El nuevo libro de Héctor Castells (Barcelona, 1974) es, ya desde su doble portada, un artefacto literario ambicioso y poéticamente corrosivo. Escrito originalmente en inglés, ha sido traducido al castellano por él mismo y en la cuidada edición de Terranova se puede leer en ambos idiomas de forma reversible. Un despliegue narrativo que acredita su trabajo como traductor y le sitúa en el lugar donde parece estar más cómodo, la frontera entre dos hemisferios, el anglo y el hispano. Una delgada línea, repleta de quiebros, dobles sentidos y zonas muertas, que invita al lector al girar el libro y descubrir cómo suena la brumosa precisión de la prosa de Castells en dos universos distintos.
La trama es sencilla. Un periodista catalán, expatriado de sí mismo y afincado en Irlanda, sufre un desengaño amoroso —la estrella fugada de la cabritilla argentina— y se embarca en un viaje por Bali y Vietman para llenar un vacío que ni todos los campos de amapolas afganas ni todos los ligues de una noche (Tinder is the night) son capaces de aliviar. Porque hay que decirlo claramente, el narrador de Catalonely, como buen barcelonés, es un quejica endémico, pero un quejica inteligente y divertido, que comienza la crítica por sí mismo, como si fuera un Woody Allen en la pista del Sónar, consiguiendo fortalecer al personaje a base de reírse de sus debilidades.
Al fin y al cabo, la trama dentro del libro es un punto de partida, lo importante es la propia voz del narrador, que, como en las mejores canciones indies de los 90, surge de un corazón roto y pasea su maltrecho fatalismo por los lugares más exóticos del planeta que parecen estar ahí para que el autor ejercite el arte del sarcasmo como forma de defensa personal. Un buen ejemplo es la descripción de ese biotipo millenial que identifica inequívocamente como heallingpollas: “unos personajes cuyo único trabajo consiste en inscribirse en terapias curativas de las que muchos salen más perjudicados de lo que entraron. Son como cuerpos desnudos en probetas gigantes, cuerpos que flotan a la deriva, sonrientes, con los ojos medio cerrados, en un universo que ha prescindido de su voluntad pero no de su dinero, un universo que les inculca mantras y les chupa la pasta, que sigue engrosando las cuentas corrientes de hipnotizadores de palo”.
El acierto más significativo del texto es su propia estructura fragmentaria. En un mundo en que la información nos llega en forma de vídeos de 30 segundos, en el que las relaciones cada vez son menos personales, la literatura, si pretende reflejar el espíritu de su tiempo y captar la difusa atención del lector, debe adaptarse a la situación y hacer de la necesidad virtud. Eso es, precisamente, lo que consigue Castells al organizar su libro en pequeños fogonazos, saltando de ciudad en ciudad, observando los caprichos envenenados de la memoria, para construir los planos del naufragio contemporáneo. Esa condena que nos obliga a nadar en un océano de información no deseada, evitando que tengamos la tentación de mirar hacia dentro y sacar conclusiones. En ese sentido, Catalonely nos ofrece un viaje físico y emocional que retrata con humor —aunque a veces duela— el absurdo global en el que andamos metidos.
Además, supone la consolidación de Héctor Castells como narrador. Después de publicar Salidas (Alpha Decay, 2010) junto al fotógrafo Jesús Ubera y confeccionar la biografía de su añorado amigo Aleix Vergés alias DJ Sideral (Contra, 2013), el autor da un paso adelante en la medida que ha logrado deshacerse de personajes interpuestos para dar rienda suelta a su propio caudal literario. Teniendo en cuenta que ahora mismo disfruta de una beca literaria en Corea, a buen seguro pronto tendremos noticias de este irredento Catalonely.
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Autor: Héctor Castells. Título: Catalonely. Editorial: Terranova. Venta: Todostuslibros.com
Hay gente inteligente que ha podido vivir el cambio y comparar. Todos recordamos que, de pequeños, los padres se ponían de parte del profesor, con o sin razón. Aguantar el justo castigo o lo que considerábamos injusto era parte del aprendizaje. No habîa nada sagrado, excepto lo sagrado. Era mucho más sencillo y los caraduras debían tener salero, porque no había tanta tontería estructural. Había mucha frivolidad, pero no era intergeneracional, había diversidad. Hoy todo es más plano y confuso. Puede serlo más, y lo será. Es como la Ciudad de las Cúpulas de ‘La fuga de Logan», como un jardín de hojas grandes y dopadas, bajo las cuales hay mucha materia en descomposición, mucho sufrimiento callado y sin sentido, muchos errores de salida, muchos mapas de carretera falsos que conducen a un desierto o a un precipicio. Algunos han mirado entre las grandes hojas y las flores de un día y han visto lo que hay debajo. Unos pocos quisieran salir, pero ¿por dónde? Ya no hay quien conozca los viejos derroteros y ya no hay seres de piel dura que se atrevan a emprender en solitario una marcha por lo desconocido.