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Charles Darwin a bordo del Beagle

Otro 27 de diciembre, el de 1831, hace hoy 192 años, el HMS Beagle, un bergantín de la Royal Navy que habrá de convertirse en uno de sus buques más famosos, sale del puerto de Plymouth comandado por el capitán Robert FitzRoy. Destinado por el almirantazgo a las labores científicas, parte con la orden de hacer un levantamiento hidrográfico de la costa meridional de Sudamérica con el objeto de realizar las correspondientes cartas de navegación.

Ya en 1826, esta misma nave, junto a la HMS Adventure, integró una pequeña escuadrilla que se había hecho notar por su participación en una primera expedición del Reino Unido a las costas de Uruguay, Argentina y Chile —más concretamente al estuario del Río de la Plata—, de la que volvió con un excelente levantamiento hidrográfico para la posterior edición de las cartas de navegación por parte de la marina real británica, un trabajo excelente que ni siquiera se vio afectado por el suicidio, en extrañas circunstancias, de su primer capitán, Pringle Stokes.

"La travesía que se llevó al Beagle de Plymouth para circunnavegar el mundo, fue un viaje al pasado más remoto, a la noche de los tiempos, ni más ni menos"

Si aquel primer viaje del Beagle supuso un hito en la oceanografía posterior, este segundo, aunque nacido con el propósito de ampliar —y corregir, allí donde se precise— la expedición anterior, hará historia. Pero no por ser el buque que nos ocupa uno de los primeros en probar el pararrayos inventado por William Snow Harris. El motivo es de más enjundia, más elevado. Se remonta a los orígenes mismos de la humanidad. Por eso precisamente, ésta, a todas luces, se dispone a asistir a uno de sus momentos estelares más preclaros.

La travesía se prolongará durante un lustro, cinco años en los que un sabio que iba para pastor de la iglesia anglicana rebatirá de un modo empírico uno de los primeros dogmas del ser humano: sus orígenes. Vistas así las cosas, puede decirse que la travesía, que un día como hoy de hace 192 años se llevó al Beagle de Plymouth para circunnavegar el mundo, fue un viaje al pasado más remoto, a la noche de los tiempos, ni más ni menos… A ese principio, “cuando la Tierra era joven” —que dicen Lord Dunsany y otros de los que escriben sobre “dioses paganos” en sus fantásticas ficciones— y un sumo hacedor tuvo a bien crear al primer hombre y a la primera mujer.

"Darwin se mostró nervioso. En aquellos tiempos, un viaje de semejantes características implicaba muchos riesgos, entre los que destacaba la soledad"

FitzRoy, deseoso de llevar a bordo un científico, ha resuelto que ése sea un joven que iba para párroco. No es otro que Charles Darwin. Sí señor, el naturalista, que habría de refutar los dogmas de los credos religiosos, que con algunas diferencias entre sí no aceptarán su teoría de la evolución, tiene su origen en las observaciones de este viaje. Cuando el Beagle vuelva a puerto inglés, a Darwin le aguardará una tarea ingente que le ocupará durante más de 20 años. Dos décadas dedicadas a ordenar los materiales recogidos, sistematizar las observaciones científicas —pacientemente anotadas durante el periplo— y desarrollar su célebre teoría. Como es bien sabido, la dará a conocer en 1859 en el más célebre de sus ensayos. Pero mucho antes, en 1839, aparecerán las primeras páginas inspiradas por el periplo iniciado por el sabio un día como el de hoy. Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo o El viaje del Beagle será el título de su traducción al español.

En el 31, en los días previos a la partida, Darwin se mostró nervioso. En aquellos tiempos, un viaje de semejantes características implicaba muchos riesgos, entre los que destacaba la soledad. No deja de ser curioso que en una nave dotada con una tripulación de unos 75 hombres, alguien pueda llegar a sentirse tan solo como Stokes. Pero se dice que su aislamiento fue la causa de que el último capitán del Beagle se pegase un tiro en la cabeza.

"En febrero de 1832, el Beagle, que cuando lo vio por primera vez le pareció muy pequeño, cruzó el Atlántico y arribó a Brasil, donde la crueldad de la esclavitud impresionó al aprendiz de naturalista muy negativamente"

Antes de embarcar, a Darwin también debió de perturbarle la renuncia a la parroquia, su primera vocación. En gran medida fue debido a un par de amistades cultivadas en Cambridge durante sus años de formación como estudiante de teología. En aquellas aulas conoció al teólogo y botánico John Stevens Henslow y al geólogo Adam Sedwick. Las enseñanzas de ambos fueron un acicate para el afán de saberes empíricos por parte del joven Darwin, quien, principalmente, había accedido a estudiar teología para complacer a su padre. De hecho, cuando FitzRoy escribió a Cambridge solicitando un naturalista, fue Henslow quien le convenció: “Me parece que usted es la persona mejor cualificada que conozco que sea probable que emprenda tal desafío. Digo esto no en la suposición de que usted sea un naturalista consumado, pero sí ampliamente capacitado para recolectar, observar y anotar cualquier cosa digna de tenerse en cuenta en Historia Natural”.

Ya decidido a embarcarse, Darwin empezó a sentirse cómodo al comprobar que la cabina que le fue asignada era lo suficientemente amplia como para compartirla con John Lort Stokes, el asistente del topógrafo.

"Cuando se puso a la venta en 1859, la tirada de El origen de las especies fue de 1.500 ejemplares, que se agotaron el primer día. La segunda, de 3.000, sólo duró una semana"

En febrero de 1832, el Beagle, que cuando lo vio por primera vez le pareció muy pequeño, cruzó el Atlántico y arribó a Brasil, donde la crueldad de la esclavitud impresionó al aprendiz de naturalista muy negativamente. Durante los dos años siguientes, navegaron por la costa sudoriental de América todo lo despacio que requería el cartografiado del territorio. Tras cruzar el estrecho de Magallanes, aquel bergantín que estaba haciendo historia remontó la costa del Pacífico hasta Valparaíso. En julio de 1835 el buque llegó a Perú; en septiembre, a las islas Galápagos. Entonces se impuso atravesar el Pacífico como se atravesó el Atlántico: a finales del 35 tocaban tierra en Nueva Zelanda tras haber recalado en Tahití. En el 36, el periplo discurrió entre Australia y Ciudad del Cabo. De allí vuelta a Brasil para, finalmente, tras cruzar de nuevo el Atlántico arribar a puerto inglés el dos de octubre de 1836.

Cuando se puso a la venta en 1859, la tirada de El origen de las especies fue de 1.500 ejemplares, que se agotaron el primer día. La segunda, de 3.000, sólo duró una semana. Para entonces, ya se habían producido las primeras controversias entre partidarios y detractores de la teoría de Darwin sobre la evolución biológica a través de la selección natural. Su autor siempre se mantuvo al margen. Así se escribe la historia.

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