clérigo le da sin remilgos un pescozón a uno, que ya les han dicho que no pierdan la compostura, que hoy seguro que ven al Rey cuando lleguen a la plaza Mayor.

"Calderón de la Barca, el soldado, el sacerdote, el mismo que ya enfila las escaleras del angosto edificio y se une a la custodia ante la mirada atenta del monaguillo sorprendido por tal ilustre y llamativa presencia"

Mientras, en la calle de las Platerías, en una casa muy muy apretada de dos plantas (tanto que apenas mide 5 metros de fachada —4,86 metros; es la casa de Madrid más estrecha hoy habitada—), un señor, casi ya anciano, se viste en el fondo de ese cuarto más largo que ancho, con la capa y la cruz al cuello de Santiago. Tiene la tez pálida y el ceño muy marcado sobre una frente amplia y despejada…Tal vez nervioso, tal vez expectante, pues de vez en cuando da unos pasos acercándose al balcón, sin asomarse, intentando escuchar si viene ya la música o si se acercan ya las cofradías; esperando a que la procesión del Corpus Christi pase justo por debajo.

Entonces sabe que quedan menos horas para que dé comienzo su Acto, justo a las 5 de la tarde. Un auto sacramental, el mismo que ha escrito y que se representará en carros colosales adornados incluso de varios pisos, grandes carrozas con tramoyas tiradas por bueyes, entre música y algarabía, entre lo sagrado y lo profano hasta llegar a la plaza Mayor. Y allí ante el público y el Rey comience a representarse Las espigas de Ruth.

Y es este señor mayor, casi ya anciano, Don Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño.  El soldado, el sacerdote, el mismo que ya enfila las escaleras del angosto edificio y se une a la custodia ante la mirada atenta del monaguillo sorprendido por tal ilustre y llamativa presencia.

Apenas quedan dos años para que muera Felipe IV. Han pasado ya 28 desde que Calderón estrenara La vida es sueño, Velázquez pintara La rendición de Breda (basado en pasajes de la obra del escritor) y muriera el gran Lope, el Fénix de los Ingenios, que ya vio en el horizonte el declive de sus obras frente a un Calderón que se había ganado los aplausos del monarca y casi de todo el público.

"Don Pedro suprimía lo secundario y profundizaba en el personaje principal elaborado, sobre el que se desenvolvía la trama"

El compás lo marcó Lope Vega, pero la intensidad llegó de la mano de Calderón. Don Pedro suprimía lo secundario y profundizaba en el personaje principal elaborado, sobre el que se desenvolvía la trama, incluso con un lenguaje que sólo entendían unos pocos; pero eso es lo de menos: importa el ritmo, el esquema y la puesta en escena, porque el teatro se hace ahora también con artilugios italianos que pueden poner en marcha incluso tempestades y olas bravías y tormentas… Una pepita de oro para que culmine el barroco en sus manos, mientras que a nuestro gran Lope no le quedan ya esas fuerzas para estos mares.

Dicen que Goethe se inspiraría para su Faust en el Fausto de Calderón y que los críticos alemanes, como los hermanos Schlegel (1767-1845), lo elogiaron, llegándolo a ponerlo a la altura de William Shakespeare. Impulsados por ellos, en España volvió a coger la relevancia que el siglo XVIII, con la Poética (neoclásica) de Ignacio de Luzán, criticando el teatro del siglo de Oro, le había arrebatado.

Piso “principal” en la calle Mayor 61, tramo que correspondía antiguamente a la calle de las Platerías, del arquitecto Manuel del Olmo.

Y cuentan que la pequeña casa estrecha de la antigua calle Platerías, ahora calle Mayor, sigue en pie gracias a la gran bronca que protagonizó, bastón en mano, el escritor, periodista y cronista Ramón de Mesonero Romanos, que hablaba así de su casa y del escritor:

“Al contemplar al grande ingenio de la corte de Felipe IV… al octogenario… subir los elevados peldaños de aquella estrecha escalera, y cobijarse en el reducido espacio de aquella mezquina habitación, donde exhaló el último suspiro, no puede prescindirse de un sentimiento profundo de admiración y de respeto hacia tanta modestia en aquel genio inmortal, que desde tan humilde morada lanzaba los rayos de su inteligencia sobre el mundo civilizado”.

( continuará)

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