Los cátaros fueron una comunidad religiosa cristiana medieval que tuvo su apogeo en el sur de Francia, en el Languedoc, en el siglo XII. Creían que Dios era tanto hombre como mujer, que las almas renacerían una y otra vez hasta volverse puras, eran vegetarianos, célibes (para ellos el nacimiento era una tragedia), y el suicidio ritual estaba permitido en determinadas circunstancias. Con estas premisas, y declarando públicamente que la Iglesia Católica era inmoral, los cátaros duraron dos telediarios. O dos sermones. De los cortos.
La Cruzada Albigense, iniciada por el papa, acabó de facto con todo cátaro, y no cátaro, que, como dijo el monje Arnaud Amaury, «Dios reconocerá a los suyos«. Hay quien dice que la frase es apócrifa, aunque la realidad es que arrasaron ciudades enteras, sin preguntar quién tenía el carné de militante del catarismo.
Los templarios también se molestaron en tocar las narices a quien no tocaba. Amasaron una gran fortuna y muchos nobles y religiosos tenían deudas económicas con ellos. En aquellos tiempos los privilegiados no se andaban con tanta tontería y no pidieron préstamos a China. Tomaron la mejor decisión posible: declararlos herejes y pasarlos a cuchillo. Muerto el templario, muerta la deuda.
Y, por si estas historias de cátaros y templarios no fueran suficientemente truculentas, tanto a unos como a otros se les asocia con santos griales, mesas del rey Salomón y arcas de la Alianza. El caldo literario está más que servido.
De esto hablamos María del Pilar de Martín Arenas (escritora y miembro de los rosacruces) y yo en esta entrevista del podcast Un día de libros.
Pasen y escuchen.
Entrevista completa en el pódcast Un día de libros
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