Existe una isla y un mar bravío con unas corrientes tan fuertes que arrastran a los barcos hacia un recodo de donde no pueden salir. A la vez hay olas que se baten contra la costa arrancando árboles y raíces. Y no se ha visto nunca un viento de esa manera. Y no hay anclas que se puedan tirar porque el agua es tan profunda que es maravilla…Y al final las naves se enredan tanto, con todos los árboles que duermen en la profundidad, que no se pueden mover, y cuentan que se quedan allí para siempre…
Marco ha escuchado estas palabras que interpretan los párrafos de un libro, atentamente, y ahora avanza por el centro de la Piazza con los ojos perdidos hacia el fondo. Hay acqua alta en San Marcos y todo rezuma así como si las paredes y el suelo estuvieran vivos. Respiran porosas las piedras mientras el cielo se descompone haciendo aparecer entre las nubes las linternas de la cúpula de la Basílica, casi convirtiendo esa mañana oscura en un cuadro o en las mismísimas páginas de una aventura de una ciudad rota por el mar. El niño se frota los ojos, no pudiendo creer que el agua del Gran Canal venga decidida a comerse la Piazza, ese gran rectángulo de colores serenos que en unos minutos se ve semiinundado.
Él sonríe, se ajusta su sombrero, tira de sus pantalones, que siempre se le escurren, y como si fuera un veneciano más se pierde después por el recodo de la Piazzeta dei Leoni dispuesto a atravesar el sestiere de San Marco…
Ocultos entre cañaverales, algunos islotes se van dando forma, asentando sus orillas entre el lodo y los bancos de arena. El entramado de la ciudad se va abriendo paso, en las salobres aguas, hacia el norte por el canal del Cannaregio hacia la laguna. Venecia es un hervidero de comerciantes, aventureros… hacia las grandes vías marítimas abiertas al comercio rumbo al oriente. Desde que se construyera la iglesia para proteger las reliquias del santo Marcos (desde entonces “el león” es la identidad de la ciudad), en el año 830, el templo ha ido creciendo sumando pilares, columnas y reliquias, un tesoro que va brillando por la ambición de los trofeos y los despojos de la batalla, de las conquistas venecianas, que se van clavando en la tierra pantanosa con orgullo.
Son las 10 de la mañana y hay bullicio en la Piazza. Desde el palacio ducal hasta la Basílica llega con paso decidido el ahora dux Reniero Zeno (1) abriéndose camino entre su séquito. Es un día festivo en Venecia, de las ventanas cuelgan gallardetes, se izan llamativas banderas y brilla el sol. La luz enciende al fondo el bronce dorado de una cuadriga de caballos de aire ligero con la cabeza erguida que lanzan sus brazos hacia delante doblando la rodilla. El sombrero ducal desfila gallardo ante el botín de la célebre cruzada que terminó hace ahora 50 años con la conquista y saqueo de Constantinopla.
La república marítima veneciana puede comerciar directamente en el Gran Mar (el mar Negro) y controla puertos clave de la costa oriental del Mediterráneo. Génova aparece siempre en el horizonte como otra amenaza con la que compite siempre por esa supremacía.
Micer Niccolò y su hermano Maffeo, dos prósperos mercaderes, determinan coger una de esas naves que cada cierto tiempo salen del puerto de Venecia y “haciéndose a la vela, bogan por la mar profunda, y con buen viento y con la guía de Dios, llegan a Constantinopla con el bajel y las mercancías” (2).
Pero ese no es el final de su andadura: el impulso de sus aventureros espíritus, distintas circunstancias y las vicisitudes de cualquier viaje en el siglo XIII les llevará hacia los confines del oriente, hasta la mismísima corte de Kublai Kan, el mismísimo nieto de Gengis, el quinto y último gran Kan del imperio mongol, el primer emperador chino de la dinastía Yuan.
Emprendieron el viaje cuando Marco Polo estaba a punto de nacer. Estamos en 1255 y no conocerá a su padre y a su tío hasta ser un adolescente, ya cuando regresen.
Marco es el primero en ver la placa, en una fachada lateral del palacio de Malibrán, donde se especifica que ahí vivió la familia Polo. La niebla se ha ido disipando, ha parado la lluvia y empieza a brillar el sol. Pero en la cara de mi hijo se dibuja la decepción: ¿esta es la casa? ¿La pared de un teatro?
“El Cannaregio es el sestiere más septentrional de Venecia, también el más grande y poblado.. Canna en italiano viene de «cañaveral», o de «canal regio», que puede ser otra de las posibilidades de su nombre. Un barrio judío en el siglo XVI alrededor de una fundición… Fundición viene de la palabra guetare en italiano, que significa «fundir», y de ahí la palabra «guetto»…”.
Mientras le resumo a “mi Marco” estas líneas de un libro sobre Venecia, veo que estoy sola a la vez que él está desapareciendo por el soportego que hacía unos instantes habíamos dejado a un lado.
El soportego, oscuro, del Millón desemboca en la luz de un solitario patio de vecinos de fachadas ocres y ladrillos desgastados velados por la humedad y los años. En medio de este particular y silente escenario contemplamos. Ninguna esquina es lo suficientemente anodina en esta ciudad que tiene siempre un color, un arco, un dintel…para venir a rescatarla.
“Arcos trilobulados, arcos apuntados conopiales, gótico tardío, influencias orientales…”, continúo leyendo.
—Déjate de bla bla bla, mamá ¿Es esta la verdadera casa de Marco Polo?
—Bueno, eso cuentan, pudo estar aquí, dicen que toda la familia vivió por esta zona. El nombre del patio: Il Corte Seconda del Milion, hace referencia al libro ll Milione. “Milione” es, precisanmente, el apodo que pusieron a los Polo después de su largo viaje, y más tarde al famoso libro de Marco Polo, el de las Maravillas.
La madre de Marco ha muerto cuando Niccolò y Maffeo regresan a Venecia. Pero no vuelven para quedarse por mucho tiempo, ya que necesitan cumplir una promesa: llevar óleo del santo sepulcro y muestras de la grandeza de la fe cristiana al Gran Kan, Kublai.
Para ello, en 1271 emprenden su particular “cruzada”, un viaje que dura cuatro años hasta llegar hasta él, cabalgando en invierno y en verano, atravesando desiertos tan largos como varias jornadas, “siempre hacia adelante en el sentido del viento Griego y la Tramontana” (2). Pero esta vez no van solos (viajan con ellos dos curas, en vez de cien como prometieron). Marco, que ha cumplido 17 años, también los acompaña:
“Señor —dice micer Niccolò— es mi hijo y vuestro súbdito; con gran esfuerzo y peligro le he traído a vos desde países tan lejanos como el bien más preciado en este mundo para que sea vuestro servidor… Entonces sucedió que, en poco tiempo, el hijo aprendió las costumbres de los tártaros, su lenguaje y sus letras, que era maravilla” (2).
El libro de las maravillas se fragua durante 24 años, en los que Marco Polo ha estado fuera de Venecia. Nombrado gobernador de la ciudad china de Yangzhou, se convierte en un gran conocedor del imperio mongol que recorre como embajador para el Gran Kan (17 años a sus órdenes). Ha sido el gran viajero por la ruta de la seda hasta Mongolia y China.
Persia, Afganistán, Armenia, el Tíbet, la India, Birmania, Sumatra, Japón… y todo ello, claro, le deja “maravillado” y absolutamente encantado, no sólo por lo que le rodea sino también por lo que escucha y por lo que le cuentan. Queda fascinado de la Gran Armenia, de la montaña de Ararat, donde le cuentan que se posó la Nave del Mundo (el Arca de Noé); maravillado por aquella montaña entre Baudac y Mosul que se mueve gracias a las plegarias de un zapatero tuerto y remendón; habla de la ciudad de Sava, en Persia, donde dice que están sepultados los tres Reyes Magos; del Árbol Seco (3) en la gran llanura donde Alejandro Magno derrotó a Darío; de la Ciudad del cielo (4). Le recuerda sin duda a Venecia. De 12.000 puentes, donde llegan remontando el océano centenares de peces; de las mujeres bellas de encanto y dulzura que son únicas y que dejan fuera de sí y no se las puede olvidar jamás; de los hombres con cola y cabeza de perro en Angamán (5).
“¿Pero qué más puedo deciros?
¿Para qué hacer más largo este relato?”
De los que se comen a los muertos; de los guerreros que van siempre matando hombres, y cuando los matan primero beben su sangre y luego se los comen enteros; de las gallinas que no tienen pluma sino pelo negro como gatos; de los leones, tantos que son una maravilla, y que devoran hombres incansablemente; de los unicornios con pelo de búfalo y piel de elefante (6); de los que matan a sus huéspedes cuando los consideran nobles extranjeros para quedarse con su buen augurio en las paredes donde los cobijaron; de los magos y adivinos; y de los comerciantes brahmanes, idólatras, que miden la sombra del que quiere vender y según sea ,larga o corta, concluyen, o no, el trato y la venta; del papel moneda, del amiento, del carbón, de las turquesas, del almizcle, del ámbar y las ballenas…
Un relato atropellado y singular, pero fascinante, que supuestamente dictó a su compañero de celda Rustichello de Pisa en 1298, tres años después de su regreso a su casa natal, cuando Marco Polo, capitán entonces de una galera, es apresado por los genoveses en guerra con Venecia.
Quizás el libro no fue todo lo que habían visto sus ojos, quizás lo vio o sólo lo imaginó, tal vez una parte de todo lo que vivió y otra de lo que le habían contado. Cristianos entre “malvados” sarracenos, idólatras, hechiceros, chamanes… Costumbres, creencias y visiones. La vida que valía lo mismo que la muerte y las batallas que acaban con tanta furia “que no se hubiera podido oír a Dios tronar” (2).
El cielo de Venecia cambia amontonando nubes grises como por capricho y derribando rayos de sol. El escenario se oscurece pero nos deja la estela de los últimos instantes debajo de los párpados. Como algo que atiza unos segundos, brillante, al cerrar los ojos.
Pero el entusiasmo de un niño desaparece cuando es derribado por el sueño o por el hambre. Mientras comemos una pizza, en una trattoria del Campo Santo Stefano a la salida, ahora, de la Galería Dell’Accademia, abro de nuevo el libro y le leo:
“Calman el mar cuando quieren, y cuando quieren hacen gran tempestad y gran viento en el mar. Y saben hacer otros muchos encantamientos maravillosos que no conviene contar en nuestro libro… Son encantamientos con cosas de las que se maravillan los hombres cuando las oyen. Por eso lo dejaremos y no contaremos nada” (2).
—Mami, tanta maravilla is going to kill me.
Mapa de la Casa de Marco Polo en Venecia
(1) Reniero Zeno (Dux, desde 1253 hasta 1268). Los caballos que llegaron a Venecia de la mano del Dux Enrico Dándolo son trasladados en tiempos de Zeno desde la fachada de la basílica a la galería donde celebra sus recepciones.
(2) Libro de las Maravillas. El utilizado: Le devisement du monde (escrito en 1298), Alianza Editorial, Madrid 2002, 2018. Dicen que Cristóbal Colón llevaba el libro de Marco Polo en sus viajes.
(3) El Árbol Seco, o árbol solitario, al nordeste de Irán, referencia al Libro de Alejandro.
(4) Ciudad del Cielo hace referencia a Quinsai, actualmente Hangzhou. Le recuerda sin duda a Venecia.
(5) Angamán hace referencia a las islas de Andamán, al norte de Nicobar
(6) Se refiere al rinoceronte de Sumatra.
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