La edad de la penumbra es un demoledor ensayo en el que la británica Catherine Nixey describe la extinción del mundo clásico grecolatino en la hoguera del fanatismo de los primeros cristianos. Llegó a España el mayo pasado, después de que su edición inglesa desatara un encarnizado debate que por supuesto continuó aquí con igual virulencia.
En La edad de la penumbra, Catherine Nixey (que estudió Historia Clásica en Cambridge y actualmente trabaja como periodista cultural de The Times) revisa la imagen tópica del inicio de la Edad Media: “Antes de preservar, la Iglesia destruyó”. Ardieron bibliotecas enteras y se borraron pergaminos clásicos para escribir biblias. Considerada herética o peligrosa, desapareció el 99% de la literatura latina y el 90% de la griega, incluidas obras científicas como la innovadora teoría atómica de Demócrito. “La Iglesia dominó el pensamiento europeo durante más de un milenio y borró la memoria de la oposición al cristianismo”.
La autora ha regresado a España en una nueva promoción de su exitoso libro y la hemos entrevistado para Zenda.
(Catherine Nixey es delgada y muy alta, casi frágil. Sonríe con exquisita cortesía y alarga una mano que estrecho tal vez con demasiada fuerza. Pero su fragilidad es mera apariencia. Al fondo de sus enormes ojos claros arde la rebeldía inconfundible del que esconde una pasión. Ni la espesa flema británica interpuesta entre mis preguntas y su prudencia al responderlas puede ocultarla).
—Según usted, en un panorama libresco tan ruidoso, plagado de novedades e incluso publicaciones inverosímiles, atrevidas o polémicas, ¿a qué se debe el éxito de este libro?
—Creo que se debe a que ésta sigue siendo una historia interesante que merecía ser contada; una historia que no se había contado bien o no lo suficiente. Quiero decir que Europa ha conformado su historia y su memoria durante siglos bajo el catolicismo. Ha habido intentos anteriores de mirar hacia ese pasado con ojos críticos, por supuesto, como el más que conocido libro de Gibbon que, como todos sabemos, fue prohibido durante algún tiempo. En La edad de la penumbra he intentado recoger los hechos del pasado pero sin ignorar las consecuencias de aquellos en nuestro presente.
—Precisamente, señora Nixey, me preguntaba al leer su libro si no considera peligroso, cuando trata de explicar con los ojos de hoy los hechos de ayer, hacer comparaciones del tipo “cristianos de entonces / yihadistas de hoy?
—Claro que es peligroso. Hay una línea muy débil que no debes traspasar cuando cuentas la Historia tratando de encontrar claves o analogías comunes con la generación que te lee, pero en ningún momento afirmo que ambas cosas sean idénticas. Cuando, por ejemplo, describo la destrucción del templo de Palmira, lo hago de la manera más plástica posible; yo quiero que el lector esté allí, sienta el dolor, el abatimiento que yo misma siento cuando es destruida la memoria por el egoísmo que traen consigo las luchas políticas o la religión. Aquellos primeros cristianos sembraron momentos de terror a su paso, y con el tiempo esa narrativa del terror se ha suavizado. Casi todos los escritos hasta la primera mitad del siglo XX hablaban de “cambio de sentido o uso, de renovación de los templos”, pero nunca de la destrucción de los mismos. No creo que sea justo que sigamos repitiendo esa creencia. Aquellos hombres han pasado a la Historia como “entusiastas”, destacando esto en todos y cada uno de los escritos cristianos casi como una virtud, pero eran fanáticos armados con martillos, y así es como lo he contado.
—Efectivamente, en un párrafo de su libro podemos leer: “El Cristianismo contó a las generaciones posteriores que su victoria sobre el viejo mundo fue celebrada por todos”, pero ¿no es esto lo que han hecho siempre los ganadores, contar su versión de los hechos?
—En efecto, es labor de los historiadores contar los hechos del lado de los que vencen; su trabajo tradicionalmente ha sido presentar la mejor idea de aquellos hechos de los que han sido testigos o modificar los mismos en beneficio del ganador. No en vano la frase “miente más que un boletín”, en el siglo XIX, se acuña precisamente por los boletines informativos de la época napoleónica.
(Nos miramos. Es evidente que la autora no quiere ir más allá. Aquí termina la respuesta. Miro su pose casi hierática, piernas cruzadas, espalda recta, manos en el regazo, y la puedo imaginar de aplicada alumna en Cambridge atendiendo, obediente, a las férreas normas de comportamiento que tan buenos frutos ha dado a los hijos de Albión. Una especie de Reina Virgen mirando las aguas negras del Támesis a través de una ventana emplomada tras haber firmado la sentencia de muerte de la pobre María Tudor sin que se le moviera un solo músculo de la cara. Entonces yo, obediente como un lord Burghley cualquiera, recurro a mi Moleskine en busca de menos silencio)
—El lector que se enfrenta por primera vez a La edad de la penumbra ¿qué va a encontrar? ¿Cómo lo resumiría su autora?
—El Cristianismo nació con un objetivo digno: liberar al pueblo de la opresión de los romanos. Cuando los libros de historia modernos escriben sobre este periodo lo llaman “el final de la persecución”, pero en realidad no tuvo nada que ver con eso; al contrario. Fueron los cristianos los que persiguieron a los herejes, mucho más de lo que los romanos pudieron perseguirlos a ellos. En el libro dedico un capítulo entero a este tema, como a otros tantos tópicos asumidos de manera histórica sin apenas cuestionarlos. Sí, es verdad que los primeros cristianos vinieron con mucho amor en sus corazones, pero también, no lo olvidemos, llevaban martillos, y cometieron la mayor destrucción de obras artísticas de la Historia. El 90 por ciento de la literatura clásica se perdió en estos siglos. No puedo ni quiero olvidarlo.
—¿Quería usted transmitir al afrontar la escritura de este libro?
—Por mi educación y mi biografía —como sabe mi padre era monje y mi madre monja—, tuve desde muy temprana edad un conocimiento lúcido de las bondades del cristianismo. Los siglos de catolicismo en Europa y América dieron lugar a grandes hechos, a imponentes obras: hospitales, catedrales, universidades, ayuda al prójimo, iluminación, esperanza… Pero había otra parte de esa misma historia que no se había contado y merecía ser contada con interés pues, como decía un escritor, se trata de una narración “entre dos máquinas de escribir”. Ni teólogos ni historiadores han querido enfrentarse a ella. Para los primeros, tiene mucho más sentido estudiar los textos sagrados; para los segundos, estos siglos entre el Mundo Clásico y la Edad Media apenas ocupan un lugar destacado. Son hechos considerados “de transición” de una edad histórica a otra. Pero el Antiguo Mundo no despareció tranquilamente, y yo quería escribir en qué términos se fue apagando aquella luz.
Además (insiste, animada, y entonces veo por fin caer parte del británico velo polite que la cubre) quería enfrentarme a lo sofisticado: la Historia tiene muchas facetas, y pretender quedarnos con una sola, a estas alturas, es inaudito. Si no preguntamos, si no cuestionamos lo establecido, seguiremos siendo como niños en un mundo cada vez más viejo y peligroso.
—Usted trabaja como periodista cultural en The Times. Desde el punto de vista de un periodista, ¿qué cree que vende más, la verdad o la polémica?
—Pues, eh… Pues la verdad, claro. (Risas). Aunque si ésta crea polémica, bienvenida sea. Pero en serio, este libro no debe leerse como un libro único sobre esa época. A lo largo del texto, en varias ocasiones, insisto en que esto es sólo una versión de la Historia, y por eso, al final del mismo, incluyo una bibliografía a la que acudir no como respaldo de mi argumento sino como invitación al lector para seguir leyendo más, informándose de manera objetiva sobre este período. Un académico experto intentará buscar la verdad de los hechos, establecer unas premisas para llegar a la conclusión de si, por ejemplo, Nerón era o no era un pirómano. Pero un periodista no tiene por qué plantearse esa responsabilidad. Basta con que haya una buena historia que merezca la pena ser contada y, ayudándose del conocimiento y la Historia, ponerse manos a la obra. Como periodista creo que soy más libre para decir: “Bueno, esto es cierto pero esto otro también lo es. Contémoslo de la manera más eficaz posible.”
—Un libro así es, podríamos decir, el producto de una obsesión. ¿Cuál es la obsesión de Catherine Nixey?
—Mi amor por el Mundo Clásico. Me enamoré de él cuando tenía doce años; estaba cautivada por su lengua, su literatura, su religión, su arte. No es que odie la Iglesia Católica, como he oído decir de mí desde que el libro salió a la luz, es que adoro el Mundo Clásico, por eso me senté a escribir La edad de la penumbra.
—¿Cómo cree que podría clasificarlo, como un libro de Historia, de arte, de religión…?
—Uhm. Digamos que en ese Mundo Antiguo que tanto amo no cabría la separación entre Arte y Religión. Ufff. Creo que de Historia. Podríamos decir que es un libro sobre la Historia o sobre la Historia del Arte. Sí. Historia y Religión. De todas maneras, la clasificación no es fácil, porque el periodo que abarca apenas está académicamente clasificado. Es un libro extraño que trata acerca de un extraño periodo muy mal conocido de nuestro pasado envuelto en el humano enfrentamiento entre la ciencia y la fe.
—Hay quien piensa que al sustituir a Dios por la Razón y la Ciencia, el hombre moderno quedó huérfano. ¿Cree que el hombre (la humanidad) es más feliz ahora?
—¡Oh, esa es una gran pregunta! Yo creo que al ser liberado de la opresión de la Iglesia, el hombre ha sido también liberado de muchas miserias. He leído muchos textos antiguos mientras documentaba este libro y algunos de ellos aún me impresionan al recordarlos. Decenas, cientos de páginas eran dedicadas a la vívida descripción del infierno y sus horrores, a los demonios. Cosas que tal vez al hombre de hoy le arrancara una sonrisa eran creídas de manera literal y fue así durante mucho tiempo. Cuando hoy se habla de los abusos cometidos por la Iglesia Católica se hace pensando sobre todo en los abusos sexuales, y efectivamente, han sido espantosos, pero minimizamos los abusos mentales que tuvieron lugar durante siglos y que afectaron a millones de personas que realmente creían en el Infierno, el Cielo y el pecado. Vivir con ese miedo, con esa angustia y esa culpa es terrible. De eso sí nos hemos liberado. Aunque claro, toda libertad tiene su precio. Pero mira, esta mañana temprano salí a correr y vi a mucha gente acudiendo a la Iglesia. El consuelo que muchos encuentran en la religión católica no se puede menospreciar ni relativizar. La Iglesia hace cosas muy buenas.
—¿Cree que su libro podría contribuir a abrir una nueva etapa de revisión de este periodo de la Historia?
—Ya está ocurriendo en el mundo académico. De hecho, este libro es consecuencia del esfuerzo y el trabajo realizado por otros autores desde el pasado siglo. Ahora bien, si quisiera organizar una fiesta teniendo como invitados a aquellos, expertos o amateurs, interesados en el tema, me temo que no sería una fiesta muy popular, sino como mucho una pequeña reunión de amigos…Usted, desde luego, estaría invitada.
—Sería todo un honor asistir, Catherine. Muchas gracias.
—Gracias a usted por sus preguntas.
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Autor: Catherine Nixey. Título: La edad de la penumbra. Editorial: Taurus. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Me encantaron sus respuestas, su forma de desenvolvimiento y claro gracias también a las preguntas causantes de mi asombro, gracias María José Solano por la intervención de una persona crítica.