Las posiciones del escritor, teórico político y articulista, asesinado al comienzo de la guerra, se fueron radicalizando a medida que crecía la división y la polarización en la sociedad. Impulsor del concepto “hispanidad”, en este artículo, escrito a raíz del debate sobre el primer Estatuto catalán, Ramiro de Maeztu sostiene que “no hay Cataluña sin España” y que no hay historia equiparable a la española. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana
El problema de Cataluña no se resolverá sino cuando los talentos catalanes heroicamente decidan hacer suyos los destinos de España. Ya sé que ello es difícil. Ya he dicho que es heroico. Pero los vascongados lo hemos hecho. ¿Por qué no lo han de hacer los catalanes? ¡Cuántas veces tenemos que pensar los vascongados que somos raza aparte, moral aparte, algo distinto y propio! Cualquiera de esas tardes en que sube la bruma del mar a la montaña y nos envuelve la neblina, ¿cómo evitar que nos sintamos hijos del Norte y ajenas y extraños a las tierras del sol? Sólo que España es eso: Norte y Sur, Atlántico y Mediterráneo, encinas y naranjos, huertas, barbechos y montañas.
¿Por qué no han de aceptar los catalanes de talento el destino común? Ya sé que aguarda toda clase de estímulos a los que se dediquen a cultivar la diferencia, y que el Estatuto no se propone sino multiplicarlos. Habrá empleos para todos los ingenios que se consagren al halago de la catalanidad. No habrá sino persecuciones para los afectos a la hispanidad. Pero los hechos son los hechos, y antes de que existiera la palabra Cataluña la provincia tarraconense era una de las que componían la España romana. Antes de Cataluña fue la Marca hispánica, y Ramón Berenguer, el Viejo, se llamaba subyugador de España; Berenguer, el Grande, marqués de Barcelona y de las Españas; Berenguer III designaba con el nombre de España, por extensión de Cataluña hasta los límites de Niza; Ramón Berenguer IV era, “por la gracia de Dios, conde de Barcelona y Españas”; y ningún extranjero tuvo el reino de Aragón sino por uno de los reinos de España.
Un catalán no podrá conocer nunca la historia de su país sin saber la de España. Si tiene vocación de escritor y deseo de gloria le será más fácil el camino si se deja llevar por la línea del menor esfuerzo, pero hay dos hechos que tendrá que olvidar, a pesar de que han de alzarse en torno suyo, si tiene el espíritu curioso, a cada paso que dé en su educación: el primero, ya indicado, es que no hay Cataluña sin España; el segundo, aún más importante, es que no hay en el mundo historia comparable a la española.
Es una historia que está empezando a hacerse, pero que ya tendrá que hacerse, a menos de una catástrofe geológica o de una revolución social, que hiciera morirse de hambre a los cultivadores de la Historia. Ha empezado a hacerse en nuestro tiempo. Hasta ahora conocíamos las hazañas españolas del siglo XVI, pero el espíritu que las inspiraba nos era desconocido, con lo que dicho queda que nos era imposible comprenderlas. Y, en efecto, admirábamos Lepanto, Otumba o San Quintín, como si fueran maravillas y prodigios de una raza enigmática, a cuya descendencia nos gloriamos de pertenecer, pero sin tratar de comprenderla y mucho menos emularla.
Casi puede decirse que el primer descubrimiento que ha empezado a iniciarnos en el espíritu de nuestra historia ha sido la traducción al castellano de los manuscritos del padre Vitoria, referentes al derecho de gentes y a la conquista de las Indias. Que un dominico del año 1500 fijara los conceptos fundamentales del Derecho internacional con más precisión que el presidente Wilson y los juristas de Ginebra es aún causa de asombro para casi todos los lectores de sus Relecciones. Pero ahora ha empezado a publicar el padre Beltrán de Heredia las Lecturas de Vitoria, en latín, naturalmente y pasarán varios años antes de que estén impresas en su totalidad, y más todavía antes de que se traduzcan y coloquen en perspectiva histórica. ¿No es de esperar que sus Lecciones sobre la fe y la esperanza, la caridad y la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza contengan tantas enseñanzas sorprendentes como sus Relecciones sobre los indios y la guerra?
El agustino Vélez, en sus observaciones a un libro del inglés Bell, nos ha dado, por vez primera, una explicación satisfactoria de las prisiones que padeció fray Luis de León. Se debieron a una exaltación de las rivalidades entre dominicos y agustinos por enseñar mejor la Teología en Salamanca, y la preferencia de los dominicos por Aristóteles y la Lógica, y de los agustinos por Platón y las lenguas, y aunque fue lamentable que las pasiones llegaran tan lejos, ¿podrá encontrar nunca una Universidad motivos más apropiados para que sus entusiasmos y pasiones se encrespen que Platón y Aristóteles? ¿No daríamos ahora con un canto en los pechos por que fueran éstas las razones de los alborotos estudiantiles?
El jesuita Leturia nos viene mostrando en recientes trabajos el origen y desarrollo de la teoría del Vicariato regio de España en las Indias. Como doctrina era lógicamente inaceptable para la Santa Sede. La prueba de ellos es que España la siguió defendiendo en el siglo XVIII, cuando su Monarquía estaba en manos de ministros masones; pero como práctica, ¿qué duda cabe que fue la identificación del poder temporal de la Iglesia lo que dio a la obra misionera de los siglos XVI y XVII una eficacia que no ha vuelto a alcanzar en país alguno?
Ahí está, todavía reciente, según ha de medirse la actualidad de los libros de empeño, la historia de las misiones del Paraguay, del padre Hernández, que cumplidamente lo demuestra. Aún más reciente es la monumental Historia de la Compañía de Jesús en su Asistencia de España, del padre Astrai, que lo remacha. Y aún no se ha escrito el libro monográfico que no explique la acción en Trento del Espíritu español, aunque sí se conocen datos bastantes para inferir que fue decisiva y que no ha perdido actualidad. Con los trabajos de cada Orden religiosa en defensa de sus prestigios históricos estamos descubriendo poco a poco, el espíritu de la vieja España, creyente, sabia y generosa que era la razón de sus triunfos militares y la sal de la tierra.
España se nos ratifica con ellos, como la sinfonía interrumpida, como el gran edificio a medio hacer, como la flecha caída a mitad de camino. No nos había engañado Menéndez Pelayo. La España que estos estudios parciales nos revelan es todo lo que el maestro nos había prometido, más una promesa que no ha podido cumplirse todavía, una promesa de salvación de la Humanidad entera, esperanza que deberá convertir el género humano en una sola familia, cosa indispensable, si han de evitarse las guerras de razas que prevén los pensadores como término forzoso de la crisis económica, surgida, según dicen, por haberse asimilado los hombres de color a la maquinaria de los blancos, y que sólo podrá realizarse si el mundo occidental aprende de la España de los siglos XVI y XVII a concertar sus poderes espiritual y temporal.
———————
Artículo publicado en ABC del 22 de mayo de 1931.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: