Un hombre muere realmente a la vida cuando pierde la capacidad de soñar, y cuando Miguel de Cervantes acababa los últimos capítulos de la que él creía su mejor obra, Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, escribió este prólogo viendo venir su último suspiro y el fin de sus sueños.
Un preámbulo que a modo de testamento trascendental y literario, viene a descubrir la auténtica alma del autor del Quijote:
“Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran Señor, ésta te escribo. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los Cielos. Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Mi vida se va acabando, y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. Adiós, gracias. Adiós, donaires. Adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida.
De Madrid, a diez y nueve de abril de 1616 años”.
Con cada centenario surge una disquisición más o menos revolucionaria de la interpretación de su obra más capital, el Quijote, que si no niega el sentido de las anteriores, las eclipsa. Javier Cercas, en un atinado ensayo sobre el Quijote, sostiene que Cervantes funda la novela moderna, y a la vez la agota, porque entre sus páginas se hallan todas las posibilidades posibles de la creación novelística.
El Quijote no fue apreciado en su tiempo en su verdadera hondura. Cervantes nunca hubiera ganado un premio literario, teniendo por encima y con el favor del público a autores tan apreciados como Lope de Vega y toda una pléyade de renombrados poetas. Así se escribe la historia, pues la novela en el siglo XVI estaba desprestigiada, y sólo la poesía y el teatro eran consideradas disciplinas literarias clásicas y aceptadas.
Cervantes inventa el género híbrido y mestizo en el que caben todos los géneros novelísticos posibles: el pastoril, el histórico, el bizantino, el aventuresco o el sicológico, en una multiplicidad estilística asombrosa. Como en el siglo que vio nacer a Cervantes, y también en el actual, la figura del intelectual, o del novelista en particular, está desacreditada por la aparición de otros iconos mucho más poderosos que la lectura, nuestro futuro cultural está herido de muerte.
Sin leer no seremos ni más libres, ni más cultos, ni más críticos.
La sociedad nos ofrece hoy atractivos fetiches del espectáculo cultural, que nos sustraen de la lectura. Hoy nos movemos en espacios tecnológicos, que nos apartan de pensar y nos conducen a una frustración vital carente de trascendencia. La grandeza del Quijote es que está llena de ironía, que nos ayuda a soportar la vida y que Cervantes inventó como recurso literario. Don Miguel nos regala su obra para que podamos descubrir el alma del hombre y acusar al mismo tiempo a una sociedad hipócrita, acaparadora y materialista.
Cervantes, como todos los novelistas, escribe para entretener, claro está, pero también para curar nuestras grises vidas y llenarlas de contenidos y fantasías. El Quijote es una novela rebelde y conspiradora en sí misma, sobre todo en la segunda parte. Los consejos del Caballero y el Escudero pueden ser aplicados a los problemas concretos que nos plantea la vida actual, como erigirse también en la tesis medular de la interpretación mística de nuestra España y del universo en general. Sus capítulos son una iluminación global para movernos en nuestra época, aunque recree el mundo del siglo XVI, al que agrega múltiples derivaciones que por sí mismas constituyen un modo de comprender al ser humano.
El psiquiatra Castilla del Pino nos invita a pensar que el Quijote, personaje cómico y grotesco donde los haya, no es un loco en el sentido terapéutico de la palabra, sino en el significado ficcional y literario, y por lo tanto no lo podemos ni diagnosticar, ni comprender, ni curar. El apaleado caballero entra y sale de la locura, según conviene al creador.
Unas veces ve a Dulcinea y otras a una labriega que huele a ajo. Es una novela de equívocos, de discordancias e ironías como expresión máxima del autor. Su enigma —si está loco o no— pervive del principio al fin de la novela, pues es un libro lleno de verdades paradójicas.
En un país supersticioso, pobre y decadente, asfixiado por la Iglesia y la Monarquía autoritaria de los Habsburgo, era imposible entender en aquel momento las verdades que encerraba el Quijote en cuanto a la libertad individual, la opresión del Estado, la defensa de los débiles y la tiranía de la Santa Inquisición. Él propone continuamente una nueva sociedad más abierta, igualitaria y laicista, pero nadie lo comprende. Por eso hoy se la considera una novela pionera del mundo moderno.
El Quijote constituyó el modelo fundacional de un nuevo modo de escribir: la novela como género. Cada lector encuentra en ese libro aquello que le permite entender su tiempo. Indudablemente el Quijote posee el poder de crear espectáculos interiores en nuestro interior. Paradójicamente, Cervantes describe en una cárcel los personajes más libres de su carrera literaria, y ellos son los que pueden cambiar nuestra forma de pensar.
Estamos pues ante un autor portentosamente irónico y con un feroz sentido del humor, que lo convierte en el gran clásico de la historia de la literatura. Jorge Luis Borges define “un clásico” como aquella obra que, una tras otra, todas las generaciones lo leen con fervor y lealtad, porque en él descubren el enigma del alma y del universo. El Quijote es, en boca de muchos autores, un milagro eterno.
Desconocemos si don Miguel fue consciente de haber creado una nueva variedad literaria, la novela actual y total, la gran sátira social de la historia. Él aseguraba que era un poeta frustrado y se convirtió en el peor promotor de sí mismo. Cervantes se consideraba un rimador fallido. Cuando se habla de su obra poética, se suelen citar aquellos versos en los que se autodefinía: “Yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”. De modo que si el propio autor reconoce su incompetencia poética, no hay más que hablar.
Su efímera visión del mundo y su experiencia de hombre desengañado de la vida, impregnan de escepticismo sus obras y el Quijote en particular, una novela de asombrosa originalidad, donde Cervantes recurre al atrevimiento y la mordacidad para denunciar los despropósitos de una España decadente, que muy bien podría ser la de hoy. Por no tener ni siquiera tenemos un retrato del genial escritor. Ni siquiera sabemos si su verdadero rostro corresponde al que pintara Juan de Jáuregui, posiblemente basándose en la descripción que el mismo Cervantes se hiciera en el prólogo a sus Novelas Ejemplares: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro”.
Como es sabido, apenas contamos con hechos biográficos relevantes de Cervantes. ¿Amó a su mujer, Catalina de Salazar? ¿Fue feliz con ella? ¿Le confesó que cuándo él muriera profesaría como monja? ¿Le echó en cara que la abandonara? Su vida es una vida de novela, y su carácter empático, como se deriva de la ternura y humor que encierran sus personajes, arrebatador. En la locura de don Quijote conviven la tragedia al interpretar erróneamente la realidad y el idealismo en el que se convierte el extravío del caballero al desafiar las normas que rigen el mundo. Liberado por Sansón Carrasco, el Caballero de la Blanca Luna, don Quijote adopta definitivamente el camino de la cordura, y olvida su locura monomaníaca, que no era otra que su amor por los libros de caballerías.
De todas formas, sus reflexiones nunca pasarán de moda, porque sus obras encierran en sí mismas el factor sorpresa y personajes insólitos que sorprendieron a los lectores, y que nos sirven de modelos. El Quijote tuvo gran éxito y rápidamente se crearon dibujos del Caballero de la Triste Figura y de su escudero, que podían verse en las tiendas de Europa y América. Y en el siglo XXI, la NASA, para conmemorar su IV centenario, ha acomodado el nombre de Cervantes a una estrella nueva, y a sus cuatro planetas: Dulcinea, Don Quijote, Sancho y Rocinante.
Estoy firmemente persuadido que Don Quijote cabalgará allá donde haya hombres que luchen por la igualdad de los hombres, por la cultura y por la libertad, hasta la eternidad de los tiempos, porque el que es vencido hoy, podrá ser el vencedor mañana.
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