El escritor escocés Charles Cumming, que presentó en el festival BCNegra su novela Conexión Londres, con la que cierra la trilogía de su espía Thomas Kell, cree que «la próxima guerra fría será entre Occidente y China, y no con Rusia».
La política del líder ruso, Vladimir Putin, es una fuente inagotable para los escritores de espías y de novela negra: «Putin obtuvo su mayoría de edad durante la Guerra Fría, se formó como oficial del servicio secreto, al llegar al poder se rodeó de otros que trabajaban para la KGB, y se han adueñado de la Rusia del siglo XXI a nivel económico, político y moral». A su juicio, Putin lleva el país como si fuera «un régimen de gánsteres, basado en el espionaje», y para un hombre así «la corrupción, el asesinato, la amenaza de una invasión foránea es algo habitual».
En Conexión Londres (Salamandra), Thomas Kell está devastado por el asesinato de su amada Rachel Wallinger y cegado por el odio hacia el Kremlin, a cuyos dirigentes culpa del crimen, pero todo se desencadena cuando el espía ruso Alexander Minasian, presunto responsable de la muerte de Rachel, es avistado por un colega de Kell en un complejo hotelero del mar Rojo.
Admite Cumming que «la realidad siempre superará a la ficción», aunque la realidad actual con la crisis en Ucrania «solo afecta a los que escriban novelas políticas o ficción contemporánea de espionaje».
En la primera novela de la serie, En un país extraño, Kell había caído en desgracia, lo echaron del MI-6, acusado falsamente de complicidad en la tortura de un individuo británico que estaba en una cárcel secreta en el norte de África, y eso coincidió con el final de su matrimonio. Sin embargo, su valía hizo que el servicio secreto británico volviera a reclutarlo, hasta que en la segunda entrega, Complot en Estambul, el protagonista consigue reconstruir su carrera y su vida personal, hasta que la tragedia se cruzó en su camino.
Cumming opina que «el género de espías es un buen argumento para plantear cuestiones de moral», pues todos en nuestra vida tenemos motivos para mentir o para fingir que somos otros, sea para sacar un provecho o a nivel romántico. «No hay gran diferencia con lo que hace un oficial de inteligencia, que aparenta estar enamorado, soborna con dinero a alguien, y al final eso lo hace por un motivo patriótico. El bien y el mal no es tan fácil de discernir, pero a los lectores esa doble vida les resulta seductora», agrega.
No percibe Cumming una relación entre la novela de espías y el Brexit, que finalmente es «un desastre económico y un error político». Sin embargo, lo que realmente preocupa a los servicios secretos es «combatir el poder de China ante el temor de que los agentes entren en universidades, en instituciones oficiales».
Con respecto a los espías de la época dorada de la Guerra Fría, que reflejaba John le Carré en sus novelas, «la tecnología sí ha modificado las operaciones del espionaje: «Ahora es más difícil ser espía porque tienen que utilizar su propia identidad a lo largo de toda su carrera, ya que hay escáneres de retina, máquinas que analizan la manera de andar y satélites que imposibilitan que se puedan hacer pasar por otros, como hacía George Smiley en el Berlín Oriental».
En la actualidad, HBO trabaja en la adaptación de la saga de Kell para hacer una serie televisiva después de que Colin Firth comprara los derechos hace diez años, una versión en la que, explica Cumming, ganará protagonismo la jefa de Kell, Amelia Levene, que es la primera mujer que encabeza el MI-6.
Concluida la trilogía, Cumming ha iniciado una nueva serie, de la que ya se han publicado en el Reino Unido Box 88 y Judas 62, protagonizada por el espía Lachlan Kite, con quien, admite, comparte algunos rasgos biográficos: «Ambos somos escoceses, estudiamos en Eton y las madres de ambos son propietarias de un hotel en Escocia».
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