Celama es una conquista que Luis Mateo Díez ha arrancado a su imaginación durante los últimos veinte años. Se abrió con la publicación de El espíritu del páramo (1996), ensanchó horizontes en La ruina del cielo (1999) y recorrió el camino hacia su ocaso en El oscurecer (2002). Reunió luego el autor los tres libros en un solo volumen, aparecido en 2003, con un apéndice titulado “Vista de Celama”. Bajo el título global de El reino de Celama invitaba a los lectores a su lectura conjunta. La publicación en un solo volumen hace que estas obras, que habían nacido como sucesivas etapas de un proyecto, sean ya obra acabada, unitaria, cerrada, definitiva. Y en ese nuevo espacio cobran una nueva significación. No es lo mismo haberlas leído por separado y en tiempos distintos que hacerlo cuando han conquistado la urdimbre de un tejido, porque ahora puede el lector percibir su esencial unidad.
¿Qué proporciona esa unidad y en qué es distinto este volumen a la suma de sus partes? No es distinto solamente porque el lector pueda conocer que cada frase y cada nota de esta sinfonía literaria estaba acompasada con el conjunto desde sus inicios, sino que el territorio había sido creado como una porfía que ejecuta la función primordial de la literatura: conquistar espacios de la memoria. Dicho de otro modo: la trilogía de Celama acaba siendo la lucha de la palabra, hecha memoria, contra el olvido, que es una definitiva muerte. Se puede percibir por ejemplo que el primer párrafo del El espíritu del páramo estaba anunciando, con esa idea de un mal sueño y el anuncio del reino de la nada en que se convertiría Celama, no sólo que el relato El oscurecer estaba ya prefigurado como cierre, sino también que todo el conjunto era la imagen de una ruina, que el obituario del segundo volumen habría de narrar.
Para hablar de Celama me sirvo de la categoría que creó Bajtin, porque esta geografía, aquí dibujada, es a la vez un espacio (topos) y un tiempo (cronos); los dos son imaginarios, pero propenden a significar que el Territorio, Páramo, o Llanura es la metáfora espacial y temporal de una civilización ya extinguida, la de las culturas rurales del secano, que han reclamado a este escritor leonés para que las nombre, las diga, y con el concurso de su palabra las salve del olvido. El reino de Celama es así el cronotopo de una memoria, en el instante en que se pierde, antes de ser ruina. Seguramente Luis Mateo Díez lo ha hecho como un tributo de raigambre ética, como deuda que saldar con esos pueblos perdidos y esos hombres que lucharon en ellos, en una épica de la resistencia contra la pobreza primero y después contra la desaparición de una cultura condenada por el progreso a no ser ella. Como recuerda el apéndice añadido a los tres libros, la única posibilidad que un territorio como Celama tiene de no perderse para siempre es que un hidalgo como don Quijote lo transite y “resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos». Ese territorio imaginario es entonces metonimia de la cultura rural, cuya principal y única vida posible, una vez perdida la guerra de la Historia, es la palabra literaria. Tal territorio ha tenido sus quijotes, cada uno de los personajes reunidos en el obituario que Ismael Cuende, el médico de Celama, traza en La ruina del cielo, pero también es un territorio ejemplar, en la medida en que esconde la admiración de su autor por esas vidas y esas culturas que ahora rescata de su definitiva muerte.
De la geografía a la metáfora
El reino de Celama puede ser percibido como tal Reino (imagen literaria de la fábula que señalan un lugar y un tiempo ya clausurados) y en una contigüidad en la que el primer libro, El espíritu del páramo, actuaba sobre todo como dibujo de un espacio desolado. Era Celama en ese primer libro un Territorio en el que sus habitantes pugnaban contra la sequedad, por arrancar a las hectáreas la riqueza que la Llanura les negaba de continuo. El segundo libro, La ruina del cielo, pasa del espacio al tiempo y recorre distintos modos de recibir la muerte, y por tanto de transitar el viaje de la vida, que han tenido los habitantes de Celama a lo largo de casi un siglo. Es un libro más polifónico, porque cada personaje de este coro responde a su modo, lleva su historia colgada al hombro y por tanto multiplica sus registros y tonos, desde el humor a la densa tristeza. En El oscurecer un viejo, en una estación de tren que ya aparecía en el primer capítulo del primer libro, sueña la muerte vinculada a su pérdida de la memoria y se mete en la sima del olvido. No puede comunicar con el joven que huye, y en esa sima del sueño se cierra el ciclo.
Un escritor clásico lo es cuando logra que su lenguaje vaya más allá de sí mismo al haber creado alguna criatura o imagen que lo perpetúe. Luis Mateo Díez entrega a la Historia de la literatura (que sabrá reconocerlo en su día) un territorio, y con ese territorio una metáfora de la conquista realizada por la imaginación literaria como palabra de la memoria. En ella han encontrado su abrigo y refugio las civilizaciones rurales, con su sabiduría tejida de historias, leyendas, afanes, sueños, que reciben en esta obra su descripción, su crónica y su elegía.
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Autor: Luis Mateo Díez. Título: El reino de Celama. Editoriales: Areté (Plaza & Janés). Ediciones Cátedra. Venta: Amazon
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