Es un escritor atípico. Se ha definido en varias ocasiones como “un tipo feliz y calvo”, y confiesa ser más de bares que de librerías de viejo. Irrumpió en el panorama literario en 2012 –había empezado a escribir tan sólo un año antes– sin haber hecho incursiones previas más allá de algunos artículos sobre rugby argentino, y tuvo la suerte de que su primer libro llegase a las manos adecuadas en la editorial Suma de Letras sin pasar por los filtros habituales. En 2013 le llegaron los primeros premios, pero nada le es tan envidiado como las cinco estrellas que brillan junto a sus títulos en Amazon. Ha resultado ser tan vendible como prolífico. Seis libros en apenas cuatro años. Un pedacito de trilogía cada seis meses… o menos.
La crítica lo acogió con los brazos abiertos y los lectores aún más. Legiones de «gellidistas» han convertido el Zero Café en centro neurálgico de un universo literario cuya capital está en Valladolid, aunque su autor juegue con escenarios que van desde Trieste a Praga, pasando por Reikiavik, Belgrado, Plentzia, Venecia, San Petersburgo o Nueva York. En esta ocasión partimos de la comarca gallega de Val Miñor y el viaje nos lleva hasta la ciudad de Benín, la Selva Negra, Roma y Budapest. En el ámbito personal, el autor cambió el Pisuerga una temporada por el Manzanares y terminó instalándose a orillas del Río de la Plata.
Su primera trilogía, Versos, canciones y trocitos de carne, vendió cientos de miles de ejemplares, y tras algún relato corto y la publicación de Khïmera –muy diferente y de corte futurista, aunque une ambas trilogías–, se puso a trabajar en la segunda. Ahora, tras Sarna con gusto, la más negra de sus novelas hasta la fecha, llega Cuchillo de palo, la segunda entrega de Refranes, canciones y rastros de sangre, publicada en octubre y mucho más psicológica.
De los entresijos de un secuestro al descenso a los infiernos del barbudo Sancho, ese pelirrojo y seco castellano que tira de refranero y de códigos de jugador de rugby, Pérez Gellida ahora recorre una senda tan ilegal como traicionera –sazonada con alcohol, drogas, deudas de juego y prostitución– y nos mete en el mundo de la trata de mujeres, un universo sórdido y cruel… con el que convivimos a diario, desviando la mirada. Desde que ha puesto los pies en suelo patrio encadena una interminable sucesión de entrevistas. Aún así no tiene prisa, no parece cansado, no tuerce el gesto. Sonríe a menudo, se acaricia el mentón y la sonrisa le llega a los ojos. Vestido con vaqueros y sudadera, parece tan cómodo en su propia piel como se deduce de las imágenes que cuelga en un Instagram más que activo.
–¿Cómo concibes ese thriller, esa novela negra poco ortodoxa? ¿De dónde nace la fascinación por lo que pasa entre las bambalinas de un asesinato, un secuestro o la trata de mujeres, tanto desde el punto de vista criminal como del policial?
–¿Sabes lo que pasa? Que a la hora de estructurar una trama, antes de ponerme a teclear, no trabajo con un argumento, con un esquema que previamente he dado por válido y a partir de ahí desarrollo toda la trama sin salirme de ese esquema o ese guión. Lo que hago es ir escena a escena, y soy incapaz de proyectar mucho más allá, no tengo esa capacidad de ir muy lejos por delante. Aparte, me parece que si uno tiene un punto de origen y sabe adónde va, va a ser muy difícil que se salga de la línea recta, y a mí las líneas rectas me asustan un poco y me aburren a nivel narrativo. En general, me generan bastante rechazo. Así que esa es mi forma de hacerlo, pero no es un mérito, sino más bien un demérito de la parte contraria, el no saber hacerlo de otra forma distinta. Lo que pasa es que parece que este resultado encaja con los gustos de unos cuantos lectores, que al final resultan ser bastante defensores de esta forma de creación literaria.
–Bueno, más que defensores, acérrimos. #Gellidistas es un hashtag que está en todas partes, desde Instagram hasta el top de Amazon. Y son tremendamente activos. ¿Cómo surgió esto y cómo se lleva eso de despertar semejante fidelidad?
–Pues fíjate que no sé muy bien cuáles son los motivos para ello. En los actos públicos con los lectores soy una persona bastante cercana, y trato de dedicarles el tiempo que merecen después de hacer una cola de incluso tres horas, como ha pasado en Valladolid, para tener unos minutos conmigo y hacerse una foto o charlar o darnos un beso. No lo llego a comprender muy bien, pero es cierto que hay una legión de seguidores ahí que tienen este estandarte del «gellidismo» y se consideran «gellidistas». Yo quiero pensar que es una forma de agradecimiento, porque la verdad es que me cuentan historias maravillosas de las experiencias que viven cuando publico una novela y se meten en sus páginas, de las sensaciones, emociones y sentimientos que les provoca. Me siento un privilegiado cuando me lo cuentan, y ser partícipe de eso entiendo que es la razón que lleva a este «gellidismo».
–¿Qué es entonces el «género Gellida» o la «narrativa audiovisual»? ¿Cómo lo definirías?
–La forma que tengo de escribir es que imagino una escena en mi cabeza, y cuando la tengo clara la transcribo al papel. Quizá estoy mucho más influenciado por el cine, o por las series de televisión, o por ese tipo de forma de contar de forma audiovisual, que por las letras. Esa parte que yo llevo ahí dentro es lo que hace que al final lo cuente de esa forma, que al lector le envuelve muchísimo. Le envuelve la imagen, la parte descriptiva, que es muy directa. Lo que intento es que el lector sea el epicentro de la acción, y que en torno a eso vaya girando la cámara, la acerque, la aleje… Eso al lector le está gustando, y la banda sonora también hace que las emociones y los sentimientos que genera una canción en un determinado momento se sumen a esas sensaciones que hacen que el lector se pueda sentir partícipe de la acción. Eso es lo más difícil de conseguir, que el lector empatice con alguno de los personajes y se sienta partícipe de todo esto. Porque todo esto es ficción, y los lectores lo saben, pero cuando han leído Sarna con gusto y han empatizado con Margarita –la víctima del secuestro–, también hay muchos lectores que me han recriminado determinadas cosas que le suceden a ella. Y me lo han recriminado de corazón, lo cual puedo entender, pero otra cosa es que lo comprenda, el hecho de que lleguen a tener esas sensaciones. Comprenderlo para mí es más complicado. Igual que en Cuchillo de palo, donde sucede algo que muchos lectores [se ríe] no me perdonan. Para mí es un halago conseguir ese impacto y ese empatizar con un personaje de ficción, que no existe, pero que realmente conecta con ellos y le hace sentir emociones que, cuando se meten en la cama a leer, terminan restándoles muchas horas de descanso. Es un privilegio.
–La trama, los diálogos, los personajes… Todo resulta muy adaptable a la pantalla, aunque está alejadísimo de muchas series hollywoodienses. Sería muy fácil hacer un guión con esto. No sé si tus novelas tienen esa vocación o es casual.
–Estamos en ello. Con la primera trilogía tengo –no vendidos, porque los derechos se ceden, no se venden– una cesión hecha a una productora, y estamos trabajando en un proyecto, y ya tenemos hecho el guión de lo que sería el primer capítulo de Memento mori –cada uno de los libros estaría dividido en tres, y el proyecto es una miniserie de nueve capítulos–, que está presentado a prácticamente todas las cadenas de televisión de España. Por el presupuesto que exigiría sólo tendría cabida en algunas de ellas, las grandes privadas, así que no es fácil. Si no sale bien esto de la serie, que es lo que nos apetece, vamos a ir a por las películas, claro. No es algo que me genere mucha ansiedad. Hace poco sí me la provocaba, pero ahora mismo tengo el convencimiento de que antes o después va a llegar, y cuando llegue llegó.
–Entre los personajes tenemos a una pelirroja que tiene cierto don y también una pequeña maldición, un arcángel vikingo que trata de redimirse, un inspector islandés alcoholizado que persigue a los malos mientras se debate entre el nihilismo y el existencialismo… Todos tienen esa dualidad, esa pluralidad de lados, de claroscuros, quizá por eso son tan especiales y al mismo tiempo tan reales. ¿Somos así de raros en nuestra “normalidad”?
–Yo creo que sí. Mis personajes se caracterizan por tener muchas aristas, o esa doble vertiente. Por ejemplo, vamos a conocer a otro Sancho diferente, por determinadas circunstancias. Erika ya era así, es bipolar, y tiene estos saltos, tan arriba cuando tiene el pico de euforia y tan abajo cuando cae en depresión. Pero, aunque quizá no de forma tan exagerada, yo creo que todas las personas tienen esta complejidad. Otra cosa es cómo se muestran, porque hay veces que tienen una cara visible y otras otra cara oculta. Una cosa es cómo pensamos y otra cómo actuamos. A veces controlamos cómo debemos actuar porque seguimos unas normas que tenemos que cumplir, pero si no existieran estas leyes yo creo que funcionaríamos de forma totalmente distinta.
–Es una de las moralejas del libro: la lucha contra el mal nunca tiene fin, porque somos nosotros, ¿no?
–Claro. El ser humano presenta muchas formas de maldad, y ya hemos demostrado tantas de las que somos capaces –y de lo bueno también–, y tantas veces, que yo creo que el ser humano ya no tiene parangón de lo que podríamos llegar a hacer.
–Esta novela es la del descenso a los infiernos de Sancho. No sólo hay referencias a La divina comedia, tenemos incluso un Dante.
–Eso tiene una explicación, y es que Dante y La divina comedia van a tener mucha importancia en la tercera parte, A grandes males, el desenlace de la trilogía, que tendrá unos ingredientes y unos mimbres distintos a Cuchillo de palo y a Sarna con gusto. Estas dos novelas se parecen muy poco, pero con A grandes males también va a haber muchas diferencias, porque vamos a conocer bien por dentro la Congregación de los Hombres Puros –la línea argumental que une esta trilogía–, y vamos a entender por qué tiene ese componente masónico. Tiene que ver mucho con Dante y todo lo que encierra La divina comedia, trasladado a un edificio que existe en Buenos Aires, el palacio Barolo, un rascacielos que se concibió como un «danteum», para albergar las cenizas de Dante y que tiene una historia absolutamente maravillosa, con la estatua dentro de la que debían venir las cenizas, más lo que les sucedió al arquitecto y al propietario del edificio. Los lectores se van a encontrar con una novela que les va a sorprender muchísimo, porque no están acostumbrados a leer en César Pérez Gellida ese tipo de novela, pero a pesar de eso está hecho a mi estilo. Ya está escrita y estará en las librerías el 9 de marzo.
–¿Y hay ya alguna idea de lo que podemos esperar (o de lo que te ronda la cabeza) después de esta trilogía? ¿A dónde nos llevará ahora el universo Gellida?
–Yo no sé si esto lo puedo contar pero… sí, A grandes males se publica el 9 de marzo y voy muy adelantado al calendario de publicaciones, porque al escribir una trilogía es casi obligatorio. Las trilogías tienen una trama vertical, de cada novela, y otra trama horizontal, que es la que hace que eso tenga una coherencia argumental como conjunto. Lo que sucede es que a medida que vas creando, todo lo que sucede por delante va afectando a lo que queda por detrás. Si eso que has escrito por detrás ya se ha publicado, no lo puedes cambiar. Pero si vas muy por delante y se te ha ocurrido algo que afecta argumentalmente a algún hilo que está en novelas anteriores y puedes cambiar, evidentemente lo cambias. Eso sólo ocurre si no lo has publicado, y por eso yo voy muy por delante del calendario de publicaciones. Y ahora estoy escribiendo… voy a decir hasta el título. Estoy escribiendo Konets, que es una novela que es precuela y secuela, al mismo tiempo, de Khïmera. Porque muchos no lo saben, muchos se asustaron cuando leyeron la sinopsis y vieron que era una novela del futuro, pero Khïmera es el engranaje de las dos trilogías. Konets es justo la pieza que falta entre Consumatum est y todo lo que ha sucedido desde Khïmera en la Congregación de los Hombres Puros. Y voy a dar una pista más: los lectores que han leído la primera trilogía saben que Augusto, en su paso criminal por Europa, pasa por Gdansk, una ciudad polaca, y viola a una mujer que termina muriendo en el hospital, pero su hijo se salva. Este niño termina bajo la custodia de sus abuelos pero Erika también se encarga de él. Todo esto lo he ido contando con pinceladas en la segunda trilogía, y él, Olek, es un personaje de Khïmera. De hecho, es la clave, aunque no sea un personaje principal. Lo que voy a contar en Konets es cómo llega ahí, cuál es su relación con Erika y qué sucede después. Ahora mismo lo que hay en mi cabeza es que con esto se cierre este ciclo de ocho novelas. Yo quiero animar a los que no se han atrevido con Khïmera, que no tiene nada ver que con la ciencia ficción, a que afronten la lectura de Khïmera.
–»Huir solo sirve para morir más tarde y más cansado”. “La pena es con lo que nos topamos de bruces tras huir de ella». ¿Cuchillo de palo es un libro de huida?
–Sí, son dos frases que me gustan mucho. Desde luego, es la huida de Sancho, que está tratando de poner kilómetros de distancia, pero uno nunca se aleja de los problemas a base de kilómetros, jamás, porque los problemas viajan siempre en la mochila de uno. Y Sancho lo sabe perfectamente, pero aun así pone kilómetros de distancia para no perjudicar a su entorno. Sus seres queridos están en Valladolid, él está en un momento muy complicado, del cual piensa que puede contagiar a su entorno, perjudicando a estas personas, y la carretera se le acaba en Val Miñor, en Galicia. Lo que pasa es que él es un foco de atracción de problemas. Es pelirrojo, y casi todos los pelirrojos lo son, ¿eh? [se ríe] Está científicamente probado. Sancho se mete en un mundo complicado, que es el de la droga, el alcohol, el juego y las putas, y todos los problemas que hay allí le van a él.
–¿Y cuándo empiezas a escribir? ¿Cómo descubre uno que ha llegado el momento de escribir, sean konets o no?
–Yo llevo relativamente poco tiempo en este oficio, porque yo empecé creo que en el año 2012. A Olga, mi chica, la trasladan a Madrid, yo me encuentro con mucho tiempo y, como tengo problemas de insomnio, uno de los métodos que he seguido siempre es el de inventarme historias, historias en las que una noche enlazaba con la otra, recordando dónde la había dejado la vez anterior, y la recuperaba para quedarme dormido, generando yo mismo un argumento. Y un día, no recuerdo cuándo, decidí que podía ponerlo en papel, pero sin la pretensión de hacer una novela, ni mucho menos de publicarla, sino por el mero hecho de ponerla por escrito, para que quedara ahí algo para mí. Y ese es el origen de todo. En la medida en la que me fui metiendo en esta historia, y me fue enganchando el hecho de escribir por el arte de trasladar pensamientos al papel, vi que necesitaba cada vez más un tiempo que ya no podía robar a mi trabajo, a mi familia, a mi ocio, y apostamos por ello. Decidí dejar el trabajo –yo era director comercial y de márketing de una empresa de distribución audiovisual de películas y videojuegos– y me trasladé a Madrid a dedicarme cien por cien a escribir. Y desde el 2012 al 2016 hay ya seis novelas en el mercado.
–Parece que la apuesta salió bien, ¿no?
–Está saliendo muy bien, sí. La verdad es que estamos francamente contentos, pero también te digo que este es un oficio poco recomendable. Es muy jodido estar diez o doce horas al día delante de un bicho que no te cuenta nada, al que se lo tienes que contar tú todo, bastante aislado, y luego la compensación es bastante poca desde el punto de vista económico. El 95% de mi tiempo lo paso en un cuartucho de mierda [se ríe] delante de una pantalla y un teclado, y luego el 5%, o el 3%, o lo que sea, conversando con los medios o con los lectores, pero claro, es un tiempo mínimo. Y la parte económica es muy complicada. Ahora mismo, viviendo de escribir somos cuatro, y claro, ojalá me hiciera multimillonario –luego no sé qué haría con el dinero, porque la verdad es que a mí el dinero me la trae un poco floja–, pero ojalá viviera mejor.
–Hace poco decía Carlos Ruiz Zafón en la presentación de su último libro que él se sentía un privilegiado, pero que “la literatura es una amante cruel”.
–Sí, y lo dice un tipo que ha vendido un millón de ejemplares [se ríe]. Sí, lo es, lo estamos viendo todos los días. Es muy raro que un escritor pueda vivir del oficio, y en España muy poquitas personas. Lo comparo con maestros, ingenieros, no sé, fruteros, y el número es casi ridículo.
–Y sin embargo, hace nada, a una flamante premio Planeta como Dolores Redondo le preguntaron sobre el último libro que no se le caía de las manos y no la dejaba dormir por las noches, y dijo Cuchillo de palo.
–¿Ah, sí? No tenía ni idea. Bueno, Dolores es que es un encanto. Tengo muy buena relación con ella, porque empezamos los dos al mismo tiempo, y en vez de comportarnos de forma absurda –como hacen otros–, a pesar de que trabajamos el mismo género y tenemos los mismos lectores, en vez de enfrentarnos lo que hemos hecho ha sido ir de la mano. Yo pedí que en todos los sitios donde pudiera estar cerca de Dolores, mucho mejor, y Dolores por su parte exactamente igual. Nos hemos apoyado muchísimo desde el principio, y eso es lo que nos ha hecho tener una muy buena relación profesional y personal, el hecho de que compartimos los mismos problemas, los mismos sueños y las mismas ambiciones. Y en la parte personal encajamos muy bien. Ella tiene un humor muy jodido, y a mí ese tipo de gente me gusta. Yo le envío todas mis novelas, y sé que se las lee y que disfruta con ellas.
Pérez Gellida es un escritor de novela muy negra y muy roja, como la sangre. Huye de «la jaula» que para él supondría tener final y trama en la cabeza perfectamente claros desde que comienza a escribir, y opta por sorprenderse a sí mismo según la novela crece entre sus manos. Transmite serenidad en una entrevista contra-reloj y sonríe a menudo. Afirma que para crear personajes como Camille o Augusto Ledesma es todo cuestión de «interpretación» (y a veces de acudir a un psiquiatra para que te dibuje cómo funciona la mente de un sociópata narcisista). Es exhaustivo con el proceso de documentación, y en las redes y ante los medios muestra con soltura las tablas de su oficio actual y de los anteriores. Su narrativa, de marcado carácter cinematográfico, juega con los puntos de vista de varios personajes. Y la música suena mucho y con fuerza. «La música llega donde no llegan las palabras», afirma rotundo. La primera trilogía contó con banda sonora propia y a los alegatos antipiratería del autor en declaraciones públicas se suman los lanzados desde unas novelas plagadas de CDs originales. En esta ocasión el autor se arriesga a introducir cambios en su técnica narrativa y continúa con la trama de la Congregación de los Hombres Puros. Giros argumentales, tensión y mucha música (desde The Doors a Izal, pasando por Oasis y sus adorados Héroes del Silencio). Banda sonora aparte –de Radio Futura a Calle 13 hay más de una generación que se va a sentir más o menos reflejada–, sus novelas están plagadas de referencias literarias y cinematográficas más allá del refranero. De Lost in Translation al universo Tolkien, pasando por Alatriste, Quevedo, o El Quijote. Guiños que atraen a lectores muy distintos.
–¿Cuáles son los libros que más te han marcado? ¿Qué tienes en las estanterías de tu casa?
–Bueno, lamentablemente, como yo vivo moviéndome por el mundo ya no tengo tanto papel. Es un engorro el tema de los libros cuando no tienes un sitio donde puedan dormir.
–El e-reader tiene su practicidad para los nómadas.
–Exacto. Entonces, tengo pocos. Tengo algunas baldas en mi casa de Buenos Aires con novelas que son para mí imprescindibles o que me han marcado de alguna forma. Has citado a alguien, Alatriste, que para mí ha sido con lo que pasé del cómic a la novela. Yo era de Tintín y Astérix, sobre todo primero talibán de Astérix. No me los podía comprar todos, pero me iba a la biblioteca, y no me iba hasta que no me leía todos los que estaban libres, porque no te dejaban llevártelos a casa. Luego Tintín y luego Alatriste. Yo soy más de novelas que de escritores. No es que todo lo que publique Pérez-Reverte, por ejemplo, que para mí es un autor de referencia, me tenga que gustar por narices. Me lo voy a leer, seguramente, pero no tiene que gustarme. Ni tiene por qué.
–No es como ser de un equipo de fútbol.
–Exactamente. Otra cosa es que te lo vayas a leer siempre de todas formas, porque siempre aprendes algo de un tipo como Pérez-Reverte. Te podría hablar también de Juan Gómez-Jurado, que es un autor que admiro, porque construye el thriller yo creo que como nadie, no ya en España, sino en el mundo. Tiene una forma de construcción literaria de la cual yo aprendo muchísimo. Y luego, en el género, a Dolores Redondo, porque creo que es la que está marcando el camino y está haciendo que el género crezca. Creo que la debemos tener todos en un altar, porque está demostrando que se pueden hacer muchas cosas que antes no teníamos en la cabeza y ni siquiera soñábamos los escritores de género. Era como que teníamos vetadas ciertas partes que ahora ella se ha encargado de derrumbar.
–¿Cómo es ese salto del latín a los refranes, de Memento mori a Sarna con gusto?
–Tiene que ver con los protagonistas de estas trilogías. La primera era Versos, canciones y trocitos de carne, y los títulos eran en latín porque Augusto Ledesma, que para mí era el protagonista porque fue quien originó la trilogía, usaba al expresarse muchos latinismos, y esto hizo que a su enemigo, o su némesis, Sancho, se le dotara de refranes. Tengo la suerte de tener un padre muy refranero, muy castellano, y muchos de ellos han salido de la cabeza y de la boca de mi padre.
–De todos los personajes que has creado, ¿cuál es tu favorito?
–Carapocha es un personaje con el que llegué a empatizar muchísimo, porque era el que menos me costaba interpretar. Se expresa como me expreso yo en mi círculo más íntimo, con mis colegas de toda la vida y con mi familia. Esa forma de comportarse un poco políticamente incorrecta no me costaba interpretarla. Pero precisamente por eso me pareció un personaje que iba a dificultar mucho el desarrollo de la trilogía, que iba a fagocitar demasiado la acción, lo cual no estaba previsto, porque Carapocha surgió de forma imprevista: quería salirme de la confrontación de uno contra otro, de ese cliché, y por eso puse esa órbita ahí, para complicar un poco más la situación. El caso es que empezó a cobrar protagonismo de forma imprevista y tuve que solucionarlo. Pero es un personaje que no descarto en absoluto, cuando llegue el momento, recuperarlo en un horizonte temporal distinto.
–¿Qué disfruta más, los premios literarios o los que dan los forenses?
(Alza las cejas. Sonríe. Se mesa la perilla)
–Es una buena pregunta esa. Quizá el premio al que más cariño tengo es al de la Sociedad Criminológica de Ciencias Forenses, porque premian una labor que es muy oscura, la labor de investigación, y que se traslada al papel en dosis muy pequeñas, porque en narrativa no se trata de hacer ensayos, se trata de hacer ficción. Y que esas dosis que tú colocas con cuentagotas hayan llamado la atención de una sociedad tan prestigiosa como para que te hayan premiado con su mayor distinción para mí tiene un cariño especial, aunque los premios literarios, si vienen acompañados con lo que vienen acompañados algunos, pues oye…
–Además, las críticas han sido muy buenas, incluso de otros autores del sector, como Lorenzo Silva, que escribió el prólogo de Consummatum est. La acogida ha sido muy buena desde el principio.
–Quizá sea debido a esa parte, porque yo he querido ser siempre muy honesto con la realidad y con la investigación en sí como arte, que también lo es. Yo tengo la suerte de contar con un tipo, Utzi, que es inspector de homicidios y que es el que me ha ido guiando en todo lo que tiene que ver con la investigación. Si no hubiera contado con él no sé si hubiera sido mejor o peor el resultado, pero tengo la certeza de que hubiera sido absolutamente distinto.
–Tienes una presencia muy activa en internet (Twitter, Facebook, Instagram, tu propia página web). Incluso esas ansiadas cinco estrellas en la cima de las listas de Amazon. ¿Hasta qué punto es necesario para un escritor de hoy dominar todo ese medio?
–Bajo mi punto de vista ahora mismo hay dos opciones: estar o no estar. Los que deciden no estar, yo lo respeto, pero los que deciden estar hay, digamos, unas formas. Hay una parte buena y una parte mala. Para mí estar a medias es peor que no estar. Estar en las redes sociales implica que cuando te escriben tienes que responder, que tienes que tener un conocimiento, o que te tienes que interesar por cómo se maneja cada una de las redes sociales, porque no es lo mismo una que otra. Tienes que invertir tiempo, tu tiempo personal o de ocio, porque yo considero que eso está dentro del trabajo, pero yo tengo separado esto. No puedes estar escribiendo y a la vez con Twitter aquí abierto. Tienes que saber en qué momento tienes que hacerlo y parcelar el tiempo. Yo también lo utilizo como vía de descanso, porque hay veces que tengo la cabeza saturada y dedico ese tiempo a las redes sociales. A mí me parece fundamental usarlas, sobre todo si eres un don nadie, como puedo ser yo, en el momento en el que uno quiere hacerse un hueco y quiere tener un nombre en las redes sociales. Ahora, hay que pensar en la forma de distinguirse. Para mí, este es el secreto. Crearte una marca con tu nombre es mucho más importante para que vaya bien tu novela. Tu novela va a ir bien si tu novela es buena, y eso lo van a decidir los lectores, no lo decides tú. Ahora, cómo tú crees tu marca, eso sí lo decides tú. Yo tengo la ventaja de que provengo del mundo del márketing y esto me ha ayudado mucho a la hora de generar mi propia marca con mi apellido, este «gellidismo» o «género Gellida». Todo lo que tiene que ver con mi apellido es lo que yo he ido trabajando desde hace muchísimo tiempo, y ahora en estos últimos años está teniendo sus frutos porque es una etiqueta muy reconocible. Pero esto es un trabajo y hay que hacerlo. Pensarlo primero y luego desarrollarlo. Y no lo vas a conseguir de la noche a la mañana, sino a base de estar, estar, estar, estar.
–¿Y lo que mostramos en las redes sociales es un personaje o es parte de quienes somos realmente?
–Uf, depende, depende. Twitter es una red que a mí me gusta, pero que es francamente peligrosa, porque la gente no mide bien a la hora de distinguir y separar. Esconderte detrás de un seudónimo para volcar ahí toda tu ira y tu frustración y tu mierda a mí no me gusta nada. Y a mí me tratan muy bien en redes sociales, no he tenido prácticamente problemas de ataques de gente que va contra ti por el motivo que sea. Pero sí los he visto, y me da muchísima rabia cuando veo que algún escritor empieza a tener críticas terribles que van contra la persona más que contra su obra. Yo entiendo que no te haya gustado la novela –escribe la crítica que quieras sobre ella–, pero no faltes al respeto al escritor, porque puede haber otras personas a quienes les haya encantado la novela, y seguramente las hay. Faltar al respeto a un autor, o a jugadores de fútbol o a cualquier otra persona pública no me entra en la cabeza.
–Hace unos años empezaste a colaborar con El Norte de Castilla con tu columna La cantina del calvo, algunos de cuyos artículos se reproducen aquí en Zenda. ¿Cómo está yendo esa experiencia?
–Estupenda, porque a mí me encanta tratar asuntos de actualidad que se salen de la ficción y la narrativa, y El Norte de Castilla, que aunque tiene cierto localismo, porque es de Valladolid y tiene ese alcance limitado, hoy en día con el enlace digital llega más lejos. Y Zenda está siendo una web de referencia y es un sitio distinto. Han conseguido diferenciarse. Zenda se ha convertido en un punto de reunión al que acuden muchas personas del sector, y de fuera también. Pero están todos los actores ahí –autores, editoriales, lectores–, de forma que se ha convertido en un punto de encuentro muy interesante donde hay un buen rollo que no existe en otros sitios, donde hay intereses de otro tipo.
Los días que César pasará en España están llenos de firmas, entrevistas, intervenciones radiofónicas, citas con sus lectores… pero no mira el reloj ni una sola vez. Se apaga la grabadora. Comento lo curioso que resulta ver reflejados a tantos personajes vinculados con Valladolid, con la industria discográfica, la banda sonora de su trilogía… o que incluso haya uno que decide mudarse a la capital siguiendo los pasos de su mujer. Hay un desfile inmenso de “cameos” entre sus páginas. Se limita a reír en silencio. Luego la carcajada se diluye en sonrisa y añade: «Muchas personas se ven obligadas a trasladarse por motivos de trabajo, y eso tiene sus dificultades pero… (mueve las manos y se señala la sien) salir de la zona de confort es bueno para la cabeza”.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: