Para Javier Gómez de Liaño y Eduardo Ferreira
Me gustaría hacer un artículo personal, tratándose del tema que he elegido en esta ocasión, o que me ha elegido, porque sale de mi vida, de mi vida lectora y de mi vida en general. Cela y Delibes son algo muy importante para mí.
Sí, quisiera hacer un texto personal, que aportara algo distinto a todo lo que se ha dicho y se está diciendo, pero también escribir un artículo con datos, con información, que no se quedara en el puro desahogo literario, aunque esto sería hermoso.
Un artículo que fuera una especie de memoria, pero que dijera algo sobre las personalidades de Cela y Delibes, sobre sus figuras y sus obras.
Lo primero que leí de Cela y Delibes fue lo siguiente: El camino, de Delibes, cuando debía de tener once años, y La familia de Pascual Duarte, de Cela, cuando ganó el Nobel, en 1989, y yo tenía doce años.
Di una conferencia en clase sobre La familia de Pascual Duarte. Creo que estaba en 8º de EGB. Yo había comprado los dos primeros tomos, en quiosco, de las Obras completas de Cela, publicadas por Destino, como gran lanzamiento para celebrar su Premio Nobel. Eran unos tomos bastante gruesos, verdes, en tapa dura, con la firma de Cela en la portada, en letras doradas: Camilo José Cela. Los conservo, por supuesto.
De Delibes también leí pronto Las ratas y Diario de un emigrante, que me entusiasmó, a la vez que me puso muy triste —quizá ya estaba yo triste—. Ese mismo verano, en septiembre, Delibes publicó Mi vida al aire libre, sus memorias, sobre todo, como deportista, “al aire libre”. Recuerdo cómo me lo regaló mi padre, en un tomo verde de Destino, de la colección Áncora y Delfín, en tapa blanda, y que también conservo. Precioso. Recuerdo que este libro me gustó mucho.
A Delibes siempre lo encontré muy entrañable, y a Cela muy potente, con mucha fuerza. Los dos escribían muy bien, pero de diferente manera. Los dos son modelos para un escritor, pero modelos diferentes, seguramente complementarios, no excluyentes.
Hay quien habla, dentro del mundillo, de que Cela está muy olvidado. Es posible que sea así, aunque yo siempre digo que a los clásicos no se les lee demasiado, o no se habla demasiado de ellos, y siguen siendo clásicos. Los leen los profesores y los estudiantes, y no todos los estudiantes. Es cierto que el centenario de Cela fue en 2016 y yo creo que no tuvo tanta repercusión, ni mucho menos, como el que está teniendo el de Delibes.
El centenario, que estamos celebrando en estos momentos, está siendo un revulsivo para recordarlo, para conocerlo, para leerlo. Es un centenario que está funcionando muy bien, pero es que Delibes fue muy querido en vida y lo sigue siendo ahora.
Sin embargo, yo creo que antes del centenario tampoco se hablaba mucho de Delibes, como no se habla de Cela. Y es que la literatura no suele armar tanto ruido como otras disciplinas artísticas, o no artísticas. Yo creo que Cela y Delibes siguen su camino, que fue exitoso durante sus vidas, y que lo sigue siendo después de sus muertes. Pero es que el camino de los clásicos, me temo, reitero, es mucho más discreto de lo que parece.
Ahora que escribo sobre estos dos grandes escritores, estos dos grandes amigos míos, amigos en la literatura, en el papel, tengo que recordar mis visitas a la Fundación Camilo José Cela en Iria Flavia, provincia de La Coruña, no muy lejos de Santiago de Compostela. Siempre las disfruté, y yo pensaba que no, pero ahora creo que esas visitas me han ayudado a conocerlo mejor, a tener una imagen de él y su obra más fidedigna.
También puedo hablar de la tumba de Cela, en el cementerio de la colegiata de Iria Flavia —creo que no me equivoco en el nombre—, justo delante de la Fundación. Los edificios de la Fundación Camilo José Cela son preciosos, cubiertos por galerías muy gallegas, de piedra bella y dura. Los compró y arregló Cela. Y el cementerio, donde estuvo en su día Rosalía de Castro, también es maravilloso.
La tumba está junto a un olivo muy anciano, y es recia, fuerte, sólida. Recuerdo la primera vez que fui allí con mi familia que mi padre quiso hacerme una foto junto a la tumba. “Es una falta de respeto”, le dije, negándome a que me la hiciera. Más pensando, quizá, en lo que hubiera pensado el propio Cela y no en lo que yo quería.
Ahora sé que me equivoqué, y me hubiera encantado tener esa foto. Más tarde, en otra visita, mi madre me haría otra con la tumba, esta vez sí. Cuando se ha leído y admirado —incluso querido— tanto a un escritor, hasta el punto de considerarlo un amigo especial, no puede ser una falta de respeto hacerse una foto al lado de su tumba. Si algo le tengo a Cela es respeto y admiración.
He hecho varias visitas a la Fundación y puedo decir que si te gusta mucho el escritor es una auténtica fiesta.
Lo cierto es que he leído muchos libros tanto de uno como de otro. Pudiera parecer que se hacen la competencia, pero en mi caso debo decir que los leo mucho a los dos, alternándolos, sabiendo que eran muy diferentes y que me aportaban mucho los dos. Y los he leído prácticamente desde que tuve noticia de ellos.
Pero es curioso cómo Delibes fue mi escritor favorito durante un tiempo, luego lo fue Cela y luego lo fue Umbral, que se puede considerar discípulo de los dos, en diferentes etapas de sus vidas sobre todo.
Mis libros favoritos de Cela son Viaje a la Alcarria, La colmena, La rosa, Madera de boj.
Mis libros preferidos de Delibes son los siguientes: El camino, Diario de un emigrante, Mi vida al aire libre, El disputado voto del señor Cayo, El hereje.
Ahora, para escribir este artículo, estoy revisando Nuevo viaje a la Alcarria, que Cela publicó en 1986. Lo compré el 8 de noviembre de 1990 -como escribí en mi ejemplar-, y lo leí en noviembre del 90 –también lo apunté-, y puse la siguiente nota al principio del libro:
1ª lectura 8-XI-90 – 20-11-90.
Positiva; el libro no carece de humor, aunque es ampliamente superado por el original.
Como dando a entender que no me había gustado demasiado. Pero lo cierto es que ahora he vuelto al Nuevo viaje a la Alcarria, que por supuesto hay que disfrutarlo a la luz del antiguo (recordando, comparando, contrastando), y me está gustando mucho, mucho más que entonces, a juzgar por la nota que escribí al principio del libro.
También debo decir que, aparte de haber leído el Viaje a la Alcarria varias veces —quizá cinco, acaso el libro que más veces haya leído en mi vida—, yo viajé muchas veces por esa zona, por la Alcarria, y fui a Sacedón y a Entrepeñas, y pasé por Tendilla y por otros lugares que aparecen en el libro, porque tenía unos tíos y primos en Entrepeñas e iba con mis padres y hermanos a pasar fines de semana allí.
Hace unos años con motivo del Centenario de Cela estuve, en la Biblioteca Nacional, en Madrid, en una exposición sobre Cela. Recuerdo que fui con la poeta y periodista Marina Casado, y que al salir me dijo: “¡Cómo le cundió el tiempo!” Yo le dije que Cela se había dedicado a ser escritor, casi únicamente a ser escritor, y que por ejemplo no dio clases, o no las dio significativamente.
Bien pensado a Delibes también le cundió mucho, muchísimo el tiempo, y sí que dio clases, y fue director de un periódico y tuvo una familia amplísima, aparte de que salía los fines de semana a cazar con su escopeta, como su querido Lorenzo de Diario de un cazador. A Delibes también le cundió mucho el tiempo.
Eran dos personas muy trabajadoras. Cela siempre dijo de sí mismo que era “muy aplicado”, y si presumía de algo, que yo recuerde, era de trabajador.
En la exposición de Delibes que tiene lugar en estos momentos en la Biblioteca Nacional una de sus familiares, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo (creo que era una de sus hijas), en un vídeo que informaba sobre el escritor más íntimo, decía que Delibes se levantaba muy temprano para escribir, que escribía unas horas y que luego se iba a trabajar, es decir, a sus otros trabajos fuera de la literatura, sobre todo, imagino, como director de El Norte de Castilla y catedrático de Derecho Mercantil.
Y lo cierto es que sólo dos personas tan trabajadoras, tan entregadas a su pasión o vocación, o ambas cosas, podían haber dado una obra tan ingente y tan maravillosa, cada una por su lado, una obra, la celiana o la delibesiana, enormemente personal cada una de ellas a su modo, de gran calidad literaria y artística, y que tanta satisfacción ha dado a tantísimos lectores, entre los que me encuentro.
Para terminar voy a contar una anécdota personal sobre Cela y voy a escribir una pequeña crónica de mi paso por la exposición sobre Miguel Delibes que actualmente tiene lugar en la Biblioteca Nacional, cuyo comisario es Jesús Marchamalo, y que recomiendo desde aquí.
Nota sobre Cela:
A Cela sólo lo vi una vez en mi vida, en el curso de la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI), celebrado en el Teatro Infanta Isabel en junio, quizá julio, si no me equivoco mucho, de 1995, repleto de estrellas de la literatura y del periodismo, estrellas como Pedro J. Ramírez, Luis María Anson, Raúl del Pozo, Luis del Olmo, Francisco Umbral, Jiménez Losantos o el mismo Cela, que iba como lo más potente del curso, un curso lleno de personajes importantes o impactantes. Yo tuve la suerte de asistir. Me acuerdo que en una de las conferencias o mesas redondas se podía hacer preguntas al Nobel, y yo le pregunté lo siguiente, lo recuerdo muy bien:
—¿Qué diferencia hay entre La familia de Pascual Duarte y La cruz de San Andrés?
La familia de Pascual Duarte era su primera novela, mientras que La cruz de San Andrés era su novela más reciente, ganadora del Premio Planeta. Me contestó que su cabeza era distinta en cada momento, en cada libro, y que había perdido “lozanía” pero había ganado “experiencia”. Si no me dijo “experiencia” fue algo parecido, pero lo de la “lozanía”, una palabra muy celiana, sí que lo recuerdo bien.
También le pregunté:
—¿Recogería el Premio Cervantes de manos de Su Majestad el Rey?
Entonces reinaba Don Juan Carlos I. Me contestó:
—Por supuesto, porque el Rey es la única persona sensata de este país.
Había mucha polémica con el Premio Cervantes y Cela porque no se lo daban, habiendo ganado ya el Premio Nobel. Lo curioso es que ese mismo año, 1995, más tarde, le concedieron el Premio Cervantes.
Nota sobre la exposición de Delibes en la Biblioteca Nacional
Veo muchas fotos nuevas. En general la exposición analiza mucho material que yo no conocía, o que no había visto.
Me encanta mirar los manuscritos de Delibes, acercarme a ellos con respeto, con mucha curiosidad, y ver lo que corregía el maestro, cómo corregía. Ves, por ejemplo, que le gustaba utilizar palabras más precisas, más concisas, que tacha un término más general, o más vago, y lo sustituye por otro más concreto, más exacto.
La letra es bastante clara, sus originales bastante limpios, unos con más correcciones que otros.
Los testimonios de su familia son interesantes. Nos meten dentro de la cotidianidad de Delibes, y nos hablan de las preferencias de sus familiares en cuanto a los libros delibesianos.
La exposición es grande y hay que verla sin prisa, con calma. Yo tardé algo más de 50 minutos, 53 (cronometrados), pero podría haber tardado más.
Ya estaba leyendo, releyendo, revisando sus obras, porque quería escribir un artículo sobre él, este artículo, que luego se ha completado con Cela, enriqueciéndose a mi modo de ver.
No quería escribir sobre la exposición, no sólo, quería hacer un artículo sobre Delibes en general, y ofrecer pinceladas sobre sus libros, sobre su personalidad. He estado buscando entre mis textos, y me encuentro que ya le escribí cuatro artículos en El Norte de Castilla, tres columnas y una tribuna.
Miro mi cuaderno de trabajo, donde escribí estas notas sobre la exposición, y me encuentro una idea muy interesante expresada por el propio Miguel Delibes. Decía Delibes que en toda su carrera sólo había escrito dos libros optimistas: el Diario de un cazador y Mi vida al aire libre. Con el primero ganó el Premio Nacional de Narrativa, y su protagonista, Lorenzo, me parece entrañable. El segundo, Mi vida al aire libre, me parece un libro delicioso.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: