Hay una cosa que el espectador que en los 80 y 90 disfrutó con Cazafantasmas (y probablemente creció y adoró y somatizó y bailó), debe tener claro con Imperio Helado, la secuela de la secuela que reavivó comercialmente la franquicia hace tres años. Y es que la un poco discordante saga de los Cazafantasmas, antaño vendida como “el espectáculo sobrenatural” en aquel memorable póster, es ya otra cosa, probablemente ni peor ni mejor que la anterior, pero sí otra distinta. Se trata de un entendimiento del cual la aquí presente entrega no siempre recompensa y logra traducir en imágenes, pero que en todo caso es un ejercicio saludable para la integridad sentimental del friqui de los 80.
La película que entregó hace tres años Jason Reitman, hijo del director de las dos originales, Ivan Reitman —fallecido repentinamente durante la confección de esta Cazafantasmas. Imperio Helado, y a quien va dedicada la película— acertó al meterse de cabeza en lo que allende los mares llaman legacy sequel. Películas que recogen una propiedad intelectual valiosa para satisfacer la nostalgia de aquellos que la disfrutaron… con la sana intención de recoger espectadores nuevos. ¿Escasez de ideas, manipulación sentimental al calor del revival nostálgico de Stranger Things? Sí, y sí, pero al menos, una película decente de los Cazafantasmas en las carteleras para casi todos. Su segunda parte, Cazafantasmas. Imperio Helado, que traslada al grupo de nuevo a Nueva York, se estrena ahora y lo único que hace es seguir esa trayectoria con toda la decencia que le permite su talento.
Antes de seguir, un flashback. Cazafantasmas. Más Allá (2021) redirigió lo que antaño era un espectáculo cómico guiado por la hiperpersonalidad anárquica de sus protagonistas, además de una feliz (quizá involuntaria, quizá no) apología del audaz emprendedor americano de la era Reagan, en una comedia de aventuras familiares apoyada en el recuerdo del desaparecido Harold Ramis. Con esa bomba emocional garantizada para el fan, la película se las arregló para cumplir su cometido resucitando por vía de los efectos especiales al guionista y actor, proporcionando un clímax sobrenatural nada humorístico, pero sí descaradamente funcional. Bien.
Tras esta maniobra, realizada con escaso bochorno pero a la vez máximo cariño, Gil Kenan toma el relevo de Jason Reitman en la silla de director, pero desgraciadamente lo hace en una película que empieza y acaba bien, pero que se pierde en el desarrollo y no tiene ese as guardado bajo el brazo. No es algo ajeno a la franquicia de los cazafantasmas, que ya en su encarnación original, la que ahora rendimos homenaje, entregó una tardía secuela que se perdía y se salvaba gracias a ese (¿se acuerdan?) memorable villano, Viggo el Cárpato, y el secreto de los mocos rosas. Pero lo que antes se presentaba animado por multitud de hits musicales comerciales, efectos visuales de última hornada y la colisión de egos de Murray, Aykroys, Ramis y Reitman, aquí cobra forma de un relato un tanto desmayado, que tratando de seguir a sus propios personajes (por cierto, MacKenna Grace sigue siendo prodigiosa, aunque su historia de amor parece de otra película) se pierde en un puñado de escenas de energía más televisiva que otra cosa. La vibración de la improv comedy y el talento para el misterio chiflado de Cazafantasmas I y II simplemente no está aquí.
Algunos confiábamos en Kenan, un director más dotado para la imagen que Reitman, a la hora de implementar lo único que su remake de Poltergeist aportó al original: la creación de un Más Allá decente como el que atisbamos en el muy criticado reboot femenino de Paul Feig (película a revisar desde ya y cuyo fracaso precisamente forzó la reinterpretación juvenil de la idea que vivimos ahora). El diseño del villano, ese triciclo avanzando en solitario por la avenida (una imagen inquietante, esta vez sí) y algunas otras postales e ideas diseminadas aquí y allá lo demuestran. Pero su labor resulta atemperada, sin vida… sin espíritu (¡ja!).
Lo peor es no encontrar esa dimensión pública que adoptaban los protagonistas a ritmo de Ray Parker Jr (Ernie Hudson, alias Winston, gritando “I love this Town”), correspondida aquí en otra idea interesante en cuanto atañe al colectivo: esa ola de calor/frío que asoló la ciudad apenas tiene utilidad narrativa, voz o fuerza dramática. Nueva York, ese personaje, casi no aparece en Cazafantasmas. Imperio Helado, película ambientada en… Nueva York. Es algo que nos deja un tanto desnudos y en el frío a algunos, a quienes nos queda el consuelo de revisar esa otra, esta vez sí, lograda secuela del clásico en forma de videojuego Playstation.
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